Esto
fue antes de la aparición de los símbolos.
La
arcilla ardía en el silencio y, tras la dulzura cercada por imanes, se abrían
espacios
en los que, más tarde, advertiría la imposibilidad de distinguir la
crueldad
de la misericordia.
Después,
la desaparición fue la única virtud de los rostros amados.
Entré
en un tiempo en que mi cuerpo participaba de la luz, que, a su vez,
estaba
en mí y fuera de mí: eran la fiebre y la revelación en el instante de
rasgarse
la infancia. Sucedía, entre despertar y no despertar, bajo afiladas
ruedas
invisibles. La eternidad anticipaba su doblez: no existía, pero era
luminosa
y temible.
Asistí
a la compactación del fuego. Sentí en torno a mí cinturones de espino y
la precisión
de los cuchillos perdidos en la nieve. Descubrí un abismo en cuyos
escarpes
se extendían amapolas inmóviles. Aprendí a aullar mientras se
rompían
vidrios dentro de
mis
ojos.
Mi
juventud fue conducida por relámpagos tecnificados más allá de las flores
en
su hábito de llamas. Vi, en habitaciones abandonadas, grietas por las que
asomaban
su cabeza los reptiles del llanto.
Conocí
el frío y, más allá de los símbolos, vi huellas judiciales.
Vi
también huesos torturados. Por entonces se levantaron en mí las grandes,
las
inútiles preguntas. Tuve miedo ante la quietud de las cortinas maternas.
Después
advertí la belleza de ciertas úlceras y, en el tejido arterial, las tuberías
que
comunican el placer y la muerte.
Soñé
y el sueño era otra vida dentro de mi cuerpo y su argumento consistía en
el
dolor y el dolor era anterior al pensamiento y se deducía de células
enfermas.
Me
extravié en esta creación añadida; descubrí que no había más que locura
en
la relación de los cuerpos.
Pensé
otra vez en los torturadores, volví a ver
frutos
petrificados por el silencio y, en mis manos, la dentadura de mi padre
(fue
una extracción de la humedad terrestre). Hube de calcular el valor de la
bisutería
negra recibida de amantes desconocidos y, un día, se manifestó la
melancolía
cableada del corazón al intestino.
Vi
la pobreza a través del olvido y vi también, una sola vez, el rostro de mi
madre
sonriendo sobre el algodón y el acero. Una sola vez.
Ésta
es mi relación, ésta es mi obra. No hay nada más en la alcoba fría. Fuera
de
ella, abandonadas, están las cestas de la tristeza, excrementos cubiertos de
rocío
y los grandes anuncios de la felicidad.
ÉSTA
es la edad del hierro en la garganta. Ya.
Te
habitas a ti mismo, pero te desconoces; vives en una bóveda abandonada en
la
que escuchas tu propio corazón
mientras
la grasa y el olvido se extienden por tus venas y
te
calcificas en el dolor y de tu boca
caen
sílabas negras.
Vas
hacia lo invisible
y
sabes que es real lo que no existe.
Retienes
vagamente tus causas y tus sueños
(aún conservas
el olor de los suicidas),
te
alimentan la ira y la piedad.
Queda
poco de ti: vértigo, uñas
y
sombras de recuerdos.
Piensas
la desaparición. Acaricias
la tiniebla
cerebral, bajas al hígado calcinado por la tristeza.
Así
es la edad del hierro en la garganta. Ya
todo es
incompresible. Sin embargo,
amas
aún cuanto has perdido.
He
visto corazones habitados por hormigas, y máscaras carnales,
[y
una serpiente acariciada por un verdugo indeciso,
y
alondras prisioneras en rectángulos, y avefrías
coléricas, y
madres que
besaban cadenas.
Qué
difícil oficio amar sin desearlo, anudar el acero, advertir la belleza
[del
animal que llora y sobrevive en vísceras privadas de esperanza,
ver
a un anciano que anda y no sabe hacia dónde y su esfínter sangra
[lentamente
sobre la nieve.
Este
hermano invernal, ¿soy yo mismo huyendo de mi juventud?
Advierto aceites
cautelosos, y cansancio, y espinas; su acícula extremada
sobre
mis ojos.
Desciendo orientado
por ménsulas. No sé. Voy, desciendo
los
peldaños profundos de la vejez.
Se
ve:la falsedad es nuestra iglesia.
Ya
estoy llegando,
Ya voy
a llegar.
Ahora,
no sé por qué, he de cantar rodeado de espejos.
Aprestad
vuestra clóquea, las sucesivas vértebras
de
la ira dorsal, la anatomía conductora
del miedo.
Dice
así mi voz en su impostura,
dice: Vivir
es extrañeza, descansar en la cólera. Larvas esclarecidas
liban
en nuestras venas.
Vivir
es extrañeza. No procede salvarse.
¿De
qué, para qué?
No procede
salvarse.
No hay
salvación en el sándalo ni en las raíces torturadas.
Definitivamente, no hay salvación en la
madera.
Recomiendo
por tanto la
más sublime indiferencia.
Importa
sólo agonizar
con cierta dulzura.
Es también
una extrañeza la agonía.
Con
todo, algunos
animales copulan fugazmente. Incluso yo copulo
con
tenebrosas flores, con las cifras abstractas y, en modo más frecuente,
con
fósiles azules y con
ancianas amarillas.
Hubiera una
soga final y las terceras sombras serían
penetrables.
Pero
no; no tenemos soga
final.
Únicamente, madera enloquecida, sí, madera sólo.
Únicamente, madera enloquecida, sí, madera sólo.
Tu
cuerpo silba bajo los arándanos. ¿Insinúas la libertad de
las
bestias protegidas por conducta de los vientos?
Líbrate
de la libertad antes de entrar en mí.
Tú
eres veloz y oscura entre los arándanos encendidos; eres
profunda
y bella como un rostro en el agua; tu piel es dulce.
Pero
mi lengua es sagaz
y
tus oídos escuchan sin misericordia.
El
silencio y sus círculos, el ácido que depositas sobre mi salud,
la
suciedad hirviendo dentro de mi alma;
éste
es el precio de la paz. Acuérdate.
Yo
estaré en tu pensamiento,
no
seré más que una sombra imprecisa;
habré
existido en un instante en que la
alegría
y la piedad ardían en tus ojos.
–
Pero
también quiero permanecer desconocido en ti.
Desconocido. Simplemente
envuelto en tu felicidad.
–
Tú
distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella, y así,
imperceptiblemente
amado, esperar la desaparición.
–
Aunque
quizá estamos ya separados por un hilo de
sombra
y cada uno está
siento
el crepúsculo en mis manos
Siento
el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo.
Yo
no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.
Sólo
quiero sentir esta luz en mis manos
y
desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón
y
que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.
–
Hay
grietas y sombras en paredes blancas
y pronto habrá más grietas y más sombras
y pronto habrá más grietas y más sombras
y
finalmente no habrá paredes blancas.
–
Es
la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos.
Van a cesar todas las preguntas.
Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen
Van a cesar todas las preguntas.
Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen
a
la vez suavemente, como una sola sustancia,
el pensamiento y su desaparición.
el pensamiento y su desaparición.
–
Es
la agonía y la serenidad.
–
Quizá
soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya
la
única sabiduría es el olvido.
en su propia luz
–
y
la mía es la que tú vas abandonando.
Como
un monte en la espalda o una cuchilla
fría
en mi rostro, dádmela.
Dadme
la noche sin alondras,
sin
sonidos, sin hojas y sin párpados.
–
He
tocado el amor; aún se estremece
como
un seno o un balido entre mis manos.
–
Dadme
lo que queráis; dadme una piedra,
una
sombra, una estrella destruida.
–
Es
un hombre. Va solo por el campo.
Oye
su corazón, cómo golpea,
y,
de pronto, el hombre se detiene
y
se pone a llorar sobre la tierra.
–
Juventud
del dolor. Crece la savia
verde
y amarga de la primavera.
–
Hacia
el ocaso va. Un pájaro triste
canta
entre las ramas negras.
–
Ya
el hombre apenas llora. Se pregunta
por
el sabor a muerto de su lengua.
–
¿Qué
harás a estas horas con tus manos?
¿A
qué materias estarás cercana?
A
la desolación de tu ventana,
¿trae
la oscuridad ruidos humanos?
.
Me
ocurre como todos los veranos:
me
crece el corazón, me da la gana.
¡Vivir
tan duramente la semana
y
ahora no poder! ¡Ah ciudadanos!
.
Son
las once en la noche. A lo mejor
es
más tarde en la vida. Yo no veo
ninguna
solución. Todo es peor.
.
Y
tú, reina mortal, ¿en qué cal viva
pondrás
los ojos a dormir? Paseo
como
un perro; con sed, a la deriva.
.
Él
mismo, como Dios, se mataría
un
luchador en soledad. Por tanto,
que
otra vida combata con la mía.
–
El
que lucha prescinde de agonía.
(A
la manera de los héroes, canto
una
mezcla de muerte y alegría.)
–
Si,
al pronto, la belleza de una espada
aparece
en la sangre, el combatiente
se
derrama en la muerte silenciosa.
–
Si,
de pronto, desciende tu mirada,
caeré
sobre el mundo lentamente.
No
de muerte, de amor quiero una fosa.
–
A
ti, muchacha, que, de pronto, estrenas
la
juventud caliente de la risa,
a
ti te estoy diciendo: eres precisa
en
cierta soledad, en ciertas venas.
–
Crece
la muerte con la vida. Apenas
le
llega al corazón alguna brisa,
pero
tú crecerías más deprisa;
la
alegría que tú desencadenas.
–
Préstame,
amiga, préstame temprano
tus
ojos y tus pechos. Duramente
por
la boca te sale mucha vida.
–
Esta
hora es feroz. Dame la mano;
alcánzame
una muerte sonriente;
pon
tus labios desnudos en mi herida.
Blues
de las preguntas
–
Hace
tiempo que estoy entristecido
porque
mis palabras no entran en tu corazón.
Muchos
días estoy entristecido
porque
tu silencio entra en mi corazón.
–
Hay
veces que estoy triste a tu lado
porque
tú sólo me amas con amor.
Muchos
días estoy triste a tu lado
porque
tú no me amas con amistad.
–
Todos
los hombres aman mucho la libertad.
¿Sabes
tú lo que es vivir ante una puerta cerrada?
Yo
amo la libertad y te amo a ti.
¿Sabes
tú lo que es vivir ante un rostro cerrado?
He envejecido dentro de tus ojos;
eras la
dulzura y el exterminio y yo amé tu cuerpo en sus
frutos nocturnos.
–
Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro, pero tú pesas en mi corazón y,
Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro, pero tú pesas en mi corazón y,
como
una miel oscura, yo te siento en mis labios al ir hacia la muerte.
Nada
es veloz en tu memoria salvo los ojos del
suicida, el
que encendía árboles con sus manos
expertas en
la pobreza y en la ira;
nada
es verdad y los presagios atravesaron en vano
tus oídos, ah
miserable ante la nieve.
Baja
a la eternidad de las letrinas blancas hasta que
sientas
el silencio y su pureza te confunda,
oigas
campanas y el huracán de las alondras,
veas
el rostro inútilmente amado.
Habrá
cesado en el interior del lauro la melodía ronca de
[las tórtolas.
También
habrán cesado en su avidez los córvidos
[amedrentados
por el estertor del más breve, el que libó el
[ácido
prúsico
Quizá
el lagarto agoniza bajo las violetas y,
abandonado por
la lluvia, el jardín arde en un ascua
[amarilla
y el
cemento enloquece bajo la corrupción de las cerezas
negras
y ensangrentadas en el espesor del verano.
Aún
existen otras posibilidades.
Quizá
soy yo quien ha salido de sí mismo y estoy
[agonizando pero
desconozco mi agonía
y, aquí,
bajo los mantos de la furia volcánica,
sobre el cristal
del sílice,
un resto
frío de mi pensamiento entra
en
el jardín de los desaparecidos
Tus
cabellos descienden en ala de sombra
pero tu cuerpo fulge corno luz en el
interior de la nieve
Giras
en ti misma corno un planeta doloroso.
Mujer
desnuda: arde
en ti la
belleza y su
negación.
Pronuncias como un arpa discante
Pronuncias como un arpa discante
el
último gemido.
Eres
hirviente y fría como el fruto del sándalo,
eres
indescifrable como los alabastros
Una
rosa de fuego surge de tu vientre y
clamorosa
se abre en la sombra inguinal.
Después, se adentra en mis ojos.
Allí se calcinan sus pétalos.
Después, se adentra en mis ojos.
Allí se calcinan sus pétalos.
Oigo
un grito amarillo: luz desgarrada por la luz.
Por
caminos de espinas, he llegado
al
páramo invisible.
No
merecía la pena. Me dispongo
al
olvido y al vértigo. Ésta es la última
dificultad.
Es excesivo
este
cansancio sin destino.
No había
palomas en la eternidad.
No
había eternidad.
Ha
de llover
Hay
sequía en la luz y la ceniza llora,
como
mi madre, sin lágrimas.
Ha
de llover.
Ha
de llover hasta que se levanten los maíces sagrados y sea posible la
/celebración
de la muerte.
Ha
de llover.
¿Por
qué no? ¿ Por qué no ha de llover
en
la tiniebla intestinal y en las hirvientes médulas?
Ha
de llover
en
los niños frenéticos y en los adoradores nocturnos
y
en los ancianos extraviados en la música.
Ha
de llover
en
el aire poblado de ausentes y en la felicidad ensangrentada.
Ha
de llover sobre esta piedra enferma
donde,
en la noche, cunde un resplandor
procedente
de astros inservibles.
Ha
de llover. Tiene que llover con dulzura
sobre
los suicidas del amanecer.
Ha
de llover
en
la superficie cristianizada por la industria. Ha de llover
hasta
que aúllen las alondras y,
bajo
las catenarias, en Vega Magaz,
los
ferroviarios se desnuden
y
detengan la máquina que llora.
Ha
de llover en la extremaunción
sacramentalmente
perversa. Ha de llover
en
el interior del hierro y en el pensamiento
de
los cianóticos y
de
los niños prematuros.
Ha
de llover
sobre
las secretarias parturientas,
sobre
los tísicos y los asesinos,
sobre
los comandantes y las monjas.
Ha
de llover en los prostíbulos
y
en los ministerios incomprensibles
y
en las fístulas eternas. Sí,
ha
de llover. Y las serpientes
aprenderán
a silbar con dulzura
unas
seiscientas melodías olvidadas. Son
reconocibles
por su olor a sombra
y a
sustancia inguinal. Dichas serpientes
han
de silbar en las cajas de ahorro
y en
los urinarios y en las tumbas.
Ha
de llover. Hoy es martes
de
salvación. Hoy resucitan
los
fusilados de Villamañán.
Ha
de llover en las grandes letrinas
notariales
hasta que aparezcan los títulos
de
propiedad de la luz y de la tristeza hipotecaria
y
las cartas de amor de Francisco Franco.
Ha
de llover, ha de llover dulcemente, sobre las niñas que abortan
/en
octubre y sobre
los padres invisibles.
Ha
de llover en la agonía de Jorge Pedrero
y
sobre los visitantes clandestinos.
Ha
de llover. Causa analógica:
se
sabe que los agonizantes son felices
rodeados
de llanto.
Ha
de llover,
ha
de llover sobre los huesos de Felipe Segundo
y
de los Caídos por Dios y por España.
Agua
para los prostáticos
y
su dolor universal, agua también
para
los sifilíticos y los curas.
Agua
para los Borbones,
y
para los mendigos y las mujeres desnudas
que
gritaron los gritos amarillos
de
mil novecientos treinta y seis.
Ha
de llover.
Ha
de llover en los pantanos
rebosantes
(se dice) de fascismo y de
melancolía
azul. Han de existir
poderosas
razones ecuménicas
para
que llueva en los pantanos. Ha
de
ser físicamente necesario a causa
de
la prosperidad del incesto y de los cuchillos
olvidados
en las iglesias. Ha
de
llover.
Ha
de llover, sí, pero no han de olvidarse
los
manantiales del odio ni las acequias
secretas
de los monasterios ni
la
humedad de las sociedades anónimas.
Ha
de llover jamás y siempre. Con
desesperación
agraria. Ha de llover
hasta
que enloquezcan los metales
y
el sílice y las inmensas madres
del
Barrio de la Sal.
Ha
de llover.
Ha
de llover ya.
¿Está
lloviendo?
Sí,
está lloviendo. Las madres,
bajo
la lluvia, van
al
penal incesante. Son blancas y locas,
llevan
fuego y amor.
Ah
de la lluvia,
ah
del amor, ah del fuego.
Llueve
en
mi pasado y en mis venas. Va a llover
también
en mi desaparición.
Ah
de la lluvia
sobre
las madres locas. Ya arde, bajo el agua,
San
Marcos con amor, ya están ardiendo
dulcemente
los juicios sumarísimos.
Ah
de la lluvia.
De
las moreras abrasadas por la luz, las visitadas por serpientes ciegas;
de
los grandes perales en cuyos frutos se alimentan pájaros invisibles;
de
los pinares inmóviles y de los fresnos temblorosos
surge
la musculatura encendida en las cifras inversas que se desprenden de la
serenidad y del dolor;
surge
el bañista indeciso sobre el hermano amortajado en su propia luz;
surge
el monstruo arrodillado ante sí mismo, el espectador del vértigo.
Surge
el ser silencioso, el conocedor de abismos habitados por ancianos en cuyas
venas hierve la misericordia;
surge
el ser pensativo en su propia blancura y en la tristeza de sus genitales;
surge
el ser andariego, el que lleva en sus brazos al animal herido por presagios;
surge
el gigante insomne, el enloquecido por los astros y atormentado por la
geometría.
Tú
hieres y acaricias la madera en nombre de la libertad;
sueñas
en el interior del bronce y en las celdas graníticas,
amas
la luz de los cuchillos en las arterias vegetales,
creas
al mismo tiempo el resplandor y la sombra y
llevas
la vida al interior de la muerte.
Finalmente,
conduces relámpagos a la quietud. Así, en tus manos,
la
madera es sagrada.
Ayer abrí
el armario lleno de sombra.
Vi cauterios,
cánulas, metileno, cintas
con
leyendas doradas, crucifijos
y
tejidos nupciales, su blancura
inmóvil
en sí misma.
Vi sargas
raídas que ocultaron un
rostro
sin lágrimas y consideré el óxido
en
las monedas del pasado.
Vi,en
rama de cristal, los alcaloides
del
estertor azul, los inyectados
por
Amelia Lobón, bordadora y asmática,
viuda
viviente y agonizante
enamorada.
Un
largo instante, aspiré
el
olor a tristeza de sus manos.
Era ya
último el sol.
Suavemente, acerqué mi silla a la ventana y
descansé
la mirada.
Vi temblar
el lauro que habitaron las tórtolas.
Aún
sostiene las esferas sangrientas
que
en verano seducen a los pájaros
y
que Cecilia amor mío
no
arrancará nunca del lauro.
Así
es mi atardecer, mi última serenidad.
A
veces, alzo
la mano y saludo a la noche
que
ya desciende hacia los restos del día.
Así
podrá ser también otro día, otra tarde,
en que,
apenas desvelado, alce
mi
mano en la costumbre y,
con
ignorada dulzura,
con
imperceptible amor,
salude fugazmente
salude fugazmente
a
la muerte.
LAS
VENAS COMUNALES
[2012-2014]
Me
excede la claridad. He de entrar, sin embargo,
en
la última luz.
Dame una
lágrima negra,
una flor clandestina.
una flor clandestina.
Dame
algo. Me excede la claridad.
***
Pon
tu lente sobre mis llagas, la lente que aún utilizas indeciso entre
la misericordia y la ira, la lente
que,
rodeado de helechos, más allá de Trevijano, pasado el talud de Gilberto
(el
talud frecuentado por las alondras, ubérrimo en melancolía,
mínimamente productor de cerezas),
colocabas
sobre
hormigas hambrientas.
Te
vi, niño
final, nieto de la pobreza, ya provisto de espinas que doraba la
luz,
inclinado a la ternura fórmica.
inclinado a la ternura fórmica.
Ahora tienes
la edad de un sándalo corpulento.
Vendrán días y, como a mí, te convertirán en un pájaro cansado.
Vendrán días y, como a mí, te convertirán en un pájaro cansado.
Vestirás
de invierno
aunque
ya estén naciendo flores blancas
en
el talud de Gilberto.
De
mí sólo
podrás advertir una brasa extinguida.
Anuda entonces la cinta roja que yo
dispondré para ti,
precisamente
para que sonrías anudándola,
contemplando
tu
vejez y mi muerte reunidas
en
una suave tiniebla. De momento,
dame
tu mirada física, pon
tu
lente sobre mis llagas.
***
Vienen
los últimos números. He prescindido de las lágrimas.
Y
tú, ¿quién eres? ¿Yo mismo?
¿No
sabes?
Es
indiferente.
Ven:
Tú
que conoces la longitud de mis venas, el espesor de mi sombra,
la
inmovilidad casi eterna de la máquina Sínger y de otras
máquinas semejantes,
acompáñame
algún tiempo sin hablarme ni escucharme. Acompáñame únicamente. Voy
a
la inexistencia.
Gracias.
***
Se
dan en mí las palabras inmóviles.
Sé
de frutos olvidados en alacenas, envueltos en sombras que tiemblan
porque se
acerca un rumor esparto.
Ayer,
en
la magnitud de un horizonte tardío,
vi
ciertas, algunas
flores
temibles.
¿Por
qué
esta
inmovilidad en las palabras, en los frutos y en algunas
flores
lejanas?
¿Por
qué,
como
una virtud cansada,
se
incorporan a mi pensamiento?
No
sé.
Mi
confusión es blanca.
Está
acercándose
el
instante excesivo en que he de aprender la última sabiduría.
Naturalmente,
hablo
de ciencia sin argumento, hablo,
naturalmente,
del
olvido.
Tú
conoces quizá (pienso en tus sílabas insomnes) el nombre de las flores prendidas
al crepúsculo,
semejantes
al
ópalo de fuego.
Sé
que, como alas de sílex, endurecen sus sépalos al insinuarse la noche
y que los abren en la advertencia del amanecer.
y que los abren en la advertencia del amanecer.
Y de
los frutos olvidados:
Sé de
sus cuerpos en las alacenas y en los zaguanes
y que perfuman la geometría calcinada.
y que perfuman la geometría calcinada.
Y de
las palabras:
¿Qué son
en ti y en mí
las
palabras inmóviles?
Abre
tus ojos. Contéstame. No esperes a
la
última luz.
Has
retornado a mis venas.
Es
sospechosa tu dulzura, tan semejante a cuando vendías luz y
[mentiras
sagradas
Te
reconozco en tu negación. En las tardes inmóviles,
entrabas
en ti mismo y te ocultabas en un temblor de párpados
al advertir
la proximidad de los pájaros incandescentes
que
anidan en tus celdas cerebrales.
La
locura se abría en ti como una flor. Vi sus pétalos negros.
Sucedían
tus accidentes: el estertor de tu máquina invisible y,
colérica y una
vez más, la dulzura.
Crujías
bajo mis manos pero era inútil la misericordia articular.
[Crujías
atravesado
por una música amarilla. Y gritabas. Gritabas
hasta
que tus gritos creaban el amanecer.
Eras
intocable como un sable indeciso
sobre
una mujer que llora. Cuando despertabas
te envolvías
en una gran sábana. Volvías a ti mismo
y tus
heces adquirían en ti
la perfección intacta
de la luz.
Te
reconozco aunque te escondas bajo la piel del ébano
Finges
amor hasta crear un verdadero amor
y ahora
estás amando en mí. Te reconozco.
Gimes
como un perro herido en el interior de mi pecho. ¿Recuerdas
cuando
te acostabas sobre mi corazón?
Ahora,
insomne en la muerte, has venido a comprar mis ojos. Así
es
tu causa, tu astucia kurdistana.
Buscas
tus documentos incestuosos, tus profecías en la virtud de la
[epilepsia
y aquellos códices
de la sabiduría que permite
ser feliz en
el fuego
Tú
acuñabas monedas únicamente válidas
en los
mercados de frutos y tinieblas.
Pero
tú no adquirirías otros frutos que los que arden en el cuerpo de
[tus
hermanas
y también y tan
sólo tinieblas maternales.
Ah los
frutos y las tinieblas en tus manos,
mercantilmente triste
o accidentalmente vivo
en Nueva
York o en Nasría.
Eres
bello y horrible. Tú me induces al adulterio con cuerpos desollados
y a
la fornicación sobre la púrpura.
No
puedo abandonarte, sin embargo, a tu propia inclemencia:
tú
estás soñando mis sueños
y amas
en mí lo que no es tuyo.
Has
abrevado en manantiales ciegos y te has erguido en la demencia.
En
rigor, no te necesito: hay suficiente impureza en mi corazón.
Pero
tú eres mi sacramento negro, la última
sustancia de
mis venas.
Asediados
por ángeles y ceniza cárdena enmudecéis hasta
advertir
la inexistencia
y
el viento entra en vuestro espíritu.
Respiráis
el desprecio, la ebriedad del hinojo bajo la lluvia:
blancos
en la demencia como los ojos de los asnos en el instante
de
la muerte,
ah
desconocidos semejantes a mi corazón.
Sábana
negra en la misericordia:
Tu lengua en un idioma ensangrentado.
–
Sábana aún en la sustancia enferma,
la que llora en tu boca y en la mía
y, atravesando dulcemente llagas,
ata mis huesos a tus huesos humanos.
–
No mueras más en mí, sal de mi lengua.
Dame la mano para entrar en la nieve.
Tu lengua en un idioma ensangrentado.
–
Sábana aún en la sustancia enferma,
la que llora en tu boca y en la mía
y, atravesando dulcemente llagas,
ata mis huesos a tus huesos humanos.
–
No mueras más en mí, sal de mi lengua.
Dame la mano para entrar en la nieve.
He aquí
las cabezas congregadas
a
la convexidad; habla el volumen
y
no turba el silencio; se averiguan
sólo
la dimensión y la tristeza.
–
Surgen
del capitel innumerables,
de
la tiniebla de los huesos y
la
poderosa ritmación redonda:
consistencia
mortal, morfología
que
se revela y no se nombra, fruto
obstinado
del tímpano y el tiempo.
En vivo
y en silencio. Atormentado,
a
Dios me lo sacaron por los ojos.
Lo
tenía la sangre con cerrojos,
sumergido
en amor: Dios maniatado.
Ahora
miro en mí por si han dejado
aunque
no sea más que unos despojos:
el
eco de una voz, los muros rojos,
el
ámbito interior de un desollado.
–
Lo
sacaron con luz; una mirada
fundió
mi dulce condición de ciego
y
me dejaron un extraño frío.
–
¡Cuánta
luz, cuánto hielo, cuánta nada!
Ahora,
donde Dios era de fuego,
donde
hablaba el dolor, llora el vacío.
Tu
voz en dátiles sangrientos surge de las sustancias distribuidas
sobre
el mar.
–
y
su metal vuela en círculos, vuela con alas venenosas sobre ese
cuerpo
ya dorado, ya ciego en frutos demasiado dulces.
–
El
algodón, más verde que los relámpagos de la infancia, exhala
augurios
que rehusan la descripción del mar, la descripción del mar
bajo
los ojos sin misericordia.
–
Y
los aceites femeninos hierven en la celebración del verano
–
Este
es el día del calor. Al pie del muro deseado por un sólo
pájaro
—el portador de lágrimas en las tardes de hastío— miras las
urnas
de la sal, la oxidación esbelta de los mástiles, la longitud mortal
de
las banderas
–
Hay
negación: heridas; líquidos procedentes del desprecio; labios
en
las espaldas de tus hijas…
–
Obscenidad
dulzura fúnebre, ¿quién no bebe en tus manos
amarillas?
Tu cuerpo
silba en los arándanos. ¿Insinúas la libertad de las
bestias
protegidas por la conducta de los vientos?
Líbrate
de la libertad antes de entrar en mí.
Tú
eres veloz y oscura en los arándanos encendidos; eres
profunda
y bella como un rostro en el agua; tu piel es dulce. Pero mi
lengua
es sagaz
y
tus oídos escuchan sin misericordia.
El
silencio y sus círculos, el ácido que depositas sobre mi salud,
la
suciedad obligatoria de mi alma:
este
es el precio de la paz. Acuérdate.
Vi montes
sin una flor, lápidas rojas, pueblos vacíos
y
la sombra que baja. Pero hierve
la
luz en los espinos. No comprendo. Sólo
veo
belleza.
Desconfío.
Dime
qué ves en el armario horrible
y
en las vasijas de llorar ¿qué es esto?
–
Cuando
contemplas la melancolía
en
las farmacias y, en los muros,
están
ya escritas las acusaciones,
¿quién
eres tú al fin y por qué callas?
–
Ante
los animales y el silencio,
mete
las manos en el agua, heridas
de
los espinos. No solloces; dime
qué
nombres viven en tu corazón.
Bellos
son los cadáveres azules.
Escuchamos
hierros y respiramos el olor a sal
de peces endurecidos entre espejos,
de peces endurecidos entre espejos,
y la
sombra es verde delante de nuestros pasos
hasta el lugar donde la leche descansa bajo sudarios transparentes.
hasta el lugar donde la leche descansa bajo sudarios transparentes.
Veo
el caballo agonizante junto al pozo de aguas oscuras
y las gallinas a su alrededor.
y las gallinas a su alrededor.
El
rocío afila su pureza bajo los dientes amarillos
y el crepúsculo acude a las desiertas pupilas
y el crepúsculo acude a las desiertas pupilas
(sombra
de las higueras, serenidad de la hierba,
profundidad del aire atravesado por vencejos).
profundidad del aire atravesado por vencejos).
Veo
la espalda de la indiferencia,
los corredores destinados a la contemplación del hastío
los corredores destinados a la contemplación del hastío
entre
las altas begonias, entre las grandes hojas soñolientas.
Siento
la curiosidad de los perros y la piedad de las mujeres:
es el paisaje de la infancia,
es el paisaje de la infancia,
el
olor incorporado a mi espíritu en los accesos de la edad.
Como
si te posases en mi corazón y hubiese luz dentro
de
mis venas y yo enloqueciese dulcemente; todo es
cierto
en tu claridad:
te
has posado en mi corazón,
hay
luz dentro de mis venas,
he
enloquecido dulcemente.
Fuerte
paz tengo
yo.
Comba de fuego,
comba
de hombre a la manera
de
la tormenta inmóvil.
Dentro
de mí creció
tanto
la música, fue
tan
intenso el combate,
que
ahora estoy, como un mundo,
en
el límite de la fuerza.
Si
muriese, si, al pronto,
alguien
me diese un
golpe
en punta, una
cuchillada
de libertad,
la
luz se llenaría
de
gritos puros y
rojo
corazón desmenuzado.
(¡Ah
los espacios con
ramos
de fuego, lluvias
rojas
y veloces, partes
de
ira, trozos
de
coraje; masa
libre
y humana, sangre
convenida
a la música!).
Pero
no. Pero no. Dulce,
atormentada
voz redonda
que
mandas en mi con
las
manos del mundo, no;
la
fuerza que me das
no
es para la muerte.
Ahora
entiendo la edad
de
la crecida, el río
salvaje
del dolor,
alguien
me alzaba a
esta
curva del ansia.
Y,
ahora, a la manera
de
aquellos astros cuya
mutua
tensión sostiene
en
paz,
sucia
de amor, poned paz.
¡Ah
fuerza de los hombres!
Eres
como la paloma que roza la tierra y se levanta y
se
aleja en la luz.
Tú
atraviesas un resplandor
y
yo te amo desde lejos.
Con
tus manos conducidas por una música que vagamente
recuerdas,
dices
adiós en el umbral.
Ah
insensata dulzura,
dices
adiós en el umbral y de tus manos se desprende
un
instante sin límites.
Como
un monte en la espalda o una cuchilla
fría
en mi rostro, dádmela.
Dadme
la noche sin alondras,
sin
sonidos, sin hojas y sin párpados.
He
tocado el amor; aún se estremece
como
un seno o un balido entre mis manos.
Dadme
lo que queráis; dadme una piedra,
una
sombra, una estrella destruida.
Ante
las viñas abrasadas por el invierno, pienso en el
miedo
y en la luz (una sola sustancia dentro de mis ojos),
–
pienso
en la lluvia y en las distancias atravesadas por la ira.
VI
descripción
de la mentira iv
—————————
1975-1976
–
–
–
No
recurriré a la verdad porque la verdad ha dicho no y puesto ácidos
en
mi cuerpo y me ha separado de la exaltación
¿Qué
verdad existe en el vientre de las palomas?
¿La
verdad está en la lengua o en el espacio de los espejos?
¿La
verdad es lo que se responde a las preguntas de los príncipes?
¿Cuál
es entonces la respuesta a las preguntas de los alfareros?
Si
levantas una túnica encontrarás un cuerpo pero no una pregunta:
¿para
qué las palabras desecadas en cíngulos
o
las construidas en esquinas inmóviles,
las
instruidas en láminas y, luego, desposeídas y ávidas?
Y
bien; ¿he sido yo alguna vez cínico como asfalto o pelambre?
No
es así sino que el asfalto poseía mi memoria y mis exclamaciones
relataban
la perdición y la enemistad.
Nuestra
dicha es difícil recluida en la belladona y en recipientes que
no
deben ser abiertos.
Sucio,
sucio es el mundo; pero respira. Y tú entras en la habitación
como
un animal resplandeciente.
Estaba
ciego en la lucidez pero tú has hecho girar la
locura.
Madre:
quiero olvidar
esta
creencia sin descanso. Nadie
ha
visto un corazón habitado:
¿por
qué este pensamiento irreparable,
esta
creencia sin descanso?
Estar
desesperado
estar
químicamente desesperado,
no
es un destino ni una verdad
Es
horrible y sencillo
y
más que la muerte. Madre:
dame
tus manos, lava
mi
corazón, haz algo
an
venido otra vez como líquenes inevitables
Estás
aquí:
han
venido otra vez como…
El
óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.
El
olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,
y
no acepté otro valor que la imposibilidad.
Como
un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar,
escuché
la rendición de mis huesos depositándose en el descanso;
escuché
la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que
quedaba
de mí;
escuché
hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu,
y
no pude resistir la perfección del silencio.
No
creo en las invocaciones pero las invocaciones creen en mí:
han
venido otra vez como líquenes inevitables.
La
fermentación del verano se introduce en mi corazón y mis manos se deslizan
cansadas
en la lentitud.
Vienen
rostros sin proyectar sombra ni hacer crujir la sencillez del aire;
sin
osamenta ni tránsito, como si consistieran únicamente en el contenido de mis
ojos,
en
la unidad de mis palabras, en el espesor de mis oídos.
Son
obedientes y yo siento su reunión como una salud que se refugia en la
oscuridad.
Es
una amistad dentro de mí mismo;
es
un estambre urdido por manos que son suaves en el interior de los días.
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