"Oh lámpara de mechero de
plata, mis ojos te distinguen en los aires, camarada dela bóveda de las catedrales, y se preguntan la razón de ese aparato colgante. Se dice
que tus
fulgores iluminan por la noche
la turba de
los que llegan
para adorar al Todopoderoso, y
que muestras a los arrepentidos
el camino que
conduce al altar. Escucha, todo
es posible, pero...
¿acaso tienes necesidad
de prestar tales
servicios a quienes no debes
nada? Deja que
las columnas de
las basílicas se
hundan en las tinieblas, y
cuando una bocanada
de la tempestad
que transporta por
el espacio al diablo remolinante, penetra con éste en el
sagrado lugar diseminando terror, en lugar de
luchar valientemente contra
la ráfaga contaminada
por el príncipe
del mal, extínguete al
punto ante su
hálito febril, para
que, sin ser
visto, pueda elegir
sus víctimas entre los creyentes arrodillados. Si procedes así, puedes
proclamar que te seré deudor de toda
mi felicidad. Cuando brillas de ese
modo, esparciendo tus claridades
vacilantes pero suficientes,
no me atrevo
a entregarme a
los impulsos de mi
temperamento, y me quedo bajo el pórtico sagrado, contemplando, a través de la
puerta entornada, a
aquellos que escapan a mi venganza,
cobijándose en el
seno del Señor. ¡Oh lámpara
poética!, tú que serías mi amiga si
pudieras comprenderme, cuando mis pies
huellan el basalto
de las iglesias,
en las horas
nocturnas, ¿por qué
te pones a brillar de un modo que, lo confieso, me
resulta extraordinario? Tus reflejos se colorean entonces con los blancos
tonos de la luz eléctrica; el ojo no puede mirarte de frente, y tú iluminas
con una llama
nueva y poderosa
los menores detalles de la pocilga
del Creador, como si te sintieras
dominada por una sagrada
cólera. Y cuando me retiro después de
haber blasfemado, te
vuelves de nuevo
imperceptible, pálida y
modesta, segura de haber
cumplido un acto
de justicia. Dime
sinceramente, ¿será porque conoces las
vueltas y revueltas
de mi corazón que,
al aparecer yo
donde tú velas,
te apresuras a señalar mi presencia perniciosa dirigiendo la atención de los adoradores hacia donde
acaba de mostrarse el
enemigo de los
hombres? Me inclino hacia
esta opinión, pues yo
también comienzo a
conocerte, y sé
quién eres, vieja
hechicera que velas también en
las sagradas mezquitas, donde se pavonea, como la cresta de un gallo, tu extraño
dueño. Vigilante guardiana,
te has reservado
una insensata misión.
Te advierto que la primera vez
que me señales al recelo de mis
semejantes, aumentando tus
fulgores fosforescentes, como
no me gusta ese
fenómeno de óptica,
que por otra parte ningún libro de
física menciona, te
arrancaré la piel del pecho y, clavando
mis garras en las costras de tu nuca
tiñosa, te arrojaré al Sena. No
puedo tolerar que, no haciéndote yo
nada, te comportes deliberadamente de un
modo que me perjudica. Allí te
permitiré brillar mientras
me resulte agradable;
allí te burlarás
de mí con
una sonrisa inextinguible; allí, convencida de la ineficacia de tu
aceite criminal, lo orinarás amargamente”. Después de haber hablado en
estos términos, Maldoror ya no sale del templo, y
se queda mirando fijamente
la lámpara del
santo lugar...Cree descubrir una
especie de provocación en la actitud de esa lámpara, cuya inoportuna presencia
lo irrita al máximo. Piensa que si hay un alma en el interior de esa lámpara, revela cobardía al no responder
con sinceridad a un
ataque leal. Azota el
aire con sus brazos nerviosos, deseando que la lámpara
se transforme en hombre; se promete a sí mismo hacerle pasar entonces un mal
cuarto de hora. Pero no es por medios naturales que una lámpara
se transforma en hombre. No
puede resignarse, por lo que
va a buscar,
en el atrio de
la miserable pagoda, una
piedra plana de
canto afilado. La arroja
al aire con
fuerza...la cadena se corta por la mitad como la hierba por acción de la
guadaña, y el instrumento del culto cae
al suelo, derramando
su aceite sobre
las losas... Toma
la lámpara para llevarla
afuera, pero ésta
se resiste y
aumenta de tamaño.
Le parece ver
alas en sus costados
y la parte
superior adquiere la
forma de un
busto de ángel.
El conjunto pretende elevarse por
los aires para emprender vuelo, pero él lo retiene con mano firme. Una lámpara
y un ángel
que forman un
solo cuerpo es
algo que no
se ve a menudo. Reconoce la
forma de la
lámpara y reconoce
la forma del
ángel, pero no
las puede separar en su espíritu; en efecto, en la
realidad, están pegadas una a otra
formando un solo cuerpo independiente
y libre, pero
él cree que
una nube ha
velado sus ojos haciéndole perder
parte de su
excelente visión. A
pesar de todo,
se prepara valientemente para la
lucha, pues su adversario no tiene temor. La gente simple cuenta, a quienes
quieren creerlo, que la puerta sagrada
se cerró por sí sola, girando sobre sus desconsolados goznes, para que nadie
pudiera asistir a esa lucha impía, cuyas peripecias habrían de
desarrollarse en el
recinto del santuario
violado. El hombre
del manto, mientras recibe
crueles heridas con una espada invisible, se esfuerza por acercar su boca
al rostro del
ángel; piensa sólo
en eso y
toda su acción
tiende a ese
fin. El ángel va perdiendo energías, y parece presentir su
suerte. Ya lucha sólo débilmente, y ve llegar el momento en que su adversario
podrá besarlo a su gusto, si eso es lo
que quiere hacer. Pues bien, ha
llegado el momento. Con su musculatura oprime
la garganta del
ángel,que ya no puede respirar, y
le vuelve el rostro, apoyándolo sobre su odioso pecho. Por un instante
se conmueve ante
la suerte deparada
a ese ente
celestial, que le
hubiera gustado tener por amigo.
Pero piensa que es el enviado del Señor, y no puede contener su enojo. Ya está:
¡algo horrible va a tener entrada
en la
jaula del tiempo! Se inclina y acerca la
lengua llena de
saliva a esa
mejilla angélica, de
la que parten
miradas suplicantes. Pasea un
rato su lengua
por esa mejilla. ¡Oh!...¡mirad!... ¡Eh, mirad!...¡la mejilla blanca y rosa se ha vuelto negra como el carbón!
Exhala miasmas pútridos. Se trata de la
gangrena, ya no
se puede dudar. El mal
corrosivo se extiende
por todo el rostro, y de allí prolonga
su furia hacia las partes
inferiores; pronto todo el
cuerpo se convierte en una vasta
llaga inmunda. El mismo,
atemorizado (pues no
creía que su lengua contuviera un veneno tan potente),
recoge la lámpara y huye de la
iglesia. Una vez afuera, percibe
en el aire
una forma negruzca,
con las alas
carbonizadas, que emprende vuelo
penosamente hacia las regiones celestiales. Ambos se miran,
mientras el ángel asciende
hacia las alturas
serenas del bien,
y él, Maldoror, por el contrario, desciende hacia
los abismos vertiginosos
del mal...¡Qué mirada!
¡Todo lo que la
humanidad ha pensado
durante sesenta siglos
y hasta lo
que pensará en
los siglos venideros, podría
estar cómodamente contenido en esa mirada,
tantas cosas se dijeron en ese
adiós supremo! Pero debe entenderse que
eran pensamientos más elevados que los
surgidos de la
inteligencia humana, en
primer término por
tratarse de esos
dos personajes, en segundo término por la circunstancia misma. Esa
mirada los ligó con una amistad eterna.
Le causa
asombro que el Creador pueda
tener misioneros de alma tan
noble. Por un
instante cree haberse
engañado, y se
pregunta si no
hubo un error
en seguir la ruta
del mal ,como
lo hizo. El
desconcierto ha pasado:
persevera en su resolución, y piensa que es un destino
glorioso vencer tarde o temprano al Gran Todo, a fin de
reinar en su
lugar sobre el
universo entero y
sobre legiones de
ángeles tan hermosos. El ángel le
hace comprender sin palabras que recobrará su forma primitiva a medida que se
acerque al cielo; deja caer una lágrima que refresca la frente de aquel que le
provocó la gangrena, y desaparece poco a
poco como un buitre, elevándose entre las nubes. El culpable mira la
lámpara, causante de todo lo que antecede. Corre como un demente por
las calles en dirección al Sena y allí lanza la lámpara por sobre el parapeto.
La lámpara remolinea
unos instantes para
hundirse definitivamente en las aguas cenagosas. Desde ese día, todas
las tardes, cuando cierra la noche,
se ve aparecer una lámpara
refulgente que flota
graciosamente sobre la
superficie del río,
a la altura
del puente Napoleón, llevando, en
lugar de asas,
dos preciosas alas
de ángel. Se
desliza lentamente sobre las aguas, avanza hasta cruzar los arcos del
puente de la Estación y del puente de Austerlitz, y prolonga su estela
silenciosa sobre el Sena hasta el
puente del Alma. Una vez allí, remonta
con facilidad el curso del río, y
retorna al cabo de cuatro horas
al punto de
partida. Y así sucesivamente
durante toda la
noche. Su resplandor blanco como la luz eléctrica,
cubre el de los faroles que bordean ambas orillas, entre las que avanza como
una reina solitaria,impenetrable, con una sonrisa inextinguible, sin que
su aceite se derrame
con amargura. En un comienzo las embarcaciones la perseguían, pero ella
burlaba esos esfuerzos
inútiles, escapaba de
todas las persecuciones, sumergiéndose con
coquetería, y reapareciendo
más allá, a
gran distancia. En la
actualidad, los marinos
supersticiosos, cuándo la
ven, reman en
dirección opuesta y suspenden
sus canciones. Si de noche
pasáis por un
puente, prestad atención: seguramente veréis brillar la
lámpara, más cerca o más lejos;
aunque se dice que no se muestra a todo
el mundo. Si pasa
por el puente
un ser humano
que tiene algún
peso sobre la conciencia,
ella apaga súbitamente
sus reflejos, y
el caminante despavorido escudriña en vano, con ojos
desesperados, la superficie y el légamo del río. Sabe lo que eso significa. Le
hubiera gustado creer que ha visto la claridad celestial, pero se dice a
símismo que la luz provenía de la proa de
los barcos o del reflejo de los
faroles; y hace bien. Sabe que
esa desaparición la
provoca él mismo,
y, enfrascado en
tristes reflexiones, aprieta el
paso para llegar
a su casa. Entonces la
lámpara de mechero de plata
reaparece en la
superficie y prosigue
su marcha señalada
por elegantes y caprichosos arabescos.
La página contiene las frases y los poemas de mis autores más admirados, que hasta hoy me acompañan en el camino de la creación poética
sábado, 12 de febrero de 2011
Canto 3 Parte 11 "Lámpara de Mechero de Plata" ("Cantos de Maldoror" Conde de Lautreamont)
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