lunes, 6 de julio de 2015

POEMA A NITEROI - Alfonso Sola González


I

En Niteroi ya no está la Bahía,
ni la luz ardiente
en la madera de tu boca
quemada por una sal lejana.
En Niteroi están nuestros amigos
que de lejos llegaron también;
en Niteroi hay un vaso podrido
por el amor,
un pájaro que no canta
en mi puño cerrado;
en Niteroi están tus rodillas
cubiertas, casi, por tu ropa adorada.
En Niteroi hay una señora que va a morir
con un espejo oscuro en la cartera;
en Niteroi hay un hombre que lee el diario
como si leyera el viento.
En Niteroi, en Niteroi, en Niteroi,
en Niteroi,
mi amor.
En Niteroi estamos
estuvimos tal vez,
cuando éramos inocentes
como una eterna arena negra;
y el mar
era un palacio
de lejanísima piedra de dulce pelo
tuyo
y mío,
mi amor.
En Niteroi hay una bandeja
de metal,
de fuego seco,
de mano calcinada,
gris como un guante de mar
en invierno.
En Niteroi hay un teléfono
que se quema a sí mismo
para esperar tu voz, mi voz
en Niteroi.
Y porque no estamos tristes,
en Niteroi
el viento del verano
traerá la hoja de la acacia
que en tanta alma sedienta gira
y moverá la estrella de tu pelo
para que duermas, luego,
sobre mi corazón.
Y mañana, otra vez
la puerta matinal abrirá
y tal vez piense
en el pavor del alba
que tú y yo
volveremos
a Niteroi.


II


En Niteroi hay un gato sentado en la peluca del Juez.
En Niteroi está mi vida y mi amor
En Niteroi hay un botón perdido
en el diluvio
y las patas del ánade
que vuela y muere siempre.
En Niteroi está mi amor.
Cuando regreso a Niteroi
cruzando, solo, la sombra
del océano,
solo con una espada de ortigas
que no separa
las unísonas aguas,
saladas,
sedientas
como una perla de fuego negro,
sólo está mi amor,
en Niteroi.
En Niteroi está la juventud
y la gardenia que se oscurece con el día
y que arde en la noche
tuya,
en la tremenda noche
de cuerpo
mío.
En Niteroi estoy sacándome
los zapatos
que golpean
el piso
como alas
de ángeles secos
que tal vez
del paraíso descendieron.
En Niteroi
estoy mirando la miel perdida
de tus dientes blancos, grises, dorados
donde mi lengua duerme
antes que llegue el día.
En Niteroi está tu cabellera
llena de pájaros oscuros
que te levantan hasta el techo
de Niteroi,
y que luego descienden,
sostenidos por las puertas y el vacío
hasta mis ojos que lentamente leen la mañana.
En Niteroi hay una espada de musgo roto,
que me matará algún día,
lejos de Niteroi
El gato ha descendido de
la peluca
del Juez,
en Niteroi.


III


En Niteroi está mi mano
abierta sobre la mesa,
esperando.
En Niteroi no hay nadie,
sólo estoy yo.
En Niteroi hay un vidrio oscuro
que no alcanza a ocultar el mundo.
En Niteroi hay un árbol
lleno de espejos corrompidos,
o tal vez alejados,
por el tiempo
que soy yo.
En Niteroi no hay nadie.
Sólo estoy yo,
esperando.
La naranja o el viento
o la violeta de plata
no están en Niteroi.
El lento barco de humo sepultado
no está en Niteroi;
la gaviota de marfil quemado,
la pluma mojada por una sangre lejana,
ya no está en Niteroi.
Sólo estoy yo en Niteroi.
Esperando.
Mendoza, noviembre de 1964

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