martes, 7 de julio de 2015

FRANCISCO DE MADARIAGA - Algunos poemas

DE EL PEQUEÑO PATÍBULO (1954)

I

La selva oral

Nuestro amargo subtropical melancólico con boca de serpiente canta en el embarazo de
los ríos.
Ponedle una flor de agua a su veneno,
a su circulación maldita y pequeña,
a su labor de vendedor de bananas a las orilla
del río diario de azúcar, de sífilis, de sonido

La selva liviana

El sonido de un tren que se ahoga en la catarata
de las hojas.
Al fondo de la selva liviana y los cocoteros se
hunde el nivel del llanto,
el peso entero de los sueños.
Peso entero del saco de perfume de la gracia.
Estoy entre la espada del paisaje y el ladrillo
caliente del olvido,
viajando con un ardor de joya y sangre.
Escuchando el aullido de mi candor: mi nueva
fiesta.
A paladas, silbatos.
El tren se encierra en si al borde de los esteros
nocturnos.
Su polvo ciudadano tiene miedo a la gran humedad e la tierra,
al aire calidamente eléctrico,
a los cisnes del negro vapor nocturno de la herida del mundo.

Rehén de la colina

Oh candoroso embriagado entre loros,
entre isletas subiendo hasta el nivel de la colina,
canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y cuando la sangre sube hasta tus ojos es
porque están quebradas todas las fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta, viejo rehén de la colina.
Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas
salvajes tienen hijos que retornan al viento,
al gemido del clima en el olor áspero y cruel
de las arañas del estero,
en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.
Asombra al mundo en un paisaje de enero,
oh demente,
oh luz de la humedad.
Ah colgado sediento de unos ojos,
duerme, duerme bajo la luz del padre al otro
extremo del poder y la delicadeza.
En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde
helada.
Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé piadoso con el otro limite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión de la locura de una tierra suspendida en
la tela del agua y del fuego.


Lagrimas de un mono


Yo quiero cautivar tu desesperación, oh mono
adiós.
Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono adiós. 
En los embarcaderos el color encendido en tus
ojos tiene tanta fe.
Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu odio virginal es idéntico a cuando se cruza
mi alma con el mundo.


Cenit con reportaje


Carruaje celeste e la cuadrilla del sol se derrumba en las laderas calientes.
Con un don infernal de encanto y de sonido
lloras entre los hombres tu desacuerdo con
el lenguaje,
con el manantial de la luz diaria erguida que el
hombre pobre reparte entres sus hijos.


El riesgo de la verdad


Caes en mí como una brusca levedad del clima,
del agua,
de una oblicua y desterrada colina,
castigo delicado de un paisaje solamente hollado
por su propia demencia.
Mi desnudez asume así tu cálido cristal
y se destina más al fondo del celo con piel sonriente candente de tu herida.
Adorada mía tapizada de rayos,
con tu colina bajando todas las aguas de la
locura.
Niña mía, con la boca cargada del esplendor del
plátano, alguien,
alguien tiene que depender del canto. 


Pasajera mulata


Mulata, lo radioso está totalmente entregado al
movimiento.
Amor es tu piel de pus de vidrio repartiendo
los dones calientes de la vida,
Dando a cada mundo su parte,
a cada hombre su parte.


Los rieles vegetales (La selva liviana 3)


La imaginación arde envuelta en las ruedas de
un tren desorientado.
Bananas y bananas caen al aire.
Una mujer desnuda, una escopeta en un templo,
roe lentamente en el anillo de su corazón.
Frutera de la desgracia, frutera del destino.


El tren marítimo


El horizonte con el astro volteado como un viejo
padrillo entre las rosas.
Mi piel de fantasma atormentado por tanta madurez.
Mi sed de carozo astral donde desangran los tesoros del mar y de la tierra.


Turistas


Ella es como el cautiverio de una gran perla
con gran pánico.
Y ese campesino formidable e imbécil que la
acompaña, con cierto hedor lejano de 
radiante lepra.
Mala suerte redonda y letal de esa enorme mujer donde se aspira la criatura y el diamante.


Plaza de viajeros


Y dominemos.
Las aventuras tiemblan junto a los carruajes.
Enderecemos nuestras esclavas hacia el candor.
Están apostadas como leves mujeres hienas contra las rudas de septiembre
y parecen estar corrompiendo el pudor de un
pasajero de alto rango,
un caballero blanco en sus anillos y en sus ojos.

II

La propia vida
Después de muchos días de ausencia quiero volver a corromper el mundo.
Iniciemos otra vez mi antiguo hombre,
otra vez a mi amor.
Otra vez el que cambiaba segundo a segundo.
Una manera de amar me sacude la belleza.


Fuera de horario


Las máquinas del transporte automotor se desnivelan en mi alma
y tu tienes que corromperlas con tu gracia.
Guitarrera dormida en los planteles junto a mi 
ventana, acostúmbrate a que quiero viajar siempre con el origen del amor en mi
pecho,
junto a la tolerable delicadeza terrestre de los
trenes.


El alba es necesaria


El ejercicio lejano de los resplandores de los
trenes,
una equivocación del puro deseo entre la niebla.
Tarda en caer cantando el último tranvía de
la noche.
Ah ciudad de locura gastada, la pequeña ramera aún necesita de la aurora perfecta.
Y yo espero con mi manantial de ácidos de sol.


El comercio solar


Limpiamente destituido en el fuego, alúmbrame,
alúmbrame obrera del día.
Entre los animales y los hombres, debajo de estos paraguas para el sol me estremece el
ladrillo,
la cal viva del niño.
Estos que me limitan y hace pequeño el canto.


Los juegos de la playa


Una juventud huía alegre hacia los campos de
gracia.
Inútil hubiera sido corresponder a esa hermosura sin intentar esa lascivia con un agua
encendida en las paredes del alma, 
con una veloz carrera de soldado hacia las margenes del mar.
Y un envilecimiento radiante
del deseo.


Turista débil


Ultima pasajera atravesando el puente moderno
de la tierra a la sombra,
con sombrilla de té de atardecer.


Los peldaños infinitos


Allí, junto a la escalera sin edades,
rompiente para cualquier cultura ardiente de
los pechos,
tu, incrustada en el ataúd de los relámpagos.
Triste suerte de mi alma frente a esta larga
aparecida.


El verdadero país


¿Es otra la alegría?
Por las veredas ardientes de pronto me estremezco de mi armonía en este instante.
¿Qué atentado lúgubre arroja el equilibrio de
su claro destino?
¿Qué mecánica de orden inclemente y perfecto
sonido,
que irrupción metálica de golpe nos devuelve a
la sombra de las canallas herencias del sol
negro?
Tiembla el asilo de la vida.
Virtuoso bebedor del agua del diamante, tién- 
dete a bramar contra el enorme globo ro-jo de la idea.
Ese tambor de sangre es tu país.


A un poeta y amante oficial


Le digo a una mujer que se estremezca ante dios
como ante una culebra en el amanecer.
Que sienta que la ley es como un vestido viejo
ceñido por cobardes alrededor de su cintura.
Tejido dedicado de la miseria.
Mosquitero de la sangre obediente contra las
deidades dulces de un trópico de carne,
vidrio y ocio.
Cristal de la comedia contra los alaridos de
los puros.
Traidor de la delicadeza del instinto.
Pretendiente bólido del diamante principado
del arte.


Amigos peligrosos


¿Y cómo no adoráis a esos hombrecitos que enloquecen de andrajos al final de sus años?
Demonios de los cristales, con la baba celeste
de la demencia en el cerebro.
Kleist, Hölderin, sentáos mis amigos al borde
del color de verano sonriente de mi cama,
en mi habitación de luz color de ojos de can
colérico al borde del pantano.
Mi habitación con el perfume de la luz.


El nuevo testamento


Graciosa mía, tiernísima apostada contra el verano sordo,
Ofréceme en tu pecho un bello hilo de fuego
para grabar mi historia sagrada.
La bella y la sociedad
¿Por siempre ya la bella criatura destrozará mi
suerte con sonidos sentimentales?
Oh tribu cobarde en el corazón del mundo,
que largamente permitido el exceso en mi corazón.
Yo, por siempre, ya más en ti, electricidad inocente del año,
barrido por la memoria de lo puro,
frente a una gran corriente de besos en el pánico a veces tan ridículo de las criaturas,
o minuto a minuto liquidando nuestra gracia de
tormenta.


El viaje del lobo


Un lobo transporta un pedazo de amor muerto,
lleva en uno de sus ojos acostada también a llamada.
¿Será porque cuando es tarde ella se pudre
también en lo estático,
o porque el viaje es tiernamente bello en los
ojos del lobo? 
Ah, lobo, sentado como un señor de ojos de fuego
en la berlina,
corrompe con tus pupilas la espalda jorobada
del postillón que babea.
Una bella santa y bárbara en la colina despide
a una idea,
con los caballos del recuerdo arranca hacia la
perfección de la tierra,
las ruedas giran dirigidas por la caridad de estos
seres del infierno.
Postillón, oh hermano de su casa, ah perro que
boquea la peste del desamor entre sollozos.
Ah lobo de pecho raso, dirígelos con la ternura
de tus dientes.
La criatura ha conducido todo el año con sus
vestidos que se pudren.


Arte poética


No podríamos sostenernos con esta piel y este
polvo gemebundo, guitarrera de grandes
desgracias.
Solo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda.
Los puentes están artillados y solo los cruzan
caballeros blancos vestidos con el aire de
un muerto que posee la victoria final.
Totalmente entorpecidos por la belleza de su
sangre.


El pequeño patíbulo


Y serán pasaje en tu alma.
Ten el valor perfecto de tu gracia, criatura para
errar con tu alegría al fondo del orgullo,
con un valor de jubilo sordo para cantar a lo
perdido
Cuando ya se ha cruzado en la memoria el pequeño patíbulo vibrando para la suerte de
onza de odio
del encaminado.


DE LAS JAULAS DEL SOL (1959-1960)


Los poetas oficiales

¿Amoldáis vuestra esfera a lo más íntimo del porvenir?
Perros enanos entecos, tenéis a vuestro servicio los 
escribientes nacionales, pajarracos de la patria.
Canasteros de los frutos del odio, no estoy arrepentido de 
tener a mi servicio las joyas y los frutos del deseo.
Principitos destronados de toda sangre de descomposición 
en la naturaleza.
Eugenios, Equis, Clauditos, perritos de ceniza.

Los viajes reales

Sólo los amores podían reclinarme sobre su propio
arpegio real de inocencia y de incendio.
Los fuegos de las graciosas tristísimas cuyo rostro se
enciende y se apaga a la entrada de los túneles con
puertas de manzanos.

La boca del mundo

Las cosas tienen un mulato carnero que las araña y las
transforma.
Tienen un santo salido de un pantano que nos ahorca en
los amaneceres de la sed.


El alba cálida


¡Se clarifica el día! Oh viejos Elementos, dadme un poco
de agua.
La ciudad ha sido invadida por el mar, pero conserva
todos sus ruidos, su tráfico.
Todos los rumores se han transformado en cánticos de
pájaros.
Viejos árboles míos ¿Estaréis locos en la campaña?
A cualquiera lo meten en un ataúd de habitación delgada
hundiéndose en el mar.
¡Que un mar cálido le tape todos los nidos al alba cálida!
Los ferrocarriles penetran en la arena. Uno, sordo
revienta y se le abre un abismo de mar. ¡Candentes 
aventureros que nadie atrapa, hermanos que aún no
han pasado bajo mis árboles!
Eh, monos, corregid vuestros errores: al alba cálida no se
la mastica ni se la contempla. La virginidad de las
de las ramas de las últimas sombras que nunca ha visto a un
hombre, no se la holla, monos.
¡Sacadle toda la boca para el alma!
Asnos que beben en el alba tímidamente porque hay
bosques que los embriagan por la noche, me
encuentro bajo el mar, en una estancia de calor
esmeralda. De entre ola y ola brotan los pájaros como
balas de sol y saltan velozmente hacia el infierno.
¡El alba cálida es el infierno, la iniciadora de todos los
amores!
Allá en el fondo la presión ha bloqueado a mi alma a lo
largo, en su ataúd habitación. La ha hecho entrar
rápidamente, por los pies, en el cuadro verde más
infinito.
Después, cayeron ferrocarriles de punta en la arena.
Alba cálida, alba cálida, ¿Por qué acudís a mi en esta
habitación tan delicada?
Oh movimientos de las sombras, humedades del pañuelo
de los niños, gorjeo del polvo del amor, jaulas mías
colgadas en el bosque:
Una liana de oro fuerte de relámpago atrapado por el
bosque puede arrancar este ataúd habitación.


La tentación y el agua


La yegua sagrada, levantada por el fuego central
levantada por el celo del agua, el esplendor de los
cabellos, la boca ensangrentada.
Un golpe de saliva barajada se dispersa por su sangre y
solo tiembla frente a los captadores del día.
Esta bestia, este virgo de mariposas y mareas, provoca,
sin dolor, el aire reo del corazón que es el aliento de
los vivos.


Tormenta y servidumbre


La luna raya al rapaz de los ojos de ganso.
Entra una sombría corona de sombra y agua hirviente.
Un relámpago crea la guardia del amor entre los astros.
Adiós, adoración del sueño, hija de los caballos, que
arrancas los limones por la noche con tu muñeca de
sífilis golpeada por el rey del estero.


Cartas de invierno


I


La mirada de tamaño cantor rueda peligrosamente por
Mi alma. Nadie ha llamado, pero surge de la espesura
Del bosque con un inmenso invierno retrasado.


II


Los árboles de hace veinte años cantan para sus niños
Una canción de primavera electrizada. Crujen en la
Tormenta con el terror de las perdidas miradas
A la siesta, cuando en busca del amor la inocencia 
Se duerme en los caminos del bosque, besa los árboles
Y las curvas de los odres.
¡Oh silbidos a la madre maraña, llamadas desde
El agua, terrores de vacíos acuáticos poblados de
Serpientes, abismos de aire negro y gritos de invierno
Delante de nuestros caballos!
Pájaros del estero, llamándonos al fondo de otro reino
Oculto debajo de todas las aguas, nadie sabe cuál es
Vuestro lecho verdadero, pálidos de mirada criminal,
Crueles hijos de las aguas que se apoderan
De las mañanas.


III


Hace veinte años que quiero relatar perdidas cosas.
No puedo iniciar nada que no sea el torpe vicio de
Mi alma de grabarse y retocerse, o si no balas,
Tajos del deseo, guaridas repentinas de la vida.
IV
Cohetes a la luz de la luna, cohetes de la infancia, pero
Surgiendo de los pantanos, e los ojos de los gatos
Monteses hundidos en el agua
¿Qué se yo de la ciudad?


Las jaulas del sol


I


¡Oh niño de la siesta, sentado hasta en el aire de tu odio!
Lujoso y verdadero rey del hombre que incendia, que
destapa, que acomete hasta en el velo natal el
arco iris de calor su gran serpiente, su gran corriente,
su profesión de ser arrodillado que se lanza porque
así lo quiere el agua, las comarcas subidas a las 
hojas, todo lo recogido por las palmas por su gran
alimento, su corriente de dios, su arrancamiento
del seno de las joyas-mujeres.
Oh mío, pedazo de recuadro del mundo, recibido
antiguamente por las fieras: en nosotros se levanta
y camina, pero lo acosa el fuego -¡su velocidad
elimina!- hacia donde resoplamos nuestras galas
de enredos e todos los colores, los calores, los
olores y las grandes pestañas destruidas de mi tigre
en el corazón de una provincia.


II


Vengan allí a la casa del diamante calentado por
el agua, al huerto donde el hombre se recoge
para no caer del globo.
Un día, un paso, un día mil pasos, una bestia sueño,
pero con todos los amores permitidos por su amor.
Ni una pérdida.
No, no, tribu mía de mi raza. Raza de ganancia y de lujo,
acopladora, niveladora para el fuego, tambora para
los vientos dementes que saben adorar.
Tenía un camino de patos y de rezos. Al fondo, el agua,
luego, los ojos de los hombres con sus telas
flotando sobre el sol y aquí la misma marca
de globo entre las piernas ¡y un odio por lo estéril!
Oh madre de todos los amores, ven a mí, adórame con
tus hijas. Tiernísima del bosque, ven a mí, yo tengo
una bolsa de fuego cautivado por los gatos
monteses pegada sobre el labio,
¡reviéntame en tu olor! 
Cortina de cuero y olor a ojos de infierno matándome
en el bosque.
No tienen puerta para huir los amores.
Círculo de sol repleto de pájaros; tranquilidad de María,
la mecedora de la tarde.


Los correos natales


I


Especialmente sacadote la arena, de la arena
con agua,
odias las tumbas peligrosas?
Color sagrado de los nidos perdidos en las lagunas
de noviembre,
¡el agua es el deseo inmortal!
El bestio puro nace de los manantiales que
sorprenden.
Nadie puede decir nada contra las siestas de la
tierra,
no tengáis miedo de los pequeños monarcas de la
siesta:
los niños ignorados por mi madre en el Templo del
fuego.
Oh victima de la casa roja tragando todo el sol,
no has sabido defenderme de los viejos correos
natales:
los pequeños de ojos de azufre y agua sangrante
golpeando su unidad en mi pecho. 


II


¡Comprensión en el coraje del país!
País, oh visita de la suerte, en el aire rodando con
un alcor celeste del amor.
Nadie pregunta nada, pero los mandingas del paisaje
preguntan por tus ojos.
Coraje y color para tus mujeres que germinan en la
aurora más roja.
La tierra es un torbellino de la carne, una invasión
del hervidero del corazón.
¿Tomar sol con los animales seria la ley de las
mañanas?


El asaltante veraniego


Shas, shas, shas, ¡abrir el vientre de vuestros
corresponsales!
Los miniaturistas cedían al alcohol sus pequeñas
desgracias.
Un olor a remolino de cloro y viento en forma de
dardo hacía huecos en la garganta.
¡Gangrenas infinitas para los comensales del salón
nacarado con tendencia hacia el oro!
El vapor descubierto ilumina la memoria y el ocio
encoleriza y purifica al asaltante veraniego 
que viaja vestido de pana levemente
mortuoria.
Adiós, adiós, indiecitos y monos, graznidos en
los lechos, obsequios de las desgracias;
el viento roe el aliento de las bestias
y descubre a los pasajeros enfermos
el ocio blanco y sangrante de la tierra.


DE EL DELITO NATAL (1963)


Nueva arte poética


No soy el espectral, ni el sangriento, ni el cautivo,
ni el libre, ni el trompudo de labios de lata, ni el
acordeón del mar-ayer, ni la blancura del futuro,
ni el bobalicón del espacio, ni la academia de los
astros, ni el planetario de las correspondencias.
Yo soy aquel que tiene los deseos del celo de la tierra.
Aquel que tiene las cabellos del lado del amor.
El peinador de los pocos retratos de la desgracia.
El cacique de la boca arrojada sobre el lecho de
la mujer que sangra.
¡Manantial para mis heridas!, que no son más que
cosas de hadas.
¡Buen beber para mis ojos!, que no son más que
sombras de desgracias, devueltas por el agua.
¡Loor terrestre a mis amigos y hermanas con temblores
de bocas de duraznos, besadas por el agua!


Apariciones


I

¿Vuelas con un retrato de ataúd con cuerpo de doncella?
Visitante de la vida del sueño.
¿Traes el cuerpo libre para cantar con la guitarra?


II


A veces el invierno se adelanta en los lugares
subtropicales.
Y no he visto jamás tanta delicada esperanza como ésta.


III


No quisiera despertar nunca de la extrema delicadeza
que hierve en os depósitos de los grandes inviernos.


IV


Potrillos de oro sanguineo y asombrado. Mas altos que el
invierno.


V


Un día llueve, y al día siguiente el invierno luminoso es
cálido.
¿La lluvia? Tétrica, pero rica, no pervertida.


VI


Este invierno he descubierto que hay palmeras celestes.
Extrañas. Con una ferocidad solar y lunar. Y sin nombre.


VII


Debe importarme el agua y el color.
Nada más.
Y la noche, cuando el agua desembarca todas las
apariciones. 


VIII


Agua mía, floreada por el sol, el invierno es tu niño con
fiebre.
El niño que solo vende sus ojos a los sueños.


IX


Te odio, hechicera invernal que envenenas el estanque.
Te adoro, impura deseosa de los cuentos:
hada del sexo infantil.


X


Oh coraje y transparencia y peso y brutalidad celeste
del invierno en enero.
Como se descuelgan los monos para crecer y beber
en el color sagrado, mientras duermo mi sueño
brillante,
cautivo del estero.


Aparición duerme


El invierno es de fuego y alumbran las linternas del oso,
las líneas del diablo, y el cuento de la selva en los
ojos rasgados de topacio de la bella Aparición.


Carta de enero


I


Tengo ganas de leer algo hoy.
Me sangra la poesía por la boca.
Yo era estudiante y me adoraba la Naturaleza,
pero estaba olvidado,
me hería la plenitud del Universo, 
y ahora te sacudo a ti, montes de cabellos rojos,
tierras paradas en aguardiente correntino,
grandes balsas de agua alojadas en la boca.
El pavor es celeste, el líquido terreno es fuego,
los pavos reales han sido capados por el sol,
y yo ando por la siesta:
provocador de las grandes fuentes sombrías,
alojado en la voluntad animal.


II


¿Dónde pedir auxilio sino en la Tierra?
El mar es un cantor inseparable.
Pero tú tienes también llamaradas acuáticas,
Tierra.
¡Acuarelas para quién sabe qué candor!
Yo soy un niño y nadie me podrá recibir,
pero tengo coraje
y ese nativo puro que arroja los paisajes
por la nariz.
Tengo un collar para todo lo que arde.


III


¿El alba guaraní gime en mi memoria?
¡Oh francés degollado por las aguas!,
en las exs bocas e las puntas celestes
del paisaje desprendido.
Sin duda nadie cuida de mi memoria,
ni le selecciona parajes ardientes.
Nadie utiliza mi falta de elegancia
cuando expiro con la leche de las frondas
sedientas. 
Yo no quiero cantar países natales
sino medallas de carne de sol,
telas de la naturaleza,
conciertos de las tumbas salvajes
hijas de la ternura natural.


IV


Cuando se definen las estaciones también se define
el corazón del hombre. Y el color, el que
produce el fuego, se estaciona con la temporada.


VII


El mar, mi gran linterna de esmeralda.


VIII


Ese mar que en las islas parece de durazno.


IX


Esas palmeras engarzadas, esas palmeras hechas
joyas entre si.


X


La taza del poniente natural con palmeras.


XVII


La Poesía ¿qué es?
Un hada bellísima, fanática, feroz, puesta sobre
la tierra exclusivamente para salvar al amor
humano y todos los amores.


II


Si me encuentro es en un sollozo, viajando.
Canta el emperador del donaire.
Sus lujos son amorosos y odiados por los asesinos.
Su tela de la vida está hechas de frutas y de aguas
codiciosas. 
Su codicia es ideal en medio de una bocanada de sangre.
Alumbra al bruto, oh Príncipe Natural de la Delicadeza.


III


La FANTASMA


Es el aire ferozmente acariciador, el aire de la muerte.
¿Y la Poesía?
Pasa en un gran vagón que sale de los esteros.
IV
Todo era un infierno de cabellos y entrañas.
¡Un cuento para mi loca sangre!
Las hadas primitivas y ardientes tal vez me hubieran
salvado.
En el aire, en las ondas, han quedado los amores de sus
ojos.
Y yo soy una victima de ellos.


V


Yo he encontrado unos rastros del azar,
Unos rastros luminosos y heridos.
Fantasmas del poder y de la delicadeza.
Oh viajeros de la leyenda del amor.
Yo canto mi canto para un rostro,
Para un paso de luto solar,
Para una ligereza de labios con el sol de la muerte.


Sociedad natural


I


En esta tarde en que llueve sobre el estero, emerge
un espejo húmedo y escarlata-dorado frente
a mi memoria.
Es el espejo del mirar de los hombres que, absorbido 
por los paisajes aún tropicales, devuelve al alma
la delicadeza de una orfandad enfrentada con
el honor de estos hombres y con el ingrato valor
de sus miradas.


II


En la naturaleza mas huraña y escondida a veces se
reflejan, como en un húmedo cementerio de
semblantes, todos los movimientos de las ciudades
supercivilizados.
Un olor a miserias de Estafas inferiores se pudre en
el resplandor del atardecer acuático, bordador
de serpientes.
En las arañas de los juncos crece y llora un mendicante
corazón de amor, y un ardor de mujeres estropeadas
por una fiebre oscura se sumerge en el cristal
podrido de la maraña.
arriba, el trueno canta, pero ya derrotado por el
deplorable amor de estos hombres.


III


La muerte había largado toda su sangre en el estero.
De golpe sentí terror frente al corredor donde soñaban
los hombres bebidos con un alcohol descolorido
y amargo.
¿Y los otros? Los del sol, los ciudadanos del movimiento
y del orden, ¡qué conocen el sol! Solo un día
impuro y grosero, sus irradiaciones para mercaderes,
sus brillantes exteriores ajados por el espacio.


IV


Las Estafas vomitaban en la muerte del día, y sólo las
amparaban los pantanos mas negados por el sol.
El trueno había caído, pudriéndose en el único rincón
maldito del estero.
Sólo en el techo de alguna palmera el espeso mear de 
un tigre se recogía, encendiendo una gran lámpara
que ayudaba a maravillarse a la pradera.


DE LLEGADA DE UN JAGUAR A LA
TRANQUERA (1980)
Escritorio criollo y niño ahogado
a Guillermo Parodi


I


¡Poncho criollo!…
Viejo Narciso,
¿Por qué me entregaste a Corrientes?
al color de los mogotes de palmerales,
al espeso palmar,
al palmeral del aire,
al agua levantándolo al palmar,
al huevo de ñandú en el palmeral,
al potro yaguané al borde del palmar,
al novillo enredado en el bajofondo del palmeral,
al ciego del arpa y el mandolín
que oyó un vuelo en el palmar
y tocó una sinfonía amarilla de frutas del palmeral.
¡Olor a tigre y a zorzal,
olor a lazo que se tira,
-de a caballosobre el yegual!
¿Para qué me entregaste a Corrientes,
gaucho de transparencia liberal?
¿Me entiendes,
Cuando cantan las cabellos de oro de tu ahogado 
Miguelito,
en la laguna secreta del cantar?
Canoa errante mi alma,
halló el cadáver del cantar,
cantó el cantar,
hundiendo vivo al agua al palmeral.
¡Tu niño ahogado!
Un gateado oliendo al tigre del palmar
busca tu alero
Estancia Caimán.
parado está el rodeo
y sangra al aire
el largo catalejo de cristal:
…………………………….
Vuelan los lazos,
canta el pial,
y un chifle en llamas
para incendiar
la volteada en el palmeral…
¡”Guarde esa caña
que hay que atajar”!
Mezcla de potros
y de teral.
Y un turco viejo
viene a lo lejos
con carromato
para mercar.
Agua en la arena:
Camino real. 


El bayo ruano


a Julio Traynor


Al fin de cuentas,
¿fui capaz de triturarlo todo por ti, vieja Poesía?
¿Y qué me habrá quedado?
¿”El almendro real de la esperanza”?
¿El duraznero blanco –con galas de abrojoque arde sobre
un mantel de sacrificios de otras sangres
de levedad purísima?
Pasa cantando el caballero de los Trinos,
¡pero aún no se ha bajado del caballo!
El caballero que en los granes corrales dirigía
la introducción
y el despegue de las tropas,
el errante doctor gaucho
con sus caballerías siempre rezagadas para la
despedida de los niños.
Oh viejo tropero azul, su compañero,
dibujado en el incendio de los rastrojos flotantes del
estero,
canta tu canto de espartillar que ardió con el alcohol del
desacuerdo
en el fuego de todos los parajes,
que también las fogatas de la bondad, móviles fantasmas,
cantarán la borde del Camino Real,
volviendo,
con el fuego,
el aire de alguien,
¿para mí?,
montado sobre el antiguo bayo ruano del emponchado 
para la restitución del Trino Blanco en el
corazón del Trino Negro.


Mediodía en un remate de hacienda

a Roberto Borja y Gaspar Madariaga


Andaba por ahí Luicho Merlo,
gaucho negro,
rey,
¡y hombre de la Cuenca del Plata!
sin que nada preanunciara un gusto impuro
entre el
olor a caballadas.
Era una mañana luminosa, una mañana
Ley-País del
Día Puro,
lejos de la tormenta,
o de la noche…
así, como cuando yo he querido destronarme de mí
y ser la introducción el aire puto en la sombra
del sueño, aquel estero era circular y macho
de oro en el pre-invierno.
¡Trapiche-Cué, el estero!, cielo-junco redondo y ala
circular de abeja-junco, dinero acumulado
de los sueños del agua del consentimiento
hadal multiplicado por el color infantil de la delicadeza
del reino del Santo de la realidad y del relincho
que arde en el pecho del paraje correntino,
memoria sangral del agua madre,
eco,
¡y yo ya no tengo talento, oh gloria, queda mi cuento
disuelto en el sexo de la luminosidad!
¿De mí?: quedará solo un poncho gaucho caído
en el medio del cielo. 
Están bañando unos caballos al costado del
teru teru…


Puente Florencia


a Oscar Portela y Florencia Madariaga


I


Todo se olvida.
El rumor es un puente.
El color es un puente.
La mirada de un ciervo que olfatea un tesoro,
es un puente,
y vuela con el ave que se aleja del invierno natal.
Vuelan todos los puentes.
Las comunicaciones estallan en fuego y transparencia.
Solo nos queda el puente del olor del infinito.,
la pasarela para el tigre de los sueños.


II


Ya se aproxima el viejo invierno
con su canción de baja zona;
el horizonte eleva un puente
con el terror de una paloma.
En el estero hay una brisa
con una garza que reposa
sobre la escarcha de una selva
que al agua entra y se desfonda.
Tiene el sonido una esperanza
de libertad, y un fuego de oro.
Olor a ciervos que olfatean
entre las pajas un tesoro. 


Llegada de un jaguar a la tranquera


a Gaspar Madariaga y Matilde de Horne


Desciende una criolla.
Paraje, desciende, ¡pero muy bien montado!,
con apero del oro de las guerras
y los rodeos en llanuras gateadas.
Espartillo, áspera y delicada cabellera del terror
correntino,
canta una canción de hada de llanura.
Desciende, palmeral del borde del estero,
para beber la luminaria caída de la tormenta de la raza.
Entrégate, oh el antiguo, ex guerrero, ahora
cuatrero, vengador de la estancia delicada,
solitaria en el llano del llanto,
llano del aguacero,
y pon tu estribo de oro y de reserva
para bajar a beber miel y estero:
Que ha llegado un jaguar a la tranquera.


Un fuego en el palmar


a Julio Martinez Howard
Son piedades-perfumes
que me ha dado la forma,
en las prolongaciones populares del llano.
Confundido, entre las aguas vírgenes
y la miseria de la orilla,
he detenido mi caballo,
cansado de nadar en las aguas profundas, 
y he saludado al gallo e los colores de Gauguin,
entre las brujas de unos ranchos.


Madrugada entre caballos


Que magnifico país que es…
Como a los subjetivos les da subjetividad,
como a los objetivos les da objetividad,
y la miel,
y el loro salvaje,
y la no-imperdible caída del estero en el infinito,
y el bosque, pudriéndose en el depositario estero,
con el herir del alba en la mano del mono,
y el curandero-yeguarizo entreverado con los otros
caballos:
el inocente parejero,
la yegua de la rosa sagrada en al rodilla,
y el padrillo e la bondad criolla en llamaradas.


La balsa mariposa


I


Los ruidos del invierno en la ciudad hacen que
yo busque, con desesperación inmóvil, los
ruidos de otra época lejana:
los ronquidos de los degollados en las
orillas del juncal.
¿No puedo ya grabar un escenario?
¿Los sonidos de un monto al costado de un hombre a
caballo? 
Oh garzas, depredadoras de cielo, casi retenidas
por las flores de las aguas, contrabandistas
de las sombras de aromas, el aroma del
crimen de otro monto penetra en el palmar,
al menos popular, y sin loros.
En los albardones encontraréis un caballo
degollado color oro.
Fue allá en el porvenir de una querencia sombría,
alegre, lúcida, viajando en la sangrante
balsa mariposa de la concreta y salvaje
estación.


Ríos rosados


I


Rojo ataúd de zanjas mortuorias en los bosques invernales,
he volcado tu agua,
bebieron mis caballos
y salieron cantando del terror.
Amarilla era el alma.


II


No te he olvidado, mi color de la poesía.
No he olvidado tu casa de manteles acuáticos,
vareados por el agua,
los rodeos de ganados criollos proyectándose en el cielo,
ni a la bruja del caballo ruano
en la alborada de gritos salvajes y palmeras.
Oh nuevo resplandor del horizonte,
la imagen ya de mí no necesita
pero yo necesito de la imagen
del fuego destructor de la ignorancia. 


Contraamparo


a Edgar Bayley


Está el hombre presente.
El filo de la medianoche.
La tormenta de la ex-tormenta.
El cazador al viento.
Lo inmediato no aparece ni desaparece,
está desnudo en medio del contraamparo,
la no guarda de lo imperfecto
y el canto del azul zorzal.
La lluvia es agua de oro en lo inmediato
del corazón, el cosmos es el ensayo primero y
sangrante de lo infinito.
La sangre lava el azul imperfecto de la Tierra,
y vuelve todo a la morada de la alegría.
¿No me disculparé ante el tigre por este “ensayo
filosófico”?
A noche me ha colocado en un castillo en medio del
palmar de Dios.
El alba es el encantamiento popular del planeta.
Buenas alba, dolor.


Canciones para D. H. Lawrence


a Teresa Parodi

I

¿Te acuerdas, Lawrence,
cuando volvíamos del tropear
salvaje en el alba
paulatina?
Mi caballo era de oro sanguíneo,
el tuyo, rojo y negro,
parecía tapado por tu poncho de México.
Y éramos amigos,
y éramos ligeros
costeadores de celestes lagunas amarillas,
Lawrence, ¡dos bandoleros!
Antes de dormir, nadábamos.


II


Lawrence, por ti bebo
este vino de abril
en cuerno de tropero:
Mi padre con los gauchos
bebía en él la caña del Paraguay
rociada por el fuego,
y yo dormía envuelto
con el poncho del gaucho
Teolindo-lucero.


III


Lawrence, mi caballo no ha muerto.
Sale a verte del fondo de un pantano,
Con restos de canoas
dispersos por el pecho;
hoy que en su gala arde aún el fuego de fogatas
de los cazadores del fondo del invierno. 


DE CRIOLLO DEL UNIVERSO


Viaje al Paraguay con Oliverio


Brillan todos los pájaros y estamos viajando al
Paraguay.
Lejos van quedando las costas del Plata y del
Atlántico,
Las estaciones de andenes con aliento a zorrino
De la Provincia de Buenos Aires,
y la laguna del Tordillo.
A nuestro costado una franja de todos los colores
de la Cuenca del Plata aborda a nuestro barco.
Mi padre y un changador alcohólico, de barbas
rojizas,
nos saludan desde la brillante costa correntina.
Una laguna se ha colocado –como sombrero celestesobre el camposanto donde viven.
El Río de la Plata se le ha salido del sombrero,
Oliverio,
y desborda en su camarote.
-Pero, che, Madariaga, usted se ha meado todo un estero.
-No, es el agua que usted recogió en la Bahía de
Samborombón,
y la tenía guardada en su sombrero.
Derecho, allá, donde el crepúsculo tiene volteada a
una palmera,
está mi rancho con techo de hojas de palmeras.
Al regresar, entraremos en esos palmares, en una
volanta celeste y negra:
la misma que manejaba Anastasio Jenuario –un negro
rengo-,
conduciendo a mi abuelo en 1881. 
Aquel es mi pedazo de recuadro del mundo recibido
Antiguamente por las fieras.
-Che, camarero.
El paquebote se dirige a los esteros paralelos a la
costa.
Quiere vararse en la parte florecida, colorada, verde
y cremosa del estuario.
Hemos varado, pero conozco algunos canoeros que,
Botando con tacuaras rosadas y amarillas, nos
bajarán en una costa firme.
Nos haremos de montados para llegar a algún
puertecillo natural.
Nuestro barco recuperará la marcha.
Ya estamos frente al puerto de Corrientes, y el postre
de la tiniebla entera ya ha llegado.
Durmamos una medianoche, hasta que los monos nos
devuelvan la luna,
y no habrá más peligro de vararse en un estero.
Asunción baila ya su galopa del encuentro,
Arden las mulatas verdes de ojos dorados.
¿Oye el sonido multicolor del canto de ese pájaro,
Oliverio?
Es el pájaro de una princesa guayaki, que se enjoyaba
con los ojos de ese pájaro de infierno.
Estamos en la bahía de Asunción y corre el fuego.
La chiquilla de las naranjas canta en el alba,
descalza y vestida de frutas enarenadas.
Estamos entre jazmines y mosquiteros.
Vamos a comernos todo el Mercado.
Raptemos a:
una burrera, 
una naranjera,
una mendiguera,
una india con las orejas llenas de
frutas,
una galopera,
una canoera,
una tortera,
una yuyera,
una frutillera,
una aguatera,
una canera,
una payesera,
una cigarrera,
una vendedora de coronas de agua
de ananá,
para beber toda la siesta.
Oliverio, nos espían desde sus carpas
las hechiceras:
serán nuestras amigas,
nos ofrecerán las mejores mujeres.
(Antes de morir, Oliverio Girando me invitó a viajar con él a 
Paraguay.
El viaje no se llevó a cabo. Después nació este Sueño, en 
homenaje al gran poeta y amigo)


Nicolás Gumiliov
(Poeta ruso muerto en 1921)


La sangrante colina no pudo defenderte,
caíste bajo el fuego de las hadas más
negras,
sobre el viento del puente de guerra
tendido en el abismo.
Tu colina descendió con tu batalla en el
áspero fuego del Diablo.
Entre la niebla pasaba un carruaje venido
desde un levísimo reino asiático,
con olor al infierno.
En la iglesia, bajo el puente, ha quedado
clavado tu puñal de destierro.
Una mujer bellísima, en el crimen del
rebelde,
alumbra tus cabellos.
Yo aguardo su mano de amante para adorarla
en el jardín del fusilado.


Epitafio


Aquí descansan los restos de un
caballo alazán:
era una rama púrpura de la
inmortalidad.


Planeta azul

a mi hijo Lucio


¡La redonda e invisible jornada mía por la
eternidad!
El planeta azul gira y tiene a la muerte como
reina del todo.
No provocar a la reina de infierno.
¡Póngale un santo, amigo, a su bandido!
La fuerza de la estrella del corazón sea tomada
de la mano:
ella es salvaje caridad de agua de cielo
que ha bajado con los vientos de la infinitud,
y un pequeño pedazo de ese cielo sangra y se
enciende con un sueño terrestre.


Un palmar sin orillas


El muerto en la campaña del otoño
ha vuelto a florecer en mi
memoria.
Ha revuelto el rostro contra huellas,
y ha arrancado la raíz del maíz terrestre
y celestial,
crecido en los parajes de sangre y
caballadas.
Para nada ni a nadie reconozco en mi memoria
un poder mayor que el agua del País de la Garza Real,
o sólo tal vez al color del padre muerto
que vuelve a reclamar su derecho a un palmar
sin orillas,
internándose en un desaparecido mar


De: Tembladerales de oro


TEMBLADERALES DE ORO


In memoriam Alfredo Martínez Howard
El dolor ha abierto sus puertas al agua de oro del oro que
arde contra el oro el oro de los ocultos tembladerales
que largan el aire de oro hacia los rojos destinos
pulmonares con el acuerdo de los fantasmas de oro
coronados por los juncos de oro bebiendo los
caballos de oro los troperos de oro envueltos en los
ponchos de oro -a veces negro a veces colorado
celeste verde- y el caballero que repasa las lagunas de
los oros naturalmente populares el que se embarca
en las balsas de oro con todos los excesos de
pasajeros de oro que manejan los caballos de oro con
los rebenques de oro bebiendo en la limetilla de oro
del barro de oro de los sueños de los frescos del
oro entre la majestad de las palmeras de oro y de los
ajusticiados y degollados en las isletas de oro bajo de
yacarés de oro del oro del Amor.
Epitafio
Aquí descansan los restos de un caballo alazán:
era una rama púrpura de la inmortalidad.


De: Criollo del Universo


CRIOLLO DEL UNIVERSO


El blanco océano gira en mi corazón
mientras canta el otro océano de plata amarilla,
que se desprende de las aguas del sol.
Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia,
y muy temprano para pertenecer,
todo,
al planeta venidero y sangrante resplandor.
Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,
gaucho con trenzas de sangre,
mi padre,
y ensíllame el mejor caballo ruano del universo:
para atravesar el agua de oro de la muerte,
y escucharme, todo, siempre en ti.
El blanco océano solloza por la inmortalidad.
De: Los terrores de la suerte
VI
Oh noche, yo te pregunto noche modernísima, pero ya
sin hierro, si cemento, malherida por el amo de la
prostitución y del trabajo, oh noche no cruel pero
bella y alargada hija del sacrificio del amor, oh noche
con corazón-noche de las noches mas reales
recuperadas por el viento, yo te pregunto,(¡oh rama:
que se salve, que se salve, que se salve!) noche de
islas como postres de una tiniebla entera.


De: País Garza Real


SUEÑO CON EDGAR BAYLEY JUNTO AL MAR


No está esta "riqueza abandonada" a pesar
de la rompiente de este mar que hoy quiere detenernos.
Yo igualmente atropello a esta barcaza de las negaciones.
Para nosotros es siempre el mismo tiempo
de comunicaciones con imágenes de agua,
y es el mismo labriego el que ara sobre los
pinos caídos y carcomidos junto a ese  mar:
tú y yo lo saludábamos ebrios con el ron
de los piratas cuyas ánimas frecuentaban los bares de La Paloma,
y tú siempre aparecías como recién desembarcado
de aquella barcaza que sólo llegaba hasta una rada,
en esa orilla que tenía sargazos de felicidad
y el infortunio propio de las corrientes
del azar con que dios se maneja entre los
caracoles y aserrines amarillos de las
olas que se alejan para retornar con
párpados de perdiz almendrada desde el fondo marino.
Esas olas que acariciaban la legitimidad de los muelles sin
pescadores,
los muelles que se desvelaban cuando cantaban
los náufragos del desamparo,
celebrando tu presencia y la mía.
Encantamiento de Edgar, tienes el color de
aquella isla del pirata de la resurrección,
isla donde habitaba una tigra calzada de palomas amarillas,
que se atrevió a adorarte con sollozos de sol,
y con las sombras de sus pestañas
bordadas con la sangre de una pleamar de estrellas.
Porvenir de la amistad, del amor y del sueño,
vienes por las huellas del invierno marino,
y aquí estoy yo por estas costas,
con el recuerdo de una mujer de labios rojos negros,
y un pacto de sangre muy lejano. Y estoy cantándote a contratumba.


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