martes, 7 de julio de 2015

OSCAR W. DE LUBICZ MILOSZ - Algunos Poemas

Una rosa...


Una rosa para la dulce, un soneto para el amigo,
El latido de mi corazón para guiar el ritmo de las rondas;
El hastío para mí, el vino de los reyes para mi hastío,
Mi orgullo para la vanidad de todo el mundo,
¡Oh, noble noche de fiesta en el palacio de mi vida!
Y la dolora, para mi secreto, en la lejanía
Del toronjil, y de la ruda, y del romero...
El rubí de una risa en el oro de los cabellos, para ella.
El ópalo de un suspiro, en el claro de la luna, para él;
Un nido de armiño para el cuervo del blasón;
Para la mueca de mis antepasados mi forma que titubea
De ilusiones y de vinos en los espejos color de lluvia,
De las ruecas que tejen el traje de los moribundos.
Una sonrisa y una daga para el más discreto;
Para la cruz del blasón, una palabra piadosa.
El cántaro más ancho para la sed de las añoranzas,
Una puerta de vidrio para los ojos de las curiosas.
Y para mi secreto, la lejanía desolada
De las viejas que tiritan en el umbral de los mausoleos.
Mi saludo para la reverencia de la extranjera,
Mi mano dada a besar para la confidente,
Un tonel de ginebra para la alegre miseria
De los sepultureros; para el obispo reluciente
Diez monedas de oro por cada palabra de la plegaria
Y para el fin de mi secreto
Un gran sueño de pobre en un féretro dorado.
(Traducción: Augusto D´Halmar)


El viejo día


El viejo día sin meta quiere que vivamos
Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su viento.
¿Por qué no quiere dormir siempre en el albergue de las noches
El día que amenaza las horas con su palo de mendigo?
Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de la vida;
Queridos pensamientos forman el paciente blancor de los muros.
Y la piedad que ve que la dicha se aburre
Hace nevar el cielo vacío sobre los pobres pájaros heridos.
No despiertes la lámpara, el crepúsculo es nuestro amigo,
Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo tiempo.
Si lo echases de nuestra habitación, la lluvia y el viento
Se burlarían de su triste manto gris.
Por cierto, ah, si existe dulzura aquí abajo
Sólo puede estar en los viejos cementerios graves y buenos
Donde ya no dice sí la debilidad, donde el orgullo ya no dice no,
Donde la esperanza no atormenta más a los hombres cansados.
Por cierto, ah, allá, bajo las cruces, cerca del mar indiferente
Que sólo piensa en el tiempo pasado, los que buscan
Hallarán por fin sus almas de sonrisas ansiosas por la espera
Y los seguros consuelos de las noches mejores.
Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,
Hay en mí pecho seres abandonados que tiritan de frío.
Se diría realmente que toda la música está muerta
Y las horas son tan largas.
No, no quiero verte más como mi amiga:
Sólo debes ser algo, créeme, sumamente grato,
Humo en el techo de una choza, en el ocaso:
Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.
Posa tu dulce cabeza otoñal en mis rodillas, cuéntame
Que hay un gran navío, muy solo, muy solo, mar adentro;
No olvides decirme que sus luces tienen frío
Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.
Háblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.
Duermen en tumbas que no veremos nunca jamás,
Allá muy lejos, en un país color de silencio y de tiempo.
Si volviesen, ¡cómo sabríamos amarlos!
En la taverna junto al río hay viejos huérfanos
Que cantan porque el silencio de sus almas les da miedo.
De pie en el umbral de oro de la casa de las horas
La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y el pan.


En un país de infancia...


En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando,
En una ciudad de latidos de corazones muertos,
(Arrullador estrépito de vuelos que comienzan
De aleteos de los pájaros de la muerte,
Chapotear de alas negras en el agua de muerte).
En un pasado fuera del tiempo, enfermo de encanto,
Los queridos ojos de luto del amor arden aún
Con suave fuego de mineral rojizo, con triste encanto;
En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando...
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día.
¿Por qué, por qué me sonreíste en la luz vieja
Y por qué y cómo me reconociste,
Extraña joven de arcangélicos párpados,
De risueños, azulados, suspirantes párpados,
Hiedra de noche de estío en la luna de las piedras;
Y por qué y cómo, sin haber conocido nunca
Ni mi cara, ni mi duelo, ni la miseria
De los días, me reconociste tan repentinamente
Tibia, musical, brumosa, pálida, querible,
Por quien morir en la noche grande de tus párpados?
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día.
¿Qué palabras, qué músicas terriblemente viejas
Con tu presencia irreal tiemblan en mí,
Paloma obscura de los días lejos, tibia, bella,
Qué ecos de músicas en el sueño?
¿Debajo de qué frondas de soledad muy vieja,
En qué silencio, en qué melodía, en qué
Voz de niño enfermo volver a hallarte, oh bella,
Oh casta, oh música oída en sueños?
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día.


Los terrenos baldíos


¿Cómo llegaste a mí, tú, tan humilde, tan doliente? Ya no lo sé.
Sin duda como el pensamiento de la muerte, con la vida misma.
Pero, de mi cenicienta Lituania a las gargantas infernales del Rummel,
De Bow-Street al Marais y de la infancia a la vejez,
Amo (como amo a los hombres, con un viejo amor
Gastado por la compasión, el enojo y la soledad) esos terrenos olvidados
Donde crece, muy despacio aquí y allí muy rápido,
Como los niños blancos en las calles sin sol, una hierba
De ciudad, fría y sucia, sin sueño, como la idea fija,
Traída por el viento del cementerio, quizás
En uno de esos bultos de tela negra, lisa y lustrosa, almohadas
De las viejas durmientes de los muelles, en los terribles ocasos.
De toda mi juventud consumida en el sur
Y en el norte, retuve esto sobre todo: mi alma
Está enferma, de paso, como la hierba sedienta de los muros,
Y la olvidaron, y la dejaron aquí.
Sé de uno al que da sombra un cedro del Líbano. Vestigio
De algún hermoso jardín del amor virginal. Y yo sé que el arbol santo
Fue plantado allí, antaño, en su tiempo justo, a fin
De dar testimonio; y el juramento cayó en la muda eternidad,
Y el hombre y la mujer sin nombre están muertos, y su amor
Está muerto, ¿y quién se acuerda acaso? ¿Quién? Tú, quizás,
Tú, triste, triste ruido de la lluvia sobre la lluvia,
O tú, alma mía. Pero pronto olvidarás eso y el resto.
Y ese otro donde el fuerte viento, la lluvia y la niebla tienen su iglesia.
Cuando llegaba el invierno de los suburbios; cuando la barcaza
Viajaba en la bruma de Francia, ¡qué grato me era,
San Julián el Pobre, pasearme
Por tu jardín! Yo vivía en la disipación
Más amarga; pero ya el corazón de la tierra
Me atraía; y yo sabía que late no debajo del rosal
Mimado, sino allí donde crece mi hermana la ortiga,
obscura, abandonada.
Así pues, si quieres serme agradable —¡después! ¡lejos de aquí! Tú
Susurrante, desbordante de flores resucitadas, tú, jardín
En el que toda soledad tendrá un rostro y un nombre
Y será una esposa,
Reserva al pie del muro cubierto de musgo cuyas rajaduras
Dejan ver la ciudad Ariel en los castos vapores,
Para mi amor amargo un rincón amigo del frío y del moho
Y del silencio; y cuando la virgen de pechos de Tumím y de Urím
Me tome de la mano y me lleve allí, que los tristes terrestres
Recuerden otra vez, me reconozcan, me saluden: el cardo y la alta Ortiga,
y la enemiga de infancia belladona.
Ellos saben, saben.


El puente


Las hojas secas caen en el aire dormido.
Mira, corazón mío, lo que el otoño le ha hecho a tu isla querida:
¡Qué pálida está! ¡Qué huérfana de corazón tranquilo!
Suenan las campanas, suenan en San Luis de la Isla
Para la fucsia muerta del ama de la barcaza.
Con la cabeza gacha dos viejos caballos muy humildes,
soñolientos toman
su último baño.
Un perrazo negro ladra y amenaza de lejos.
En el puente sólo estamos yo y mi niña:
Vestido desteñido, hombros endebles, rostro blanco,
Un ramo de flores en las manos
¡Oh mi niña! ¡Ese tiempo que viene!
¡Para ellos! ¡Para nosotros! ¡Oh mi niña!
¡Ese tiempo que viene!


Mediodía


TIENDETE, hazme caso, bajo algún
[alegre árbol
Bien nutrido, con barbas de musgo
[y vestido de verano.
Tu doloroso sueño,
¿No ha huido con tu sueño
[de belleza?
Tiéndete, hazme caso, cantor por
[la salud vencido,
Bajo cualquier árbol sin música
[ni pensamiento,
Sueña en el vacío de la
[malgastada nostalgia
Y sonríe sin rencor a lo que
[te ha abandonado. [...]


Y sobre todo que…


Y sobre todo que Mañana no sepa dónde estoy—
Los bosques, oh los bosques llenos de ballas negras—
Tu voz es un sonido de luna en el aljibe
Donde el eco de junio ha venido a beber.
Y que nadie pronuncie allá mi nombre en sueños,
Los tiempos, oh los tiempos sin error se han cumplido—.
Como un árbol que, joven, sufre la savia nueva
Es tu blancura en una veste sin uso.
Y que las zarzas se cierren tras de nosotros,
Porque yo temo, temo regresar.
Las grandes flores blancas te rozan las rodillas
Y la sombra, oh la sombra, pálida está de amor.
Y no digas al agua del bosque quién soy yo;
El nombre mío, oh el nombre mío, ha muerto.
Tus ojos tienen el color de las jóvenes lluvias,
De las jóvenes lluvias en el lago dormido.
Nada cuentes al viento del viejo cementerio.
Bien pudiera ordenarme que lo siga.
Y tus cabellos huelen a estío, a tierra, a luna.
Es preciso vivir, vivir, sólo vivir...
(Les sept solitudes,1906.)


LA EXTRANJERA


Yo nada sé de tu pasado. Has debido soñarlo.
—Sí, has debido soñarlo, de seguro.
Solo vislumbro tu rostro en la irisación grisácea de la lluvia.
Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Nada sé y nada quiero saber de tu pasado.
Tus ojos me hablan de brumosas ciudades últimas que no he de ver jamás
y cuyos nombres jamás oiré en tu voz.
Noviembre cae sobre mi alma. Y también sobre la llanura.
Yo te veo, oh desconocida, a través de un tiempo
Otro.
Son cosas, desde hace mucho muertas
—¡irremediablemente muertas!
músicas sofocadas, ajadas lujurias.
Podría asegurar que noviembre aguarda tras la puerta.
Veo además vivir en tu pecho aquello que tu corazón olvida.
Lejos, muy lejos de aquí está tu alma. Tu alma extranjera
es una noche de bruma,
de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,
donde la vida tiene el color frío de la tierra,
donde hay hombres que morirán sin haber
conocido el amor.
Tú ya me has encontrado en otro tiempo,
¿recuerdas?
Sí, en un tiempo Otro, tristemente Otro,
en el país de los viejos libros y de las músicas antiguas,
en el azul crepúsculo de una mansión tranquila
con ventanas letárgicas.
El fantasma de los vocablos que ya no recuerdas
o que quizá no pronunciaste
da a tu distante presencia un sentido demasiado singular.
Yo descifro en el libro de tu silencio
tu historia muerta para siempre, aún para ti.
Mi desvaída razón es sólo un anhelo de lucidez,
un día de sol antiguo
sobre el sendero donde tu dicha se encontró con tu dolor.
Quizá todo esto no ha ocurrido jamás,
pero si yo te  lo afirmase, tú te morirías de espanto.
Es cosa triste como día de invierno en los suburbios
donde transita la muerte de la ciudad,
como enfermedad y desconsuelo en una casa de prostitución,
como un ruido de  pasos en una morada extraña,
como el vocablo “antaño” cuando cae la sombra sobre el mar.
Nada quiero saber de tu pasado. Veo extinguirse el día,
el último día sobre tu rostro, sobre tus manos.
Déjame ignorar dulcemente los senderos
donde supo el azar conducirte hasta mí.
Encuentro otra vez en tus ojos realidades de sueños,
de sueños soñados en un ya viejo tiempo
y visiones abiertas al sol de la vida.
En la penumbra envenenada de la lluvia
diríase que una eternidad concluye.
Yo reconozco en ti a seres misteriosos,
a viajeros con rumbo secreto
encontrados otrora en la bruma de las estaciones
donde todos los ruidos adquieren inflexiones de adioses.
Te vuelves otras veces para mí una atmósfera de feria
con sus luces lloronas y sus relentes
de enmohecimiento y vicio;
con su miseria y con el gozo enfermizo de sus músicas.
Recuerdos de nostálgicos garitos
mezclánse entonces al caos de mi enervamiento.
Si yo intentase salir, si solamente cerrase tras de mí la puerta,
dí, ¿qué harías?
Seria tal vez como si tus ojos no me hubiesen conocido jamás.
El ruido de mis pasos moriría sin eco en la calle
y únicamente podría advertir la noche en tus ventanas.
Es como si debieses abandonarme hoy,
en un de pronto y para siempre,
sin soñar en decirme de dónde vienes ni adónde vas.
Llueve sobre los grandes jardines desnudos;
mi alma está aterida;
noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.


LOFOTEN


Los muertos están ebrios de lluvia antigua y sucia
allá en el cementerio extraño de Lofoten.
El reloj del deshielo tabletea lejano
entre los ataúdes sórdidos de Lofoten.
Y gracias a las fosas que el entretiempo ahueca,
con fría carne humana los cuervos se han cebado,
y gracias al delgado viento con voz de niño,
dulce para los muertos es el sueño de Lofoten.
Ya no veré jamás, jamás sin duda,
ni la mar ni las tumbas de Lofoten,
y sin embargo hay algo en mí que me hace amar
ese rincón extremo y toda su congoja.
Suicidas, alejados y desaparecidos
del cementerio extraño de Lofoten
-¡qué raro y dulce suena su nombre en mi oído!-decidme si es verdad que allí, que allí dormís.
Bien podrías contarme cosas más ocurrentes,
clarete que rebasas en mi copa de plata;
historias más amables o menos alocadas
y dejarme tranquilo con tu eterno Lofoten.
Que está haciendo buen tiempo y suave se desliza
en el hogar la voz del mes más melancólico.
¡Ah, los muertos, los muertos, aun los de Lofoten,
los muertos, en el fondo, lo están menos que yo!


CUANDO ELLA LLEGUE...


Cuando ella llegue, habrá gris o verde en sus ojos,
verde o gris en el río?
La hora será nueva en este porvenir tan viejo,
nueva pero tan poco novedosa...
¡Antiguas horas en las que se ha dicho todo, visto
todo, soñado todo:
no os imagináis como os compadezco...!
Habrá entonces otro hoy y ruidos de ciudad
tal como los de hoy y siempre - ¡duras experiencias! -,
y olores - según la estación - de septiembre o de abril.
Y un falso cielo, y nubes sobre el río.
Y palabras - según la ocasión- alegres o sollozantes
bajo cielos que se regocijan o que llueven,
porque nosotros habremos vivido y simulado
- ¡ay! - ¡tanto y tanto
cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el río!
Y habrá también (voz del hastío, risa de la impotencia)
el viejo, el estéril, el seco momento presente,
pulsación de una eternidad hermana del silencio;
el momento presente, tal como este momento.
Ayer, hace diez años, hoy, dentro de un mes,
horribles expresiones, pensamientos muertos, pero,
¡que importa!
Bebe, duerme, muere, es preciso librarse de sí mismo
de una u otra manera ...


INSOMNIO


Digo: mi madre, y es en ti en quien pienso, ¡oh Casa!
Casa de los bellos estíos, obscuros de ni niñez, en ti,
Que jamás censuraste mi melancolía, en ti.
Que sabias tan bien ocultarme a las miradas crueles, oh
Cómplice, dulce cómplice! ¡Que no haya vuelto a encontrar
Antaño, en mi joven estación rumorosa, una muchacha
De alma rara, umbrosa y fresca como la tuya.
De ojos transparentes, enamorados de lejanías de cristal;
Bellos, que dé consuelos verlos en el mediodía de verano!
¡Ay, respiré muchas almas, pero ninguna tenía
Aquel buen olor de frío mantel, de pan dorado
Y de vieja ventana abierta a las abejas de junio
Ni aquella santa voz de mediodía sonante en las flores!
¡Ay estos rostros locamente besados!
No eran Como el tuyo, ¡oh mujer de otro tiempo sobre la colina!
Sus ojos no eran el bello rocío ardiente y sombrío
Que sueña en tus jardines y me mira hasta el corazón
Allá, en el paraíso perdido de mi lluviosa alameda
Donde con voz velada el pájaro de la infancia me llama,
Donde el obscurecimiento de la mañana de estío anuncia la nieve.
Madre, ¿por qué me pusiste en el alma este terrible.
Este insaciable amor del hombre? oh di, ¿por qué
No me envolviste en tierno polvo
Como esos viejísimos libros ruidosos que sienten el viento
Y el sol de los recuerdos y por qué no he
Vivido solitario y sin deseo al abrigo de tus techos bajos,
Con los ojos hacía la ventana irisada donde el tábano, el amigo
De los días infantiles, zumba en el azid de la vejez?
¡Bellos días, límpidos días! cuando la colina estaba en flor, .
Cuando, en el océano de oro del calor, los grandes órganos
De las colmenas trabajadoras cantaban para los dioses del sueño.
Cuando la nube de hermoso rostro tenebroso vertía
La fresca piedad de su corazón sobre los trigos anhelantes
Y la piedra sedienta y mi hermana, la rosa de las ruinas.
¿Dónde estáis, hermosos días? ¿Dónde estás, hermosa plañidera.
Tranquila alameda? Hoy tus troncos huecos me darían
miedo , porque el joven Amor que sabía tan bellas historias
Se ha ocultado allí y el Recuerdo ha esperado treinta años,
Y nadie ha llamado: Amor se adormeció.
¡Oh Casa, Casa! ¿por qué me dejaste partir?
¿Por qué no has querido guardarme? ¿por qué, Madre,
Permitiste antaño, en el viento mentiroso del otoño,
En el fuego de la larga velada, que aquellos magos
—¡Oh tú que conocías mi corazón!— me tentasen asi,
Con sus cuentos locos, llenos de un olor de viejas islas
Y de veleros perdidos en el gran azul silencioso
Del tiempo, y de orillas del Sur donde vírgenes esperan?


EL CÁNTICO DEL CONOCIMIENTO


La enseñanza de la hora soleada de las noches del Divino.
Para aquellos que, habiendo pedido, recibieron y saben ya.
Para aquellos a quienes la plegaria condujo a la meditación
sobre el origen del lenguaje.
Los otros, los ladrones de dolor y de dicha, de ciencia y de
amor, nada comprenderán de estas cosas.
Para entenderlas, es preciso conocer los objetos designados
por ciertos vocablos esenciales
tales como pan, sal, sangre, sol, tierra, agua, luz, tinieblas,
así como por todos los nombres de los metales.
Por cuanto estos nombres no son ni los hermanos, ni los
hijos, sino los padres de los objetos sensibles.
Con estos objetos y el principio de su substancia, ellos
fueron precipitados desde el mundo
inmóvil de los arquetipos al abismo tormentoso del tiempo.
Solamente el espíritu de las cosas tiene un nombre. La
substancia de los mismos no ha recibido nombre todavía.
El poder de nombrar objetos sensibles y absolutamente
impenetrables al ser espiritual
nos viene del conocimiento de los arquetipos que, siendo de
la naturaleza de nuestro
espíritu, están como él situados en la conciencia del huevo solar.
Todo cuanto se describe por medio de las antiguas
metáforas existe en un lugar situado; el
único lugar situado de todos los lugares del infinito.
Esas metáforas que todavía hoy el lenguaje nos impone
desde el momento en que
interrogamos el misterio de nuestro espíritu,
constituyen vestigios del lenguaje puro de los tiempos de
fidelidad y de conocimiento.
Los poetas de Dios veían el mundo de los arquetipos y lo
describían piadosamente por
medio de términos precisos y luminosos del lenguaje del conocimiento.
La decadencia de la fe se manifiesta en el mundo de la
ciencia y el arte por un oscurecimiento del lenguaje.
Los poetas de la naturaleza cantan la belleza imperfecta del
mundo sensible conforme a una antigua modulación sagrada.
Heridos sin embargo por la discordancia secreta que
guardan el modo de expresión y el
sujeto, e impotentes para elevarse hasta el único lugar
situado, -entiéndase por ello Patmos,
tierra de la visión de los arquetipos-,
imaginaron, en la noche de su ignorancia, un mundo
intermedio, flotador y estéril: el mundo de los símbolos.
Todos los vocablos cuyo conjunto mágico ha for mado este
canto, son nombres de substancias visibles,
que el autor, por la gracia del Amor, ha contemplado en los
dos mundos de la beatitud y de la desolación.
Yo no me dirijo sino a los espíritus que reconocieron la
plegaria como el primero entre todos los deberes del hombre.
Las más altas virtudes, la caridad, la castidad, el sacrificio, la
ciencia y el amor mismo del Padre,
únicamente contarán para aquellos que, por su propio
impulso, reconocieron la necesidad absoluta de la
humillación en la plegaria.
Yo no diré, sin embargo, del arcano del lenguaje, sino lo que
la infamia y la demencia de este tiempo me permite revelar.
Puedo cantar ahora libremente el cántico de la hora soleada
de las noches de Dios
y, proclamando la sabiduría de los dos mundos que fueron abiertos a mi vista,
hablar, conforme a la medida impuesta por el compañero de servicio,
del conocimiento perdido del oro y de la sangre.
Yo he visto. Y quien ha visto, cesa de pensar y de sentir. Sólo
sabe describir aquello que ha visto.
He ahí la clave del mundo de la luz. De la magia de los
vocablos que aquí yo reúno,
el oro del mundo perceptible extrae su secreto valor.
Porque no son sus virtudes físicas las que lo hicieron rey de los espíritus.
La verdad es aquello en relación a lo cual lo Ilimitado está situado.
Mas la verdad no se opone al lenguaje sagrado: por cuanto
ella también constituye el sol visible del mundo substancial,
del universo inmóvil.
De este sol, el oro terrestre extrae su substancia y su color; el
hombre, la luz de su conocimiento.
El lenguaje reencontrado de la verdad, nada nuevo tiene que
ofrecer. Solamente despierta el recuerdo en la memoria del
hombre que ora.
¿Sientes tú acaso despertarse en ti el más antiguo de tus recuerdos?
Yo aquí te revelo los orígenes sagrados de tu amor por el oro.
La locura sopló siete veces sobre el candelabro de oro del conocimiento.
Los vocablos del lenguaje de los Aaronitas son profanados
por los niños mentirosos y los poetas ignorantes.
Y el oro del candelabro, asido por las tinieblas de la
ignorancia se ha tornado el padre de la
negación, del robo, del adulterio y de la destrucción.
Esta es la clave de los dos mundos de la luz y de las tinieblas.
¡Oh, compañero de servicio!
Por el amor de esta hora soleada de nuestras noches,
por la seguridad de este secreto entre tú y yo,
sóplame la palabra envuelta en sol, la palabra grávida de
cólera de este peligroso tiempo.
¡Te he nombrado! Hete ahí en el rayo precursor, en el seno
de la nube cuajada, mudo como el plomo,
en el brinco y el soplo de la masa de fuego,
en la aparición del espíritu virginal del oro,
en el tránsito del óvalo a la esfera,
en la pausa maravillosa y en el santo descendimiento,
cuando miras al hombre de hito en hito,
en la inmovilidad del nublado infinito, en la inmovilidad de
una sola plegaria, obra de los orfebres del Reino,
en el retorno a la desolación vinculada con el Tiempo,
en el cuchicheo de compasión que la acompaña।
Pero la clave de oro de la santa ciencia ha permanecido en mi corazón.
Ella me abrirá todavía el mundo de luz. Trepar
gradualmente hasta sentirse penetrado por la materia
misma del espacio puro,
no es ya conocer sino registrar todavía fenómenos de manifestación.
El camino que conduce de lo poco a lo mucho no es el de la santa ciencia.
Acabo de describir la ascensión hacia el conocimiento. Es
preciso elevarse ahora hasta ese lugar solar
en donde uno se vuelve, por la omnipotencia de la
afirmación, -¿qué?- eso mismo que uno afirma.
Es así como los mil cuerpos del espíritu se revelan a los virtuosos sentidos.
¡Ascender primero -¡sacrílegamente!- hasta la más demente
de las afirmaciones!
Y luego descender, de escalón en escalón, sin lamento, sin
lágrimas, con una confianza dichosa, con una real paciencia,
hasta ese lodo donde todo está ya contenido con una
evidencia tan terrible y por una necesidad tan santa! ¡Por
una necesidad santa, santa, verdaderamente santa! ¡Aleluya!
¿Y quién habla aquí de sorpresa? Hay una sorpresa todavía
en la inesperada aparición –a través de las sombras de una
puerta de antigua ciudadde una lejanía de mar con su santa luz y sus vecinas dichosas.
Pero en el nacimiento de un nuevo sentido, de un sentido
que servirá al espíritu de la ciencia verdadera, de la ciencia
amorosa, ya no existen sorpresas.
Es costumbre, en nuestras alturas, acoger a toda novedad
como a una esposa reencontrada después del tiempo y para siempre.
Así me fue revelada la relación del huevo solar con el alma del oro terrestre.
Y esta es la plegaria eficaz en la que debe abismarse el operador:
Sustenta en mí el amor por ese metal que colora tu mirada,
el conocimiento de ese oro que es un espejo del mundo de los arquetipos,
a fin de que emplee sin medida todo mi corazón en ese juego
solar de la afirmación y del sacrificio.
Recíbeme en esta luz arcangélica que dormita miles de años
en el trigo funerario y en él sustenta el fuego escondido de la vida.
Porque el trigo de las antiguas tumbas, volcado en el surco,
ilumina con su propia caridad, como un corazón.
Y no es el sol mortal el que da a la cosecha su color
invariable de sabiduría.
Tal es la clave del mundo de la luz. Para aquel que la maneja
con mano piadosa y firme, ella abre también –la otra región.
He visitado los dos mundos. El amor me condujo hasta lo
más profundo del ser.
Llevé sobre mi pecho el peso de la noche; mi frente destiló
un sudor de muro.
Giré en torno a la rueda de pavor de los que parten y
regresan. Sólo queda ahora de mí, en muchas partes, un aro
de oro caído sobre un puñado de polvo.
Exploré a tientas los laberintos horrendos del mundo del
furor y, bajo las grandes aguas, dormitan mis patrias extrañas.
Permanecía mudo. Aguardaba a que la locura de mi rey me
apresara en la garganta. Tu mano -¡oh mi rey!- está sobre mi
garganta. Esta es la señal. Y éste el instante. Yo hablaré.
Tú me has hecho nacer en un mundo que ya no te reconoce;
sobre un planeta de hierro y de arcilla, desnudo y frío.
En medio de un hervidero de ladrones abismados en la
contemplación de su propio sexo.
De ahí que la hediondez de la matanza suceda la incensación
imbécil de los engañadores de pueblos.
Y sin embargo, hijo del lodo y de la ceguera, yo no tengo
vocablos para describir
los precipicios de iniquidad de este otro Todo, de este otro Ilimitado
creado por tu propia omnipotencia de negación.
Este lugar apartado, diferente, horroroso, este inmenso
cerebro delirante de Lucifer
donde he sufrido durante la eternidad la prueba de la
multiplicación de los grandes fulgurantes y la de los sistemas desiertos.
El más atroz de ellos estaba en el cenit y yo lo veía como
desde un precipicio de sol negro.
¡Ah sacrílego infinito cerca del cual el santo cosmos
desenvuelto ante nuestro mundo ínfimo
es como un cuadrado de escarcha iluminado para la
Natividad y pronto a derretirse al menor soplo del Niño!
Porque tú eres Aquel que es. Y sin embargo, tú estás por
encima de ti mismo y de esa necesidad absoluta en virtud de la cual eres.
He ahí por qué, Afirmador, la total negación es en ti:
libertad de orar o de no orar. He ahí también por qué haces
pasar a los afirmadores por las grandes pruebas de la negación.
Porque me has arrojado al calor más negro de esta eternidad
de espanto donde uno se siente asido
de la mandíbula por el arpón de fuego, y suspendido en la
locura del vacío perfecto,
en esa eternidad donde las tinieblas son la ausencia del otro
sol, la extinción de la jovial elipse de oro;
donde las luces son furor. Donde toda cosa es médula de iniquidad.
Donde la operación del pensamiento es única y sin fin,
partiendo de la duda para concluir en la nada.
Donde uno no es solitario sino soledad, ni abandonado sino
abandono, ni condenado sino condenación.
Yo fuí viajero en estas tierras de nocturno movimiento,
donde, solos en medio de las cosas físicas,
el amor furioso y la lepra del rostro bañan sus malditas raíces.
Y he medido en ellas, gusano ciego, las sinuosidades de una
línea de tu mano. Este país de la noche, denso como la piedra,
este mundo de la otra estrella del amanecer, del otro hijo,
del otro príncipe, era tu mano cerrada. Y esta mano se abrió
y heme aquí en la luz.
Es precioso haberlo visto a Él, al Otro, para comprender por
qué está escrito que viene como el ladrón. Está más lejos que
el grito del nacimiento; apenas si es, no es ya. Como en el
espacio de un grano de arena, así está cabalmente en ti, él, el
otro, el príncipe sentado en silencio, en la ceguera eterna.
Tú, en el huevo solar, tú, inmenso, inocente, te conoces.
Pero los dos infinitos de tu afirmación y de tu negación no se
conocen, no se conocerán jamás, por cuanto la eternidad no
es más que la huida del uno delante del otro.
Y toda la horrible, la mortal melancolía del espacio y del
tiempo, no es más que la distancia que media entre un sí y
un no, y la medida de su separación irremediable.
Esta es la clave del mundo de las tinieblas.
El hombre en quien este canto ha despertado, no ya un
pensamiento, no ya una emoción, sino un recuerdo, y un
recuerdo muy antiguo, buscará, de ahora en adelante, el amor con el amor.
Porque amar es esto, porque amor es esto: cuando con amor se busca el amor.
Yo he buscado como la mujer estéril, con angustia, con
furor. Y he encontrado. Pero ¿qué? Pero ¿a quién? Al
dominador, al poseedor, al dispensador de las dos lepras.
Y he regresado, a fin de comunicar mi conocimiento. Mas,
desdichado de aquel que parte y no regresa.
Y no me compadezcas por haber estado allí y por haber
visto. No llores sobre mí:
anegado en la beatitud de la ascensión, deslumbrado por el
huevo solar, precipitado en la demencia de la negra
eternidad vecina, con los miembros ligado por el alga de las
tinieblas, estoy siempre en el mismo lugar, encontrándome
en el propio lugar, el único situado.
Aprende de mí que toda enfermedad es una confesión por el cuerpo.
El verdadero mal es un mal escondido, mas cuando el
cuerpo se ha confesado, poco es lo que se precisa para
inducir a sumisión al espíritu mismo, al preparador de los venenos secretos.
Como todas las enfermedades del cuerpo, la lepra presagia,
pues, el fin de un cautiverio del espíritu.
El espíritu y el cuerpo luchan cuarenta años; ésta es la
famosa edad crítica de la cual habla su desdichada ciencia la mujer estéril.
¿Que el mal abrió una puerta en tu semblante? El mensajero
de paz, Melquisedec, entrará por esa puerta y ella volverá a
cerrase sobre él y sobre su bello manto de lágrimas. Pero
repite conmigo: Pater Noster.
Ve cómo el Padre de los Ancianos, de aquellos que hablaban
el lenguaje puro, ha jugado conmigo como un padre con su
hijo. Nosotros, solamente nosotros, que somos sus nietos,
conocemos ese juego sagrado, esa danza sagrada, ese flotar
dichoso entre la peor oscuridad y la mejor luz.
Es preciso prosternarse lleno de dudas, y orar. Yo me
condolía de no conocerlo; una piedra donde él cabía
íntegramente me ha caído en la mano, y he recibido al
propio instante la corona de luz.
Y mírame cómo, rodeado de emboscadas,
no temo ya a nada.
Desde las tinieblas de la concepción a las de la muerte, una
sarta de catacumbas corre entre mis dedos en la vida oscura.
Y sin embargo, ¿qué era yo? Un gusano de cloaca, ciego y
craso, con una aguda cola. Eso era yo. Un hombre creado
por Dios y rebelado contra su creador.
“Cualesquiera que sean la excelencia y la belleza, no habrá
porvenir que iguale en perfección al no-ser.” Tal era mi
certidumbre única, tal mi pensamiento secreto: pobre,
pobrísimo pensamiento de mujer estéril.
Como todos los poetas de la naturaleza, yo estaba sumido en
una profunda ignorancia. Porque creía amar las bellas
flores, las hermosas lejanías y aun los bello rostros, por su
belleza solamente.
Interrogaba los ojos y el rostro de los ciegos: como todos los
cortesanos de la sensualidad, yo estaba amenazado de
ceguera física. Esto es también una enseñanza de la hora
soleada de las noches del Divino.
Hasta el día en que, advirtiéndome detenido frente a un
espejo, miré detrás de mí. La fuente de las luces y de las
formas estaba allí, el mundo de los profundos, sabios, castos arquetipos.
Entonces esa mujer que había en mí murió. Le di por
sepulcro todo su reino, la naturaleza. La amortajé en lo más
secreto del jardín engañoso, allí donde la mirada de la luna,
de la prometedora eterna, se divisa entre el follaje y
desciende sobre los durmientes por las mil graduaciones de la suavidad.
Así es como aprendí que el cuerpo del hombre encierra en
sus profundidades un remedio para todos los males, y que el
conocimiento del oro es también el de la luz y el de la sangre.
¡Oh, Único! No me quites el recuerdo de estos sufrimientos
el día en que me laves de mi mal, el día en que me laves de
mi bien, el día en que me hagas arropar de sol por los tuyos,
por los sonrientes. Amén.


SINFONÍA DE NOVIEMBRE


Será enteramente como en esta vida.
La misma habitación. —Sí, niña mia, la misma—.
Al amanecer, el pájaro de los tiempos en la enramada
Pálida como una muerta.
Entonces las sirvientas se levantan Y se oye el ruido helado y
hueco de los cubos
En la fuente. ¡Oh, terrible, terrible juventud!
¡Corazón vacio!
Será enteramente como en esta vida.
Habrá
Las voces pobres, las voces de invierno en los viejos
arrabales,
El vidriero con su canción alterna.
La vieja pescadera encorvada, que bajo la toca sucia 10
Vocea los nombres de los pescados,
el hombre del mandil azid
Qué escupe en su mano gastada por las varas de las parihuelas
Y aulla no se sabe qué, como el Ángel del juicio.
Será enteramamente como en esta vida.
La misma mesa.
La Biblia, Goethe, la tinta y su olor de tiempo,
El papel, mujer blanca que lee en el pensamiento.
La pluma, el retrato. ¡Niña mia, niña mía!
¡Será enteramente como en esta vida!
El mismo jardín,
Profundo, profundo, enmarañado, oscuro.
Y hacia el mediodía.
Las gentes se alegrarán de estar reunidas allí,
Gentes que no se han conocido nunca y que no saben
Las unas de las otras más que esto: que será preciso vestirse
Como para una fiesta e ir en la noche de los desaparecidos,
completamente solo, sin amor y sin lámpara.
Será enteramente como en esta vida.
La misma alameda
Y en el mediodía de otoño, a la vuelta de la alameda.
Allí donde el hermoso camino desciende temerosamente,
como la mujer
Que va a recoger las flores de la convalecencia—escucha,
niña mía—
Nos encontramos, como antaño, aquí;
Y has olvidado, tú, el color de entonces de tu vestido;
Pero yo, yo no he conocido más que pocos instantes felices.
Estarás vestida de violeta pálido, ¡hermoso pesar!
Y las flores de tu sombrero serán tristes y pequeñas .
Y no sabré su nombre; porque no conocí en la vida
Más que el nombre de una única flor pequeña y triste, el nome-olvides,
Viejo habitador soñoliento de los barrancos del país del
escondite, flor Huérfana.
¡Sí, sí, corazón profundo, como en esta vida!
Y el sendero obscuro estará allí, enteramente húmedo con
un eco de cascadas.
Y te hablaré De la ciudad sobre el agua y del Rabí de
Bacharach
Y de las noches de Florencia.
Habrá también
El muro ruinoso y bajo donde dormitaba el olor De las
viejas, viejas lluvias y una hierba leprosa.
Fría y jugosa/grasienta, sacudirá allí sus flores huecas
En el arroyo mudo.


SINFONÍA DE SEPTIEMBRE


Sé bienvenida, tú que vienes a mi encuentro
En el eco de mis propios pasos,
desde el fondo del corredor obscuro y frío del tiempo.
Sé bienvenida, soledad, madre mía.
Cuando la alegría caminaba en mi sombra,
cuando los pájaros
De la risa chocaban contra los espejos de la noche,
cuando las flores.
Cuando las terribles flores de la joven piedad apagaban mi
amor
Y cuando la envidia bajaba, la cabeza y se miraba en el vino,
Pensaba en ti, soledad, pensaba en ti, abandonada.
Me nutriste de humilde pan negro
y de leche y de miel campestre;
Era dulce comer en tu mano, como el gorrión,
Pues nunca tuve, oh Nodriza, ni padre ni madre
Y la locura y la frialdad erraban sin rumbo en la casa. »
Algunas veces te me aparecías bajo los rasgos de una mujer
En la bella claridad mentirosa del sueño.
Tu vestido tenía el color de la siembra
y en mi corazón perdido,
Mudo, hostil y frío como el guijarro del camino,
Una bella ternura se despierta hoy todavía
A la vista de una mujer vestida de ese pobre hábito pardo.
Triste y que perdona: la primera golondrina
Vuela, vuela sobre los sembrados,
en el sol claro de la infancia
Sabía que no amabas el lugar donde estabas
Y que, tan lejos de mí, ya no eras mi bella soledad.
La roca vestida de tiempo, la isla loca en medio del mar
Son tiernas moradas, y sé de muchas tumbas
cuya puerta es de herrumbre y de flores.
Pero tu casa no puede estar allá donde el cielo y elrnar
Duermen sobre las violetas de la lejanía, como los amantes.
No, tu verdadera casa no está detrás de las colinas.
Así has pensado en mi corazón,
porque fué en él donde naciste.
Fué en él donde escribiste tu nombre de niña sobre los muros.
Y, como una mujer que vio morir al esposo terrestre.
Vuelves con un gusto de sal y de viento en tus mejillas blancas
Y ese viejo, viejo olor de escarcha de Navidad en tus cabellos.
Como desde un carbón balanceado alrededor de un féretro,
sí de mi corazón, donde crepita ese ritmo misterioso,
Siento subir el olor de los mediodías de la infancia.
No he olvidado
El hermoso jardín cómplice donde me llamaba Eco, tu
segundo hijo, soledad.
Y reconocería el lugar donde yo dormía en otro tiempo, a tus pies.
¿No es verdad que la seda irisada del viento corre allí todavía
Sobre la hierba triste y bella de las ruinas y que del
moscardón aterciopelado
El sonido de miel ya no se prolongaría en los hermosos calores?
Y si del sauce trémulo y orgulloso separases
La cabellera de huérfano, ¡el rostro del agua Se me
aparecería tan claro, tan puro!
¡Tan puro, tan claro Como la Lejanía vuelta a veren el hermoso sueño de la. mañana!
Y el invernadero, incrustado del arco iris del viejo tiempo.
Aún abriga, sin duda, al cactus enano
y la débil higuera Venidos antaño,
¿de qué país de felicidad?
¡Y del heliotropo moribundo
El olor delira todavía en las fiebres de la tarde!
¡Oh país de la infancia! ¡Oh señorío umbroso de los antepasados!
Hermoso tilo soñoliento, amado de las graves abejas,
¿Eres dichoso como entonces?
Y tú, carillón de las flores de oro,
¿Encantas la sombra de las colinas para los esponsales
De la Blanca Durmiente en el libro enmohecido,
Tan dulce de hojear cuando el rayo de luz del ocaso
Desciende sobre el polvo del granero
y alrededor de nosotros el silencio
De los parados tornos de la araña hiladora?
¡Corazón! ¡Triste corazón!, el pastor vestido de buriel
Sopla en el largo cuerno de corteza.
En el vergel El dulce picoverde clava el féretro de su amor
Y la rana reza en los cañaverales mudos.
¡Oh triste corazón!
Tierno escaramujo enfermo al pie de la colina,
¿te volveré a ver Algún día? ¿y sabes que la flor donde reía el
rocío Era el corazón tan cargado de lágrimas de mi infancia?
¡Oh amigo. Otras espinas que la tuyas me hirieron!
¡Y tú, tranquila fuente de mirada tan serena y tan hermosa
Donde se refugiaba, durante los grandes calores,
Todo lo que quedaba de sombra y de silencio en la tierra!
Un agua menos pura corre hoy por mi rostro.
Pero al anochecer,
desde mi cama de niño que huele las flores,
La luna locamente adornada de fines de estío.
Ella mira a través de la viña amarga,
y en la perfumada noche
La jauría de la Melancolía ladra en sueños!
Después el otoño venía con sus ruidos de ejes de ruedas, de
hachas y de pozos.
Como la huida de la liebre de vientre blanco sobre la primera nieve,
el día rápido, mudo de asombro,
golpeaba nuestros tristes corazones.
Todo eso, todo eso
Cuando el amor que ya no existe no había aún nacido.


LA BERLINA DETENIDA EN LA NOCHE


En espera de las llaves
-El las busca, sin duda
Entre los vestidos
de tecla muerta hace treinta añosEscuchad, Señora, escuchad el viejo, el sordo murmurio
Nocturno de la alameda…
Tan pequeña y tan débil, dos veces envuelta en mi capa
Yo te llevaré a través de las zarzas y la ortiga de ruinas
hasta la más alta y negra puerta del castillo
Así el abuelo, antaño volvió
De Vercelli con la muerta
¡Qué casa tan muda y desconfiada y negra para mi niña!
Vos lo sabéis ya, Señora, es una triste historia
Ellos duermen dispersos en loa países lejanos
Hace cien años
Su lugar los espera
En el corazón de la colina
Conmigo su raza se extingue
¡Oh, Dama de estas ruinas!
Vamos a ver a la bella pieza de la infancia: allí,
La profundidad de lo sobrenatural del silencio
Es la voz de los retratos oscura,
Encogido en mi cama, la noche
Yo oía como desde el hueco de una armadura
En el ruido del deshielo detrás del muro
Latir su corazón
¡Para mi niña miedosa, qué patria tan salvaje!
La linterna se apaga, la luna se ha velado
El susto llama a sus hijas en el bosque
En espera de las llaves
Dormid un poco, Señora
Duerme, mi pobre niña, duerme.
Tan pálida, la cabeza sobre mi hombro
Tu verás como la ansiosa selva
Embellece en sus insomnios de junio, ataviada
De flores, oh, niña mía, como la hija preferid
De la reina loca
Envolvéos en mi capa de viaje;
La espesa nieve de otoño funde sobre vuestro rostro
Y tenéis sueño
(En el rayo de la linterna, ella gira, gira con el viento
Como en mis sueños de niño
¡La vieja –sabéis quién digo-, la vieja!)
No, Señora, no oigo más
Es archi-viejo,
Su cabeza está trastornada,
Apostaría que se ha ido a beber.
¡Para mi niña temerosa una casa tan negra!
Perdida en el fondo insondable del país lituano
No, Señora, no oigo nada.
Casa negra, negra,
Cerraduras enmohecidas,
Sarmiento muerto,
Puertas aherrojadas,
Persianas entornadas,
Hojas sobre hojas hace cien años en las alamedas
Todos los servidores han muerto
Yo, yo he perdido la memoria
¡Para una confiada la casa tan negra!
Yo no me recuerdo sino del naranja
Del tatarabuelo y del teatro
Los pollitos del mochuelo comían allí en mi mano,
La luna miraba a través del jazmín.
Era antaño.
Oigo un paso al fondo de la alameda.
Sombra. He aquí Witoldo con las llaves.


LA ÚLTIMA CANCIÓN DE CUNA


La Vida y el Dolor, en la sombra, arrodillados
Imploran dulcemente el perdón
Y pronto las manos del sueño, ¡oh, mimosa!
¡oh, mimada!, tocaran
vuestra blancura, pensamiento
De la tarde enferma, de las soledades deshojadas
El latido gastado de vuestro corazón
Es el ruido de los pasos de la muerte
hermana mayor celosa y severa
que marcha gravemente sobre vuestra bella sombra fatigada!
Los estribillos descoloridos
De vuestros labios, avecillas agotadas
Que cantan tan dulcemente en falso
Caen en copos de silencio y ya no despiertan
Dormid, dormid con mi alma por sudario
Tranquila, amiga, cuya palidez es para mí una extranjera
Una misteriosa y desconfiada extranjera
El rostro del Sueño se balancea en los jardines cerrados
De las lágrimas de antaño, entre las tranquilas luces de agua
¡Dormid, dormid!
Vuestra forma ya no es sino el reflejo de vuestra forma
Reflejo arrebatado por una brisa al recuerdo de los lagos
Que vuestra soledad amaba
Vuestras manos son la palidez sedosa y diáfana
De las flores tronchadas que suelan entre las hojas
de los viejos libros
De las flores del tiempo que hablan de cosas olvidadas
Con el perfume mohoso de los libros muy viejos
Cuando marcháis, dándole la mano a la lasitud de vivir
La muerte extiende sobre vuestros caminos
El invisible tapiz del silencio
Sobre vuestro vestido
La claridad fría de los matices anticuados
Serpentea y vacila como el veneno irisado
Que espejea en los vidrios de las viejas casas
Y en la sombra húmeda de vuestras sienes
Arde un perfume tranquilo de heliotropo
Dadme vuestra mano más suave que las lunas de agua
Vuestra mano donde el pulso late como un corazón de pájaro
Donde el pulso jadeante late como un corazón de pájaro
Y después, cerrad vuestros débiles ojos, vuestros tristes ojos
Mi vida es un vértigo al borde de un abismo
Miro vuestros ojos de antaño y tengo sueño…
-He aquí el momento en que las montañas son incienso en la lejanía
Los paisajes mueren en las ventanas extinguidas
¡Dormid, dormid!


TALITA CUMI


Te conozco desde hace ya diez años sobre la tierra
suspendida en el silencio,
Hija del destino; y es tu pobre imagen la que se me aparece
siempre la primera
En la lucidez de mis despertares del declinar de la noche,
Cuando siguiendo en espíritu al Cosmos en su vuelo mudo
De repente siento abismarse en mí el universo como
aspirado por el vacío de todos estos días.
Yo soy entonces como una cosa ardiendo sobre el río en la noche de estío
Y la llave del sol está bajo mi mano, que abre las Realidades
espejeantes de una niebla de espíritus
Y por cierto, una sola palabra, y, en este país de la vida
donde tengo más de un servidor deslumbrante
Me aparecerían formas harto distintas a la tuya, guijarro
recogido aquí para el recuerdo.
Pero, ¿no te he amado con humildad en esta pequeñísima sucesión de días?
Yo partiré muy pronto ¡oh mitad de corazón, mitad de corazón tirada
Al lodo y al frío y la lluvia y la noche de la ciudad!
¡Oh mi pajarillo domesticado amenazado por el invierno!
Escúchame. Abre de par en par ese algo en ti que tú no conoces
Y trata, suceda lo que suceda, trata de retener en tu minúscula memoria
Este consejo de uno que ha madurado con la ortiga en el
largo y tórrido verano de la amargura:
¡Trabaja!
No tientes al rey terrible de la vida, al dios en movimiento.
Implacable de los caminos del mundo, al ídolo en el carro de ruedas trituradoras.
¡Trabaja, niña! Porque estás condenada, débil, a vivir largo tiempo
Y yo no quisiera evadirme de estas ensordecedoras galeras
Con la pobre imagen de lo que tú serás un día:
Una muchachita convertida en una viejecita
Con amargos cabellos blancos bajo el chal, no sé en que
agrio y negro arrabal
Y sola en la ribera con el río, un fardo de terror
En las espaldas, hermana de las húmedas piedras y de los
grandes, grandes árboles desnudos.
Ahórrame esto. Porque yo estaré pavorosamente ausente,
despertado para siempre
En uno de los dos Reinos, no sé en cuál, el tenebroso
Me temo, pues hay en mí algo que arde con un fuego bajo y juzgado.
Y yo te lo repito, gorrión de miseria, tú estarás sola en esta vida atroz
Como hacia el amanecer avaro y lívido del Sena
Abandonado de todos el farol rojo y verde.
Yo no sé a quien ha matado mi corazón; pero al morir, el malvado,
¿No le ha legado toda su fúnebre realeza de compasión a mis huesos? ¡Niña!
Es un dolor que no puede expresarse. El hombre atacado de ese nocturno mal
Sufre omnisciente y mudo, como las piedras de los cimientos
en el moho de las tinieblas.
Yo bien sé que es Él, Él, cuyo nombre secreto es: el
Separado-de-Sí-Mismo,
Que sufre en nosotros; y que cuando haya pasado al fin
La noche sin flores y sin espejos y sin arpas de esta vida, un canto
Vengador, un canto de todas las auroras de la infancia,
Se romperá en nosotros como el cristal inmenso de la mañana
Al grito de los alados, en el valle de rocío,
Yo, ya lo sé. Pero esta pobre imagen de tu vida en el porvenir solitario, eso
No puedo soportarlo, es un verdadero terror de insecto en mí,
Un grito de insecto en el fondo de mí
Bajo las cenizas del corazón.


CANCIÓN DE OTOÑO


Escucha la voz del viento en la noche,
La antigua voz del viento, la melancólica voz del viento,
Maldición de los muertos, canción de cuna de los vivos...
Escucha la voz del viento.
No hay más hojas, no hay más frutas
En los huertos destruidos.
Los recuerdos son menos que nada, las esperanzas están muy lejos.
Escucha la voz del viento.
Todos tus tristezas, oh mi Dolente son vanos.
El olvido implacable neva siniestramente
En las tumbas de amigos y amantes...
Escucha la voz del viento.
Las aletas del verano siguen al viento de la llanura;
Todos tus recuerdos, todos tus problemas
Se dispersarán en la tormenta silenciosa del tiempo.
Escucha la voz del viento.
Te pertenece, por un momento, la Sonatina
Días muertos, noches de antaño...
Olvídala, ella ha vivido, ella está muy lejos.
Escucha la voz del viento.
Vamos a soñar, mañana, sobre las ruinas
Hoy, preparemos las tristes palabras
Del lamento que se encuentra todos los días.
Escucha la voz del viento.


BRUMAS


Yo soy un gran jardín de Noviembre
un jardín desconsolado
Donde el color miserable de las brumas dice:¡Siempre!
Donde la palpitación de las fuentes es la palabra: jamás…
Alrededor de un meditabundo busto que mueve a risa
(María, tú duermes, tu molino va demasiado a prisa)
Gira la ronda de la desesperanza del viejo arrabal
¿Oís la ronda que llora en el jardín anegado de bruma ciega
al fondo del viejo arrabal?
Pobres amistades muertas, burlescos amores olvidados
¡Oh, vosotros , mentiras de una noche,
oh, vosotros, ilusiones de un día!
Alrededor del busto meditabundo que mueve a risa
(María, tú duermes, tu molino va demasiado a prisa)
Venid a danzar la ronda negra del viejo arrabal
La bruma lo ha comido todo, nada es alegre, nada irrita,
El ensueño es tan hueco como la realidad
Pero en el parque, donde habéis conocido el estío
La ronda, la ronda inmensa gira, gira siempre,
Amigos que uno reemplaza, amantes que uno siente…
(María, tú duermes , tu molino va velozmente…)
Yo soy un gran jardín de Noviembre,
al fondo de un viejo suburbio.


CANCIÓN


¡Heme aquí, heme aquí, querida de otro tiempo!
La tristeza de tu jardín me ha reconocido
Heme aquí, aquí tan bella de otro tiempo
Tan dulce que no me reconoces
A la claridad de las lámparas de hace mucho tiempo
Pensabas sin duda en mi gran viaje
Tu rostro, Ani, ¡oh!¡Cuán extraño es
a la claridad de las lámparas de hace mucho tiempo!
Las ruedas y las ruecas han volteado treinta años
He aquí mi regreso, ¡oh, mi grande amiga!
Al viejo ruido de las ruedas, al viejo ruido de las ruecas
Sois vos, verdaderamente sois vos ¡oh, tan amado!
¡Presto el bello espejo donde sólo la tarde es vieja
Presto el bello traje con colores de adiós,
Para festejar el regreso de mi bien amado!
El traje es gris,¡oh, querida de otro tiempo!
¿Dónde están los colores del adiós?
El espejo es blanco, ¡oh, querida de hace tanto tiempo!
Tu imagen parece vieja
Lo que lloramos no volverá
¡Adios! ¡Adios! ¡Mi pensativa de antaño!
¿Qué haría yo aquí, Ani, más largo tiempo?
Las ruedas y las ruecas han volteado treinta años…


SINFONIA INCONCLUSA


I

Muy poco me has conocido allá bajo el sol del castigo
Que funde las sombras de los hombres, nunca sus almas,
sobre la tierra en la que el corazón de los hombres adormilados
viaja solo, entre las tinieblas y el terror, sin saber hacia dónde.
En hace mucho tiempo —-óyelo bien, amargo
amor del otro mundo—,
Era muy lejos, muy lejos —óyelo bien, hermana de este mundo——,
en el Septentrión natal donde de los nenúfares de los lagos
Sube un olor de los primeros tiempos, un vapor de abismados manzanares de leyenda.
Lejos de nuestros archipiélagos de ruinas, de bejucos y de arpas,
Más allá de nuestras montañas felices
Había allí una lámpara y un ruido de hachas en la bruma,
lo recuerdo bien.
Y yo estaba solo en la casa que tú no conociste.
La casa de la infancia, la muda, la sombría
allá en el fondo de los espesos parques donde el
pájaro transido del amanecer
cantaba bajito por el amor de los muertos
muy antiguos, sobre el oscuro rocío
Era allí, en esas habitaciones profundas con ventanales entornados,
donde el antepasado de nuestra raza había vivido
Y es allí donde mi padre, después de sus largos viajes, fue a morir.
Yo estaba  solo y, lo recuerdo,
era la estación en que el viento de nuestros países
sopla un tufo de lobo, de pasto de ciénaga y de lino
pudriéndose
y entona viejos aires de ladrona de niños
entre las ruinas de la noche.

II

La última noche había caído, y con ella la fiebre
el insomnio y el miedo. Y yo no podía recordar tu nombre.
La guardia debió haberse ido sin duda al presbiterio
porque la lámpara no descansaba ya sobre el escabel.
Todos nuestros antiguos servidores habían muerto;
sus hijos habían emigrado y yo era un extranjero
en la inclinada casa de mi infancia.
El olor de ese silencio era el olor del trigo
encontrado en una tumba, y tú quizás conozcas
esa grama de los sitios mudos, hermana de los amortajados,
color derluna madura y baja sobre Menfis.
Yo había andado mucho tiempo por el mundo con mi hermano,
sin reposo había andado; había velado junto a la angustia
en todos los albergues de este mundo. Y
entonces me encontraba allí,
la blanca la cabeza como la hermana nube. Y ya no había nadie allí.
El eco de un paso o el trote de la vieja rata
me hubieran sido gratos,
porque aquello que roía el corazón no hacía ruido alguno.
Yo era como la lámpara de la buhardilla en el amanecer;
como el retrato en el álbum de la prostituta.
Amigos y parientes habían muerto.
Y tú, hermana mía, tú estabas más lejos
que el Halo con que se corona en el claro enero
La madre de la nieve. Y apenas si me conocías.
Cuando hablabas, me estremecía al reconocer en
tu voz la de mi corazón.
Pero no me habías encontrado sino una vez, una solamente,
bajo la luz extraña de las lámparas de gala,
entre las flores nocturnas. Y había allí
cortesanos dorados.
Y esa vez sólo dije adiós a tu resplandor en el espejo.
La soledad me esperaba con su eco
en la oscura galería.
Una criatura había allí con una linterna
y una llave de cementerio.
El invierno de las calles
me sopló su aliento miserable a la cara.
Yo me creí seguido por mi juventud en llanto,
Pero bajo la lámpara y con mi Hiperión sobre
las rodillas
vi a la vejez sentada. Y no levantó la cabeza.

III

Oyelo bien, hermana de este mundo. Aquél era
el antiguo cuarto azul
de la casa de mi infancia.
Yo había nacido allí,
Allí fue también
donde se me apareció una vez, en el
recogimiento de la vigilia,
mi primer árbol de Navidad, ese árbol muerto
convertido en ángel,
que surge de la profunda y amarga selva,
que surge todo encendido desde las antiguas
profundidades de la selva helada, y camina solo
—Rey de las lagunas nevadas- con sus fuegos fatuos
arrepentidos y santificados en la apacible
campiña silenciosa y blanca:
y he ahí los ventanales áureos de la casa del niño bueno
¡Viejos, tan viejos días!¡tan bellos, tan
‘ puros! El cuarto era el mismo,
pero ya estaba frío para siempre, mudo y gris para Siempre.
Parecía haberse olvidado para siempre
del fuego y del brillo de las antiguas veladas.
No había allí parientes, ni amigos, ni servidumbre.
Sólo la vejez , el silencio y la lámpara.
La vejez mecía mi corazón como una loca a un niño muerto.
El silencio no me amaba ya. Y la lámpara se apagó.
Mas, bajo el peso de la Montaña de las tinieblas,
yo sentí que el Amor, como un sol interior,
se levantaba sobre los viejos países de la memoria
y que yo alzaba vuelo,
lejos, muy lejos, como entonces, en mis viajes de durmiente.

IV

“Es el tercer día”
Y yo me estremecí, porque
Me venía de mi corazón. Era la voz de mi vida
“Es el tercer día”
y yo ya no dormía
Sabía que la de la plegaria de la mañana había llegado
Pero estaba rendido y pensaba en las cosas
que debía volver a ver
El archipiélago seductor y la isla del Centro
La vaporosa, la pura que desapareció entonces
Con la tumba de coral de mi juventud
Y se adormeció a los pies del cíclope de lava
Y ante mí sobre la colina había el castillo de agua
con las lianas del Edén y los terciopelos vetustos
Sobre las gradas gastadas por los pies de la luna;
y allí a la derecha
En el bello claro medio, a mitad del bosque
Las ruinas color de sol ¡Y allí ningún paisaje secreto!
porque yo he errado en esa Tebaida
Con el amor mudo, bajo la nube de la medianoche
Yo sé dónde están las moras más maduras; la alta yerba
Donde la estatua rota ha escondido su rostro,
Es amiga mía y los lagartos, saben hace largo tiempo
Que soy mensajero de paz, que no truena nunca
En la nube de mi sombra. Aquí todo me ama
porque todo me ha visto sufrir
“Es el tercer día. Levántate, soy tu durmiente de Menfis”
Tu muerte en el país de la muerte,
tu vida en el país de la vida
La muy-sabia, la bien-ganada.

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