lunes, 13 de julio de 2015

Alfonso Sola González : LOS ROSTROS DEL MAR

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Alfonso Sola González : PARA UNOS RELOJES DE MARTA BRUNET

Alfonso Sola González : PARA UNOS RELOJES DE MARTA BRUNET: Unos relojes mecidos por el viento del mar en el sur de Chile; unos relojes enterrados en la voz de los viajeros que nunca volverán a...

Alfonso Sola González : SALMO DE LA ÚLTIMA NOCHE

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Alfonso Sola González : VOLVER SOBRE TUS OJOS

Alfonso Sola González : VOLVER SOBRE TUS OJOS:   Tantos héroes tontos cabanas bajo lo lluvia y yo leía todos los libros y amaba o las mujeres de pelo extraño o silencioso o rústico...

LA COPA DEL OLVIDO

Escritura automática XII
Es la última copa de mí vida
de mi vida muchacho que se va
que se ha ido copa del sol perros con candelabros
estanterías ardiendo con fuego de llamándote
vida mío amor mío querida mía
toalla de miel mía de jabón mío de quererte en mi casa
en mi pelo de la mañana
entre mis piernas junto al velador de ginebra tejida
espuma deshojada tango de musgo genital mía, mía
la guitarra en el ropero colgada lo lengua en el clavo de
mate dulce
sonámbula otro vez virgen miedosa
desnuda con la palmatoria entre los hormigas del desván
mío mía como mi copa de leche seminal
como la piel de los huevos solares
como hacia adentro hasta el arco del grito
hasta el aullido de la carne sagrado
hasta morir de saliva pentecostal
en tu gran cuerpo de hembra nuevo
de patíbulo de nácar
hasta la violeta luna de tus pezones
en mi boca en mis dientes de perro sacerdotal
de ángel de carne hundiéndote hasta el fin de la espuma rojiza
de tus ovarios dulces como alas plegadas
como cisnes de niños sonriendo a la luz de la luna
como lo última copa
tango de calor animal desgarrando la miel de la lámpara abierta
y jadeando el quejido del amor, ya mojando tu plumón
vida mía,
el planeta aterrado.

Alfonso Sola González : FLAVIA DEBAJO DE LAS TORRES

Alfonso Sola González : FLAVIA DEBAJO DE LAS TORRES:   Escritura automática V Desde lejos los héroes quemaban la grasa de los bueyes para el humo de Flavia Flavia que golpea su gra...

Alfonso Sola González : EL CUBO VENERADO Y SECRETOS SIN AIRE

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Alfonso Sola González : VALS DEL ADIOS

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Alfonso Sola González : SEÑORA DE UN JARDÍN

Alfonso Sola González : SEÑORA DE UN JARDÍN: Te vi vestida como si vinieras desde la oscura sombra. En la errante ventana mis ojos retenían el aire, las plumas que caían. Mir...

Alfonso Sola González : LA CANCION DE LA PUERTA CERRADA

Alfonso Sola González : LA CANCION DE LA PUERTA CERRADA: Ábreme la puerta, madre porque vengo sin dormir. Duerme en las puertos del frío lo puerta no puedo abrir. . . Ábreme lo puerta, mad...

jueves, 9 de julio de 2015

JOAQUÍN SABINA

Mi primer Pasaporte

Mi primera manzana se llamaba quién eres
mi primera hipoteca se llamaba después
mi primer laberinto se llamaba mujeres
mi primer adjetivo se llamaba al revés.
Mi primera guitarra se llamaba extranjero
mi primera moneda se llamaba real
mi primer mandamiento se llamaba no quiero
mi primer uniforme se llamaba papá.
Mi primer apellido se llamaba Martínez
mi primer desconsuelo se llamaba Lulú
mis primeros Abeles se llamaban Caínes
mi primer don Quijote se llamaba Mambrú.
Mi primer espejismo se llamaba verano
mi primera fulana se llamaba por fin
mi primer pasaporte se llamaba Mariano
mi primer aeropuerto se llamaba París.
Mi primera estación se llamaba horizonte
mi primera venganza se llamaba perdón
mi primer cigarrillo se llamaba Bisonte
mi primer crucigrama se llamaba canción.
(De vuelta a Madrid, septiembre de 2004)

Mis primeros desconciertos 
(Mis primeros penúltimos)

Mi primer desconcierto se llamaba destino
mi primer hasta luego se llamaba good bye
mi primer Al Capone se llamaba Al Pacino
mi primer sonotone se llamaba Compay.
Mi primer cumpleaños se llamaba posguerra
mi primer seminario se llamaba Berceo
mi primer planetario se llamaba la tierra
mi primera Julieta se llamaba deseo.
Mi primer molotov se llamaba Bilbao
mi primera viuda se llamaba Vietnam
mis primeros naufragios se llamaban Callao
mi primera esperanza se llamaba l’espoir.
Mi primer desencanto se llamaba febrero
mi primer esperanto se llamaba español
mis primeros pinchazos se llamaban torero
mi primer zapatero se llamaba charol.
Mi primera madrastra se llamaba gran vía
mi primera nostalgia se llamaba baúl
mi primer oui, je t’aime, se llamaba algún día
mi primer punto g se llamaba Interviú.
Mi primer crisantemo se llamaba sudario
mis primeras gardenias se llamaban Machín
mi primer gatillazo se llamaba Inventario
mi primera resaca se llamaba Albayzín
.Mi primer afterhour se llamaba vigilia
mi primer ateísmo se llamaba Jesús
mi primera gestapo se llamaba familia
mi primer islamismo se llamaba couscous.
Mi primer vis a vis se llamaba cualquiera
mi primera bohemia se llamaba Pigalle
mi primer boca a boca se llamaba enfermera
mi primera amateur se llamaba fatal.
Mi primer carpe diem se llamaba otra raya
mi primer equipaje se llamaba hashís
mi primer kamikaze se llamaba canalla
mi primer trío de ases se llamaba Police.
Mi primer arzopisbo se llamaba Yupanqui
mis primeros cincuenta se llamaban stop
mi primer Nosferatu se llamaba Polanski
mi primera blasfemia se llamaba oración.
Mi primer virgo potens se llamaba vagina
mi primera chistera se llamaba bombín
mi primer enemigo se llamaba Sabina
mi primera frontera se llamaba Joaquín.
Mis primeros setenta se llamaban Guevara
mi primer Vaticano se llamaba Fidel
mi primera faldita se llamaba dispara
mis primeros vaivenes se llamaban andén.
Mi primer aguacate se llamaba pomelo
mi primer crecepelo se llamaba champú
mi primer disparate se llamaba consuelo
mi primer desconsuelo se llamaba Moscú.
Mi primer bandoneón se llamaba García
mi primera cadena se llamaba la dos
mi primera ecuación se llamaba sandía
mi primera Jimena se llamaba hola adiós.
Mi primera coartada se llamaba domingo
mi primer Odiseo se llamaba Dublín
mi primer filisteo era el capo de un bingo
mi primer gay trinar se llamaba arlequín.
Mi primer primo hermano se llamaba Chavela
mi primera madonna se llamaba Lucía
mi primera persona se llamaba a dos velas
mi primer cul de sac, calle melancolía.

      La canción más hermosa del mundo

      Yo tenía un botón sin ojal, un gusano de seda,
medio par de zapatos de clown y un alma en almoneda,
una hispano olivetti con caries, un tren con retraso,
un carné del Atleti, una cara de culo de vaso,
      un colegio de pago, un compás, una mesa camilla,
una nuez, o bocado de Adán, menos una costilla,
una bici diabética, un cúmulo, un cirro, una strato,
un camello del rey Baltasar, una gata sin gato,
      mi Annie Hall, mi Gioconda, mi Wendy, las damas primero,
mi Cantinflas, mi Bola de Nieve, mis tres Mosqueteros,
mi Tintín, mi yo-yo, mi azulete, mi siete de copas,
el zaguán donde te desnudé sin quitarte la ropa.
      Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera,
una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera,
no sabía que la primavera duraba un segundo,
yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.
      Les presento a mi abuelo bastardo, a mi esposa soltera,
al padrino que me apadrinó en la legión extranjera,
a mi hermano gemelo, patrón de la merca ambulante,
a Simbad el marino que tuvo un sobrino cantante,
      al putón de mi prima Carlota y su perro salchicha,
a mi chupa de cota de mallas contra la desdicha,
mariposas que cazan en sueños los niños con granos
cuando sueñan que abrazan a Venus de Milo sin manos.
      Me libré de los tontos por ciento, del cuento del bisnes,
dando clases en una academia de cantos de cisne,
con Simón de Cirene hice un tour por el monte Calvario,
¿qué harías tú si Adelita se fuera con un comisario?
      Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera,
si me pierdo de vista esperadme en la lista de espera,
heredé una botella de ron de un clochard moribundo,
olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo.
      Nunca pude cantar de un tirón
la canción de las babas del mar, del relámpago en vena,
de las lágrimas para llorar cuando valga la pena,
de la página encinta en el vientre de un bloc trotamundos,
de la gota de tinta en el himno de los iracundos.
      Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.
  
      Hay mujeres

      Hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia,
Hay mujeres que nunca reciben postales de amor,
Hay mujeres que sueñan con trenes llenos de soldados,
Hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no.
Hay mujeres que bailan desnudas en cárceles de oro,
Hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
Hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,
Hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.
Hay mujeres veneno, mujeres imán,
Hay mujeres de fuego y helado metal,
Hay mujeres consuelo, hay mujeres consuelo,
Hay mujeres consuelo, mujeres fatal.
Hay mujeres que tocan y curan, que besan y matan,
Hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad,
Hay mujeres que exploran secretas estancias del alma,
Hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz.
Hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo,
Hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol,
Hay mujeres que van al amor como van al trabajo,
Hay mujeres capaces de hacerme perder la razón.»



BAJO LOS PUENTES

Se trata de vivir por accidente,
se trata de exiliarse en las batuecas,
se trata de nacerse de repente,
se trata de vendarse las muñecas.
Se trata de llorar en los desfiles,
se trata de agitar el esqueleto,
se trata de mearse en los fusiles,
se trata de ciscarse en lo concreto.
Se trata de indultar al asesino,
se trata de insultar a los parientes,
se trata de llamarle pan al vino.
Se trata de dormir bajo los puentes,
se trata de colarse en el casino,
se trata de engañar a los creyentes.


Dos horas después

La tarde consumió su fuego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás,
la noche se agavilla como un ave
a punto de emigrar.

Y el mundo es un hervor de caracolas
ayunas de pimienta, risa y sal,
y el sol es una lágrima en un ojo
que no sabe llorar.

Tu espalda es el ocaso de septiembre,
un mapa sin revés ni marcha atrás,
una gota de orujo acostumbrada
al desdén de la mar.

Y al cabo el calendario y sus ujieres
disecando el oficio de soñar
y la espuela en la tasca de la esquina
y el vicio de olvidar.

Por el renglón del corazón
cada mañana descarrila un tren.
Y al terminar vuelta a empezar
dos horas después de amancer.

Tiene la vida un lánguido argumento
que no se acaba nunca de aprender,
sabe a licor y a luna despeinada
que no quita la sed.

La noche ha consumido sus botellas
Dejándose un jirón en la pared.
Han pasado los días como hojas
de libros sin leer.

Extravagario

Un obispo con mierda en el bolsillo,
un colibrí con uñas en os codos,
un corazón de plástico amarillo,
un condón sin usar de Quasimodo,
una monja con guantes de boxeo,
un Leonardo con tanga de pantera,
un cojo con derecho al pataleo,
un nieto de Boabdil por peteneras,
un desfile de puntos suspensivos,
un concejal cosido a una medalla,
la soledad de un fumador pasivo,
un marciano tostándose en la playa,
un mapa de los ojos de tripas,
una lengua de nieve con lunares,
un Dorado provincia de Arequipa,
un rufián ascendiendo a los altares,
una corbata negra azul marino,
un asesino en traje de etiqueta,
un huevo de Colón precolombino,
una mancha de tinta en la bragueta,
un Domecq escarbando en banderillas,
una escuela de adultos sin recreo,
un iceberg con caries y cosquillas,
un esternocleidomastoideo,
un tratado de leyes del embudo,
un mercado de perros con collares,
un panteón de reyes sordomudos,
un Chernobyl con piojos nucleares,
un malecón sin mar ni jineteras,
un banco sin usura ni ambición,
un estanco sin Camel ni estanqueras,
una hortera soltera en Benidorm,
un cielo de carbón, una oficina,
un pendón sin pasión ni canesú,
una ventana al viento de la esquina,
una semana más en interviú.


     Décimas del escenario


     ¿Dónde hallar una coartada 
     para este eclipse de musa,         
     de fusa, de semifusa, 
     de joie de vivre, de almohada?
     El ictus, agua pasada, 
     me brindó perfecta excusa 
     para un mutis por el foro, 
     y, mi otro yo, como un loro, 
     vomita ante el calendario: 
     ¿para cuándo el escenario? 
     El caso es que la escritura, 
     desván de la desventura, 
     me cura de algunas cosas: 
     candilejas caprichosas, 
     mariposas de Talía, 
     do re mi sol que solía 
     desbravar la mar bravía 
     y desfierar a las fieras. 
     Ojalá que las aceras 
     me hagan sitio todavía. 
     Porque nada me consuela, 
     porque todo me extravía, 
     porque duelen las duquelas 
     y llego tarde al tranvía, 
     porque quiero seguir siendo 
     sin saber cómo ni cuándo 
     y bendigo maldiciendo 
     y espero desesperando. 
     Mi venganza de don Mendo 
     será mintiendo y cantando. 


Cuando tengas frío

Usa mi llave cuando tengas frío,
cuando te deje el cierzo en la estacada,
hazle un corte de mangas al hastío,
ven a verme si estás desencontrada.
No tengo para darte más que huesos
por un tubo y un salmo estilo Apeles
y páginas anémicas de besos
y un cubo de basura con papeles.
Ni me siento culpable de tu lejos,
ni dejo de fruncir los entrecejos
que usurpan de tus ojos la alegría,
si quieres enemigos ya los tienes,
pero si socios buscas ¿cuándo vienes
a repartir conmigo la poesía?

Se enamoró de mis baladas suburbiales
      Igual que se enamoran las miopes abogadas defensoras de abyectos criminales.
Lejos de mí, colgarme agravios y medallas, resabios y bypasses
Ella tenía marido, morbo, clase, yo… un corazón canalla.
Hubo de todo, risas, duelos y querellas, caricias, disparates
Hasta la luna en los escaparates me engañaba con ella.
Pero antes del después de los despueses, haciendo eses
aprendí a maldecir el deber y a sentir sin saber lo que nadie sabía
Si pequé nunca me arrepentí, guardo un maravedí de carmín todavía.
Agonia, garrafón, noche indigesta, a veces amanecía 

      por detrás del botellón y de la siesta
     Confieso que merecían tus besos una canción mejor que ésta...»
SABINA-SERRAT

                       -----------------------------------------

Acuérdate de mí cuando me olvides, que allí donde no estés iré a buscarte,
siguiendo el rastro que en el cielo escribes las nubes que van a ninguna parte.
Acuérdate de mí en tus plegarias y búscame con los ojos cerrados
entre la muchedumbre solitaria yo tampoco te quiero… demasiado.
Como te tomo, me doy, como te busco te evito
como me vengo, me voy como me pongo, me quito
como te falto, te sobro como me callo, te digo
como te pago, me cobro como te extraño, te olvido.
Por ver volar los peces de colores hicimos agujeros en el agua
preocupados en los alrededores siempre en la dimensión equivocada.
Mujer de sombras y de melancolía volvamos al Edén 
que nunca has ido a celebrar con las copas vacías 
el gusto de no habernos conocido.
SABINA – SERRAT

miércoles, 8 de julio de 2015

ALITA - Paul Eluard

HABÍA una vez una niña muy buena, casi más buena que tú, y tan liviana, tan liviana, que cuando nació, su madre se asombró de sentir que no le pesaba en los brazos. Por eso la llamó también con un nombre liviano: Alita.
Alita creció tan bien, que se convirtió en la más linda de todas las niñas. Y en su 'pueblo se decía: “liviana y linda como Alita”.
Como digo yo en todos lados que tú eres liviana y linda. Alita corría muy rápido, más rápido que los muchachos. Y saltando recogía todas las avellanas más altas de los avellanos, todas las manzanas más altas de los manzanos y hasta las cerezas del gran cerezo que casi siempre se dejaban a los pájaros.
Se posaba en las ramas más finas sin romperlas, como un pájaro. Y a los pájaros no les daba miedo. Ella podía mirarlos a los ojos: como yo te miro. Podía escucharlos de cerca contar sus historias de pájaros. Si se hubiera atrevido habría podido acariciarlos. Cuando se dejaba caer de nuevo sobre la hierba, se apiadaba de los saltamontes, los pobres saltamontes, verdes y torpes como ranas, y que tanto se atareaban.
Pero lo que más le gustaba eran las mariposas. Estaba celosa de ellas cuando las veía zigzaguear, felices como peces en el agua.
Alita sabía muy bien que no podía volar, puesto que no tenía alas. Era simplemente liviana como una hoja, casi como una paja, casi como las semillas con alitas de ciertos cardos, los panaderos que el viento suave lleva muy lejos. Cuidado con el viento, Alita, que puede llevarte. Sé juiciosa, que el viento puede conducirte adonde no quieres ir.
De noche Alita soñaba que volaba por encima de su casa y daba vueltas alrededor del campanario del pueblo; que atravesaba el río sobre una multitud de bañistas y de barcos blancos. Y a veces arrancaba a escondidas algunas plumas de su gran edredón rojo para soplarlas por la ventana y verlas subir en el cielo de la mañana. Los cuentos que prefería eran aquellos en los que se habla de niños que viajan en las alas de un águila, de una cigüeña, de un diablo, o sobre una alfombra mágica. Y admiraba mucho a su amigo Pedro, que una vez viajó en avión.
A las cuatro, cuando volvía de la escuela, tomaba su merienda muy rápido y subía, aún más rápido, a lo alto del abeto que había delante de su casa.
Tres ramas le hacían un sillón a su medida. Y hasta que se ponía el sol y su mamá, preocupada, la llamaba, se quedaba charlando con sus amigos los pájaros.
Hablar con los pájaros no es más difícil que hablar con quien sea en la tierra: tú hablas con el pájaro, que se hace el que ha comprendido; te responde, y tú te haces la que has comprendido, y a tu vez respondes. Todo está en  hablar en saber bien lo que uno dice.

Si yo te pregunto: “¿Quieres un pastel?”, también te haces la que has comprendido, y te doy el pastel. Si te amenazo con una palmada, te haces la que has comprendido. . . y no te doy la palmada. Por la demás, es así como charlas con tu muñeca, con tu oso, con tu perro
Cuando Alita volvía a su casa, sus hermanos se asombraban mucho de oírla repetir cantando lo que dicen los pájaros: todas esas aventuras donde se mezclaban las alas, la mañana, el cielo y el miedo a la tormenta y el miedo a los aviones; todos esos asuntos de familia que andaban dando vueltas por los nidos.
Alita no“ dejaba de cantar, y cuando cantaba se sacudía como si hubiera estado vestida de plumas. Sus padres estaban tan encantados de tener una niña tan alegre, que se acostumbraron al hecho de que no era como las demás, que no vivía tan sobre la tierra como las demás.
Entre los pájaros, Alita sólo tenia amigos. Gorriones, ruiseñores y pinzones le enseñaban juegos siempre nuevos, monadas y cabriolas para morirse de risa. Y gestos menudos tan graciosos como tiernos. Con las urracas y los mirlos podía adoptarse un aire pícaro. Con las palomas y las torcazas se hacían arrullos, se suspiraba a coro, como quien estuviera sintiendo ganas de obtener todo lo que ya tiene.
Alita se sentía tan de la familia con sus amigos, que los ayudaba a construir sus nidos, agregándoles hebras de lana de su tricota para que los pajaritos pequeños estuvieran más abrigados. Era para ella un gran acontecimiento cuando los huevos rosados, verdes o amarillos, verdaderos huevos de Pascuas, se convertían en pájaros-bebés. Alita los amaba tanto como a sus muñecos. Eran como ella; no tenían plumas; y tan pocas alas, esos pajaritos como niños, que abrían un pico grande como un horno. ¡Y eran tan tontos, cuando vacilaban tratando de volar! Tontos, pero sin embargo menos tontos que Alita, que nunca sabría volar, puesto que le faltaban las alas.
De mañana, por más que Alita torcía el cuello para verse la espalda en el espejo, sus huesos puntudos -que su mamá llamaba omóplatos- no se decidían nunca a crecer. Era una niñita y no un pajarito (salvo para su madre).
Alita hubiera deseado tanto seguir a sus amigos alados. Pero ella se repetía que nunca habría de crecer. Para ella, ¡crecer era tener alas.
Tú fijate, tú creces tanto en mi corazón que creo que eres más grande que él. Sin embargo tú no sabes volar. Pero sabes estar aquí, a mi lado. Un buen jueves que Alita se había instalado en su abeto, se puso a llorar. Todos los pájaros volaban y piaban por el campo, sin preocuparse demasiado por ella, porque era un día tan luminoso que hasta el mismo sol parecía tener 
Alita estaba sola, como tú no lo estás nunca. Tú, a ti te queremos y nos pagas siendo una niña juiciosa.
Alita lloraba y lloraba. . . De pronto sintió sobre sus mejillas una lengüita áspera y una patita.
Alzando los ojos vio, pegada a ella, la más asombrosa ardilla que pueda existir. Su pelaje brillaba como el fuego, su cola estaba desmelenada y sus ojos vivaces hablaban más veloces que ninguna lengua parlanchina: “¿De veras quieres volar, volar como los pájaros, como la urraca y el herrerillo, como el pecho colorado y el mirlo azul? ¿Quieres seguir las nubes, tu capricho, tus deseos? ¿Quieres tener alas? Pero entonces ya no tendrás brazos; ya no serás más una verdadera niña de allí abajo.”
-¡Oh, no, no! -dijo Alita-. ¡Señora ardilla, deme alas!
-Bien -dijo la ardilla-; pero si lo lamentas ven a verme mañana, cuando se ponga el sol; todavía será tiempo para que vuelvas a ser como antes.
Entonces la ardilla dijo, entre sus párpados agitados, palabras dulces, muy dulces, muy sabias. Alita sintió largos cosquilleos en sus brazos: se cubrían con un fino vello blanco y luego ¡aparecieron plumas blancas! ¡Alita tenía alas!
Loca de alegría, se lanzó del abeto, bajó a ras de la hierba, retomó vuelo hasta el techo de su casa y partió como una flecha hacia el bosque cercano. De árbol en árbol, saludaba cantando a sus amigos y todos la seguían, más contentos todavía que ella.
Ebria de velocidad, Alita fue tan lejos que pronto la sorprendió la noche y se durmió, sin ver siquiera las estrellas, en la rama más alta de una gran encina. Felizmente un viejo búho muy serio había recibido el encargo de velar por ella.
La despertó el gozoso barullo de todos los pájaros, que saludaban la salida del sol. Era la primera vez que Alita se despertaba al aire libre, y le pareció maravilloso. Luego se dio cuenta de que se moría de hambre y se preguntó preocupada si no habría pasado la hora de ir a la escuela. Sus amigos tomaban su desayuno de semillas y gusanitos. Alita pensó en el café con leche y el pan con manteca. ¡Pero qué tonta era!: con dos golpes de alas estaría en su casa.
Subió muy alto, para ver su casa, y se hundió, por la ventana abierta, en la cocina donde la familia estaba sentada a la mesa. Todo el mundo se tranquilizó al verla volver, pero todos se sorprendieron de su nuevo aspecto.
Alita se precipitó al cuello de su madre. ¡Pero ¡ay!, sus alas no sabían abrazar. Y cuando quiso comer, hubo que darle en el pico, como a un bebé. Sus hermanos, que al principio habían admirado tantos sus alas, empezaron a burlarse de ella. ¡Y para llevar la cartera! . . . ¡Y en la escuela para escribir!
Claro que tuvo su desquite a la salida: mientras los demás iban por el camino, Alita pasaba encima de sus cabezas, se lanzaba en vuelo veloz delante de ellos, subía hasta verlos pequeños como hormigas; luego se precipitaba sobre el grupito un poco espantado.
Qué ridículos eran vistos así de arriba, amontonados sobre ellos mismos, con la nariz en alto! ¿Pero por qué Pedrito aparentaba no interesarse por sus evoluciones? -pensó Alita cuando, ya pasado el entusiasmo, volvió a encontrarse en su habitación-. ¿Es que de verdad ya no podría correr por los campos con él, tomados de la mano, para buscar hongos o para recoger flores?
Después Alita pensó en su muñeca, a la que había abandonado. ¿Cómo vestirla, cómo cambiarla? ¡Qué poco prácticas son las alas cuando no se trata de volar! Sentada en su silloncito (¿de qué le servían los brazos de un sillón?), se puso a reflexionar profundamente. Comprendía la advertencia de la ardilla dorada. Echaba de menos sus brazos, quería volver a ser una verdadera niña.
No había un instante que perder: el último rayo del sol se deslizaba tras el horizonte. Loca de angustia, Alita voló por última vez hasta el abeto. La ardilla era fiel a la cita y tuvo el buen gusto de no hacer preguntas -la cara de Alita decía bien claro lo que quería- y de no mostrarse triunfante diciendo: “Te lo había advertido”, como hacen los grandes. De nuevo sus ojos chispeantes pronunciaron las palabras mágicas. . . y he aquí que nuestra Alita se puso tan contenta de recuperar sus brazos y sus manos ágiles como lo había estado de tener alas el día anterior.
Lentamente, de rama en rama, Alita bajó a la tierra con los demás, todos los demás, los que son livianos y los que lo son menos; los que caminan mirando las piedras del camino y los que miran el cielo; los que saben que las niñas no pueden volar y los que piensan que un día, si lo desean verdaderamente, todos los niños y todas las niñas, sin dejar de ser ellos mismos, podrán tener alas y brazos, estar al mismo tiempo sobre la tierra y en el cielo.
Esta noche te he contado la historia que esperabas, la que hace mejor mi corazón, la que pone confianza en tus ojos.

A UNA EXTRAÑA JOVEN GITANA - DINO CAMPANA


Sentirás las rimas deslizarse
en cadencia en el calor del cuarto
Y sobre la almohada pálida sueñas
Volverás a respirar el susurro 
de esta lenta danza magnética 

La luna exhausta ya se ha ido a descansar 
Los olivos callan
Sólo un borracho se hastía entre cantos y más cantos: 
Tú, magra y sola con tus cabellos has quedado 
y en el cielo respirando permanecen tus sueños
Vuélvete sobre tus hombros pequeños y amarillos
y escucha en la noche helada mi canción
esos cabellos quisiera ver en danza
Tú, tan pura como el sonido y sin perfume
Un beso tuyo, es amargo y sonriente y doloroso 
y el ojo esplendente es demasiado bello, 
el ojo es el que pierde
Seguramente no sabes cantar más tu voz, 
como un filo debe ser aguda e incisiva como un violín 
y sonriendo debe pulsar el corazón
¿Tus cabellos sobre los hombros? 
¿Amas los perfumes? 
¿Y porqué vas vestida de sangre?‘
¿Amas las iglesias? No. Tu temes los perfumes
El pequeño cuerpo es demasiado leve 
y los ojos son demasiado negros 
Oh si pudiera verte agitada y a tu alma sajada temblar 
y tus ojos relucientes girar en torno 
mientras el santo impasible y canoro,
aquel a quien debías tentar 
derrama de rodillas sus nubes de incienso 
alabando al Señor 
y no puedes amarlo.
Christus Vicisti /Cristo Venciste/ 
El marfil del crucifijo vence al marfil de tu vientre 
De corona no tan dulce y gloriosa, 
negra, encrespada, moviéndose en la sombra,
gris, vertiginosa, 
y tú lloras de rodillas con las manos en los ojos
y tus pies grandes y tosco
se extiendan por la tierra 
como garras de una bestia rebelde y monstruosa
¿Cuál será el sabor de tus lágrimas? ¿Un poco de fuego?
Yo querría hacer con ellas un diadema fantástico 
y llevarla en mi cabeza a la hora de la muerte 
para escuchar a los demonios de pezuña hendida hablarme en confidencia

Pero pobre muchacha, ¡cómo te calumnio, 
porque tienes los cabellos trágicos 
y te vistes de rojo 
y sin perfumes!