sábado, 12 de febrero de 2011

Canto 3 Parte 11 "Lámpara de Mechero de Plata" ("Cantos de Maldoror" Conde de Lautreamont)

"Oh lámpara de mechero de plata, mis ojos te distinguen en los aires, camarada dela bóveda de  las catedrales, y se preguntan    la razón de ese aparato colgante. Se dice que  tus  fulgores  iluminan  por  la  noche  la  turba  de  los  que  llegan  para  adorar  al Todopoderoso,  y  que  muestras  a  los  arrepentidos  el  camino  que  conduce  al  altar. Escucha,  todo  es  posible,  pero...  ¿acaso  tienes  necesidad  de  prestar  tales  servicios a quienes  no  debes  nada?  Deja  que  las  columnas  de  las  basílicas  se  hundan  en  las tinieblas,  y  cuando  una  bocanada  de  la  tempestad  que  transporta  por  el  espacio  al diablo remolinante, penetra con éste en el sagrado lugar diseminando terror, en lugar de  luchar  valientemente  contra  la  ráfaga  contaminada  por  el  príncipe  del  mal, extínguete  al  punto  ante  su  hálito  febril,  para  que,  sin  ser  visto,  pueda  elegir  sus víctimas entre los creyentes arrodillados. Si procedes así, puedes proclamar que te seré deudor de  toda mi  felicidad. Cuando brillas de ese modo, esparciendo  tus claridades vacilantes  pero  suficientes,  no  me  atrevo  a  entregarme  a  los  impulsos  de  mi temperamento, y me quedo bajo el pórtico sagrado, contemplando, a través de la puerta   entornada,  a  aquellos que  escapan a mi  venganza,  cobijándose  en  el  seno del Señor. ¡Oh  lámpara poética!,  tú que serías mi amiga si pudieras comprenderme, cuando mis pies  huellan  el  basalto  de  las  iglesias,  en  las  horas  nocturnas,  ¿por  qué  te  pones  a brillar de un modo que, lo confieso, me resulta extraordinario? Tus reflejos se colorean entonces con  los blancos  tonos de la luz eléctrica; el ojo no puede mirarte de frente, y tú  iluminas  con  una  llama  nueva  y  poderosa  los menores  detalles  de  la  pocilga  del Creador,  como  si  te  sintieras  dominada  por una  sagrada  cólera. Y  cuando me  retiro después  de  haber  blasfemado,  te  vuelves  de  nuevo  imperceptible,  pálida  y  modesta, segura  de  haber  cumplido  un  acto  de  justicia.  Dime  sinceramente,  ¿será  porque conoces  las  vueltas  y  revueltas  de mi  corazón  que,  al  aparecer  yo  donde  tú  velas,  te apresuras a señalar mi presencia perniciosa dirigiendo  la atención de  los adoradores hacia  donde  acaba  de mostrarse  el  enemigo  de  los  hombres? Me  inclino  hacia  esta opinión,  pues  yo  también  comienzo  a  conocerte,  y  sé  quién  eres,  vieja  hechicera  que velas también en las sagradas mezquitas, donde se pavonea, como la cresta de un gallo, tu  extraño  dueño.  Vigilante  guardiana,  te  has  reservado  una  insensata  misión.  Te advierto que  la primera vez que me  señales al  recelo de mis  semejantes, aumentando tus  fulgores  fosforescentes,  como  no me  gusta  ese  fenómeno  de  óptica,  que  por  otra parte ningún  libro de  física menciona,  te arrancaré  la piel del pecho y, clavando mis garras en  las costras de  tu nuca  tiñosa,  te arrojaré al Sena. No puedo  tolerar que, no haciéndote yo nada,  te comportes deliberadamente de un modo que me perjudica. Allí te  permitiré  brillar  mientras  me  resulte  agradable;  allí  te  burlarás  de  mí  con  una sonrisa inextinguible; allí, convencida de la ineficacia de tu aceite criminal, lo orinarás amargamente”. Después de haber hablado en estos  términos, Maldoror ya no  sale del templo,  y  se  queda mirando  fijamente  la  lámpara  del  santo  lugar...Cree descubrir una especie de provocación en la actitud de esa lámpara, cuya inoportuna presencia lo irrita al máximo. Piensa que si hay un alma en el  interior de esa  lámpara, revela cobardía al no  responder  con  sinceridad  a un  ataque  leal. Azota  el  aire  con  sus brazos nerviosos, deseando que la lámpara se transforme en hombre; se promete a sí mismo hacerle pasar entonces  un mal  cuarto  de hora. Pero no  es por medios naturales que una  lámpara  se transforma  en  hombre. No  puede  resignarse,  por  lo  que  va  a  buscar,  en  el  atrio de  la miserable  pagoda,  una  piedra  plana  de  canto  afilado. La  arroja  al  aire  con  fuerza...la cadena se corta por la mitad como la hierba por acción de la guadaña, y el instrumento del  culto  cae  al  suelo,  derramando  su  aceite  sobre  las  losas...  Toma  la  lámpara  para llevarla  afuera,  pero  ésta  se  resiste  y  aumenta  de  tamaño.  Le  parece  ver  alas  en  sus costados  y  la  parte  superior  adquiere  la  forma  de  un  busto  de  ángel.  El  conjunto pretende elevarse por los aires para emprender vuelo, pero él lo retiene con mano firme. Una  lámpara  y  un  ángel  que  forman  un  solo  cuerpo  es  algo  que  no  se  ve  a menudo. Reconoce  la  forma  de  la  lámpara  y  reconoce  la  forma  del  ángel,  pero  no  las  puede separar en  su espíritu; en efecto, en  la  realidad, están pegadas una a otra  formando un solo  cuerpo  independiente  y  libre,  pero  él  cree  que  una  nube  ha  velado  sus  ojos haciéndole  perder  parte  de  su  excelente  visión.  A  pesar  de  todo,  se  prepara valientemente para la lucha, pues su adversario no tiene temor. La gente simple cuenta, a quienes quieren creerlo, que  la puerta sagrada se cerró por sí sola, girando sobre sus desconsolados goznes, para que nadie pudiera asistir a esa lucha impía, cuyas peripecias habrían  de  desarrollarse  en  el  recinto  del  santuario  violado.  El  hombre  del  manto, mientras recibe crueles heridas con una espada invisible, se esfuerza por acercar su boca al  rostro  del  ángel;  piensa  sólo  en  eso  y  toda  su  acción  tiende  a  ese  fin. El  ángel  va perdiendo energías, y parece presentir su suerte. Ya lucha sólo débilmente, y ve llegar el momento en que su adversario podrá besarlo a su gusto, si eso es  lo que quiere hacer. Pues  bien,  ha  llegado  el momento. Con  su musculatura  oprime  la  garganta  del  ángel,que ya no puede respirar, y  le vuelve el rostro, apoyándolo sobre su odioso pecho. Por un  instante  se  conmueve  ante  la  suerte  deparada  a  ese  ente  celestial,  que  le  hubiera gustado  tener por amigo. Pero piensa que es el enviado del Señor, y no puede contener su enojo. Ya está: ¡algo horrible va a  tener entrada en  la  jaula del  tiempo! Se  inclina y acerca  la  lengua  llena  de  saliva  a  esa  mejilla  angélica,  de  la  que  parten  miradas suplicantes.  Pasea  un  rato  su  lengua  por  esa mejilla.  ¡Oh!...¡mirad!...  ¡Eh, mirad!...¡la mejilla blanca y  rosa se ha vuelto negra como el carbón! Exhala miasmas pútridos. Se trata  de  la  gangrena,  ya  no  se  puede  dudar. El mal  corrosivo  se  extiende  por  todo  el rostro, y de  allí prolonga  su  furia hacia  las partes  inferiores; pronto  todo el cuerpo  se convierte  en  una  vasta  llaga  inmunda.  El mismo,  atemorizado  (pues  no  creía  que  su lengua contuviera un veneno  tan potente),  recoge  la  lámpara y huye de  la  iglesia. Una vez  afuera,  percibe  en  el  aire  una  forma  negruzca,  con  las  alas  carbonizadas,  que emprende vuelo penosamente hacia  las  regiones celestiales. Ambos se miran, mientras el  ángel  asciende  hacia  las  alturas  serenas  del  bien,  y  él, Maldoror,  por  el  contrario, desciende  hacia  los  abismos  vertiginosos  del  mal...¡Qué  mirada!  ¡Todo  lo  que  la humanidad  ha  pensado  durante  sesenta  siglos  y  hasta  lo  que  pensará  en  los  siglos venideros, podría estar cómodamente contenido en esa mirada,  tantas cosas  se dijeron en ese adiós  supremo! Pero debe entenderse que eran pensamientos más elevados que los  surgidos  de  la  inteligencia  humana,  en  primer  término  por  tratarse  de  esos  dos personajes, en segundo término por la circunstancia misma. Esa mirada los ligó con una amistad  eterna. Le  causa  asombro que el Creador pueda  tener misioneros de alma  tan noble.  Por  un  instante  cree  haberse  engañado,  y  se  pregunta  si  no  hubo  un  error  en seguir  la  ruta  del  mal  ,como  lo  hizo.  El  desconcierto  ha  pasado:  persevera  en  su resolución, y piensa que es un destino glorioso vencer tarde o temprano al Gran Todo, a fin  de  reinar  en  su  lugar  sobre  el  universo  entero  y  sobre  legiones  de  ángeles  tan hermosos. El ángel le hace comprender sin palabras que recobrará su forma primitiva a medida que se acerque al cielo; deja caer una lágrima que refresca la frente de aquel que le provocó  la gangrena, y desaparece poco a poco como un buitre, elevándose entre las nubes. El culpable mira  la  lámpara, causante de  todo  lo que antecede. Corre como un demente por las calles en dirección al Sena y allí lanza la lámpara por sobre el parapeto. La  lámpara  remolinea  unos  instantes  para  hundirse  definitivamente  en  las  aguas cenagosas. Desde ese día,  todas  las  tardes, cuando cierra  la noche,  se ve aparecer una lámpara  refulgente  que  flota  graciosamente  sobre  la  superficie  del  río,  a  la  altura  del puente Napoleón,  llevando,  en  lugar  de  asas,  dos  preciosas  alas  de  ángel.  Se  desliza lentamente sobre las aguas, avanza hasta cruzar los arcos del puente de la Estación y del puente de Austerlitz, y prolonga  su estela  silenciosa  sobre el Sena hasta el puente del Alma. Una vez allí,  remonta con  facilidad el curso del  río, y  retorna al cabo de cuatro horas  al  punto  de  partida. Y  así  sucesivamente  durante  toda  la  noche.  Su  resplandor blanco como la luz eléctrica, cubre el de los faroles que bordean ambas orillas, entre las que avanza como una reina solitaria,impenetrable, con una sonrisa inextinguible, sin que su  aceite  se derrame  con  amargura. En un comienzo  las embarcaciones  la perseguían, pero  ella  burlaba  esos  esfuerzos  inútiles,  escapaba  de  todas  las  persecuciones, sumergiéndose  con  coquetería,  y  reapareciendo  más  allá,  a  gran  distancia.  En  la actualidad,  los  marinos  supersticiosos,  cuándo  la  ven,  reman  en  dirección  opuesta  y suspenden  sus  canciones.  Si  de  noche  pasáis  por  un  puente,  prestad  atención: seguramente veréis brillar  la  lámpara, más cerca o más  lejos; aunque se dice que no se muestra  a  todo  el mundo.  Si  pasa  por  el  puente  un  ser  humano  que  tiene  algún  peso sobre  la  conciencia,  ella  apaga  súbitamente  sus  reflejos,  y  el  caminante  despavorido escudriña en vano, con ojos desesperados, la superficie y el légamo del río. Sabe lo que eso significa. Le hubiera gustado creer que ha visto la claridad celestial, pero se dice a símismo que  la  luz provenía de  la proa de  los barcos o del reflejo de  los faroles; y hace bien.  Sabe  que  esa  desaparición  la  provoca  él  mismo,  y,  enfrascado  en  tristes reflexiones,  aprieta  el  paso  para  llegar  a  su  casa. Entonces  la  lámpara  de mechero  de plata  reaparece  en  la  superficie  y  prosigue  su  marcha  señalada  por  elegantes  y caprichosos arabescos.

 

Canto 3ro Parte 2 "La Loca" ("Cantos de Maldoror" Conde de Lautreamont)

2. Allí tenéis a la loca que pasa bailando, mientras rememora vagamente algo. Los niños la persiguen a pedradas como si fuera un mirlo. Enarbola un palo, y hace ademán de correrlos; luego prosigue su camino. Ha perdido un zapato en el trayecto, pero no lo nota. Largas patas de araña recorren su nuca: son tan sólo sus cabellos. Su rostro ha dejado de parecerse a un rostro humano, y lanza carcajadas como la hiena. Se le escapan jirones de frases, en las que, por más que se las hilvane, muy pocos encontrarían un significado claro. Su vestido, con agujeros en más de un sitio, está animado de violentas sacudidas en tomo de sus piernas huesudas y embarradas. Ella marcha hacia adelante como la hoja del álamo, viéndose arrastrada, ella, su juventud, sus ilusiones y su felicidad pasada que vuelve a ver a través de las brumas de una inteligencia destruida, por el torbellino de las facultades inconscientes. Ha perdido su encanto y su belleza primeros; su andar es grosero y su aliento hiede a aguardiente. Si los hombres fueran felices en esta Tierra, entonces sería la ocasión para asombrarse. La loca no hace ningún reproche, es demasiado altiva para quejarse, y morirá sin haber revelado su secreto a los que se interesan por ella, pero a quienes ha prohibido que le dirijan la palabra. Los niños la persiguen a pedradas como si fuera un mirlo. Se le acaba de caer del seno un rollo de papel. Un desconocido lo recoge, se encierra en su casa toda la noche y lee el manuscrito que contiene lo que sigue: "Después de muchos años de esterilidad, la Providencia me envió una hija. Durante tres días estuve arrodillada en las iglesias, y no cesé de agradecer al gran nombre de Aquel que finalmente había atendido mis súplicas. Alimenté con mi propia leche a la que era más que mi vida, y que yo veía crecer rápidamente, dotada de todas las cualidades del alma y del cuerpo. Ella me decía: “Quisiera tener una hermanita para divertirme con ella; ruega al buen Dios que me envíe una, y, como recompensa, tejeré para él una guirnalda de violetas, mentas y geranios.” Por única respuesta la levanté hasta mi pecho y la besé con amor. Ella había aprendido ya a interesarse por los animales y me pedía que le explicara por qué la golondrina se conforma con rozar con el ala las cabañas humanas sin atreverse a entrar. Pero yo, colocando un dedo sobre mis labios, le daba a entender que había que guardar silencio sobre esa grave cuestión, cuyos fundamentos no quería hacerle comprender todavía, a fin de no herir con una impresión excesiva su imaginación infantil, y me apresuraba a desviar la conversación de ese asunto, penoso de tratar para todo ser perteneciente a la raza que ha impuesto una dominación injusta sobre los demás animales de la creación. Cuando ella me hablaba de las tumbas del cementerio, diciéndome que en ese ambiente se respiraban los agradables perfumes de los cipreses y de las siemprevivas, me cuidaba de contradecirla, pero le decía que era la ciudad de los pájaros; que allí cantaban desde el alba hasta el crepúsculo vespertino, y que las tumbas eran sus nidos donde reposaban de noche con sus familias, levantando las losas. Todos los lindos vestidos que llevaba, los había cosido yo, así corno los encajes de mil arabescos que le reservaba para los domingos. En invierno, tenía su lugar propio alrededor de la gran chimenea, pues ella se consideraba una persona seria, y, en el verano, el prado reconocía la suave presión de sus pasos, cuando se aventuraba, con su redecilla de seda atada al extremo de un junco, detrás de los colibríes, plenos de independencia, y de las mariposas, con su zigzag irritante. “¿Qué haces, pequeña vagabunda, mientras la sopa te espera hace una hora con la cuchara impaciente?” Pero ella exclamaba, saltando a mi cuello, que no se volvería a repetir. Al día siguiente se escapaba de nuevo a través de las margaritas y las resedas, a través de los rayos del sol y el revoloteo de los insectos efímeros; conocía sólo la prismática copa de la vida, todavía no la hiel; feliz de ser más grande que el abejaruco; se burlaba de la cutruca que no canta tan bien como el ruiseñor; le sacaba la lengua con disimulo al antipático cuervo, que la, miraba paternalmente; y era graciosa como un gatito. Yo no habría de gozar mucho tiempo de su presencia; estaba por llegar la hora en que debía, de modo inesperado, despedirse de los encantos de la vida, abandonando para siempre la compañía de las tórtolas, de las gallinetas, de los verderones, la charla del tulipán y de la anémona, los consejos de las hierbas del pantano, el espíritu mordaz de las ranas, y la frescura de los arroyos. Me contaron lo que había sucedido, pues yo no estuve presente en el acontecimiento que determinó la muerte de mi hija. Si lo hubiera estado, habría defendido a aquel ángel a costa de mi sangre...Maldoror pasaba con su bulldog; ve a una chiquilla que duerme a la sombra de un plátano; la confunde al principio con una rosa. No podría decirse qué fue lo que primero surgió en su espíritu, si la visión de aquella niña o la resolución que tomó al verla. Se desnuda rápidamente, como un hombre que sabe lo que quiere. Desnudo como una piedra se arroja sobre el cuerpo de la niña y le levanta el vestido para cometer un atentado al pudor...¡a la claridad del sol! ¡No tendrá reparo alguno, vamos!... No hay que insistir sobre este acto impuro. Con el espíritu disconforme, se vuelve a vestir precipitadamente, lanza una mirada cauta al camino polvoriento, por donde nadie transita, y ordena al bull-dog que estrangule con la presión de sus quijadas a la niña sangrante. Indica al perro de la montaña el sitio por donde respira y grita la víctima sufriente, y se hace a un lado para no ser testigo de la penetración de los puntiagudos dientes en las venas rosadas. El cumplimiento de esta orden pudo parecer severo al bull-dog. Creyó que le exigían lo que ya se había realizado, y se limitó, ese lobo de hocico monstruoso, a violar a su vez la virginidad de la niña delicada. Desde su vientre desgarrado, la sangre corre de  nuevo a lo largo de las piernas por el prado. Sus lamentos se unen a los quejidos del animal. La joven le presenta la cruz de oro que adorna su cuello para que se aparte; ella no se había atrevido a ponerla ante los ojos salvajes de aquel que en primer término había ideado aprovecharse de la debilidad de sus pocos años. Pero el perro no ignoraba que, si desobedecía a su dueño, un cuchillo sacado de debajo de la manga le abriría súbitamente las entrañas sin decir agua va. Maldoror (¡cuán repugnante resulta pronunciar este nombre!) oía los lamentos agónicos, asombrado de la resistencia de la víctima, que ya daba por muerta. Se acerca al altar de inmolación y comprueba la conducta de su bull-dog, que entregado a sus bajos instintos levantaba la cabeza por encima de la niña, como un náufrago eleva la suya por encima de las olas encolerizadas. Le da un puntapié y le revienta un ojo. El bull-dog, irritado, huye a campo traviesa, arrastrando tras sí durante un trecho que siempre resulta demasiado largo, por corto que fuere, el cuerpo de la niña suspendida, que sólo se desprende gracias a las sacudidas irregulares de la fuga; pero teme atacar a su amo, que no volverá a verlo. Este saca de su bolsillo un cortaplumas americano, compuesto de diez o doce hojas que sirven para diversos usos. Abre las patas angulosas de esa hidra de acero, y armado de semejante escalpelo, viendo que el césped no había todavía desaparecido bajo el color de tanta sangre vertida, se apresta sin palidecer a hurgar animosamente la vagina de la desventurada niña. De aquel orificio ampliado retira sucesivamente los órganos internos; los intestinos, los pulmones, el hígado, y, finalmente, el corazón mismo, son anancados de sus pedículos y llevados a la claridad del día a través de la espantosa abertura. El sacrificador comprueba que la niña, pollo vaciado, ha muerto hace rato, y pone fin a la perseverancia creciente de sus estragos, dejando reposar el cadáver a la sombra de un plátano. El cortaplumas abandonado fue recogido unos pasos más allá. Un pastor, testigo del crimen, cuyo autor no fue descubierto, hizo el relato sólo mucho tiempo después, cuando estuvo seguro de que el criminal había alcanzado libremente la frontera, y de que ya no tenía que temer la indefectible venganza lanzada contra él en caso de delación. Sentí lástima por el insensato que había cometido esa perversidad, no prevista por el legislador, y que no tenía precedentes. Sentí lástima porque es probable que hubiera perdido la razón cuando manejó el puñal de hoja cuatro veces triple removiendo de arriba abajo las paredes de las vísceras. Sentí lástima porque si no era loco, su conducta vergonzosa debía cobijar un odio inmenso contra sus semejantes, para ensañarse de ese modo con las carnes y las arterias de la inofensiva niña que fue mi hija. Asistí al entierro de esos residuos humanos con muda resignación, y todos los días voy a rezar junto a una tumba." Al concluir esta lectura, el desconocido no puede conservar sus fuerzas y se desvanece. Al recobrar el sentido quema el manuscrito. Había olvidado ese recuerdo de su juventud (la rutina embota la memoria), y después de veinte años de ausencia, volvía a aquel país fatal. ¡Ya no comprará bull-dogs!... ¡No charlará con los pastores!...¡No se acostará a dormir a la sombra de los plátanos!... Los niños la persiguen a pedradas como si fuera un mirlo.

CANTOS DE MALDOROR Canto 2do Parte 14 (Conde de Lautremont)

Hay horas en  la vida en que el hombre de melena piojosa  lanza, con  los ojos fijos,  miradas salvajes a las membranas verdes del espacio, pues le parece oír delante de sí, el irónico  huchear  de  un fantasma.  El menea  la  cabeza  y  la  baja; ha  oído  la voz  de  la conciencia. Entonces sale precipitadamente de la casa con la velocidad de un loco, toma la  primera dirección  que  se  ofrece  a  su  estupor,  y devora  las  planicies  rugosas  de la  campiña.  Pero  el  fantasma  amarillo no  lo  pierde  de  vista  y  lo  persigue  con similar rapidez. A veces, en noches de tormenta, cuando legiones de pulpos alados, que de lejos parecen cuervos,  se ciernen por encima de  las nubes, dirigiéndose con  firmes bogadas hacia  las ciudades de  los humanos, con  la misión de prevenirles que deben cambiar de conducta, el guijarro de ojo sombrío ve pasar, uno tras otro, dos seres a la claridad de un relámpago,  y,  enjugando  una furtiva  lágrima  de  compasión  que  se desliza  desde  su párpado helado, exclama: "Por cierto que lo merece; no es más que un acto de justicia." 
Después  de  haber  dicho  esto,  recobra  su actitud  huraña,  y  sigue  observando,  con un temblor nervioso,  la caza del hombre, y los grandes  labios de  la vagina de sombra, de donde  se  desprenden incesantemente, como  un  río,  inmensos espermatozoides tenebrosos que toman impulso en el éter lúgubre, escondiendo en el vasto despliegue de sus alas de murciélago,  la naturaleza entera, y  las legiones  solitarias de pulpos que  se  han vuelto taciturnos ante el aspecto de esas fulguraciones sordas e inexpresables. Pero durante  ese lapso,  el  steeple-chase continúa  entre  los dos  infatigables corredores, mientras el fantasma  lanza por  la boca chorros de fuego sobre  la espalda calcinada del antílope humano. Si durante el cumplimiento de este deber encuentra en el camino a la piedad, que quiere cerrarle el paso, cede a sus súplicas de mala gana, y deja escapar al hombre. El fantasma hace chasquear la lengua, como para decirse a sí mismo que da por terminada la persecución, y vuelve a su pocilga hasta nueva orden. Su voz de condenado se oye hasta en las capas más lejanas del espacio, y, cuando su aullido espantoso penetra en el  corazón humano, éste preferiría  tener, según dicen, a  la muerte por madre antes  que al remordimiento por hijo. Hunde la cabeza hasta los hombros en las complejidades terrosas  de  un  agujero, pero  la  conciencia  volatiliza  este  ardid  de  avestruz.  La excavación  se evapora, gota de éter;  la  luz aparece con  su cortejo de  rayos, como una bandada  de  chorlitos que  desciende  sobre  las  alhucemas;  y  el hombre  se  encuentra frente  a  sí  mismo con  los  ojos  abiertos  y  turbios.  Lo  he visto  encaminarse  en  la dirección  del mar,  subir  sobre  un  promontorio carcomido  y  azotado  por  la  ceja  de  la espuma,  y  precipitarse  como  una  flecha en  las  olas.  He  aquí  el milagro:  el cadáver reaparecía  al  día  siguiente  en  la superficie  del  océano,  que  devolvía  a  la orilla  este despojo de carne. El hombre se desprendía del molde que su cuerpo había excavado en la arena, exprimía el agua de sus cabellos mojados, y volvía a emprender, con la frente gacha  y  muda, el camino  de  la  vida.  La  conciencia  juzga severamente  nuestros pensamientos y nuestros actos más secretos, y no se equivoca. Como ella es a menudo impotente para prevenir el mal, no se cansa de acosar al hombre como si fuera un zorro, sobre  todo en  la oscuridad. Ojos vengadores, que  la ciencia  ignorante llama meteoros, esparcen una  llamarada lívida, pasan girando  sobre  si mismos, y articulan palabras de misterio... que él comprende. Entonces su almohada queda deshecha por  las sacudidas de  su  cuerpo abrumado  por  el  insomnio,  y  oye  la siniestra  respiración de  los vagos rumores de la noche. El mismo ángel del sueño, mortalmente herido en la frente por una piedra desconocida, abandona su tarea, y se remonta hacia los cielos. Pues bien, esta vez me presento para defender al hombre, yo, el escarnecedor de  todas  las virtudes, yo, el que  no  ha  podido  olvidar  al Creador,  desde  el  día  glorioso  en  que, derribando  de  su zócalo  los anales del cielo, donde, por medio de no sé qué infames embrollos, estaban consignados su poderío y su eternidad,  le apliqué mis cuatrocientas ventosas debajo de la axila hasta hacerle lanzar gritos terribles... Se transformaron en víboras al salir de su boca, y fueron a ocultarse entre las malezas, en los muros ruinosos, al acecho de día, al acecho  de  noche.  Esos gritos, que  se  volvieron  reptantes,  dotados  de innumerables anillos, con una cabeza pequeña y aplastada, y ojos pérfidos, han jurado dar caza a  la inocencia  humana,  y cuando  ésta  se  pasea  entre  la maraña  de  los montes,  o  junto  al respaldo  de  los taludes, o  sobre  las  arenas de  las dunas, no  tarda  en  cambiar de  idea. 
Siempre que  todavía esté a  tiempo, pues a veces el hombre advierte  la penetración del veneno en  las venas de  su pierna, por una mordedura casi  imperceptible, antes de que pueda  retroceder y huir. Así, el Creador, conservando una admirable sangre  fría, hasta en los sufrimientos más atroces, sabe extraer del propio seno de ellos, gérmenes nocivos para  los habitantes  de  la  Tierra.  Cuál  no  sería  su asombro  cuando  vio  a Maldoror, 
convertido en pulpo, avanzar hacia su cuerpo ocho patas monstruosas, cada una de  las cuales, sólida correa, habría podido abarcar  fácilmente  la circunferencia de un planeta. 
Tomado  de  sorpresa,  se  debatió  algunos instantes  contra  ese  abrazo  viscoso,  que se estrechaba  cada  vez  más...yo  temía algún  golpe  peligroso  de  su  parte.  Tras haber sorbido abundantemente  los glóbulos de  su  sangre  sagrada, me  separé bruscamente de su cuerpo majestuoso, y me escondí en una caverna que desde entonces constituyó mi morada. Después de infructuosas búsquedas, no pudo encontrarme. Hace mucho tiempo de eso, pero sospecho que ahora ya conoce mi morada; se cuida de entrar en ella; ambos 
vivimos como monarcas vecinos que conocen sus fuerzas respectivas, y no pudiéndose vencer el uno al otro, están hartos de las batallas inútiles del pasado. El me teme, yo lo temo; uno y otro,  sin haber sido vencidos, hemos experimentado  los rudos golpes del adversario, y nos conformamos con eso. Sin embargo, estoy dispuesto a recomenzar  la lucha  cuando él  quiera.  Pero  que  no  espere  un momento  favorable  para  sus  ocultos designios.  Estaré  siempre  en  guardia,  sin apartar  de  él mi mirada.  Que  no  vuelva a enviar  a  la  tierra  la  conciencia  y  sus tormentos. Enseñé  a  los  hombres  cuáles son  las armas para combatirla con ventaja. Todavía no están familiarizados con ella, pero sabes que para mí  es  como paja que lleva  el viento. Ese es el caso que  le hago. Si quisiera aprovechar  la  oportunidad que se me presenta  de  sutilizar  tales discusiones poéticas, agregaría que hasta hago más caso de  la paja que de  la conciencia, pues  la paja es útil para el buey que  la  rumia, mientras que  la conciencia  sólo  sabe mostrar  sus garras de acero. Estas  últimas  sufrieron una penosa derrota  el  día  que  se enfrentaron  conmigo. 
Como  la  conciencia  había  sido  enviada por  el  Creador,  creí  conveniente  no dejarme cerrar el paso por ella. Si se hubiera presentado con la modestia y humildad propias de su  rango, y de  las que nunca hubiera debido separarse, yo  la habría escuchado. No me gustó su orgullo. Extendi la mano y mis dedos trituraron las garras, que cayeron hechas polvo bajo la presión multiplicada de ese mortero de nuevo estilo. Extendí la otra mano y le arranqué la cabeza. Inmediatamente después arrojé de mi casa a latigazos a aquella mujer, y no  la he vuelto a ver más. Conservé su cabeza como recuerdo de mi victoria. 
Con una cabeza en la mano, cuyo cráneo yo roía, me erguí sobre un pie como la garza real, al borde del precipicio tallado en las laderas de la montaña. Me han visto descender al valle, mientras  la piel de mi pecho estaba  inmóvil y  tranquila  como  la  losa de una tumba. Con una cabeza en  la mano cuyo cráneo yo roía, atravesé a nado los remolinos más peligrosos,  salvé  los escollos mortales, y me sumergí por debajo de  las corrientes para asistir como forastero a  los combates de  los monstruos marinos; me  separé de la costa hasta que mi vista penetrante no la alcanzara; y  los horrorosos calambres, con su magnetismo paralizador, rondaban alrededor de mis miembros que hendían las olas con movimientos  firmes,  sin  osar acercarse. Me  han  visto  volver  sano  y salvo  a  la  playa, mientras la piel de mi pecho estaba inmóvil y tranquila como la losa de una tumba. Con una  cabeza  en  la mano,  cuyo cráneo yo roía,  subí  los escalones ascendentes de una  elevada torre. Llegué con  las piernas cansadas  a la plataforma vertiginosa. Desde allí contemplé la llanura, el mar; contemplé el sol, el firmamento; rechazando con el pie el granito  que  no cedió,  desafié  a  la muerte  y  a  la venganza  divina  con  un supremo abucheo, y me precipité como un adoquín en  la boca del espacio. Los hombres oyeron el choque doloroso y retumbante que resultó del encuentro del suelo con la cabeza de la conciencia, que yo había soltado en mi caída. Me vieron descender con la lentitud de un pájaro, transportado  por  una  nube invisible,  y recoger  la  cabeza,  para l forzarla  a  ser testigo de un triple crimen que yo debía cometer aquel día, mientras la piel de mi pecho estaba inmóvil y tranquila como la losa de una tumba. Con una cabeza en la mano, cuyo cráneo  yo  roía, me  dirigí hacia  el  sitio donde  se  levantan  los postes  que sostienen  la guillotina. Coloqué el delicado candor de los cuellos de tres muchachas bajo la cuchilla. 
En mi papel de verdugo, solté el cordón con la aparente experiencia de toda una vida, Y el  hierro  triangular,  cayendo oblícuamente,  cortó  tres  cabezas  que me miraban  con dulzura. Puse en seguida la mía bajo la pesada navaja, y el verdugo se dispuso a cumplir con  su  deber. Tres veces  la cuchilla descendió deslizándose por  las ranuras, cada vez con mayor vigor; tres veces mi armazón material, sobre todo en el lugar del cuello, fue sacudido hasta en sus cimientos, como cuando en sueños uno se imagina ser aplastado por  una  casa  que se  derrumba.  Para dejarme  alejar  de la fúnebre  plaza,  el pueblo estupefacto me abrió paso; vio cómo seguía mi camino a codazos en medio de la masa ondulante, y cómo me desplazaba lleno de vida, avanzando con la cabeza alta, mientras la piel de mi pecho estaba inmóvil y tranquila como la losa de una tumba. Dije que esta vez quería defender al hombre, pero temo que mi apología no sea expresión de la verdad y, por lo tanto, prefiero callarme. La humanidad sabrá aplaudir esta medida con gratitud

domingo, 30 de enero de 2011

Recapitulaciones de Octavio Paz

El poema es inexplicable, no ininteligible.
Poema es lenguaje rítmico —no lenguaje ritmado (canto) ni mero ritmo verbal (propiedad general del habla, sin excluir a la prosa).
Ritmo es relación de alteridad y semejanza: este sonido no es aquél, este sonido es como aquél.
El ritmo es la metáfora original y contiene a todas las otras. Dice: la sucesión es repetición, el tiempo es no—tiempo.
Lírico, épico o dramático, el poema es sucesión y repetición, fecha y rito. El happening también es poema (teatro) y rito (fiesta) pero carece de un elemento esencial: el ritmo, la reencarnación del instante. Una y otra vez repetimos los endecasílabos de Góngora y los monosílabos con que termina el Altazor de Huidobro; una y otra vez Swan escucha la sonata de Vinteuil, Agamenón inmola a Ifigenia, Segismundo descubre que sueña despierto —el happening sucede sólo una vez.
El instante se disuelve en la sucesión anónima de los otros instantes. Para salvarlo debemos convertirlo en ritmo. El happening abre otra posibilidad: el instante que no se repite. Por definición, ese instante no puede ser sino el último: el happening es una alegoría de la muerte.
El circo romano es la prefiguración y la crítica del happening. La prefiguración: en un happening coherente con sus postulados todos los actores deberían morir; la crítica; la representación del instante último exigiría la extirpación de la especie humana. El único acontecimiento irrepetible: el fin del mundo.
Entre el circo romano y el happeningi la corrida de toros. El riesgo, pero asimismo el estilo.
El poema hecho de una sola sílaba no es menos complejo que la Divina Comedia o El paraíso perdido. El sutra Satasahasrika expone la doctrina en cien mil estrofas; el Eksaksari en una sílaba: a. En el sonido de esa vocal se condensa todo el lenguaje, todas las significaciones y, simultáneamente, la final ausencia de significación del lenguaje y del mundo.
Comprender un poema quiere decir, en primer término, oírlo.
Las palabras entran por el oído, aparecen ante los ojos, desaparecen en la contemplación. Toda lectura de un poema tiende a provocar el silencio.
Leer un poema es oírlo con los ojos; oírlo, es verlo con los oídos.
Al leer o escuchar un poema, no olemos, saboreamos o tocamos las palabras. Todas esas sensaciones son imágenes mentales. Para sentir un poema hay que comprenderlo; para comprenderlo: oírlo, verlo, contemplarlo —convertirlo en eco, sombra, nada. Comprensión es ejercicio espiritual.
Duchamp decía: si un objeto de tres dimensiones proyecta una sombra de dos dimensiones, deberíamos imaginar ese objeto desconocido de cuatro dimensiones cuya sombra somos. Por mi parte me fascina la búsqueda del objeto de una dimensión que no arroja sombra alguna.
Cada lector es otro poeta; cada poema, otro poema. En perpetuo cambio, la poesía no avanza.
En el discurso una frase prepara a la otra; es un encadenamiento con un principio y un fin. En el poema la primera frase contiene a la última y la última evoca a la primera. La poesía es nuestro único recurso contra el tiempo rectilíneo —contra el progreso.
La moral del escritor no está en sus temas ni en sus propósitos sino en su conducta frente al lenguaje.
En poesía la técnica se llama moral: no es una manipulación sino una pasión y un ascetismo.
El falso poeta habla de sí mismo, casi siempre en nombre de los otros. El verdadero poeta habla con los otros al hablar consigo mismo.
La oposición entre obra cerrada y obra abierta no es absoluta. Para consumarse, el poema hermético necesita la intervención de un lector que lo descifre. El poema abierto implica, asimismo, una estructura mínima: un punto de partida o, como dicen los budistas: un «apoyo» para la meditación. En el primer caso, el lector abre el poema; en el segundo, lo completa, lo cierra.
La página en blanco o cubierta únicamente de signos de puntuación es como una jaula sin pájaro. La verdadera obra abierta es aquella que cierra la puerta: el lector, al abrirla, deja escapar al pájaro, al poema.
Abrir el poema en busca de esto y encontrar aquello —siempre otra cosa.
Abierto o cerrado, el poema exige la abolición del poeta que lo escribe y el nacimiento del poeta que lo lee.
La poesía es lucha perpetua contra la significación. Dos extremos: el poema abarca todos los significados, es el significado de todas las significaciones; el poema niega toda significación al lenguaje. En la época moderna la primera tentativa es la de Mallarmé; la segunda, la de Dada. Un lenguaje más allá del lenguaje o la destrucción del lenguaje por medio del lenguaje.
Dada fracasó porque creyó que la derrota del lenguaje sería el triunfo del poeta. El surrealismo afirmó la supremacía del lenguaje sobre el poeta. Toca a los poetas jóvenes borrar la distinción entre creador y lector descubrir el punto de encuentro entre el que habla y el que oye.
Desde la disgregación del catolicismo medieval, el arte se separó de la sociedad. Pronto se convirtió en una religión individual y en el culto privado de unas sectas. Nació la «obra de arte» y la idea correlativa de «contemplación estética». Kant y todo lo demás. La época que comienza acabará por fin con las «obras» y disolverá la contemplación en el acto. No un arte nuevo: un nuevo ritual, una fiesta, la invención de una forma de pasión que será una repartición del tiempo, el espacio y el lenguaje.
Cumplir a Nietzsche, llevar hasta su límite la negación. Al final nos espera el juego: la fiesta, la consumación de la obra, su encarnación momentánea y su dispersión.
Llevar hasta su límite la negación. Allá nos espera la contemplación; la desencarnación del lenguaje, la transparencia.
Lo que nos propone el budismo es el fin de las relaciones, la abolición de las dialécticas —un silencio que no es la disolución sino la resolución del lenguaje.
El poema debe provocar al lector: obligarlo a oír —a oírse. Oírse: o irse. ¿A dónde?
La actividad poética nace de la desesperación ante la impotencia de la palabra y culmina en el reconocimiento de la omnipotencia del silencio.
No es poeta aquel que no haya sentido la tentación de destruir el lenguaje o de crear otro, aquel que no haya experimentado la fascinación de la no—significación y la no menos aterradora de la significación indecible.
Entre el grito y el callar, entre el significado que es todos los significados y la ausencia de significación, el poema se levanta. ¿Qué dice ese delgado chorro de palabras? Dice que no dice nada que no hayan ya dicho el silencio y la gritería. Y al decirlo, cesan el ruido y el silencio. Precaria victoria, amenazada siempre por las palabras que no dicen nada, por el silencio que dice: nada.
Creer en la eternidad del poema sería tanto como creer en la eternidad del lenguaje. Hay que rendirse a la evidencia: los lenguajes nacen y mueren, todos los significados un día dejan de tener significado. ¿Y este dejar de tener significado no es el significado de la significación? Hay que rendirse a la evidencia...
Triunfo de la palabra: el poema es como esos desnudos femeninos de la pintura alemana que simbolizan la victoria de la muerte. Monumentos vivos, gloriosos, de la corrupción de la carne.
La poesía y la matemática son los dos polos extremos del lenguaje. Más allá de ellos no hay nada —el territorio de lo indecible; entre ellos, el territorio inmenso, pero finito, de la conversación.
Enamorado del silencio, el poeta no tiene más remedio que hablar.
La palabra se apoya en un silencio anterior al habla —un presentimiento de lenguaje. El silencio, después de la palabra, reposa en un lenguaje —es un silencio cifrado. El poema es el tránsito entre uno y otro silencio —entre el querer decir y el callar que funde querer y decir.
Más allá de la sorpresa y de la repetición;
Estas Recapitulaciones fueron publicadas por primera vez en Comente alterna., México, Siglo XXI, 1967.


El Libro de las Preguntas (Pablo Neruda

EL LIBRO DE LAS PREGUNTAS (I)
1.
Por qué los inmensos aviones
no se pasean con sus hijos?
Cuál es el pájaro amarillo
que llena el nido de limones?
Por qué no enseñan a sacar
miel del sol a los helicópteros?
Dónde dejó la luna llena
su saco nocturno de harina?
2.
Si he muerto y no me he dado cuenta
a quién le pregunto la hora?
De dónde saca tantas hojas
la primavera de Francia?
Dónde puede vivir un ciego
a quien persiguen las abejas?
Si se termina el amarillo
con qué vamos a hacer el pan?
3.
Dime, la rosa está desnuda
o sólo tiene ese vestido?
Por qué los árboles esconden
el esplendor de sus raíces?
Quién oye los remordimientos
del automóvil criminal?
Hay algo más triste en el mundo
que un tren inmóvil en la lluvia?
4.
Cuántas iglesias tiene el cielo?
Por qué no ataca el tiburón
a las impávidas sirenas?
Conversa el humo con las nubes?
Es verdad que las esperanzas
deben regarse con rocío?
5.
Qué guardas bajo tu joroba?
dijo un camello a una tortuga.
Y la tortuga preguntó:
Qué conversas con las naranjas?
Tiene más hojas un peral
que Buscando el Tiempo Perdido?
Por qué se suicidan las hojas
cuando se sienten amarillas?
6.
Por qué el sombrero de la noche
vuela con tantos agujeros?
Qué dice la vieja ceniza
cuando camina junto al fuego?
Por qué lloran tanto las nubes
y cada vez son más alegres?
Para quién arden los pistilos
del sol en sombra del eclipse?
Cuántas abejas tiene el día?
7.
Es paz la paz de la paloma?
El leopardo hace la guerra?
Por qué enseña el profesor
la geografía de la muerte?
Qué pasa con las golondrinas
que llegan tarde al colegio?
Es verdad que reparten cartas
transparentes, por todo el cielo?
8.
Qué cosa irrita a los volcanes
que escupen fuego, frío y furia?
Por qué Cristóbal Colón
no pudo descubrir a España?
Cuántas preguntas tiene un gato?
Las lágrimas que no se lloran
esperan en pequeños lagos?
O serán ríos invisibles
que corren hacia la tristeza?
9.
Es este mismo el sol de ayer
o es otro el fuego de su fuego?
Cómo agradecer a las nubes
esa abundancia fugitiva?
De dónde viene el nubarrón
con sus sacos negros de llanto?
Dónde están los nombres aquellos
dulces como tortas de antaño?
Dónde se fueron las Donaldas,
las Clorindas, las Eduvigis?
10.
Qué pensarán de mi sombrero,
en cien años más, los polacos?
Qué dirán de mi poesía
los que no tocaron mi sangre?
Cómo se mide la espuma
que resbala de la cerveza?
Qué hace una mosca encarcelada
en un soneto de Petrarca?
11.
Hasta cuándo hablan los demás
si ya hemos hablado nosotros?
Qué diría José Martí
del pedagogo Marinello?
Cuántos años tiene Noviembre?
Qué sigue pagando el Otoño
con tanto dinero amarillo?
Cómo se llama ese cocktail
que mezcla vodka con relámpagos?
12.
Y a quién le sonríe el arroz
con infinitos dientes blancos?
Por qué en las épocas oscuras
se escribe con tinta invisible?
Sabe la bella de Caracas
cuántas faldas tiene la rosa?
Por qué me pican las pulgas
y los sargentos literarios?
13.
Es verdad que sólo en Australia
hay cocodrilos voluptuosos?
Cómo se reparten el sol
en el naranjo las naranjas?
Venía de una boca amarga
la dentadura de la sal?
Es verdad que vuela de noche
sobre mi patria un cóndor negro?
14.
Y qué dijeron los rubíes
ante el jugo de las granadas?
Pero por qué no se convence
el Jueves de ir después del Viernes?
Quiénes gritaron de alegría
cuando nació el color azul?
Por qué se entristece la tierra
cuando aparecen las violetas?
15.
Pero es verdad que se prepara
la insurrección de los chalecos?
Por qué otra vez la Primavera
ofrece sus vestidos verdes?
Por qué ríe la agricultura
del llanto pálido del cielo?
Cómo logró su libertad
la bicicleta abandonada?
16.
Trabajan la sal y el azúcar
construyendo una torre blanca?
Es verdad que en el hormiguero
los sueños son obligatorios?
Sabes qué meditaciones
rumia la tierra en el otoño?
(Por qué no dar una medalla
a la primera hoja de oro?)
17.
Te has dado cuenta que el Otoño
es como una vaca amarilla?
Y cómo la bestia otoñal
es luego un oscuro esqueleto?
Y cómo el invierno acumula
tantos azules lineales?
Y quién pidió a la Primavera
su monarquía transparente?
18.
Cómo conocieron las uvas
la propaganda del racimo?
Y sabes lo que es más difícil
entre granar y desgranar?
Es malo vivir sin infierno:
no podemos reconstruirlo?
Y colocar al triste Nixon
con el traste sobre el brasero?
Quemándolo a fuego pausado
con napalm norteamericano?
19.
Han contado el oro que tiene
el territorio del maíz?
Sabes que es verde la neblina
a mediodía, en Patagonia?
Quién canta en el fondo del agua
en la laguna abandonada?
De qué ríe la sandía
cuando la están asesinando?
20.
Es verdad que el ámbar contiene
las lágrimas de las sirenas?
Cómo se llama una flor
que vuela de pájaro en pájaro?
No es mejor nunca que tarde?
Y por qué el queso se dispuso
a ejercer proezas en Francia?
21.
Y cuando se fundó la luz
esto sucedió en Venezuela?
Dónde está el centro del mar?
Por qué no van allí las olas?
Es cierto que aquel meteoro
fue una paloma de amatista?
Puedo preguntar a mi libro
si es verdad que yo lo escribí?
22.
Amor, amor aquel y aquella,
si ya no son, dónde se fueron?
Ayer, ayer dije a mis ojos
cuándo volveremos a vernos?
Y cuando se muda el paisaje
son tus manos o son tus guantes?
Cuando canta el azul del agua
cómo huele el rumor del cielo?
23.
Se convierte en pez volador
si transmigra la mariposa?
Entonces no era verdad
que vivía Dios en la luna?
De qué color es el olor
del llanto azul de las violetas?
Cuántas semanas tiene un día
y cuántos años tiene un mes?
24.
El 4 es 4 para todos?
Son todos los sietes iguales?
Cuando el preso piensa en la luz
es la misma que te ilumina?
Has pensado de qué color
es el Abril de los enfermos?
Qué monarquía occidental
se embandera con amapolas?
25.
Por qué para esperar la nieve
se ha desvestido la arboleda?
Y cómo saber cual es Dios
entre los Dioses de Calcuta?
Por qué viven tan harapientos
todos los gusanos de seda?
Por qué es tan dura la dulzura
del corazón de la cereza?
Es porque tiene que morir
o porque tiene que seguir?
26.
Aquel solemne Senador
que me atribuía un castillo
devoró ya con su sobrino
la torta del asesinato?
A quién engaña la magnolia
con su fragancia de limones?
Dónde deja el puñal el águila
cuando se acuesta en una nube?
27.
Murieron tal vez de vergüenza
estos trenes que se extraviaron?
Quién ha visto nunca el acíbar?
Dónde se plantaron los ojos
del camarada Paul Éluard?
Hay sitio para unas espinas?
le preguntaron al rosal.
28.
Por qué no recuerdan los viejos
las deudas ni las quemaduras?
Era verdad aquel aroma
de la doncella sorprendida?
Por qué los pobres no comprenden
apenas dejan de ser pobres?
Dónde encontrar una campana
que suene adentro de tus sueños?
29.
Qué distancia en metros redondos
hay entre el sol y las naranjas?
Quién despierta al sol cuando duerme
sobre su cama abrasadora?
Canta la tierra como un grillo
entre la música celeste?
Verdad que es ancha la tristeza,
delgada la melancolía?
30.
Cuando escribió su libro azul
Rubén Darío no era verde?
No era escarlata Rimbaud,
Góngora de color violeta?
Y Victor Hugo tricolor?
Y yo a listones amarillos?
Se juntan todos los recuerdos
de los pobres de las aldeas?
Y en una caja mineral
guardaron sus sueños los ricos?
31.
A quién le puedo preguntar
qué vine a hacer en este mundo?
Por qué me muevo sin querer,
por qué no puedo estar inmóvil?
Por qué voy rodando sin ruedas,
volando sin alas ni plumas,
y qué me dio por transmigrar
si viven en Chile mis huesos?
32.
Hay algo más tonto en la vida
que llamarse Pablo Neruda?
Hay en el cielo de Colombia
un coleccionista de nubes?
Por qué siempre se hacen en Londres
los congresos de los paraguas?
Sangre color de amaranto
tenía la reina de Saba?
Cuando lloraba Baudelaire
lloraba con lágrimas negras?
33.
Y por qué el sol es tan mal amigo
del caminante en el desierto?
Y por qué el sol es tan simpático
en el jardín del hospital?
Son pájaros o son peces
en estas redes de la luna?
Fue adonde a mí me perdieron
que logré por fin encontrarme?
34.
Con las virtudes que olvidé
me puedo hacer un traje nuevo?
Por qué los ríos mejores
se fueron a correr en Francia?
Por qué no amanece en Bolivia
desde la noche de Guevara?
Y busca allí a los asesinos
su corazón asesinado?
Tienen primero gusto a lágrimas
las uvas negras del desierto?
35.
No será nuestra vida un túnel
entre dos vagas claridades?
O no será una claridad
entre dos triángulos oscuros?
O no será la vida un pez
preparado para ser pájaro?
La muerte será de no ser
o de sustancias peligrosas?
36.
No será la muerte por fin
una cocina interminable?
Qué harán tus huesos disgregados,
buscarán otra vez tu forma?
Se fundirá tu destrucción
en otra voz y en otra luz?
Formarán parte tus gusanos
de perros o de mariposas?
37.
De tus cenizas nacerán
checoeslovacos o tortugas?
Tu boca besará claveles
con otros labios venideros?
Pero sabes de dónde viene
la muerte, de arriba o de abajo?
De los microbios o los muros,
de las guerras o del invierno?
38.
No crees que vive la muerte
dentro del sol de una cereza?
No puede matarte también
un beso de la primavera?
Crees que el luto te adelanta
la bandera de tu destino?
Y encuentras en la calavera
tu estirpe a hueso condenada?
39.
No sientes también el peligro
en la carcajada del mar?
No ves en la seda sangrienta
de la amapola una amenaza?
No ves que florece el manzano
para morir en la manzana?
No lloras rodeado de risa
con las botellas del olvido?
40.
A quién el cóndor andrajoso
da cuenta de su cometido?
Cómo se llama la tristeza
en una oveja solitaria?
Y qué pasa en el palomar
si aprenden canto las palomas?
Si las moscas fabrican miel
ofenderán a las abejas?
41.
Cuánto dura un rinoceronte
después de ser enternecido?
Qué cuentan de nuevo las hojas
de la reciente primavera?
Las hojas viven en invierno
en secreto, con las raíces?
Qué aprendió el árbol de la tierra
para conversar con el cielo?
42.
Sufre más el que espera siempre
que aquel que nunca esperó a nadie?
Dónde termina el arco iris,
en tu alma o en el horizonte?
Tal vez una estrella invisible
será el cielo de los suicidas?
Dónde están las viñas de hierro
de donde cae el meteoro?
43.
Quién era aquella que te amó
en el sueño, cuando dormías?
Dónde van las cosas del sueño?
Se van al sueño de los otros?
Y el padre que vive en los sueños
vuelve a morir cuando despiertas?
Florecen las plantas del sueño
y maduran sus graves frutos?
44.
Dónde está el niño que yo fui,
sigue adentro de mí o se fue?
Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?
Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?
Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia se murió?
Y si el alma se me cayó
por qué me sigue el esqueleto?
45.
El amarillo de los bosques
es el mismo del año ayer?
Y se repite el vuelo negro
de la tenaz ave marina?
Y donde termina el espacio
se llama muerte o infinito?
Qué pesan más en la cintura,
los dolores o los recuerdos?
46.
Y cómo se llama ese mes
que está entre Diciembre y Enero?
Con qué derecho numeraron
las doce uvas del racimo?
Por qué no nos dieron extensos
meses que duren todo el año?
No te engañó la primavera
con besos que no florecieron?
47.
Oyes en medio del otoño
detonaciones amarillas?
Por qué razón o sinrazón
llora la lluvia su alegría?
Qué pájaros dictan el orden
de la bandada cuando vuela?
De qué suspende el picaflor
su simetría deslumbrante?
48.
Son los senos de las sirenas
las redondescas caracolas?
O son olas petrificadas
o juego inmóvil de la espuma?
No se ha incendiado la pradera
con las luciérnagas salvajes?
Los peluqueros del otoño
despeinaron los crisantemos?
49.
Cuando veo de nuevo el mar
el mar me ha visto o no me ha visto?
Por qué me preguntan las olas
lo mismo que yo les pregunto?
Y por qué golpean la roca
con tanto entusiasmo perdido?
No se cansan de repetir
su declaración a la arena?
50.
Quién puede convencer al mar
para que sea razonable?
De qué le sirve demoler
ámbar azul, granito verde?
Y para qué tantas arrugas
y tanto agujero en la roca?
Yo llegué de detrás del mar
y dónde voy cuando me ataja?
Por qué me he cerrado el camino
cayendo en la trampa del mar?
51.
Por qué detesto las ciudades
con olor a mujer y orina?
No es la ciudad el gran océano
de los colchones que palpitan?
La oceanía de los aires
no tiene islas y palmeras?
Por qué volví a la indiferencia
del océano desmedido?
52.
Cuánto medía el pulpo negro
que oscureció la paz del día?
Eran de hierro sus ramales
y de fuego muerto sus ojos?
Y la ballena tricolor
por qué me atajó en el camino?
53.
Quién devoró frente a mis ojos
un tiburón lleno de pústulas?
Tenía la culpa el escualo
o los peces ensangrentados?
Es el orden o la batalla
este quebranto sucesivo?
54.
Es verdad que las golondrinas
van a establecerse en la luna?
Se llevarán la primavera
sacándola de las cornisas?
Se alejarán en el otoño
las golondrinas de la luna?
Buscarán muestras de bismuto
a picotazos en el cielo?
Y a los balcones volverán
espolvoreadas de ceniza?
55.
Por qué no mandan a los topos
y a las tortugas a la luna?
Los animales ingenieros
de cavidades y ranuras
no podrían hacerse cargo
de estas lejanas inspecciones?
56.
No crees que los dromedarios
preservan luna en sus jorobas?
No la siembran en los desiertos
con persistencia clandestina?
Y no estará prestado el mar
por un corto tiempo a la tierra?
No tendremos que devolverlo
con sus mareas a la luna?
57.
No será bueno prohibir
los besos interplanetarios?
Por qué no analizar las cosas
antes de habilitar planetas?
Y por qué no el ornitorrinco
con su espacial indumentaria?
Las herraduras no se hicieron
para caballos de la luna?
58.
Y qué palpitaba en la noche?
Eran planetas o herraduras?
Debo escoger esta mañana
entre el mar desnudo y el cielo?
Y por qué el cielo está vestido
tan temprano con sus neblinas?
Qué me esperaba en Isla Negra?
La verdad verde o el decoro?
59.
Por qué no nací misterioso?
Por qué crecí sin compañía?
Quién me mandó desvencijar
las puertas de mi propio orgullo?
Y quién salió a vivir por mí
cuando dormía o enfermaba?
Qué bandera se desplegó
allí donde no me olvidaron?
60.
Y qué importancia tengo yo
en el tribunal del olvido?
Cuál es la representación
del resultado venidero?
Es la semilla cereal
con su multitud amarilla?
O es el corazón huesudo
el delegado del durazno?
61.
La gota viva del azogue
corre hacia abajo o hacia siempre?
Mi poesía desdichada
mirará con los ojos míos?
Tendré mi olor y mis dolores
cuando yo duerma destruido?
62.
Qué significa persistir
en el callejón de la muerte?
En el desierto de la sal
cómo se puede florecer?
En el mar del no pasa nada
hay vestido para morir?
Cuando ya se fueron los huesos
quién vive en el polvo final?
63.
Cómo se acuerda con los pájaros
la traducción de sus idiomas?
Cómo le digo a la tortuga
que yo le gano en lentitud?
Cómo le pregunto a la pulga
las cifras de su campeonato?
Y a los claveles qué les digo
agradeciendo su fragancia?
64.
Por qué mi ropa desteñida
se agita como una bandera?
Soy un malvado alguna vez
o todas las veces soy bueno?
Es que se aprende la bondad
o la máscara de la bondad?
No es blanco el rosal del malvado
y negras las flores del bien?
Quién da los nombres y los números
al inocente innumerable?
65.
Brilla la gota de metal
como una sílaba en mi canto?
Y no se arrastra una palabra
a veces como una serpiente?
No crepitó en tu corazón
un nombre como una naranja?
De qué río salen los peces?
De la palabra platería?
Y no naufragan los veleros
por un exceso de vocales?
66.
Echan humo, fuego y vapor
las o de las locomotoras?
En qué idioma cae la lluvia
sobre ciudades dolorosas?
Qué suaves sílabas repite
el aire del alba marina?
Hay una estrella más abierta
que la palabra amapola?
Hay dos colmillos más agudos
que las sílabas de chacal?
67.
Puedes amarme, silabaria,
y darme un beso sustantivo?
Un diccionario es un sepulcro
o es un panal de miel cerrado?
En qué ventana me quedé
mirando el tiempo sepultado?
O lo que miro desde lejos
es lo que no he vivido aún?
68.
Cuándo lee la mariposa
lo que vuela escrito en sus alas?
Qué letras conoce la abeja
para saber su itinerario?
Y con qué cifras va restando
la hormiga sus soldados muertos?
Cómo se llaman los ciclones
cuando no tienen movimiento?
69.
Caen pensamientos de amor
en los volcanes extinguidos?
Es un cráter una venganza
o es un castigo de la tierra?
Con qué estrellas siguen hablando
los ríos que no desembocan?
70.
Cuál es el trabajo forzado
de Hitler en el infierno?
Pinta paredes o cadáveres?
Olfatea el gas de sus muertos?
Le dan a comer las cenizas
de tantos niños calcinados?
O le han dado desde su muerte
de beber sangre en un embudo?
O le martillan en la boca
los arrancados dientes de oro?
71.
O le acuestan para dormir
sobre sus alambres de púas?
O le están tatuando la piel
para lámparas del infierno?
O lo muerden sin compasión
los negros mastines del fuego?
O debe de noche y de día
viajar sin tregua con sus presos?
O debe morir sin morir
eternamente bajo el gas?
72.
Si todos los ríos son dulces
de dónde saca sal el mar?
Cómo saben las estaciones
que deben cambiar de camisa?
Por qué tan lentas en invierno
y tan palpitantes después?
Y cómo saben las raíces
que deben subir a la luz?
Y luego saludar al aire
con tantas flores y colores?
Siempre es la misma primavera
la que repite su papel?
73.
Quién trabaja más en la tierra,
el hombre o el sol cereal?
Entre el abeto y la amapola
a quién la tierra quiere más?
Entre las orquídeas y el trigo
para cuál es la preferencia?
Por qué tanto lujo a una flor
y un oro sucio para el trigo?
Entra el Otoño legalmente
o es una estación clandestina?
74.
Por qué se queda en los ramajes
hasta que las hojas se caen?
Y dónde se quedan colgados
sus pantalones amarillos?
Verdad que parece esperar
el Otoño que pase algo?
Tal vez el temblor de una hoja
o el tránsito del universo?
Hay un imán bajo la tierra,
imán hermano del Otoño?
Cuándo se dicta bajo tierra
la designación de la rosa?