viernes, 11 de septiembre de 2020

JUAN CARLOS MESTRE - POEMAS

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SALMO DE LOS BIENAVENTURADOS

Bienaventurado el que a los cuarenta años aún no ha conocido la recompensa

y llama virtud al cordón de un zapato,

el hombre sin convicción que tumbado en la hierba pasa el día durmiendo

y discute sobre el esfuerzo con los saltamontes.

Bienaventurado el que soporta el préstamo de la verdad, el excavado en piedra

y el que construido en paja es alternativamente señor de la nada y rey de un solo vasallo.

Bienaventurado tú que sin llamarte Juan no eres otro que Juan el explícito,

el padre del aire cuyos hijos heredarán los molinillos de viento.

Bienaventurado el que ha pasado la noche con la insignificancia,

porque embellecido por la privación será de él alguna vez la ausencia,

el que es vecino de dos bocas, el de la voz menuda al que le falta un diente,

el hombre sin pretexto que tuvo un asno, una boina, un chivo.

Bienaventurado el que ante el argumento de la pólvora tuerce su hocico de linterna

y habla alto, el que paga su aullido con la vida,

el que en un instante es articulación de lobo y árbol de rodillas.

Bienaventurado el pájaro cuyo canto

despierta el corazón de una madre en las ramas de la tristeza.

Bienaventurado el manco y su violín de oxígeno,

la abeja del azúcar que liba la corteza de los licores blancos.

Bienaventurado el viajero que vaga en lo concéntrico

y traduce el límite, la fertilidad del sacrificio, la teología de las medallas de la luna.

Bienaventurado el que emigra al borde de su amor,

porque de él será la extraña fruta del animal del sábado.

Bienaventurado el esqueleto de Rimbaud y su pájaro influyente,

único héroe en el festín del cráneo.

Bienaventurado el que ante la alusión de los espejos

se vuelve pensativo y amablemente azul sus lágrimas ignora.

Bienaventurado lo inmortal del muerto, la excusa del sombrero y su balido,

el repentinamente desahuciado en el paladar de tablas de la muerte.

Bienaventurada la golondrina de madera que le late al niño antes de conocer el sexo.

Bienaventurado el aire de la soledad del péndulo,

el manso bajo el sol y la virtud del ciego, la esponja que da de cantar su lluvia a la garganta.

Bienaventurado el que apoyado en su bastón está toda la noche ahí

y es piedra de la luz, piedra de la edad, los dos ojos del pájaro en el collar del cero.

Bienaventurado el astro que ignora su caballo

y ha cerrado el párpado, la agria lepra que arde en las arterias, la sal del paraíso.

Bienaventurado el que condensa lutos negros,

porque de él será la última soga del relámpago,

el primer peldaño en la escalera del descenso.

 

 

NO ME ARREPIENTO DE NADA NI DE NADIE

No me arrepiento de nada ni de nadie, la vida es un monólogo

entre la índole extinguida de una estrella y la natural semilla.

Mi alma crece silenciosa hacia un lugar incierto,

allí las fieras luctuosas, allí el sicario gótico y el infortunio ciego.

Brota el arco iris de los cálices que sostuvo Homero,

le brota su cuerno al fauno, el eco al precipicio, su luz al cielo.

Ésta es la frontera de mi vida, ésta la hora izquierda

exacta en el destino del corazón de un prófugo.

Yo iré donde tú vayas vida esquiva, en tempestad, de noche,

junto al fugitivo cazador de las lagunas, con el presidiario absuelto,

yo cruzaré los médanos con lumbre, yo abrasaré los remolinos ciegos.

He sido parcial con los vencidos, seguiré siendo parcial ante los muertos.

Recuerdo de mi infancia tres peligros,

recuerdo el mal, los ojos sin pretexto del maldito,

recuerdo el aire que había en las palabras,

recuerdo un sueño, su prodigio, recuerdo el asno blanco del lechero.

He vagado por ahí, irrevocable, alegre, desmedido,

he ofendido con voluntad a los jerarcas

y al atónito perpetuo en su torre de herrumbre.

 

Llueve sobre las cúpulas bruñidas por el beneficio

Llueve, llueve sobre las cúpulas bruñidas por el beneficio,

sobre los estandartes empapados por la usura del comercio llueve,

llueve sobre los muros del Pontificado y los altares de lo Absoluto,

todo el día llueve bronce sobre las campanas, sangre sobre las espuelas,

llueven monedas de oro sobre el árbol de los abstinentes,

llueve saliva de óxido sobre la teogonía de los metales,

sobre las estatuas fundidas con la brevedad de los hombres,

llueve sobre las llagas barrocas de la fe y sobre la corona de espinas,

sobre San Sebastián según un modelo de Bernini atravesado por el acero,

llueve la polilla del psicoanálisis sobre las negras sotanas,

llueve en las afueras del hombre y en las cercanías del otro hombre que va en él,

llueve sobre una mujer, la lluvia deja de ser lluvia, la mujer deja de ser mujer,

llueve sobre lugares húmedos y el agua de los estanques favorable a la peste,

llueve sobre los puentes y sobre el jardín en la casa de las prostitutas,

llueve sobre los muchachos amenazados por el resplandor de la velocidad

y el reclinatorio de los que van a morir a la edad de los príncipes.

Aquí hay otra escritura, aquí amor y pájaros góticos contra la solemnidad del eco,

aquí las viejas semillas, la madera de cruz plantada por la mano del romano,

el burgo erigido hace ahora dos mil bajo las estrellas que inventó Copérnico,

el mausoleo en cuya avaricia vive predestinada Roma, desvalida y esclava,

el déspota que huye hacia otra ciudad que no existe en un caballo de hierro.

Este es el lugar donde el escéptico le da la mano al inmoral

y llamo inmoral a aquél que carece de la virtud de reconocerse en el otro,

el insumergible en su mina de talco, el que ejerce la jerarquía como innato derecho

y construye su tormento sobre la escoria de otros,

el obsesivo en la negación de los actos ajenos,

el impostor que muta, el himno con el que se alaba lo que se desprecia,

la cautela ante el gozo.

Hablad voces de la decrepitud, hablad bajo los párrafos inciertos

del que padece memoria,

lo que bajo las costillas del puente dedicado a la memoria de Umberto Primero

es escritura de la gran cloaca romana,

allí donde la deformación de la belleza conduce el pensamiento

del hombre a la embriaguez,

donde la persistencia de la hermosura abre su ojo de cíclope y extravía a los adúlteros

por un paisaje con niebla.

Toda la vida se parece a mi vida.

la cabeza de Minerva y la de San Juan Bautista.

el tributo con que paga el hijo la cripta de su padre.

el agua del Nilo con que hace su pan el herrero, la pasta de polvo con que imita

el albañil las piedras,

la destilación de la música en los pasadizos, la lengua del Tíber abriendo

las aldabas de la noche,

toda la vida se parece a mi vida.

el ojo del insubordinado se parece a mi ojo, la boca del inexistente se parece a mi boca,

el gusano pasta la yema del jaguar, la metafísica hace su aparición en la anestesia,

el convicto ha cancelado su pacto con la respiración, el papiro ha cerrado

su acuerdo con las lianas secretas,

la incinerada vocal de la náusea es inminente.

 

 

 EL ARCA DE LOS DONES

Mi alma es esa casa de madera que arrastra el vendaval.

A veces en la noche yo siento acercarse a un huésped invisible y oigo girar su llave y escucho avanzar sus pasos.

Entonces la poesía, cada pluma arrancada a las alas de un ángel, es la semejanza de una casa en el aire, el portal luminoso, las ventanas abiertas, el que empuja la puerta y el que entra seguro y se acerca hasta el arca y reparte los dones.

Doy al amanecer, cuando la sangre de los delfines se derrama lentamente sobre el serrín de las cervecerías, un cuchillo blanco.

Al que bajo el hielo negro de la noche caminó conmigo y sufrió conmigo la dócil alianza del fracaso, dejo la herida.

A la columna de silencio de esa muchacha que rozada por el tacto de la obediencia guarda en su pensamiento la perfección de la muerte, una copa de viento y de raíces.

Al río de mi infancia donde bebió Demócrito de Siracusa la niebla del espíritu, la claridad que ya no tendrán mis ojos.

A la ciudad que cercada por la elipse del envejecimiento enterró su memoria junto a las norias de la desposesión, una tumba vacía.

Al muchacho judío que ante un espejo empañado contempla el rubí de su alma atravesado por la espina de la crucifixión, una caja de música.

A la sombra de mi padre contemplando la luna, una cabaña en el bosque.

Al que en los atrios de la conformidad padeció la pobreza mas no será nombrado en las tablas de la justicia, la balanza con los alimentos.

A la orilla del mar, un caballo con cabeza de tortuga romana.

A la mujer que me amó con la fidelidad del astrónomo, dejo el resplandor, el halo de una estrella cuyo astro no existe.

Al ibis, la analogía de las agujas.

Para el que estrechamente vigilado por la locura hizo vibrar el ángulo recto de las constelaciones, el acordeón y las palomas verdes de la plaza.

Para ti, amor mío, el río eterno de los dioses y sus gatos sagrados.

Al insobornable enemigo cuya víctima fue feliz como un imán vertiginoso ante los filamentos de la melancolía, una silla de enea.

A la muerte, una puerta abierta.

Al ajusticiado en el abismo de su propia escritura que sólo tuvo oídos para el ángel y amó la semejanza y la inutilidad de las cosas, una jaula con peces de madera.

Al otoño, la lejana memoria de las ballenas del cabo.

A la sabiduría de los profetas, un candil de silencio.

A la lápida de Leonardo Mestre, los sueños que no tuvo y que ya nunca sabrá.

Al que con su linterna de fósforo ayudó a resistir y guio la navegación de los torturados, el faro de la utopía.

A la dulce mujer que se acercó a mi sombra como madre, el azul de mayo y el zumbido de las abejas en la primavera.

Al jardín de los monasterios, la alondra del alba y la rosa cortada del rabino.

Al tetrarca y al que está detrás de su lengua como un tábano, la urna rota del centauro ante la que un lacayo da voces.

A la tristeza que iba cruzando el puente aquella tarde de invierno, un revólver cerrado por un nudo.

Para el leñador que derribó el gran ciprés de los hermeneutas, el meteoro silvestre de las ciervas ingrávidas.

A la estatua de Francesco Orsini duque de Bomarzo, el vértigo transparente de la materia que huye.

A los versos que no escribí, un collar de frutos y semillas.

A la grieta del eremita, la pantera del anochecer.

A la memoria, la lluvia, el lirio de las estaciones abandonadas por las que pasa el ferrocarril sin detenerse.

A los amantes que descifran su desnudez en la oscuridad, un hilo de saliva.

A la pirámide del conocimiento, la amatista mojada del escarabajo y los élitros celestes del jeroglífico.

A La Habana de mis antepasados allá por mil novecientos veinte, la nieve.

Para Rousseau el Aduanero, los ágiles antílopes que cruzan el agua encarnada de los sueños.

Dad este libro a los animales, al búho y al alce, al armadillo y al erizo silvestre. Arrancadle una a una sus páginas y dádselas a los animales. Dadle al hurón la oscuridad de la palabra búfalo y al búfalo la inmaculada pradera del billar de los bares.

Y de entre todos los dones y de entre todos los sueños, dadle a mi corazón una casa en el aire.

 

 

El HOMBRE DE GRIS

 

 

Este es el poema en el que existe un hombre sentado, un hombre que está vestido de gris, que viaja a visitar a otro hombre que ni siquiera conoce, a un hombre que también ha tomado el tranvía y viaja a su encuentro y que va pensando lo mismo que el otro hombre de gris.

Este es el poema donde existen dos hombres sentados, los dos han amado, los dos han sufrido, los dos han tomado el tranvía, se ignoran, no saben que ambos viajan al encuentro de un hombre vestido de gris.

Este es el poema donde existen tres hombres sentados, tres hombres que hablan de un hombre que habrá de venir, un hombre que vestido de gris estará esperando el tranvía sentado en un banco no muy lejos de aquí.

Este es el poema en que cuatro hombres sentados se miran, pero ninguno se atreve a pronunciar la palabra, la misma palabra que está ardiendo en sus labios desde el instante preciso en que cada uno de ellos se decidiera a venir.

Esperan, aguardan a un hombre que aún no ha tomado el tranvía, un hombre que está abriendo el armario y saca su traje y se ve en el espejo vestido de gris.

 

 

 

RUISEÑOR Y MISERICORDIA

 

El pájaro que se ahogó en tus lágrimas canta todavía.

VICENTE HUIDOBRO

 

Te he perdido y la lengua de Virgilio pudrirá las hojas,

la retórica dirá: fuiste mía, te amaba… esas cosas ya vacías

como buzones por donde nunca más pasará el cartero.

Cuando haya amanecido también este dolor te pertenecerá

y los frutos aborrecidos por el frío de las lejanas promesas

entrarán indiferentes en la ausencia del mundo.

Así la tristeza cotidiana de quien ha ignorado el tiempo

espera el milagro de la eternidad repetida en las ramas de espino.

Como entra el pico de los pájaros en la dulzura de las manzanas

dejará el petirrojo una gota de sangre en las fresas de otoño.

Te echaré de menos entre los muertos que no dejan de llorar

y con ajena belleza participan en las destrucciones de la verdad.

Algo ha de permanecer, no los futuros oros del olvido

que deja la noche sobre las mesas carbonizadas de la escritura,

sino la presencia de los amorosos fantasmas que ilusionaron la vida.

No hay sitio para el hombre entre las ruinas de cuanto creyó era el cielo,

ni caben en su corazón los sueños pendientes de haber sido soñados.

Ambicionaron luz sus palabras arrojadas sobre la piedad

mas algo inferior y a él conocido lo arroja de los espacios solares.

Y va oscureciendo sin poder nombrar la razón de esa angustia

y se entierra asimismo en lugares silenciosos, en suburbios

por donde vagan atormentados los perros que cuida.

Amó, pudo haber nombrado la edificación secreta de su deseo,

pero la asfixia del canto, pero la estética de la muerte,

pero los grandes huecos civiles de la consolación

sólo le ofrecen el pan de los rechazos.

Pretendía su perfecto instante de unidad nostálgica

bajo el rumor de las estrellas que aún no han visto el mundo

y entran en correspondencia con la imaginación del que ama.

Oh realidad sin júbilo, espíritu sin elogio por la noche de piedra.

Tú te habrás entregado en el jardín incitante a la caricia de lo distinto,

la fugaz alergia sin raíces que da su rejuvenecida música a los cuerpos

y arrasa en ajenos cultivos la delicadeza de los nuevos amores.

Si el pánico, si desear no fuese distinto a existir en el pánico,

a oír el viento del universo aullando sobre el conocimiento del bien,

las proporciones de la embriaguez decapitadas por la ira del ángel,

si la costumbre de cada hombre negada a su propia obediencia

no hiriese torpemente las sienes al que ha salido del mundo,

el que ama sería amado más allá de la desaparición del amor.

Mas no puede contener el muro sobrecargado de enredaderas nocturnas,

no puede visitar el calvario de arpas embriagadas en los mataderos,

sino vivir en un reino que ya ha sido apartado de la celebración.

Vaga entre la multitud como insecto en la garganta de las reses muertas,

ha sido expulsado de lo oscuro y echado de lo resplandeciente.

Como lastimado entre los que duermen en la respiración del espejo

aguarda la mañana martirizada por las tenacillas del encantamiento,

ve los desórdenes de su ira y los estandartes invernales del luto.

Ha dejado de tener esperanza y las armonías que sostenían la Tierra

carecen de eco en los silenciosos eclipses de su soledad.

Oh si tuviera la doble llave que sigue oculta a los hombres

y abre los cegados caminos a la divinidad en destierro.

Nadie sino él mismo, dentro de sí mismo, al fondo de los huesos

de sí mismo oirá nunca más el frío en las flautas siniestras.

Pero estará el amor, el sabor imposible de todas las hierbas con que la fidelidad

adorna los años que dura la luciente catástrofe de su locura.

Acuérdate del amor al hacer el signo de la protección

bajo los giratorios y los sonámbulos y los gozosos astros del mal,

bajo los relámpagos del gozo y los sonámbulos y giratorios bienes

que constituyen el reparto en las flotantes transparencias del abismo.

Oh árbol huido, negado a las hojas en cuyo instante vives ahora,

apenas durará el placer una noche en los instrumentos mortales,

apenas la culpa en la que silba el origen de todo lo bello

ofrecerá para cubrirnos su constelación de difuntas hogueras.

Ah vacilante, qué tierras se habrían de negar o acogerte

atravesado como estás por la profunda división de los ríos enfermos,

por las aguas que socavan el abandono y desmoronan al que nadie ve.

Pero tú me habías visto, espada que enjaulé sin conciencia ni duda

y esa es ahora la única patria, hierros doblados sobre la traición.

Oh manantiales donde pudo haber sido cuanto creó la mañana,

en qué hora sin posibilidad me negáis el arca del agua luminosa,

si ahora todo lo que pudo haber sido y se enciende cuando cierro los ojos,

es ya ruido gastado en lo precioso como cólera en la ceniza

y es fascinación en descenso mi soledad y la tumba del miedo,

mi éxtasis en las ruinas, el amor trasformado en pánico,

el pánico que deviene en misericordia, en derrota, en nada.

 

 No volveré a saber tus ojos, ha anochecido en la última lámpara

y las oscuras raíces entran en la tumba agrietada del hombre.

No hay pasos que te sigan por las verdes alfombras de mármol

ni hay estremecimiento tras el ventanal de las dilatadas esperas.

Sólo el que arrastra su gran ruido por el mundo puede oírte ahora,

beber la mentira, poner cristales rotos bajo la lengua y el párpado,

sólo el herido por lo sagrado, sólo el abismal inocente huésped tuyo

conoce palmo a palmo la celda furiosa, la desnudez, el espectro.

Has nacido para vivir y esa inmortalidad ha derribado la tumba

donde todas las edades buscaban refugio, ah dulce ruiseñor

extraviado en los huérfanos cipreses de la mortal primavera,

qué canto de náufragos te ha atraído a la trampa doliente,

qué otro calor te ha separado de las ardientes profecías de la Tierra.

Nada busca el hombre que ama en la personificación de lo amado,

nada encuentra sino el vendaval que destroza las velas del conocimiento.

Camina por las ciudadelas arrasado por el incendio de lo presentido,

piensa en los climas que desordenan los quebrantados paisajes,

observa las rendiciones, se parece a las rendiciones, procura las rendiciones.

Cuanto ha dicho, cuanto feroz y delicadamente ha susurrado,

lo esparce por las galerías del corazón y en ellas clama

hasta vaciarse e irse cubriendo de anónimas deudas.

Ha descendido al lugar donde los coros permanecen callados

y son estruendo de lo silencioso bajo lamparones de otoño.

No supone, no conoce más que la petrificación de las iniciales,

las toneladas de nombres comprobados en la ventanilla de los inmóviles,

es la docilidad de los enfermos unificados por el sonido de la medianoche,

es la astronomía de la abeja libando las columnas del número.

Eres tú, amor mío, inclinada ante la huella de las herraduras lunares,

la musicada por el guardián de la medida y el bailarín de cerveza,

tú, la poseída por el poseído, los céntimos del jaguar y la cucharilla de arena.

John,

la piedad no ha sido hecha para nosotros, el borgoña

y el mar, las coronas asirias, los caballos que arrastran sobre el agua

la berlina del hijo complaciente en su abismo, no ha sido hecha

para el visitante la boca de tu aliento, la sedición de David ni

la escenografía del andrógino. Vive el generoso invisible

en la tristeza, adormecido lame la rúbrica en su rayo de invierno,

y, leve pasajero de sí mismo, ama al mayordomo preso de su nada.

Mira pasar a los ciudadanos, piensa en el mar y las carrozas fúnebres

que obsesionan de madrugada la nuca de los sanatorios, cuenta los días

suprimidos a la felicidad, los fragmentos arrancados al friso

de cuanto no ha de ser ni fugaz ni hermosura. Oh condición sin dolor

del que camina a distancia de su éxtasis y en ello halla placer,

y en aquello que goza tala otro bosque y algún amor se destruye.

Oh paciente enamorado, signo aún vivo del ruiseñor

atrapado en las resinas del árbol del paraíso,

no cantas para resistir la intemperie del que camina hacia su estrella

con zapatos de piedra, ni vuelas de una rama a otra para ocultarte en el sigilo.

Buscas desaparecer e inmolarte en el canto, pero qué canto

inaugurado en la academia donde soñó el latino,

qué ebrio cancionero de campesinos en la vieja taberna,

qué trino en la húmeda alameda clausurada al amado, dos pies

es la distancia que separa dos siglos, los dedos de los dioses

aún húmedos por la sustancia de las mismas palabras

que bisbisea el bufón, el imán de la flauta, el indetenible

mensajero que por la prolongación del aire ya traspasa

la puerta donde la granada y el perro conversan con mi corazón.

Ah si pudiera robarle a la existencia otro instante

y en él permanecer y esperarte y allí despacioso creer para siempre.

 

 

Llegan las horas, pasan las diversas horas desprendidas,

las horas dispuestas a ser la consumación de su tiempo,

las horas de un solo instante huidas de la armadura de la duración,

las horas cuyo trabajo fue la adormidera y la fabricación del pasado.

Llegan tus manos a los cultivos muertos de la semejanza.

Donde estés estará también lo imperfecto,

pues ninguna categoría de belleza se prestará a negar la verdad

que fuera de nosotros, como secretos dados del Leteo

en otro espacio reside. No turba el alma a los inmateriales

ni a los seres entregados a la unanimidad de otros seres,

lo que nos disgrega es lo mismo que nos apasiona, la pérdida

de los sentidos que razonan el comportamiento de lo sencillo.

No es en el temor a la negrura donde se tiñen las lluvias,

ni en la rendición a lo absoluto del lecho en que se entregan los amantes

donde reside el mañana de cuanto va a ser despreciado.

Es en la hondura del bosque, entre los tilos del pabellón solitario,

en las ardidas zarzas y entre los decaídos setos,

donde la fortuna juzga su sonora pesadumbre,

es bajo las ruedecillas de la suerte que ejecuta la carreta de heno

donde acepta su concluida juventud ante las aspiraciones del ángel,

es en la vacía cartera del otoño donde otra más lejana mano

su tardía moneda deposita y en el mudo campanil de su reclamo

donde la errante ave pensativa mana para siempre como si cantara sombra.

Como un libro que extramuros en la ciudad de los conversos

volviera a ser leído por un antiguo muchacho analfabeto,

y entonces lo oblicuo, la diagonal, el círculo, la voz

que en la dañada rama es la primavera como ropa nueva

en la isla de los leprosos. Aunque allí muriera,

aún cuando el vacilante fuera oído en esa su aparente destrucción

y pernoctara en la visión pasajera, igual te seguiría,

guiado por las rotaciones celestes, indiferente a la sorpresa

de los salones de baile, girando entre los espejos mojados

donde se afeita el campesino y fija su letra la hija de Eco,

alrededor de las extensiones marcadas por la vara del niño

que todavía juega con el vagabundo y el rey a lo increado.

A qué se renuncia en lo que amamos, qué compuertas se cierran

del firmamento al optar por el tacto de la respiración diminuta,

oh ruiseñor, príncipe huérfano de las ciénagas, qué identidad otorgas

al que escucha tu confesión salvadora, qué préstamo de vida

cedes a la hierba y al autillo silvestre que vela en la noche.

Todo lo que a mí me niegas lo repartes en otras criaturas,

lo acumulas en vedadas colmenas, lo otorgas sin haberte sido pedido.

Qué error ha cometido el canto para morir, qué leyes de piedra

se han derretido como si el terror de tu aliento las hubiera rozado.

Te amo, mas no es el amor la causa de aquello que amo,

es la venganza de la vida que regresa contigo y es alianza en lo alto,

es la mísera voz de los hombres la que dice ven, acércate,

date a mi mano como luz desprendida de un pasajero astro,

oh sangre de música, monarca sin heredero que en la temprana repisa

esperas al relojero de luz disfrazado de delirante muchacha,

oh belleza, qué disgusto ha tenido contigo la noche para no consentirte,

pasa tu estrella con un pañuelo en la cabeza, relámpago sin árbol,

amiga que trae una corona para los corderos, bautizo en la aldea,

ruiseñor en la muerte.

 



Envejecen los alcoholes en las festivas parras otoñales

y también así envejece la aurora que no habría de separarnos.

Parten los barcos que jamás tomamos, parten los trenes

en dirección a la felicidad humillante, regresan las víctimas

sin narración a la historia. Y yo que al margen de lo nombrado

entro en la escena de Saturno y me devora el padre,

y en ese estruendo de rocas gimo sepultado por el origen

y hacia el ruego de los auxilios doy grandes voces entre las criaturas,

grito en los hormigueros hacia las hogueras sumergidas

y los recordatorios que guardan la vergüenza del gran sufrimiento.

Yo, el que te amo como una nave abrazada en la tempestad por un faro,

yo, el que te busco como a sus crías robadas busca una temerosa alimaña,

yo, en la simplicidad con que enferman los enfermos y desaparecen

y nadie más vuelve a preguntar por aquellos cuyos brazos sostuvieron el mundo,

por aquellos cuyas lágrimas condensaron las nubes y la proporción de lo justo.

Cruel es el dictamen de la memoria testificando contra lo amado,

la ambigüedad de un sentimiento en el relato de dos bocas distintas.

He de constituirme en pasado, he de derribar este estado presente

para dignificar la negación del dolor, la vana emperatriz de la elegía

que escupe sobre el sufrimiento. Envejecen los errores y con ellos la vida

va adquiriendo la forma de las herramientas sin uso, el peso de las cosas

sin hechizo hundidas en el puerto, el abandono de las sábanas en el ropero.

Nada queda de las decoraciones críticas, las luminarias, los siete acordeones

de fósforo que invocaban lo mágico en los aposentos de la caverna celeste.

Nada permanece atado al árbol del crecimiento sin ser a su vez destruido.

Todo el hombre cabe en la mano de la conciencia del hombre,

una medida del límite, otra imposibilidad de victoria sobre lo finito.

¿Y eso es amar? ¿Esperarte en los acantilados de la destrucción

es una forma de amor? Oh melancolía de las esferas, tierra removida

por el madrugador para la almohada temprana y la mesa de los mortales.

Y tú, pájaro común, a quién adulas tan fielmente ligado,

con qué tiorbas y especie de flautas has confundido el oído del hombre.

Ha llegado la noche y no estás en la noche, se ha acercado el día

y has desaparecido de las tramas solares del día, ha regresado el amor

y no hay nadie dentro de mí esperando la llamada nueva del amor.

 

Tantos antes que yo. Tantos al unísono. Tantos después de mi vida

habrán entrado en el laberinto por donde discurren como gotas de aceite.

Tantos los abrazados en la casa de la contadora, los celosos témpanos,

los que premeditaron su pasión y su ira, los definitivamente

vinculados por la separación, los acariciados como oreja de un perro.

Tantos ante el ocaso y el pozo de los aforismos y los gestos de la restauración.

Has vivido en la casa vacía de la multitud, has amado

en la realidad la irrealidad de lo ausente.

Ahora el ruiseñor de la misericordia apura el agua de la mudez

y donde existía el canto, tras las anunciadas cortinas de música,

sólo permanece la figura que evoca el fracaso y da nombre a las sombras.

Poco importa al hombre un nuevo amanecer si está lejano de su amor

siendo ese amor el que es nadie y cuanto del ayer lo perturbaba

continúa en su cercanía aún hoy sin hacerse presente.

Estará desnudo tumbado sobre las tierras que roturaron los sueños,

temblará en el cepo que tortura a la liebre en la atardecida

y pensará en morir y renunciará a morir y vivirá en toda criatura hasta consumarse,

hasta sentirse reflejado en aquella reverberación y hacerse sólo reflejo,

yerba comunicante entre el grillo de pascua y la hoja de tabaco,

yerba de girador horóscopo y yerba del insulto en el cementerio de Orfeo.

Entrará en las argumentaciones que resisten la ley y la transparencia,

en el mandamiento que pone plazo a la soberbia y aniquila la floresta,

que hace claudicar las maquinarias del alto diapasón y del subterráneo universo.

Quién te asiste, quién cuida ahora de tu tristeza en lo reverdecido,

por qué elegido jardín que amamanta las lluvias haces florecer péndulos

y guirnaldas altivas, a quién abrazas en la oscuridad donde se quejan

las semillas, en qué desconocido ser bebes ahora la vida que no existe,

el polen virtuoso de los narcisos y las murmuraciones de las abejas vencidas.

Irás de un mundo a otro sin que te redima ninguno, levantarás las losas

preguntando dónde está el que estuvo, y te responderán las piedras,

todas las piedras que retrocederán hasta su remoto aullido de estrella,

todas las rocas que varan en medio de la tiniebla la barca rota del mundo.

Oh ciega en el esplendor, cómo oigo subir la marea del cielo a tus ojos,

cómo siento inundarse de vocales perdidas la íntima cabaña del halcón y la rosa.

Eres la huella del aroma impreso en las sustancias desaparecidas,

eres la navegación detrás de la estela donde se inmolan los pájaros

que desprecia la aurora. Eres la aurora que abre su casa, eres la casa

que ofrece su médula, eres el alma huida del pájaro confuso,

prestamista de la dicha durante la iluminación de un rayo,

apenas ave, apenas ruiseñor, apenas voz sin rostro, amante ausente.

 

 

En la médula del silencio, en lo muerto del calor después del fuego,

por las escalinatas que conducen al lugar que no existe,

entre los espacios constituidos por la tala, en el río evaporado

de tus lágrimas. Donde te oigo toda la noche respirar en otro,

donde te alimento con inutilidad en cada cosa que miro,

en cada palabra que se desvincula de su antiguo significado.

Donde te reencuentro y no sufres y te conviertes en vigía

de los paisajes que funda la voluntad del estío, en mi mano

alcanzando los nidos aborrecidos del canto, en el mismo canto

que cruza la noche y regresa a los manzanos y es manzana

de la amarga sabiduría encerrada en el sabor de la pura manzana.

En ti y junto a ti, en la posesión de tu ausencia, en el cuerpo distinto

de cada transformación en inteligente belleza, en cabeza de capitel

sosteniendo la estructura sagrada del equilibrio, los tímpanos

de la trinidad, padre, hija, espíritu de la locura, soledad que deslumbra.

Oh suspirante, ahoga tu queja en la benevolencia nocturna,

en las tintas espesas que el océano suscita a orillas del llanto.

No podría encontrarte, aunque de una en una por todas las arenas de la Tierra

te buscase impaciente como infeliz condenado al resto de su vida.

Compartirás el aire no con los guardianes del silvestre recinto

que liberan de raíces a los seres alados, sino con la esclava

partitura que cifra al ruiseñor y lo ciñe al acorde de cuanto suspira.

Mira al hombre olvidado de su oficio, nada lo ocupa, ha vivido

extremadamente en los extremos de su posibilidad sencilla,

qué otra culpa ha cometido que la de borrarse amándote,

dejar de ser sentido, olvidarse en los eriales donde se arroja lo inútil.

Qué harás ahora, pájaro sin materia, canto perseguido por el cazador emboscado,

expondrás tu debilidad a la ballesta antes de recluirte en el bosque seguro,

o acaso incitará tu llamada al matarife invernal que aún no ha abierto los ojos.

Consumas tu placer en los extraños dominios donde nadie ha entrado,

donde solo el enamorado que regresa de ardientes cultivos pide posada

entre lo inmaterial de las sombras. No es esta la vida, existe otra vida

en la imaginación sin conducta de los cuerpos que entregan sus cuerpos

a la obsesión del instante, los que fueron amor, los que son el amor,

el albañil de la nueva estación, la querella junto a las cascadas.

 

 

 TIEMPO

 

El tiempo estaba dentro de nosotros como la muerte en el pensamiento de los ancianos, pájaros azules sobre las zarzas de la sabiduría.

 

HABLO CONTIGO





Hablo contigo, ignoro dónde estás, hacia qué luz busca mi Ser el eco en que te escucho.

No hay usura en tu voz, yo sé que un aire limpio te respira, que algo redentor, alguna claridad que arrastra el río lleva el pensamiento tuyo.

Hablo contigo, una intacta pasión vive en tu fósforo, una única luz que no se apaga mientras la muerte fluye, mientras la muerte sufre esta palabra.

Y hablo, hablo contigo alrededor de un hueco, alrededor de mí como el que gira mutuo, como aquel que dentro de nosotros es próximo y se acerca con su haz luminoso de pureza.

Hablo ante el destino que imagina el hombre, eso de desvalido, eso de delirante y turbio hablo contigo. Y es de noche, es de noche en los dos como metal oscuro, y vemos como largamente la verdad extiende su único hilo de saliva, un único alfabeto en el rumor de todos.

Hablo contigo, oh bondad compartida de quien es silencioso, sombra de esa sombra que aletea y es vuelo de semejante elocuencia, el que escribe, el que escucha, el que lámina a lámina va enhebrando en el eco una voz que responde, esa voz en mí mismo, la que nos alumbra y persuade desde más allá de la muerte.

LUGAR

 

Aquí, bajo el número exacto de estas sílabas, yace un río de adelfas de marfil y caballos oscuros que tortura el deseo.

Esta es la casa de los taxidermistas, el pabellón de las enfermeras y los matemáticos, de todos los que tienen obsesiones blancas bajo los sauces de la vejez y el remordimiento.

Pero esta es también la cueva de los cazadores y los bellos animales que se desangran melancólicamente cerca del fuego frío de la muerte.

Esta es la atmósfera del aparecimiento, el hielo desnudo de ese cuerpo que yace en la ermita entre dos frascos con flores.

Aquí cada palabra, cada gota de tristeza arrancada a la nada, es una medalla de diamante perfecto, la consolación, el vértigo que entregas de tus pasos a otro al acercarte al vacío.

Este es el poema, el resplandor erigido en la libertad de la jaula, la cicatriz en la médula de este tiempo que pasa sin duración en nosotros.

 

 

LA VOZ, LAS VOCES

 

Voz de los vientos. Voz y júbilo de los vientos en la oscuridad. El oráculo de la melancolía, el martillo de los ferroviarios al golpear los rieles. La voz de los extranjeros en el pasadizo, voces de plata en los subterráneos como tambores mojados. Resplandor de las voces al anochecer, cuando los circos encienden sus bujías en los descampados y los vagabundos silban a los viejos caballos de madera que giran en los carruseles.

Sábanas. Sábanas de voces en la escritura de mi corazón. Desconocidas, piadosas, azules sábanas bajo la lluvia y los números de la muerte.

Voces bajo la especie del odio, voces desocupadas por el pensamiento de los solitarios. Voces en los anzuelos y voces en los alambres blancos del vacío. Voces cuya tiza traza círculos en la desolación, semillas de las que brota el otoño, las hogueras que sueño, los cisnes decapitados.

Voz y compás de la voz en la construcción de las bóvedas, voz cuya invocación es el aire. Voces llamadas a claridad, a niebla, a palabra de árbol. Pero voces también bajo la forma de herida, bajo figura de palomas en un charco de sangre.

Poesía de las voces y narración de las voces. La ficción de Hamlet en el foyer del teatro, la ficción de las rosas, las sirenas de la policía. En esta escena no, pero sí en el carromato de las amazonas bajo el cruce de las autopistas. Pero sí en el club de la carretera. Voces oídas por el acróbata, voces cuya perfección es la esfera y la aguja de vidrio.

Voces cuyo ruido es arrastrado por el viento. Voces anilladas por el ornitólogo, pronunciadas sucesivamente, leídas sucesivamente como cartas de un muerto, como jaulas vivas colgadas del marfil, del hueso de cristal en los salones de caza. Voces, voces puras cuyo país es mi alma.

 

  

LA CASA ROJA

 

Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquíes de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas. El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con lava de lo ardido y humo de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de tu frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.

 

EL ADEPTO

 

Erguida estás, señal

 

José Miguel Ullán

 

He leído durante toda la noche el Discurso sobre la dignidad del hombre de Pico de la Mirándola,

de él se deduce que el 14 de mayo de 1486 no existe,

que la primavera y la juventud son hijas de Marsilio Ficino,

que la belleza es por derecho mitológico esposa del trípode y el camaleón.

 

Acepto haber leído el destino en un vaso de agua seis mil años antes de la muerte de Platón,

acepto haber alimentado un animal de uñas curvas,

acepto la influencia de los magos persas.

No tengo hijos, ¿acaso he cometido un crimen?

Tampoco tengo energías para la épica.

Confieso adorar descalzo el triángulo de la piedad que otros llaman cubo de Zoroastro,

confieso mi creencia en la teología del número 7 y la gestación de los donantes de calor,

confieso mi fe en Timeo de Locros astrónomo de lo diverso.

 

He leído durante toda la noche el árbol de la conjetura,

de sus frutos he traído a mi casa la escalera circular junto a la que Jacob tuvo un sueño

y el testimonio sobre la naturaleza celeste de todas las piedras.

Asumo haber prestado atención a lo que impide,

asumo la visitación del pródigo y la música de las esferas,

asumo no haber dejado escrito nada que no me haya sucedido en el futuro.

 

He leído durante toda la noche el Discurso sobre la dignidad del hombre,

de él se deduce la aritmética del mar y la Ley bajo la corteza de la encina,

de él se deduce el río de la ciencia y la golondrina de los caldeos,

de él se deduce la inexistencia de la muerte y la fecundidad de lo discutible.

 

 

 

EL ANZUELO DE LA LIBELULA

 

 Me has inventado.

Anna Ajmátova

 

Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patria

a la que adulan con la semilla de los ojos. Verdaderamente

las especies de la verdad son cosas difíciles de creer,

extraños seres petrificados en la ternura como benignos nódulos

en la perfección de los huesos. En aquel tiempo

yo tenía el sueño de una libélula entre los juncos de la razón.

Cansadas como paraguas cerrados recogía las maderas auditivas

de un mar inexistente y con ellas construía algo parecido a una casa.

En aquellos días algo parecido a una casa eran las conversaciones,

palabras relacionadas con la pestaña premonitoria, gatos en los cerezos.

Yo desconocía los vínculos y toda oscuridad era para mí un obsequio,

un rumor de la eternidad que se prestaba como cuerpo desnudo a

mi mano.

 

No era la boca del amor la que respiraba ese óxido, sino la imaginación

del amor como un sastre con pantalones verdes el día de la felicidad.

Verdaderamente las especies de la verdad son cosas difíciles de creer,

la ilusión del hombre es una luz que llega desde lo desconocido

mas no es él el dueño de esa invención sino el ruido de un rumor

prestado,

la cámara del que guarda su placer en ella.

 

Yo tenía la costura de una libélula en el corazón

pero las hojas cerebrales hacían crecer mis manos hacia dentro

en busca de una palanca con la que desalojar la piedra del miedo.

Sin esfuerzo comencé a llorar al revés, a confundir los sentidos

que guían la gota gramática hacia una lengua extranjera.

Antes que me tomaran por un extraño ya que yo no era el dueño de

esa invención

me alejé del optimismo de ser entendido por más de dos

y comencé a oír mis propias palabras como martillazos retumbando

en un espacio vacío.

 

Era como si el tiempo hubiera dejado de durar,

era como si todas las obras imaginadas por un ciego se derritiesen al tacto,

como si la langosta hubiera descendido sobre los campos del espíritu.

Yo sólo tenía una libélula en el corazón como otros son hermanos del

vértigo

y llevan la aorta de las constelaciones acogida en sus sienes.

Está bien, las especies de la verdad son cosas difíciles de creer,

es probable que la invisibilidad y estos hechos

sólo guarden relación con una libélula.



LA MANO IZQUIERDA DE DIOS

 

La modalidad del sufrimiento abandona cada mañana las sinagogas. Abandona el 14 de abril de 1865, Viernes Santo, tarde del asesinato de Lincoln. Pide arenques entre los panes destinados a la Universidad. Ruega lo propicio entre las sacas de la Oficina de Correos y la evaporación de las relojerías cercanas a Nuremberg. La modalidad del sufrimiento retorna a los ojos de Homero como regresa a sus casas la gente corriente.

No es la guerra de Troya, no son los elementos escénicos que idean la prosodia del manifiesto, sino la máquina de cadáveres y los silogismos del juicio. Para ser más exactos, las lilas que no florecerán en el patio donde fueron plantadas por la gente corriente. La indiferencia ha sido persuadida por los brotes del cancionista, el instinto relata las circunstancias de Ulises, los desenterrados oyen la motocicleta de Mahler.

Llegan mozos de mulas al teatro del bosque, entra el descarnador de lo real con el asidero de los objetos irrepresentables. Por lo común agua de herrar, un copo de trueno en el ramal de los céntimos, este dibujo padre de pobres.

La modalidad del sufrimiento rehúye las formas de lo visible, convierte a los espectadores de las anécdotas de la niñez en una escolanía de soldados. Ese tipo de poetas vulgares que pasamos de claro en claro la noche, media docena de melancólicos matones a sueldo de los simbolismos de la retórica: lo falible y lo curvo, el rótulo del palo de jabón dando borradura a las señoritas, coba de género a la capilla ardiente del signo.

Sobre los taburetes del espectáculo las fábulas germinativas de cuanto fue lo creado penetran la imaginación de la gente corriente. Algunas millas al norte, como digo, Lincoln entra en el argumento: como el estallido de una yema o de una vaina en la vegetación, capitán de abril, mi padre querido en palabras de Homero.

La historia continúa unas páginas más allá. Mahler frena su motocicleta justo donde comienza la prolongación de la falsedad, justo donde la trampa de las sensaciones explica lo siguiente: la emoción sin comportamiento, la dificultad de existencia ante la soberanía de todo verdugo. No es el sentido común, es la grasa de cerdo, es la camisa gramatical doblada en la maleta de Homero la que va a testificar en Nuremberg sobre el almanaque de las lilas.

Son las siluetas de quienes han soportado las visiones las que deforman el texto, las serviles definiciones de la aniquilación las que privan de toda ley de felicidad la comedia de lo verídico. Son las partituras, los boletos cortados del espectador. Es el azar de las huellas en el túnel. Son las fábulas germinativas del prestigio. Es la tragedia la que penetra la imaginación de la gente corriente.

El cansancio de la muerte precinta herméticamente la responsabilidad de las Bellas Artes. El olvido utiliza los ojos del diablo para observar la organización de la monotonía, usa la influencia del método sobre la ingeniería del fracaso en la sien. A semejante distancia, el consumo sanciona el naturalismo de los deformes, el ensayo sobre la antigua ilusión del griego legaliza el habla consciente. Lo equivalente es la incurable basura de las reproducciones en el altoparlante, la temperatura desnuda del miedo.

 Un hombre habla de estas cosas. Está sentado sobre cuanto fue lo real, frases lavadas, rifas de santero en las condensaciones de lo imaginario. Está cubierto por la sangre de la fraternidad de la Revolución Francesa, por la degradación a un minuto escaso del abecedario de la igualdad del soviet, el mismo lugar donde los informantes de lo indivisible reconocen el obstáculo surrealista como una posibilidad espontánea.

El dividendo es la muerte de Lincoln, la actividad es la raya de Malher, la astucia es la ceguera de Homero. Es el instante del triunfo ocasional sobre el tiempo de las omisiones, la ausencia con que la gente corriente busca cada mañana una explicación al embalaje del loco, el rastro que conduzca a un extraño, al sistemáticamente femenino, al curado por la pedagogía de los consejos.

Entonces el poema se levanta y da por terminada la superficie del lenguaje, se apoya en la escalera de mano, digamos el punto de vista desde el que se asoma al vacío, a cierto grado de premonición equidistante a la agricultura de lo que llamamos destino, y ahí, destructiva, irreparablemente fragmentado por el mecanismo íntimo, tampoco alcanza a dar testimonio de la mano izquierda de Dios.

  

LOS REFUGIADOS

 

Como si nadie oyese en la cripta del corazón las espinas del pájaro de la barbarie, nadie es nadie. Nadie el senador de los tirantes elásticos. Usted es nadie, sombrero de

las recepciones, y vos pamela de la medusa, vuesa merced con esquivos ojos de alguna clase en trato de plata. Nadie en la multiplicación son hoy los felices, y nadie el giróvago antílope que danza en los subterráneos. Yo soy nadie. Tú, la vocalista en la boca moderna de nadie, poesía, oca viuda de los quitasoles, linterna de los espías tras la limusina de los ataúdes.

 

A qué viene eso de la mancha de los espíritus, a cuento de qué decir ahora que tras esta compuerta aúllan en las bandejas los ojos del refugiado. Dicho así el placer y la copa de hielo son corrupción en los recintos de música, fechas en la memoria de la fatalidad.

 

Algún día lo que ahora escribo será inteligible. Algún día, en el perímetro de las cosas sabidas, la época de los sufrimientos que hicieron visible el mercado de las heridas, será entendida como edad de una sábana rota, órbita de nuestra desnudez recubierta de insectos como lengua de gran pez moribundo.

 

Cuando nadie sea ya nadie en la dentadura fósil del universo, y nadie, es decir, nosotros, los rumiantes en el dolor de los sobrevivientes hayamos arrancado de raíz la palabra destino para referirnos a la compasión, hayamos enterrado los cargamentos de misericordia y las heces de hiena, hayamos aceptado la infamia como conducta de época. Cuando nadie sea ya nadie y no haya huellas de nadie ni frutos de nadie en los mercados del pensamiento, esto se olvidará, esto también ha de ser olvidado por el micrófono aéreo de lo que anda en el cosmos, y la podredumbre de nuestro silencio y la bisutería de los diplomáticos alrededor de las fosas comunes.

 

Nadie es nadie, escritura de las elocuentes cifras que suman dolor al oprobio, cinta azul de los legajos de la minuciosidad. Nadie es nadie bajo la lente de los archiveros. Nadie con su puñado de tierra, el oferente y el lúcido, el préstamo de jerarca invisible en nosotros, huyendo en el taxi de la conciencia de las columnas de humo.

 

Para qué sirves entonces poesía de las hojas incendiadas por las pavesas de la justicia, vieja poesía de los herbolarios, mostaza de los cónsules que predicaron el amanecer. Hacia dónde, hacia quién, venerable Withman, junto al apacible río de los pensamientos sagrados sumerge la mujer su criatura en el agua antes de la incineración.

 

Como si nadie oyese las espinas del pájaro de la barbarie, parece ser que aquí nadie es nadie. Nadie el silencio y su caldero de cal sobre los desaparecidos. Codicia, eso dice aquí la palabra codicia.

 

 

«LA PAZ SEA CONTIGO…»

la paz sea contigo dentro de la noche hay otra noche allí está holdërlin en el lodazal del seminario tirándole cuescos a los nazis Grecia queda lejos de las mujeres los hombres aún no nacidos buscan la casa del ebanista para encargar su ataúd brillan sus mustias alhajas en los altos tronos como bichos borrachos cuyos amos se han divorciado la noche está desnuda como dios en su infancia el entrenador de los prudentes piensa en el suicidio inventa pentagramas con minuciosas manías ha llorado hasta romperse los ojos contra las existencias armónicas y los cerebros de cartoné un menesteroso flacucho ese Friedrich entre los mochuelos de atenea y las víboras de leño de los mosaicos romanos dentro de la noche hay otra noche con las fosas nasales de la noche con las lenguas de agua de la noche con los esquizofrénicos versos sin agallas de la noche el cocinero japonés y su malicioso cuchillo las hermanas epilépticas enlutadas hasta los huesos el colirrojo en los cerezos de Esmirna dentro de la noche el renacimiento de la noche lo aporético de las tumbas el anteayer donde se desangra el faisán del futuro

           

«EL PODER DEL VIENTO»

 

 

El viento de otoño el viento que arrastra restos de espino y lágrimas desnudas hasta detrás de los vagones donde los machos manosean prostitutas jóvenes mientras las madrinas cosen botones sin saber qué astro ha caído del cielo y a nadie le corresponde el encargo de embellecer la tierra y considerarse en algo semejante a los pájaros. El viento que toca con dedos de bakelita las cosas que dejaron de ser santas que dejan de preguntarse para qué sirven y tras la amputación y la farsa y todo eso del reparto las entregas al coleccionista. Es el viento el que vuelve histéricos a los ángeles y a las hermanas que recogen bajo la banqueta el carbón quemado de sus hijas. El viento malintencionado con su olor a jarabe y a vergüenza cuando golpea las cancelas y los malandros regresan a la propiedad con los puños ensangrentados. Es el viento sin nombre sobre las colchas negras y la médula de los carneros el viento de otoño sobre las agriculturas de la muerte.

 

«HOSPITAL DE ANÓNIMOS»

 

Los agonizantes preguntan a los lagartos, preguntan por el éxito de los gusanos y los planetas y por las manzanas que nunca volverán a ver. Nada los protege del verano extranjero, nada tampoco de la imparcialidad de los jóvenes y los amores ficticios ante las recompensas de los ancianos. Los agonizantes piensan en las criaturas infantiles y en los esqueletos de paloma en el museo de lo que vendrá. Piensan en los duraznos y piensan en las colmenas. Piensan en los jueces implicados en la farsa de la verdad y en los paritorios de las ratas. Y tiemblan, y oyen el argumento de los obreros violentados por la codicia de lo que no descendió del Monte. Los agonizantes meditan en sus íntimas camas sobre el silencio verdaderamente humano. Cierran los ojos como las reses al oír ladrar los viejos perros del matadero. Ya no lloran para seguir el ejemplo de los muertos y de los teatros vacíos. No piensan en el refugio de esquiadores, ni en la soleada mañana de los hombres ricos. Los agonizantes respiran junto a las máquinas como el gas habita en los sótanos. Ya se sabe todo lo demás, la eternidad de los fruteros, las rosas vulgares.

  

TRES POEMAS PARA PIER PAOLO PASOLINI

I

Hubiera querido góndolas y uvas en tu frente, blanca túnica de vichí para tu cuerpo de arbusto, vomitel, árbol enorme donde tallen timbales, panderetas, músicas al tacto valiente de tu risa, tarambas, oboes y luces en la noche que te cuida, fósil de ámbar, rejalgar, cristal indefinido que gobierna adolescentes. Pero ya el humo que resolvió a los príncipes es témpano dulcísimo, véspero en la tarde de los Médicis, cascabel y sedas en tu luz definitiva, vértigo ahora cuando un arpa inicia fuentes de bálsamo en la memoria, incienso en tu cenotafio de orégano y ciruelas, harina en el hojaldre sin fin, honrado jinete tan suave en el galope y hasta relincho fucsia del centauro que quiso Botticelli para llevarte a hombros a la soledad del ibis, madre comunal y sagrada que devoró el jaguar, cinta en el pelo, miel de palma y almendras en el licor de los festejos.

II

Voy a nombrarte como sol que duda entre el jazmín o la libélula, apenas aurora y ya friso de acanto que te oculta, breve fue el amor o la alimaña y ya están los evangelios anunciando fresas en tus labios, liebres, sacristanes, adobes y pulpa de manzana; quiero esta extensa geografía reducida a brote simple de cerezo y en tu oreja cultivar infiel e íntima la vida, el deseo, el goce carnal de un cielo que devore tu muerte y te devuelva intacto al ágora y al puente, al tren, al mingitorio, a las campanas y a la luna. Que ya vienen las mariquitas de Roma tocando la marimba y las estatuas y la hojarasca y las navajas no son, Dante y el cisne de Veronés, y Venecia no se hunde por ti y no se hace inalcanzable el vértice, porque ya estamos todos sin vergüenza en el pubis de Safo, yuruma, jarabe de maíz, sustancia, hucha y alhelí, caimán y novia.

III

Y es preciso detener la resignación que como mañana blanca de domingo azuza el cárabo, devolver la alegría al alcahuete, el miedo al juez, fingir hasta el éxodo, adornar con azucena cada culpa, convidar a matrimonio, volverse cadmio, baya, ser prodigio, retallecer, rugir y hasta ocultar con velo lo jovial, ingerir jarabes que te vuelvan grillo y regreses en el canto, araña, saurio, gelatina, nivel del mar que lo inunde todo. Porque no me acostumbro, prometido, a revejecer, a regirte en el recuerdo, a reservarte el mármol como si cónsul hubieras sido, tú, hereje mayor, joya que adornó el pulgar, hierba que embosqueció la era, nunca harija, trigo, rayo que destrona, hiere, apila y excarcela. Te quiero ya tambor, voz atonal, adormidera, flauta, tubo de viento. Levanta tu cabeza, cáliz de pan, ven nómada, regresa, hágase la justicia y alegrémonos: Ecce homo.

 

REMITIDO A SCHRÖDINGER

Era un día de primavera como en la página 127 de los Cantos de Maldoror, los pájaros derramaban sus melodías de trinos, y los humanos, entregados a sus diversas ocupaciones, se bañaban en la santidad de la fatiga. Era un día sin apenas testigos, cuatro hocicos de cerdo por aquí, algún ramillete de sabrosas muchachas que no dejan de preguntar qué es la vida a la orilla de la ciénaga donde brotan los narcisos salvajes. En la estación desierta los partidarios de la Cuarta Internacional esperaban órdenes del hombre de la barba negra. Yo ya había clausurado mi corazón a los modismos y puesto una placa en la puerta en la que podía leerse: Soy zurdo, empuje las nubes con cuidado.

Llevo toda la noche preguntándome por qué son tan pequeños los átomos, en comparación, por ejemplo, con la frase más breve de Goethe. Una trivialidad si a continuación no viniera la frase: Das Sein ist ewig, algo así como que el ser es eterno. ¡Como para no desvelarse! Necesariamente la luz ha de tener una velocidad menor a la de la inteligencia, de lo contrario el músico callejero ya se habría convertido en el ángel que mastica a la mujer del gramófono. Quiero decir que incluso el destino químico afecta a la poesía de manera violenta, un azar que aparece entre los volúmenes y las mascarillas mortuorias como una no necesariamente bella muchacha desnuda.

Ya está bien de pamplinas con la atracción universal de los cuerpos ideológicamente bellos, la poesía está hecha de pulsaciones eléctricas y precedentes en desorden, huellas contagiadas por el cero absoluto de la temperatura, es decir, el teorema de los relojes de péndulo, es decir, la niebla biológica, es decir, la mortandad de los prejuicios que afectan al orgullo de las costumbres. Tengo entendido que no hay mayor conjetura que un padre. Una preciosa estadística realizada con los rayos X demuestra la supremacía de lo que está fuera de la comprensión de la conciencia humana, una sombra diminuta con aspecto de vendedor de periódicos y forma de gajo de mandarina que aparece y desaparece cada vez que entre la cosecha de cebada la luz solar de la imaginación da su latido.

Escribo para obtener el premio Nobel de Física, después de todo el desorden exacto de los átomos no es muy diferente al de las palabras armonizadas en la oficina ¿Cuántos son numéricamente hablando los que se miran a los ojos y abandonan su Yo? Dejémonos de extravagancias, ningún espejo es un mecanismo puro destinado a la imitación, sino reflejo de un anhelo variable de lo singular, es decir, he huido del capataz que me persigue con un pedazo de hueso, es decir, el árbol en el que se apoyaba Kant es el mismo en el que se apoyó Mozart, es decir, el réquiem por un sueño, es decir, la disolución del azúcar gracias al motor eléctrico de los místicos y los amantes.

 

 

VALLE DEL ALBA

 

Al alba, a la adormidera pura de los geómetras del sueño, los carboneros y los que transportan tinajas bajaban a las calles desde las aldeas del bosque, repartían sustancias como el calor y la leche, y yo los escuchaba, yo los escuchaba pasar hasta perderse, hasta olvidarse más allá de mí mismo, más allá del humo de los trenes y las montañas nevadas.

Aves del amanecer, potros del alba. Gente de la ciudad a cuyas puertas, tirsos y vapor de caravanas, tañe su juventud la primavera. Los que amansan caballos, hombres cuyo oficio es la madrugada, pescadores de batracios en las charcas umbrías de la aurora y los que curten blancas pieles de cabra bajo la jauría de las estrellas.

Multitud de los valles sembrados de cilantro, multitud azul de la tristeza, muchachas de las cabañas que recolectáis especias, manos enternecidas por la siringa y los pájaros. Vosotros, cuyo silencio no conoce la duración del olvido, timbradores de címbalos, carpinteros de cancelas para los animales en celo, lejanas mujeres de los casares que alimentáis ocas las tardes de lluvia.

Esta es la hora de los ancianos alrededor de una fuente, losa de la cavilación y la antigüedad del anochecer. Ciudad de los que juegan a las tabas bajo los árboles, consentidos aduladores del meteoro y la botánica, musicantes silvestres.

Mi corazón os ha oído, mi corazón largamente ha escuchado el silbo de los astros y al urogallo del bosque. Voces de la diversidad y la astucia junto a la lonja reverdecida por la albahaca de mayo. Voz de los gramáticos y voz de las viudas ante las jaulas de mimbre, exclamación del silencio en los atrios de la serenidad y exclamación de las bestias bajo los puentes ante las herramientas de filo.

Día afligido por un pensamiento cuya sombra no existe. Día nombrado por la prudencia de quien descifra el telégrafo, de quien blanquea un asilo o azoga la soledad de la muerte en la humedad de una fonda.

Concurrencia agreste que acude a mi alma, gente de la colina, gente de las afueras que comerciáis en la plaza, el que machaca romero sobre una piedra de sílice y el que enjambra colmenas entre las matas de urces. País de los trenzadores de banastas, país de los melodistas de armónica y los vendedores de cebos en la extensión de la niebla.

Extranjeros guiados por el aliento de la muerte, constructores de estatuas y maestros de esquila bajo la curva de los soportales. 

Muchachos de las aldeas, muchachos cuya memoria es veloz como el rayo y se desvanece y no alumbra. Jóvenes de una orilla del río, cuerpos de la alameda con una hoz y una azada bajo el aullido de las estrellas.

Ebrios adolescentes en el fervor y en el agua, los solitarios bajo la sombra de los viejos puentes de madera y los que al atardecer contempláis con delicia el jaspe mojado de la melancolía y los sueños.

Hablad de este día, decid de qué perlada víspera de nieve llegáis a mi boca, día de las mujeres fértiles junto a las viñas, día de los dóciles, de los que tallan báculos y de los tintoreros de género.

Gente del río, escamadores de peces, los que engarzan la pluma vívida de los anzuelos y los que sois transparentes como una boya de vidrio en la adivinación de los vientos, gente del estero y los vados, aguadores del amanecer que entonáis en el prado la romanza furtiva de los que saetean alondras.

Tierra que cantas debajo de la tierra. Tierra elegida por los bebedores de vino que trazaron la línea del horizonte y los mapas. Los que encendieron hogueras, el pastor de relámpagos y los acopiadores de bayas, tribu del anochecer, resplandor de los dioses sobre las colinas de hierba. Tierra del alba, frontera de los pulsadores de cítara, pueblo cuya soledad es dulce en el sonido de mi corazón.

 

 VEINTE EUROS DE GELATINA DE CALABAZA

[Fragmentos]

Los funerales tendrían que ser en los pantanos.
Parece justo que los vivos que acompañan al
muerto también lo pasen mal.

Henri Michaux

 

Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. Mis relojes marcan cada uno un ayer diferente y el Tiempo, aquel tiempo presente y el tiempo pasado presentes en el tiempo futuro, etcétera, del viejo Eliot, es conducido a punta de revólver hacia el cementerio de las ambigüedades. Una vez allí los poemas pata de palo constatan el rigor mortis del otoño mientras el carpintero de los suicidas corta muérdago en las axilas de la Navidad. Ya nadie se atreve a decir que la hierba es elegante, nadie que la luna es guapa. El azar es un ataúd con teclas de piano que flota en el río, señoritas encrespadas que escupen en el lavatorio de los vagones cama y excitan con un dedo la máquina de coser. Ahora dios se llama Adonais, un taxi a las estrellas. La Edad Media agotó la paciencia de los enamorados, ángeles en caída libre pudriéndose en las cajas de música. En qué diablos estaría pensando, en qué Galpón de las Delicias donde se recogen al amanecer las bailarinas del peep-show. Graznan los sinónimos del ruiseñor en la infancia del forajido y el lenguaje del ausente Freud se desplaza como una ballena de agua dulce tras la inteligencia de los tranvías.

* * *

Mi amor estaba hecho de cosas simples como un botón y una llave. Los ojos adiestrados eran atractivos como asteriscos, barredores de diamantes que se perdonaban sus defectos en la oscuridad y discutían sin llegar a las manos con los drippings de Jackson Pollock. A veces pienso si es el año del gallo o si será el año del perro. Igual las tormentas sentimentales se agitan como leviatanes en el guante de una gota de lluvia. Era el tejemaneje de los suspiros, el horizonte soñador por poner un ejemplo, las estolas del engreimiento de dios. Probablemente la prensa no publique estos contactos con el oxígeno, solo esquelas de gobernantes vivos y chicas cangrejo, censos con las violetas del Síndrome que envuelven en toallas de Viena marineros ancianos. Bienvenida ignorancia, valoraré tu silencio en la indigencia per cápita. A todas horas, como soldados al plomo acorralados por un monólogo, las estaciones de onda corta transmiten noticias de los tornados, aconsejan el uso de preservativos, sensibilidades azules inconfundibles con unos pantalones tejanos y algún que otro arquetipo de teólogo publicitario. Según Robert Lowell cuando el Vaticano dictó el dogma de la Asunción de María, la muchedumbre en San Pietro gritaba Papá. Cuidado, soy un capataz robusto que no permite chistes en el trabajo.

* * *

En mis sueños aparecen personajes atormentados y teatritos argentinos, aparecen enormes hígados blancos subidos a los trampolines. Entonces, querida Elizabeth, un judío con gorro de papel de periódico no es más que un muchacho que presiente una mano fría acercarse a otra mano caliente, alguien que ha muerto, pero sigue caminando a tu lado, se acuesta en tu cama, te humedece el albornoz, deja colillas en el escritorio. Recuerdo una carta de Rojas, Gonzalo, desde las Montañas Rocosas en la que me hablaba de los faisanes: Hijo, la poesía comulga con ruedas de molino. Está bien, me pondré en la solapa una noche de papel aceitado y saldré a jugar con vuestras devociones en los billares donde se desvanece el asesinato de Trotski. Los amantes tienen en la garganta un gato mágico y campanas de Praga, pero igual las mejillas de los recién casados se oxidan ante los vasos de leche. Ahora todo lo que tuvo que ver con el elocuente erotismo queda a dos pasos de algún local de comida rápida.

* * *

Te cultivaré con entusiasmo en una maceta, te despeinaré los cabellos hasta que te parezcas a un árbol que regresa de hacer el amor. Luego abandonaremos este barrio sin luz y me entregarás a otro experto coleccionista de lágrimas. La belleza de Rimbaud es un póster de estudiante, pañales en la pajarera del talento. Mala suerte este continente garabateado a bolígrafo, un torreón demasiado hogareño para los esquivos vencejos, paparruchas del anestesista de la imaginación en el museo de los dictáfonos. A tenor de las estadísticas la eternidad solo queda a tres cuartos de hora en dirección al próximo concesionario. Un bosque no es una hilera de pinos, métetelo en tu cabeza de veinteañero, ingenua como el hemisferio otoñal de una trombosis. Odiaremos por este orden al bibelot de la novia, los dirigibles y las tortugas con uñas. No ocultaremos nuestro vertiginoso ascenso a lo desconocido, día y noche entre las educadas actrices cobijadas en los capellanes, como avispas en la bañera, como espuma de afeitar desprendida de los glaciares hacia la cháchara de las cañerías. Pero recuerda, recuerda que eran de costra y de sangre y de Zurita las cordilleras y el cielo. Tachaduras, palabras ennegrecidas anotadas en un cuaderno por la mano amputada de Louis Aragon.

* * *

[…]

Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. No, no tengo ningún temor a ser confundido con los ojos de René Crevel en la madrugada. En el music-hall de mi corazón no hay lugar para los cementerios. Soy partidario de tomar prestado el talento de los demás, algún día lo devolveré con una nota de agradecimiento. La crema de los arcángeles sabe a Pierre Reverdy. No estoy dispuesto a pelearme con nadie, donde quiero ir se llega antes en metro. Te regalo mi vida, el porvenir sin oficio y la maleta con besos del viajante de imanes. Hay panecillos en el plumier, hay violetas africanas en el botiquín de primeros auxilios. En todos los racimos de viento baila un adiós de abanico, en esta bola de nieve cruje un somier ermitaño. Rezad por lo que parecía una fácil victoria de las chaquetas azules. Dicen que cada siete segundos pasa desapercibido un milagro. Yo soy el amor, tú eres el amor, nosotros fuimos el amor. Por el amor en

 

EL OTOÑO

Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre, pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes.

El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando.

Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Organza el que aquí ha llorado buido por las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera.

Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas o yámbicos y lo que dicta el azogue.

Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo aullado da su inicio la fragancia.

 

LA NOSTALGIA ES UN PAJARO QUE ENCIENDE SU RUMOR EN LA NOCHE

 

En una ciudad de provincia. En una ciudad con tiendas de ultramarinos y ángeles que cruzan el cielo en bicicleta. Es una tarde de domingo, a eso de la tibia luz del anochecer cuando aún no han dado las ocho.

Bajo la dulce curva de los soportales las muchachas como yedras fragantes ensueñan el melado torso de los jóvenes.

Mi memoria advierte esa dicha, el celeste vapor que los labios exhalan entre palabras secretas. Lo que recuerdo es hermoso, como el aceite que resbala de una tea encendida y fulgente se esparce sobre los cuerpos desnudos, sobre el súbito mármol de los amantes dormidos.

Lo que borda la ternura sobre los valles del Bierzo, lo que lentamente abolido aún palpita como un rubí en el melodioso pico de los pájaros. Así os he sentido, libres y gozosos días donde viví cansado por la luz, radiante, estremecido, hijo de la tristeza y los relámpagos.

En una ciudad de provincia. En una ciudad con escaparates y jardines y trenes silenciosos.
En una oscuridad amenazada por el muro cinerario de la aurora.

El otoño era bello, nuestros pensamientos tenían la sonrisa del niño que se baña en el río.

Como nacidos del puente o de la torre, como la piedra, despacio, el deseo de la aventura fue huyendo de nosotros, como la albahaca de los oteros de junio, como el jaspe que lanzado por la honda silba brillante hacia los cielos.

Llueve, esa gente que soy y que conozco ha salido a la calle, al céfiro suave de los dialectos del monte. La noche ha puesto lámparas apagadas en los nidos vacíos, solitarios pastores en las tristes cañadas del otoño.

Ya lo sabéis, como esa postal borrada por el sol que guarda en su zurrón un cartero celoso.



LA TUMBA DE KEATS
(fragmentos)

The poetry of earth is never dead
John Keats



1

Esto sucede ante la hora izquierda en que mi vida,
violenta juventud contra el poder de un príncipe,
llama jauría a la verdad y belleza a los puentes derrumbados.
Llama flor del frío a la tumba de los náufragos,
astrolabio muerto a la nieve de los locos.
Hornea un talco negro el hambre de la muerte,
la edad de los sentidos, el obstinado aliento
de la cansada luz de octubre en el baúl de abejas.
Brota sobre esta duna blanca la vehemente hierba de las islas,
la implacable hormiga en el blando bulbo de la boca helada.
Con guantes de forense sale la noche verde de su estuche
y la tempestad retumba por el otoño roto de las ánforas.
Tiene aquí mi corazón la edad del mundo,
el pez de piedra bajo el que los recién nacidos duermen.
Sufre el impaciente un reloj de sol bajo los párpados,
la aguja inmóvil como retina fría de los caballos muertos.
Mi vida es el temblor del consternado y el indigente ciego,
la constelación del triste en un festín de víctimas.
No conozco otra conciencia que la oscuridad translúcida,
la sábana de vidrio sobre la que la infernal razón se acuesta.
Vivo separado del rumbo de las cosas, hablo el miedo
de un heredero alzado contra el funesto monarca de las ciénagas.
No espero nada de los dioses, nada de la memorable epidemia de sus jueces.
Soy distinto ante el esclavo y el enano, soy el mismo suplicante y el eunuco.
Soy el transeúnte de la atmósfera, el anhelante oscuro del relámpago.
Oigo voces, oigo al temeroso y al anciano, sé que un caballo es un momento.
Oigo pasos, oigo el lastimoso trueno que al perenne huérfano perturba.
Tengo por amigo al penitente mar y al anticuado otoño,
amo la imperturbable soledad del hombre y la confidencia de los pájaros.
Llamo inalcanzable a la distancia que hay entre dos cuerpos,
alternativamente invado el país del fracaso y el suelo natal de la victoria.
Fui adolescente y me envenené con lumbre, fui déspota incansable
contra la vanidad que hastía la fiesta de los cuerpos.
No he llegado más lejos de mí mismo que una moneda del avaro está de otra,
considero estéril el invierno, considero el azul imprescindible.
Me ocupo con horror de los esfuerzos que hace cada día el sol por elogiar la tierra,
siento simpatía por el primitivo lúcido y por el débil infeliz metódico.
Prefiero la melancolía del cobarde a la furia invencible de los héroes,
prefiero el desamparo de los campos a la rígida ambición de los sepulcros.
Dios está cansado de escucharnos, están cansados los hombres y los perros,
la nostalgia es una canoa a la deriva por el río blanco de la muerte.



2

No me arrepiento de nada ni de nadie, la vida es un monólogo
entre la índole extinguida de una estrella y la natural semilla.
Mi alma crece silenciosa hacia un lugar incierto,
allí las fieras luctuosas, allí el sicario gótico y el infortunio ciego.
Brota el arco iris de los cálices que sostuvo Homero,
le brota su cuerno al fauno, el eco al precipicio, su luz al cielo.
Ésta es la frontera de mi vida, ésta la hora izquierda
exacta en el destino del corazón de un prófugo.
Yo iré donde tú vayas vida esquiva, en tempestad, de noche,
junto al fugitivo cazador de las lagunas, con el presidiario absuelto,
yo cruzaré los médanos con lumbre, yo abrasaré los remolinos ciegos.
He sido parcial con los vencidos, seguiré siendo parcial ante los muertos.
Recuerdo de mi infancia tres peligros,
recuerdo el mal, los ojos sin pretexto del maldito,
recuerdo el aire que había en las palabras,
recuerdo un sueño, su prodigio, recuerdo el asno blanco del lechero.
He vagado por ahí, irrevocable, alegre, desmedido,
he ofendido con voluntad a los jerarcas
y al atónito perpetuo en su torre de herrumbre.
Salgo de un lugar y voy a otro, me inspiran compasión las jaulas.
No soy distinto al péndulo en la cueva ni al nadador vendado,
mi mayor habilidad es la pereza de encontrarme con otros a menudo.
De lo mismo que me acusan yo me acuso, jamás mis amuletos me abandonan.
Siento ante la noche una curiosidad equívoca,
tengo ante lo súbito un poder magnético.
Hay un pretérito espectro que no olvido,
hay un rumor lejano del infierno,
hay un enigma hebreo junto al mito.
Mi cuadrilla es inhábil para todo, nada sabe.
Tengo un secreto según la estación del año,
un invariable encargo desde el primer aliento.
Me contradigo siempre, la certeza es la sombra de un delito.
De vez en cuando me asocio con proscritos,
encuentro a mi amigo en la revuelta, me hospedo en un lugar impenetrable.
Sé que existe en la belleza el bosque iluminado y la mujer mágica.
He oído la música del próspero océano y la ligera lluvia sobre el tambor de ébano,
he oído el tímpano y el arpa en las catedrales fúnebres,
la esquila del leproso y la irrevocable campana del jurista.
No he aprendido a sufrir, toda severidad es inhumana.
Yo era, yo fui lo que las manos de un padre ante la generación exhausta,
el encomendado a la mudez, el imprudente ileso.
Cada visión del hombre es una idea nueva que visita el mundo,
el silbato con que un cartero festeja la imitación de Dios.
La imaginación es una vivienda donde los herejes hacen ruido con el Apocalipsis,
la imaginación es insalubre para las lápidas y el asiento de los agónicos,
la imaginación hizo resucitar a Jesús al tercer día,
la imaginación es un túnel de tierra de colores ante los ojos del topo,
yo he visto el mundo real de la imaginación sobre la memoria de los errores,
yo he visto al turbulento y a su ferviente amiga salvados por la imaginación,
porque el cínico no ha ido al infierno gracias a la imaginación
y el infame no ha entrado en el deshonor de su propia verdad gracias a la imaginación.
Yo me revelo contigo en la imaginación como el silencio en una amante inédita,
la conjetura indaga su resoplido entre la ruina, el árbol aborrece los valles,
ningún cautiverio dura eternamente en la brevedad de los labios de Horacio,
ninguna ciencia de rabinos descubrirá la amistad entre la poesía y el cielo,
los nómades no tienen campamento sino en la periferia donde algo amenaza,
Dante no tuvo campamento en los infalibles círculos,
yo tengo un aposento bajo el sombrero de paja y una estera de marfil en el asilo de las nubes.
Mi nombre no dice nada a quienes me rodean, voluntariamente combato sus síntomas.
Concibo la memoria como el oficio de devolver a las aldeas su soberanía.
Algunas veces la juventud es una pasión enferma que ha huido del séquito,
su vanidad decora el orgullo como las sombras una caverna.
Todo lo inverosímil representa una verdad para alguien,
el unicornio es inverosímil, el ángel es inverosímil, la raya del horizonte es inverosímil.
Lo imposible es indulgente con la maravilla,
llamo maravilla al pez de obsidiana y al vértigo de otro abismo desde los puentes de mimbre.
La pesadumbre escolta los intentos como el desencanto la orfandad del logro.
El riesgo vive en el semblante de los supersticiosos, el crepúsculo tiene las manos atadas.
El progenitor del artista es un mensajero que trae recados de la oscuridad.
En la provincia de las fábulas hay fábricas de pórfido para el ataúd de las estatuas.
Lo contrario al fallecimiento es una sonrisa inesperada, lo contrario al glaciar la belleza del fuego.
Todo lo inmortal admite el mediodía, el girasol hace alianza con los páramos resecos.
El límite del hombre, el límite de la velocidad del pensamiento.
No han sido escritas estas palabras para el conocimiento de la razón
y no porque esa necesidad de conocer el sabor de los ruidos semánticos
no asista como un deber al hombre y sea enfermedad de su inteligencia,
pero el que entra en una tumba blanca y prueba el blanco y duerme sobre el blanco
no debería ya manchar con otra elección el lugar de lo sagrado.
Yo he entrado en una tumba blanca y he comido en ella carne brillante de pez,
he bebido agua de cal como otros beben agua de Dios mezclada con lluvia,
y a esa tumba la he llamado casa y he cerrado la puerta y me he quedado a vivir en ella.
Cuando llamó el lúcido le pregunté a qué venía, vengo para saber, eso dijo.
Cuando llegó el cobarde entró también el desconocido, traían aceite para las lámparas.
Nadie me ha ayudado a equivocarme, yo mismo he abolido mis derechos.



3

Esto sucede ante la hora izquierda de mi vida,
aquí donde Roma es una aldea de roja cal dormida bajo las rosas pútridas.
Sientes la vibración de los metales, el hedor de los escombros y la grasa,
aquí tras la colina del Testaccio, donde ira y dolor son ráfagas del cielo,
donde tras las máscaras del mundo el placer convida a la belleza y la religión al vicio,
aquí donde el que come sal pisa la alfombra de manos de la sed de un hombre
y la crueldad del crimen vale menos que el salario de la mancha de ese crimen.
La juventud termina, hay medallas rotas en el fondo de los sucios charcos,
el áspero martillo de los grillos blancos que empañará la plata.
No la probable risa de Marcel Schwob sino la muerte,
la que destinada a desaparecer oye por última vez las Gymnopédies de Satie,
y junto a ella el que realquilado en la conciencia moral de la casa de Pedro
vaga junto al indiferente entre las tumbas blancas,
allí donde el fiel ciudadano abre la arquilla de los deberes
y se encuentra al gato de las recompensas con la presa de los silogismos del barro,
el anzuelo de los desaparecidos que respira en las cajas sin música.
Pero ahora esta calle no conduce ya a ningún otro lugar que no sea tu vida,
habitas este perímetro como vencedor de la nada ocupado en el cultivo de raras obsesiones,
rodeado de objetos cuyo imán te retiene como una oscura creencia,
como solitario deseo al finalizar la semana en el pensamiento de los sacerdotes.



4

En la vida de un hombre siempre hay una mañana para la calamidad,
una mañana regida por las multiplicaciones del símbolo y la idolatría órfica de la perduración.
En la vida de un hombre hay almacenes llenos de objetos y maderas con insectos,
hay tensos mundos artificiales y canales por los que discurre la sangre hasta los vasos,
hay fósforo y sonido del delirio del fósforo,
la respiración de un tigre y la mano del desobediente cortada,
hay calor entre un semejante y otro y hay destrucción
porque existe en ellos la proximidad y el imán que la ahuyenta.
En la vida de un hombre hay zapatos usados por un padre,
hay profusas noches que luego nos darán temor, hay cuerpos de adivina,
cuerpos por primera vez, espantosos labios con rencor, la voz que nos conoce
y se queda ahí mirándonos como una res moribunda en el estanque helado.
En la vida de un hombre lo que tiene importancia y lo que no tiene importancia,
lo que se resiste a desaparecer, la aparición de una ciudad, el cansancio de los viajeros,
lo que favorece la ambición y lo que elogia la idea de abstenerse,
la duda moral de una vida solitaria, el descargo de multiplicarse en otros.



5

Ese día vas a dejar flores a la tumba de Keats,
y allí el centinela silvestre, el vigilante mísero bajo la lengua de los hombres,
el que escribió su nombre en el agua como un culpable en la piedra,
el que en su vértice vacío está tumbado hacia arriba,
tocado por las raíces de los árboles como animal entre víboras,
el que sellado con cera abre de noche sus feroces pupilas de amante,
el transtornado por los elementos, el jinete viudo de las luciérnagas,
John Keats en el ácido alimento de los que escarban la tierra con el tenedor y la brújula,
los espectadores encadenados al argumento como la verdad al suicida,
la transfiguración de la Osa Mayor en estrella marina,
el hilo que entra por una oreja y descifra el cautiverio de lo oído en la otra,
el enigma de lo salvaje en la máquina del árbol,
el agitado ciervo que cruza la campiña de un sueño donde hay sangre,
la edad del centinela, la lengua del centinela, los ojos del centinela,
el método de los enamorados y las nubes, el método terrestre de las catástrofes,
lo que el hombre sabe del hombre, los frutos de la inocencia y la clave del pánico,
lo que diserta sobre las mareas el transparente ahogado en la espiral del éter,
lo que el turbulento de las tabernas y el descendiente de la pesadilla de Adán
saben de la iluminación de los cinco sentidos,
la ruina del hombre y el perfume de los burdeles, la alcoba iluminada por la lujuria.
Oscuréceme videncia, une al condenado con el error y su coro,
que respire frenético en su rotación de polvo, que lo abrigue el trueno,
que lo abrigue el resplandor de las rosas, las lechuzas hijas del panadero,
que nada hiera su atmósfera de ciego ni el carbón que en él silba.
Venga el rayo y la boca del vaticinio del rayo con su estridente cascada de cuchillos,
venga Jonás a sacarlo del húmedo cartílago,
reviente en su mina el mineral, abra la llave,
pues aquéllos son los ojos en los que llorarán los míos.



6

En este jardín burgués donde es la soledad nueva salud del hombre,
el anhelo impuro que bajo la tumba finge un firmamento efímero.
Aquí donde el prudente existe como una espiga aislada
y anuncia en la campana sus lágrimas el ángel,
aquí junto al molino donde la mujer y el sátiro
intuyen su materia armónica y maligna.
Aquí la gravedad del ávido y el júbilo del dueño
son un mecanismo vano ante el petirrojo exacto
y ataúd de un águila el desusado cielo de los fuertes.
Tú sabes que no te pertenece la brevedad de esa visión,
vuelves la cabeza, un innoble zumbido ha invadido las rosas,
como fiebre violenta hablan las piedras el idioma del número.
Tú conoces el desierto de rocas que incendia la saliva,
el meteoro que ensueña con su insumiso azar los besos.
Has visto la cuchara de acero que sostiene el cirujano ante el cráneo de la geometría,
la belleza arruinada en las inteligentes mansiones.
Bebes como el débil, esperas esa sed como el campesino el grano,
la abolición del dios del sacrificio, la abolición del luto de la Historia.
Nada puede el hombre contra su farsa inútil,
nada la ilusión y su maleza, nada el estupor del cielo,
nada la multitud que vive en las movedizas playas del sacrificio humano,
la generación del mar, los descendientes de un animal sagrado,
nada un día de armisticio al que sigue otro día de batalla,
nada el superviviente que entra en el olvido como una antorcha que se apaga,
nada el horadado que es órgano de paja donde concluye el viento.



7

Has enhebrado para la mujer que amas un collar de piedras translúcidas,
le has dado al quejumbroso el apellido indiferente de los sacrificados,
brilla en él el ámbar de la medicina que brota de las estaciones rojas,
el pudor de las palabras íntimas prohibidas por el vendedor de la tristeza.
Viene aquí el sonámbulo con sus tenacillas de madera a recortar los mirtos,
viene a cantar su leve edad el pájaro y el caracol descalzo de los músicos,
hace su aparición el descarnado, la muchedumbre expósita, el príncipe de Dinamarca,
entran los músculos del hombre que degüella carneros y la mano del soñador que borda,
entran los estigmas del paralítico y el punto de fuga que miran los atletas,
al que afecta la bendición y el Cristo infectado con los brazos abiertos,
entra la mujer pública y la amada en la brutalidad, entra la sostenida en la flaqueza,
el vergonzoso extenuado, el que tiene un apodo, el imposible profeta,
se asoma otro con su cuerda, otro con su joya rubia, otro antiguo,
llega el alucinado con su alondra, se regocija, pide migas para creer,
pide un vestigio el que después de haber creído también va a ser cubierto de lodo,
pide compasión el lodo por ser definitivo, pide luz el hueco por morarlo oscuro.
Cantas, entonces tristemente cantas, dices tu oración a un mundo que se acaba
mientras los astros con desgana giran como un lento eclipse sobre las cosas muertas,
y el mar es un estanque de agua errante y detenida,
y el cuerpo del amor es otro cuerpo de anegada fiebre
y un vasto manantial de acero el ruiseñor que canta.
Todo se extingue, todo concluye como amistad funesta,
como estatua rota que cubriera el musgo la verdad se oculta,
la veloz guirnalda del relámpago, la codicia esquiva que ruboriza al cielo,
la trenza de laurel, la noche compasiva
que el soberano Amor ha regalado al pastor más viejo.
Manso es el día de la pólvora en el corazón de un ciervo,
benigno bajo el panteón del sol el espíritu del valle,
los elementos que dan memoria a cada una de las horas y los días,
la lluvia sobre Keats, la luz de oro sobre la invisible espina en su cámara de palo.
Este es ahora mi país, madre del barro,
un litoral inglés junto a los muros de Roma.
Y llueve sobre Keats, llueve lo que roe invulnerable la esperanza,
esa partícula de Dios que hace creer a un hombre en otro hombre,
esa tumba blanca donde honra un arpa como austero fruto la juventud de un joven.
No eres tú el vencedor que tañe el frío instrumento de los mármoles,
no eres tú el alarido ni su plaga de miseria que infecta los suburbios,
no eres la temprana primavera ni la araña en el fragmento del otoño.
Eres en mí la nada sucesiva, eres el pacto entre la liturgia del templo y la cabaña,
no la resina agónica del fuerte sino la frente indefensa y el dormido.
Aquí el hombre elevado como una nación bajo amenaza,
aquí el pequeño hombre sin bandera y el país sin fama,
aquí la hierba de los cementerios y la indecisa aurora en la que los sapos cantan,
la herida perfumada del excéntrico, el soliloquio moral de los retratos,
aquí la efigie, la persona, la gota de rocío a la que ladra un perro.



8

Tal como descienden los vaticinios de Dios sobre la isla de los leprosos
caen sobre esta antigüedad los residuos neutrales de los sueños,
y Roma, la ciudad oxidada por la hiedra de oro del otoño,
se inclina como una torre insegura ante el pensamiento de la catástrofe.
Llamas vivir al terrible corazón que rueda sin otro oficio que la necesidad,
pues así como el vacío está lleno de sollozos y de gritos el eco,
así también tu vida al extender la mano se llena de felicidad.
El temor donde ha residido el tímido golpea las puertas del afecto,
la penumbra en la que ha sufrido el abandonado nombra la palabra radiante,
la discordia se aroma con el mérito de los que se sientan juntos,
la mujer que se prostituye junto a la hoguera de la imperfección del destino
sumerge sus manos en el agua donde hacen ruido los deseos herméticos,
el hombre que ronda la muralla acaricia un signo cuya fertilidad ignora,
a esto llama locura el que en su ufano poder renuncia al vértigo de reconocerse en otro
y a esto llama conciencia el que vinculado a otro en las afueras de algo
funda con lo prohibido una nueva persona,
pues también la grandeza está hecha de fragmentos y cosas usadas,
y es en los suburbios y en las desembocaduras dichosas a donde va a dar la esperanza,
en los terrenos baldíos donde mueren los caballos entre cardos silvestres,
es en los lugares donde titilan de noche las tenues bombillas ante un hecho sangriento,
donde el fuerte cierra los ojos para entrar en la levedad de los desperdicios,
y a eso llama prodigio el que vive recluido en su ternura secreta
y a eso llama vacío quien ignora que tras la floración de las mudas criaturas
vela la fábula del destino su severo cisma con la muerte.
No tiene otra cosa para dar el día sino la consternada realidad que burla,
la plenitud del mármol y la niebla, la quimera con cabeza de gata.
Bello y mortal es el testamento del otoño en este cementerio protestante,
mortal y bella la semejanza con que hasta aquí me guía la mujer del mecánico,
la que ha puesto en mi mano una llave púrpura, vino de leopardos sobre la hierba fresca.
Cierra esa llave los ojos de quienes están despiertos,
abre esa llave las ánforas de los que son ceniza.
Yo no quiero oírte fría lengua de los sacerdotes, voz reseca,
yo no quiero oírte ardiente promesa del que está bajo la tierra aguardando a su amor.
Venga a la recién nacida lápida el iniciado en el numen del diamante,
venga el fortificado en su doble triángulo de estrella,
venga el primer espíritu y el segundo espíritu y el tercer espíritu también venga,
la polvareda ataviada de desierto, la nave del maestro sobre la esfera del mar suave,
vengan los barrancos simétricos de la estratagema y la astucia,
suban desde los abismos hondos el sagaz consuelo de los ángeles,
el constructor de órbitas y el rutinario aduanero de los hábitos,
salgan los bellos insectos de los algodones mustios, los asustados animales de sus cuevas,
acudan los frágiles pensamientos del reproche humano al viviente torbellino de las fuentes,
llegue a la ciudad soberbia un navegante humilde, gire el mundo, vibren los dioses en sus bóvedas,
cúmplase el pan de los hambrientos, dejen de sufrir los enemigos, deje de llover sobre mi madre.
Piedad para el que sólo imagina un punto, piedad para el que llora en las lágrimas de otro,
piedad por el arrepentido y por el que se arrodilla sobre la oración como sobre un cristal diáfano,
piedad por el delito que recompensará el dominio del tirano,
piedad al siervo por la compasión al amo, piedad al amo por su perro,
piedad al perro por su gratitud secreta.
Aullad leyes de la justicia,
hablad imitadores de la épica a cuyo cuidado ha dejado su conciencia el hombre,
el dudoso poder de los trabajos dignos, el terror del que se alimenta el hierro,
el oráculo de la temible eternidad y la incurable peste.



9

Ven conmigo, soy tu hijo y ahí afuera hace frío en la noche inmensa,
óyeme desconocido, yo he regresado para verte,
debajo de esta losa hinchado por el agua está el cuerpo amoratado de Percy Bysshe Shelley,
al fondo de esta tumba la angustia de los faros, la barba del que gime en su tímida belleza,
no es hermoso morir si uno es joven y el amor terrible,
aunque no haya en todo el universo otra verdad como esta correa de verdad que nos vincula al duelo,
aunque ríos y serpientes y burladoras fábulas,
aunque en semejante éxtasis el emperador falaz y el ingenuo evangelista en cautiverio
no puedan ser sino la misma nieve,
una misma alianza entre acosados, una misma venganza entre parientes.
Así el arte moderno de la adivinación del espíritu
ha dejado de llamar luna a la volante esfera,
ha dejado de llamar mérito a la aventura del rebelde,
y eso desgasta el ánimo y equivoca al que se niega a ejecutar órdenes,
esa costumbre confunde las edades, retrocede en sus límites el cielo,
la noche vuelve a ser celda segura, el día vuelve a ser filo de espada,
ningún deseo al ánimo preocupa, por todos los ríos corre el agua,
en todas las cadenas hay un preso, ante todas las conciencias un cautivo.
Quién eres tú que sonríes bajo el agua,
qué grumete huérfano ante el mar que aúlla,
qué visión retórica de un depuesto rey desnudo,
con qué feroz orgullo enciendes este fuego,
con qué flauta de cera entras en los túneles,
Percy Bysshe Shelley coronado de musgo.
Sandalias salid a los caminos a pisar la hierba seca,
llegue a la ciudad el aterido, cante su visita el penitente coro humano,
lo que en palabras del artista, ese soberano eterno, vale lo que el polvo,
lo que en palabras del pastor de mitos la garra del felino,
el filamento inaudible que de una hoguera a otra une al fuego ante la incomprensión del godo.
Mi vida brilla en la oscuridad como chatarra en los descampados,
cerca de aquí sobre la porcelana blanca los matarifes sacrifican animales bíblicos,
yo he dicho esta palabra para que esta palabra signifique contra otra,
la ilustración de la muerte no defiende de esa ciega posesión al hombre,
no premia al jardinero ni al desterrado centauro de los púlpitos,
pero el dibujo de la muerte alumbra, hace inocuos a la serpiente y al cianuro,
el dibujo de la muerte aleja del relincho córneo y del hisopo de metal lacónico,
el dibujo de la muerte siega las ortigas en el corazón de Hamlet.
Éste es el dibujo de la muerte y la figura de su semblante agudo,
la propiedad de lo celeste en los extramuros del pontificado,
junto a la pirámide del pretor Cayo Cestio Epulón, hijo de Lucio,
junto al jardín comunal donde los ilegales intercambian comida, roen huesos, orinan,
donde los que apuestan su anillo de oro ganan una taza de vidrio:
los jugadores de naipes junto al laurel que honra a los fusilados en las Ardeatinas.
Eso oyen los ojos del aliado con los fragmentos de la erosión,
el que no se acuesta con ninguna mujer que no cubra su desnudez con una túnica de escamas,
el hechizado por las mariposas glaciales que siguen al ataúd marino,
el que en la república de la irracionalidad vaga entre el desorden de los monumentos,
esculpe al fallecido su buey, siembra marihuana en los páramos,
el invicto bajo su zócalo rupestre para quien todo es sencillo,
el que nada sabe de su libertad y no la sustituye por lo que de ella saben los otros,
el hombre con semblante de águila, el proceloso músico, el pintor neurótico.
Me he perdido en la noche de un laberinto eléctrico,
el sufrimiento ahora son los cuerpos cubiertos con cartón,
la melancolía de los enfermos a la puerta de los hospitales, los bares inmundos,
todo lo que la transparente ideología de los gestos llama tribu de la noche,
la multitud indolente ante las verjas cerradas, el vapor de la pesadumbre.
Roma y las basílicas de Roma enchapadas de oro, la alhaja de los poderosos
contra la divinidad de los justos, el resplandor de los privilegios seráficos.
Roma como una piedra hambrienta en el cortejo diabólico,
los que se abrazan en la alucinación de las plantaciones de yodo,
los que escupen sangre sobre los mismos mosaicos que besó Virgilio,
el jardín de las hespérides donde el descendiente maya roba las manzanas de Juno,
los que se refugian entre las ruinas y entre las ruinas vagan en busca de patria,
los hambrientos a deshora que tras un largo viaje por toda propiedad declaran una bolsa de plástico,
los que iluminados por la desesperación aguardan tras un muro al monarca blanco,
y ésa es entonces su abundancia de bien y ése es entonces el arroz que reparten los dominicos la tarde del
sábado,
la tarde reservada a la compasión por los emigrantes del Este,
los miserables parias que cerca del foro de Adriano aguardan la resurrección del anciano Papa polaco,
el espejismo con el que se reviste la fe para sobrevivir,
cerca de los envoltorios con que se reviste la divinidad para sobrevivir,
Roma ha muerto y entre el desorden sexual de las cúpulas
la sombra de Shelley es un barco del que se arrojan contra el acantilado los albaneses,
la casta ínfima de los acosados por el hastío retórico de la justicia social,
los comensales de las copiosas sobras, los sedientos acosados por la policía.
Como la sustancia insomne de un cuerpo que se repone de la fatiga y considera toda ilusión despreciable,
hablas el dialecto de quien ha padecido un sueño, nombras la facturación de las aves,
ese encargo irrefutable del cielo, la extraña materia del sufrimiento hecha presagio en la bandada de pájaros,
eso dices, y mutuamente están en ti el díscolo y el salvaje,
mutuamente el cuerno de violetas blancas y el gancho en U del que penden los héroes,
en ti el que bajo la falsificación de las obsesiones visuales
niega su placer a la comida muerta, el que llama a Eva perra capitolina,
emperador con los ojos encharcados de mármol al apóstol de Cristo.
Ésa la curiosidad del que nombra ante la curia la erección de Trajano,
el que en la sala de los cónclaves declara: mi Vaticano es la tumba de John Keats,
y considera un ultraje el propósito de la eternidad ante el que se devoran los hombres.
Hablas, pronuncias esta bujía que ningún oyente entenderá bajo los códigos de la razón,
pero igual que estas piedras expían su lugar en la historia
y nadie es capaz de devolverles la semejanza de su trono perdido
y permanecen erguidas sobre la significante ruina de los palacios barrocos,
recubiertas por el estigma de la noche lunar, empapadas en lo vertiginoso,
lamidas por la felpa verde de la humedad insaciable,
así también has de permanecer tú, inmóvil en la fisura que hacen en otro rostro las lágrimas,
tú el indeciso que al dar dos pasos te desplazas fuera de mí y desconoces el regreso,
tú la dificultad, la venda helada que une al místico con el romántico,
la simpatía carnal entre la rosa de bronce y el ruiseñor que Alan Sydney Robinson oye en la muerte,
esa la agilidad del faquir bajo la ganzúa de Piranesi y su cabaña moral recubierta de yeso,
el oficio del arte para la aristocracia difunta, el hedor del privilegio feudal de los Caballeros de Malta,
las letrinas donde acuña su esfinge un imperio erigido sobre la violencia,
la posesión de los excrementos que rentabiliza la usura,
el ácaro de la mafia sobre las alfombras de la judicatura
y el gobierno de los mercaderes sobre los restos de la democracia.



10

Se aburre el hombre con el hombre, una vez más es su cabeza como un bosque dormido,
en ella los venenos de la posesión hacen sufrir al enamorado y al cándido,
levantan murallas altas como milenios entre su deseo y su cuerpo,
rodean los bazares con brea de pescado, queman hojas de libros y queroseno,
especulan, traen noticias, defienden teorías, matan lo que aman.
Tuvimos una vez la felicidad, pero tuvimos a Wilde con su jergón de presidiario a rayas,
tuvimos nombre de estrella, hermosos nombres de animales bíblicos,
fuimos mujer y sol y hombre y luna, brillantes corno los atunes, vivos corno delfines,
pero sucedió la vergüenza y salió el basilisco con su áspera lengua de arena,
sucedió la muchacha muerta, el oficio de andar por ahí con una hoz en la mano,
sucedió la anémona de pechos violáceos, en cada lugar entró el afilador filarmónico,
entró el ruido de los escaparates rotos, entró la maledicencia en cada casa,
las algas entraron en los cráneos de los arrojados al mar, entró la gente en las correas,
la almeja abrió sus labios en el plato gigante, abrieron sus agallas negras los camaleones,
alguien cogió la lámpara y la apagó, alguien anduvo de un lado para otro jadeante, con miedo,
lo incombustible ardió, el amarillo fue un color maldito, se detuvieron los trenes,
hacia otro lugar se pusieron de nuevo en marcha los trenes,
las flores se cerraron sobre sí mismas, se dieron vuelta los guantes, las cruces alargaron sus brazos,
pasó un día, los solitarios abandonaron la felicidad, los atónitos se juntaron con los infelices alrededor de una estufa,
esperaron,
pasó otro día, algunos empezaron a oír terribles narraciones, relatos que ofendían la verdad de la literatura,
todos por separado acariciaban su nublado pedazo de cielo, juntos lo maldecían,
la monotonía de la muerte empezó a empapar los cadáveres,
la presencia del mal comenzó a ser disculpada más allá de las barreras del ghetto,
de nada sirve que yo te ame, de nada sirve muchacha que yo te quiera,
esto es todo lo que nos ha dado la vida, la memoria del que muere en otra parte,
ahora cuando el otro es el que sufre, y es también el otro el que condena.
Nadie llamará leña a la corteza de este árbol, nadie libro a la casa de este cuerpo,
nadie a la Roma mortal de los escombros liturgia de lo eterno,
nadie por más que dure la vejez del mundo ocultará su cara con las manos,
nadie al deseo que inspira el candoroso lenguaje de los hombres llamará costumbre desconocida,
nadie que se conozca olvidará las portentosas, inocentes, primeras palabras de su infancia,
nadie entre lo que queda de nosotros, la brizna de nosotros, la huella de nosotros,
dirá ha dejado de llover, el exilio ha terminado, es decir, he olvidado.



11

Pueden de este modo girar los aros y las manecillas y el círculo de las poleas,
pueden los astros volver atrás sobre sus órbitas, sumergirse las islas, retraer los muros sus cristales,
pero aquél que alce su vista al universo, aquél con su cestillo, aquél con ramas,
el que aún trae en sus dedos el olor de otro, la copa de los manantiales salinos,
el que abre la botella del náufrago, el que hace arder la sonrisa del cómico,
el errante que bajo el cielo de agosto llama a ese sitio lugar donde él quisiera vivir,
el inmóvil sobre las superficies que llama a ese lugar tierra donde quisiera quedarse,
el poseído por la alucinación de las brújulas, el que dice toda noche es pequeña para mí,
el que tiene una herramienta negra, el que la oculta para no defenderse de nada,
quien alza la mano y dice y el que no alza la mano y murmura y pone su silencio entre las palabras que tienen valor,
el que hace ruido con la boca, el que asaltado por el temor de los grandes batracios se calla,
el huérfano apadrinado por el estiércol de la oquedad,
el hueso del exhibicionista cristiano, la fiera cismática de los teólogos negros,
el collage de Roma tatuado sobre el torso desnudo del favorito de Adriano,
piedra de la piedad de Roma, la conciencia de Auschwitz marcada a látigo de nieve
a través del hambre de las diecisiete generaciones de Jacob,
la carreta de heno, las sandalias del gran dador de la misericordia al que llaman las tribus Pontífice Máximo,
los doce arrepentidos tallados en piedra blanca por el dueño de los arquetipos,
el reloj de arena y la escuadra masónica, el cálculo perfecto del poder y la muerte,
el que viene en nombre de nadie, el que trae cera para los mártires,
el que trae un azafate de bronce, agua donde lavar la uña de los creyentes,
el torpe con la barba de once días del peregrino apoyándose en su cayado egipcio,
el apóstata con el juez a levantar testimonio del cadáver encontrado en Ostia,
Pier Paolo Pasolini a la derecha del suspiro del Padre,
carne de mono para las bodas del infierno,
carne de Cristo para el delito de Estado,
Roma blanqueada por la avaricia del asesinato,
Roma roída por los perros de la judicatura.



12

Debajo de estos puentes levanta su campamento la calamidad de los pueblos,
la bella oriental entra en su hotel, el poeta la sigue con ojos de gata,
mi mano sostiene la espina que desangra esa rosa de carne y jardín verde,
debajo de estos puentes mi desesperanza aventa las cenizas de los acusados,
el que imaginó el mundo bajo la fidelidad a un juramento por la igualdad de los hombres, el derrocado por la ley de
los príncipes, el que se despide de todo lo que nunca volverá a ver, entra en la muerte, abraza a su madre,
el sugestionado por los antílopes, el que se apresura y es flébil, el digno de ser llorado, el que comparece
sin ser citado entre los testigos del hurto, el de afectuoso semblante, el sonoro hermético y el aficionado a
las estrofas yámbicas, el extravagante espía sin personaje, el irrevocable curioso de los acontecimientos,
el amigo de un monje, el iracundo fantasma de los profetas, el infatigable rastreador de privilegios, el
eterno cismático, el sumergido tímido y el ferviente indócil, el hábil desvalido y el involuntario breve, al
que sedujo el mar, el sedentario, el que sustenta una amenaza y el que vive en un lugar recóndito, el
sobrevenido otro, el que retorna a su presencia y fuma para soportar hojas de cáñamo.
Yo he besado los pies del crucificado como una hermana le besaría las manos a su hermano condenado a muerte,
vivo alrededor de una fama oscura a la que llaman presagio,
mi voz teme la voluntad de las galerías que excava el minero mientras piensa con impaciencia en el sábado,
he leído el libro de las profecías, recuerdo algunas fábulas,
todo lo que ha sucedido también a mí me ha sucedido,
vivo junto a las raíces de la penuria con algo más de lo necesario.



13

He enterrado la llave que abre a un hombre al vacío
y la llave que cierra la urna y la que no abre ni cierra nada a ésa también la he enterrado,
ahora custodio la propiedad del olvido,
los barrizales donde el campesino etrusco envuelto por la luz marina
cae elemental, pura, sencillamente masacrado por la quijada de Abel.
Esto que yo sé ahora, este conocimiento en mí del otro, esta personificación de ceniza y fragmento, este extremo de
alondra y miopía en el faro, esta usura de cuerpos invisibles sustraídos a la realidad, al espacio de la edad
del sueño ocupado por la posibilidad enemiga, la hora en que todas las calles del cementerio protestante
de Roma, las tumbas con números múltiplos del dos y las impares, todas las inseparables tumbas y las ya
desaparecidas bajo el irreparable anhelo de la inmortalidad, aceptan la derrota de su tiempo, y siendo el
tiempo un instrumento útil a la libertad del hombre por perecedero, y siendo lo perecedero una claridad
generosa no alejada en su contradicción del futuro, veo a la vez el rayo y la golondrina en su breve
atmósfera, y por encima de mí veo los cipreses como un gigante enmohecido atemorizando la vanidad, y
pienso que lo irreal es esto, esta videncia de lo evidente, que apenas a cien pasos de la cercanía del ojo
esté enterrado Keats y al otro extremo del silencioso y pagano jardín, a igual distancia de la rosa de los
vientos y el perjurio de la inmovilidad esté la urna de piedra gris con las cenizas de Gramsci, y entre ellos
la bruma de todos los mares y las estrellas voluntarias de la noche, y tras esta posesión de sucesiva
solidaridad tan alejada del capricho como de la demencia, escribiera Pier Paolo Pasolini el duelo de su
confidencia bajo la lluvia de un año que pudo ser el cincuenta y seis, pero esto ya no hay labios que lo
cuenten.
Puede un hombre llamar destino a esta hora en que moralmente empieza a nublarse el día,
decirle a un dios oye dios dile a la muerte que no estoy,
puede la mañana negarse a ser mañana, desobedecer la noche, iluminarse,
y desde esa desnudez, más inocente el cielo y todavía más transparente la idea del perturbador castigo,
puede el pensamiento de un hombre discrepar de la conciencia de ese mismo hombre,
puedo yo ser dos, pueda el otro renunciar a la educación de sentirse culpable,
pueda llamar idea próxima al homicidio a la cultura concebida en términos de lo rentable,
puede consecuentemente el hombre exigir aire al aire y agua al agua,
fundar su diferencia en la discrepancia, elegir la cobardía ante el valor del que mata,
negarse al resplandor y a la oscuridad, llamar por su nombre al asesino,
ahí estás clavado como un Cristo en este arenal de botellas vacías y neumáticos viejos,
Pier Paolo Pasolini arrojado entre los escombros de una ciudad moribunda,
entre la multitud de los silenciados a los que da su grito negro un mar de brea,
llámese una palabra a otra por la proximidad,
dé al día su canto el pájaro como da el otoño su color amarillo,
vuelva el díscolo hacia atrás por las aceras hasta entrar otra vez en la velocidad de su automóvil,
ruede la moneda hasta la alcantarilla, se haga gota de oro en la podredumbre,
vuelva la hora del que sobre la terrenal esfera sólo conoció la época del concilio de sombras, la desgracia de las
naciones vecinas, la conspiración contra el hombre,
regrese el que contra la furia de los contrarios se quita el sombrero ante un cerezo en flor,
mire las inmensas bóvedas, vea en esas bóvedas la bandada de pájaros sin cielo,
vea sobre él como granos de arroz sobre la novia una a una todas las arenas de la playa de los pájaros,
el conjunto y la confabulación, la integridad y el cúmulo de todos los pájaros,
la aglomeración y la masa, la clase y la compleja unidad de sus racimos aéreos,
vea la centena y el millar que apiña, la pareja y la trinidad de los pájaros, la uva del pájaro solo,
todos los pájaros de la alabanza, todos los gremios y las hermandades de pájaros que huyen de la monstruosidad y la
redada,
todos los torturados bajo la decencia ambigua de la religiosa democracia del cuerpo,
los que sin nombre de pájaro poeta son su único sol, su única abrasión en los andamios, su único quicio en las
madrigueras,
uno por cada uno es el pájaro en la jaula de silicio en los callejones del búho,
uno por cada tachado en el inventario de los chaperos de Termini asignados a la trama de la sospecha,
la marcha de los ciento cincuenta millones de Maiakovski,
atados con cuerda de bronce cada uno a su árbol, cada pigmento a su color de ala, acorralados en el tumulto,
secretos en el hematoma.
Dónde estás, bajo qué nerviosa maleza de martillos
oyes el grito de los muchachos que juegan al fútbol,
quién ante el infalible juez al levantar la sábana verá la faz del ciudadano,
la pasión según San Mateo dos mil años después de Cristo.
Llueve en Ostia, sin detenerse los autobuses pasan hacia las barriadas pobres,
llueve en los suburbios rojos y sobre las barracas rotas,
llueve en tu corazón y en la ciudad de Bernini,
camino junto a ti, es de noche en los dos, un coche se detiene,
tienes miedo amor mío, la muerte busca cerca de nosotros cuerpos jóvenes,
con labios lentos el mar respira la escama fría de los peces muertos,
hay deshilachadas sábanas vacías, un paño blanco sobre la hierba cubriendo el cuerpo,
el azar nunca conspira contra la razón,
mi pensamiento tiene una alianza con la tempestad,
tu pensamiento se parece esta noche a esa estatua sola.
Dónde estás, ya siempre será demasiado tarde para seguir buscando,
tú tiemblas junto a mí mojada por la lluvia,
cruzas los descampados, sientes esa herida abierta en medio de la tierra,
oyes el gemebundo mar como un volcán de sangre.
Tú eres ahora la hija de la verdad,
la que sostiene la balanza del jurista en este lugar baldío donde termina el mundo,
en esta intemperie donde los dos vamos a desaparecer como navío en la niebla,
como testigos de nadie en el Hidroscalo de Ostia.



14

No te inquiete el saber: yo no tengo ninguno,
anduvo el caminante sobre las huellas de otros, junto a otros bebió lo que le ofrecieron,
esta mentira de carne, este barro de rosas, la revelación de Keats: la muerte como un premio al final de la vida,
ahora sus oraciones se confunden contigo en la última fila de las iglesias,
el paño de lino donde llora María la hija de Minerva, donde llora su pertenencia a otra pertenencia el ángel, la brea
de pez, la llave del pez, la casa de madera, el fuego, lo que arde y lo que no arde, la severa maleta, el
tímido ante el confesionario, los retratos de quien ejerció con autoridad la gula, las donaciones, la materia
inteligente de los retablos, otras cosas, la monogamia y la esposa de Cristo ante el adoratorio, la música
del clavecín bajo los ábsides azules, la creación del mundo, restos, cada una de las formas por las que se
reconoce como poder al poder, es decir las limosnas para salvación de las almas, es decir el entreacto del
purgatorio, pedazos de la justicia de dios, las indulgencias,
y frente a esto los parlamentos y el poder civil de los jueces, la claudicación moral ante el hambre como un crimen
de estado, la difamación como otra forma de tortura, el reparto de los excedentes, paños de fieltro y grasa
de caballo, los residuos de la utopía expuestos en el mercado dominical entre los excrementos de la
abundancia, el contrato social y las tablas del salario, lo que llega a mí como silbido de una boca violenta,
el tajo de las autopistas sobre los valles, el ocio rumiante de los estadios, el horóscopo del temor humano
para con la idea del fin, las apuestas y su moneda de oro en la boca muerta de la fortuna, esfuerzo de los
días por permanecer en la vida, trabajo de los días por mantener erguida la cabeza del sol sobre las noches
de Caronte,
llamarás plétora de la muerte al devorador monstruoso,
llamarás alud de mina a cuanto se ha derrumbado ante el conocimiento de los palabristas,
y por los suelos de mármol rodarán las copas con el vino ácido que beben los campesinos después de un entierro,
y la criatura que con las manos atadas a la espalda fue empujado por una escalera,
alguien al que su madre ha visto sucumbir,
alguien que conoce el desprecio, una bicicleta oxidada, el tapete que borda en la penumbra una mujer soltera.
Todo lo que estaba previsto ya te ha sucedido y lo que no estuvo previsto también te habrá sucedido,
estuviste en la utilidad y estuviste también en la renuncia, escaso negocio en ambas,
estuviste en el silencio y entre las limaduras de los bulliciosos, mal ruido en las dos casas,
pero a nadie contarás lo que ha sucedido al otro lado de este muro, ahora podrías vivir de ese recuerdo el resto de tu
vida, pero toda visión desaparece al instante de ser justificada, como la poesía desaparece ante la
explicación y los bosques celestes ante el leñador de la claridad.
Más que continuar siendo querido desea el que ha sido salvado amar
pues de alguna manera absuelto ya del vínculo con lo que desconoce
no puede habitar en él otra pasión que no sea la de su entrega a los otros.
El que agradece nombra siempre la herida de la necesidad,
el que restablece el silencio da origen al murmullo, el murmullo imanta los pabellones blancos, fosforece en los
tanatorios, obliga a despedirse.
Pronto llegará el día en que tendré que marcharme,
pronta la hora que en este húmedo jardín dirá a otro el ruiseñor su música,
no sonará la nieve, vendrá la tempestad, la noche fría,
se apagará en el cielo la inmóvil caravana de los astros,
arderán las ilusiones y los sueños, morirá el invierno.



15

Queda el infeliz bajo la luz sin daño,
queda la bondad junto a la inconsciente belleza de los débiles,
esparcidos en la mesa quedan los retratos de familia, quedan los balnearios solitarios,
quedan los delfines muertos en las playas, el viento vuelca los jarrones en las lápidas,
queda noviembre solo, nadie recibe cartas, nadie llamará ya nunca por teléfono,
el loco abre la ventana, salta, el solitario abre la nevera, come,
los ancianos se congregan en los parques, los arquitectos proyectan otros barrios,
la muerte anda viva entre nosotros, los trenes parten a su hora,
el policía se recorta los bigotes, el juez hipoteca otra vivienda,
las corbatas se aprietan a los cuellos, se enroscan en su nido las culebras,
el cónsul envía un memorándum, el delator exige recompensa,
los periódicos publican desmentidos, el granjero poda los manzanos,
el poeta escribe su haikú, el muchacho se pinta las pestañas,
el notario recurre al cura, padre mi mujer me engaña,
los días se suceden invariables, ayer es un barranco helado,
la juventud termina, ahora resistir es ser mortales.



16

He ido a una iglesia ocupada por temibles hijos,
he abandonado a mi madre, he apostado mi vida y las tres veces la he perdido,
he dado la mano a cada palabra y cada palabra me ha dado la suya, la criatura hermosa, la electricidad y el granizo,
la verdad del teatro de sombras,
ha llegado el momento de decirnos adiós,
se ha hecho de noche para el amigo y la amiga, ya se ha hecho de día para los elegidos en el desprecio, pelea entre
pastores por la propiedad de la tierra,
sé que la vigilia será larga y yo no tengo a dónde ir,
si al menos tú estuvieras viva en la desobediencia de quien no ha hecho ningún pacto
y yo pudiera acostarme a tu lado y no soñar que estoy contigo como un clavo hundido en la madera dormida,
si al menos cada huella fuese un signo, una claridad de algo allí donde pisaste, un hueco de mar al que arrojarme,
oh si al menos mi corazón rodase como una moneda hasta llegar a tu mano, hasta llegar junto a ti como el agua que
lava tu ropa, el aire que respiras como luz que no tengo,
si al menos yo fuese el desconocido que volviera a encontrarte y no el que se despide y atraviesa sin mirar las calles
y en ningún lugar fuera de ti encuentra ya refugio,
si al menos me escucharan los vendedores de flores y los guardias de tráfico, cerraran las pérgolas, se detuvieran los
automóviles, nadie fuera ya a ninguna parte y todo se negara a existir hasta que tú volvieras,
hasta que tú amor del mundo derribaras los muros, entraras como un vendaval en los palacios, arrasaras con ternura
las piedras,
y yo te mirara hasta confundirme contigo como aire en el aire, como agua indefensa,
y no avanzara el tiempo ante nosotros y nos entregáramos a ser antepasados, pueblos recién fundados, cúpulas sobre
un lugar sagrado antes de la ruina,
si al menos mis pasos ahora que vago perdido por los suburbios no ejercieran la mendicidad de explicarte, de
exponerte al recuerdo como quien te entregara al crimen, y lo anotado aquí fuese en mi conciencia voz
de lo inexpresable, luz del candelabro judío que me he colgado al cuello como un conjuro contra la
oscuridad,
si no fuese el hombre echado a perder, el violento hombre en los tugurios de la debilidad, el hombre hosco de las
comarcas,
si el que camina sobre el agua de una isla a otra se acercara un día, bebiera mi sangre usada, me llevara contigo,
si en los últimos bares donde se precipita el drama y la muerte de un hombre vale menos que la vida de otro hombre
y la vida de una mujer menos que la vida de otra mujer, no tuviera sonido el resplandor ni boca de túnel
el revólver,
y si esas monedas no fuesen la desilusión de algún perdido poder al estrellarse contra los espejos y cruzaran el
cristal hacia la realidad de otra visión,
oh si este nido de alacranes blancos que tengo por almohada, esta precipitación de rocas en medio de la noche, este
insomnio de feroces animales desangrados,
si tú volvieras, conformidad de mi única riqueza, si tu aparecieras en la mano que excava, en la penuria aparecieras
como gota de sangre a la que se ofrece un pañuelo.
No he visto mariposas por aquí, no he visto la navaja del deudor, no he visto al buey mojado,
he visto las manos de Giordano Bruno atadas a un palo con la correa del perro,
he visto la viruta de humo, la escoria de Auschwitz más allá de la tierra,
los abolidos en su figuración de personas, el molde vacío de algo, la definitiva ausencia de algo.
Oigo el dialecto de tus pasos en las habitaciones como párpados de la carcoma,
oigo la contradicción litúrgica del cielo bajo la máscara de las tribus en guerra,
oigo la asfixia que estrangula al pez y sacia a los nerviosos pájaros marinos.



17

He pasado la tarde junto a la tumba de Keats,
me he apostado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso,
no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida.
He llamado día amarillo al día semejante a un íntimo color amarillo,
día imperfecto al día en que he sufrido menos que cualquier hombre.
Alguna vez he dicho: usted es alguien que provoca en mí una súbita emoción,
y ellos han detenido su paso y hemos tenido que compartir luego la ausencia de separarnos,
pero aun así he convivido bajo el mismo techo con la jibia de los menesterosos
y la triste benevolencia que le brota a los cuerpos tras el lenguaje de lo cotidiano,
lo que da cuenta de uno sin ser más que la sombra de otro,
esa vida, ese aire que respira el préstamo de las palabras con que se describe la fatiga en una cuerda de presos, el
dolor de la coincidencia de dos hermanos en el mismo pabellón de enfermos, el favor del fuerte ante el
abatimiento, la emoción del aliviado.
Dichas de este modo las tres palabras que mi padre ha puesto sobre la mesa no deberían ser repartidas entre los
hermanos, sino destinadas a permanecer como bobinas de hilo entre las cosas inútiles, la hebra que
sostiene el peso de la memoria, el traje de franela del difunto, la carta que nunca fue abierta,
dichas de este modo las palabras tienden a desaparecer como desaparece el vendaje blanco de las cumbres en la
primavera incipiente.



18

Algún día, cuando Roma deje de ser la propia víbora de Roma,
el día que las bestias vomiten en los circos la rosa de hueso de los mártires,
el día que los senegaleses y los inocentes bizantinos y los que hablan tagalo
duerman bajo el dorado palio de suculentas vides y mansos ciervos levitantes,
el día que reconocida su condición de vírgenes impuras sean madres de un dios todas las madres,
la hora en que el abominable se reencuentre en los espejos con la cara del idolatrado,
la plaga del paraíso con la juventud hermosa, el negro caudillo con la estrella rosa,
el día exento de penitencia, el día sin mendicidad a la puerta de un almacén de abarrotes,
el día anterior del mutilado a quien le falta una mano, un pie, los dos ojos,
el último día de un siglo rodeado por una fuerza azul como una manifestación por la policía,
la hora séptima de quien madruga, se afeita, va al matadero, sacrifica animales,
la hora duodécima del que regresa cansado, huele a excrementos y sangre,
el día del que al abrir un libro lee la palabra soga y no ata con ella a un perro,
el preciso instante del que al seguir leyendo ese libro oye los gritos de un soldado que va a ser ahorcado, se lo dice a
otro, salen juntos en busca de ayuda,
luego el pensamiento de ese mismo soldado: que el que tenga una moneda no se la ofrezca a la compasión, el que
sienta compasión no la invierta en la ranura de la pobreza, que el que críe corderos para venderlos tenga
piedad de su hija, que la hija no considere un derecho las propiedades del padre.



19

No podría exclamar, ante ti yo no podría compartir ya mi queja,
noche ¿dónde estuve?, amor ¿quién fuiste?,
no es con el lenguaje, no es con la materia con que un hombre comparte la cavidad de su espíritu lo que a ti me une
y aquello que de ti en la mutilación me divorcia, sino a través de paños usados para calmar la fiebre,
palabras envueltas en la vena de la quemadura, palabras blanqueadas con yeso, la borra blanca del albañil
tras enlucir las tumbas, la metamorfosis del gato, la reverencia de los turistas ingleses, algo borroso que
empañará las fotografías, el halo subjetivo, el diplomático exento que gime en los portales las
madrugadas con viento,
noche ¿quién fuiste?, amor ¿dónde estuve?,
no respondáis vosotras palabras sin sonido, nunca más palabras sin garganta, no más raíces limpias de la dinastía del
acero, duras palabras de martillo, palabras sin acento de guardián o cántaro, escarabajos en el fondo de un
cesto, palabras imposibles sobre la inmensa plata fulgurante, hijas del mar, grises palabras en la muda
asfixia sin balido de los peces.
Pájaro enorme de la vida canta para mí en esta última mañana de cristal y anillo,
sé difícil como el hilo al enhebrarse en la concha perforada y el puntero de hueso,
la voz de Pound ronca como tormenta de piedras en los aparatos de radio,
la violenta voz de los oscuros a quien la tempestad ha esquivado como una quilla las rocas,
la cautela bajo la boina de la moderación, la veleta a dos dedos de la atmósfera,
venga el extranjero en bicicleta por una línea recta,
ruede la corona del otoño hasta el ocaso, a su frágil borde llegue el día,
rasgue la hojalata el horizonte, salga el aliciente a brillar en la distancia,
venga la Edad Media y la Edad Futura y la Edad de las Edades venga,
pastos y desiertos y tierras sobre las que crece el color verde venid a ver al hombre que duerme: Ecce homo
venid a ver a la mujer que se ha puesto el vestido de humo nuevo del amor,
como agua que se precipita, como manada que se despierta, vengan Dido y Eneas,
como verdad y belleza vengan juntos,
porque el conjurado se ha puesto de pie y el vendaval ha abierto la puerta,
el herido se ha quitado de su cabeza la venda, el fascista ha guardado su camisa,
entra el mediodía en la cámara siniestra, alumbra el candelabro,
a su fama de bondad vuelve el dador, hacia su único rostro cada espejo,
como si a un amor le naciera otro y de cada torre surgiera una escalera
y tú, hijo de los huérfanos, padre de un dios, viejo rey de la muerte,
subes hasta la elipse del ardor, allí donde el hermano abandonado en los contenedores,
el suplicante fatídico ante el cabo de vela de la misericordia,
es círculo del hombre en las probables órbitas, heraldo de nadie en el jardín sombrío,
el vagabundo errante en las fronteras, la promesa de un millar de años arrojada a los bidones, aullido arrancado del
cuidado de la lengua, celeste muro irremediable contra el poder del cielo, sobras de materia, sobras
de animal y fango para el explorador de la abundancia.



20

Puede la vieja madre de los hombres, la Roma enferma bajo la cal más roja, referir este viaje a un oyente ciego,
puede mi vida entregarse a la ternura o al rencor como se abandona en un hospicio al huérfano,
aferrarse a la casualidad como la moral del cálculo al espíritu de las matemáticas,
puede la comprensión de un hombre que recuerda a Sófocles abrazar su tragedia, errar en la negación, saciar con
lágrimas el féretro de Edipo,
puede la conjura demoler el Vaticano, erigir en el lugar ficticio otra redención, cambiar paloma por murciélago,
cruz por obelisco, opio por incienso,
la Roma devastada y vuelta de nuevo a construir como un esencial cadáver,
la pústula doliente, la mancha de veneno en el mantel de bodas,
lengua con hormigas, cicatriz de bronce con el hedor de un príncipe,
la ciudad cercada por el alambre negro de la extorsión fascista,
la democracia pútrida como cansancio inútil al final de un sueño,
al final de un siglo que permitió Mathausen, la vida sucia del crimen psiquiátrico
que masacra a desconocidos en lugares desconocidos bajo causas desconocidas,
la calamidad de sus artífices, la conformidad vergonzosa ante los responsables del drama, la adulación de los
ancianos, los burgueses viejos, el sangriento lujo, el depositario de la rosa con cabellos grises, la luna
malsana sobre los rígidos, el tiempo incansable de los presidiarios, exhausto el carcelero en su
acomodo, cansado el palpitante en su escondite,
fragua el vehemente corazón su fuga, su prodigiosa emboscada trama el inaudito,
ya en la violenta luz que lo deslumbra, ya en la contemplativa luz que me alimenta,
el espacioso aire, la extremada inteligencia de la música, la asidua claridad del día,
lo que da al ser su vacilante inocencia de alma desvalida, éste mi único bien,
la fábula que restituye al mundo su lugar en el hombre, el escándalo de la posteridad con cabeza de ángel y cuerpo
¨ de demonio, el repentino ruido del silencio ante la casa de la honradez.
Poco importa, poco importa a tu amistad el método correcto,
poco importa al método correcto la equivocación de los seres comunes si ante el tribunal de los vivos asume cada
cual el lugar de su propio deseo, opta el hombre por un pez dorado, opta la mujer por otro, opta el
solemne sol, la mariposa extraña, por un solo ojo opta el cíclope, eligen su color los caracoles negros,
como el pájaro rezagado, como la huella de los analfabetos, como una vocal ante las constelaciones,
como los cuatro elementos más la nieve y el rayo, como Adán confuso, como las manos de mi padre encendiendo el
fuego,
como viejo marinero contemplando el humo de los barcos.



21

Adiós Roma, adiós dolorosa luz indescifrable,
adiós elocuente sueño, resplandor sin noche, huracán de astros,
adiós fúnebres coronas que dormís en los eclipses, cintura de los arcos,
adiós nublado reino del otoño, guante del revés, adiós nocturno sol anciano,
adiós sílabas del agua, arbusto inmaterial de las estatuas,
adiós aposento del amor, van a separarnos, adiós deseo, adiós cielo profano,
echad la risa al fuego, cerrad la luz desnuda con candado,
no importa ya vivir sino la vida, no importa ya morir sino lo humano,
quién cortará la flor enferma de las calles, qué lobos viejos, qué ojos curvos bajo la ulcerada carne de los vivos,
hacia qué tesoro de losas y ceniza irán los desunidos pasos del impostor y el apacible anónimo,
a qué corral de palo, a qué tacto de ciudad el desterrado domador de la amargura,
oh Roma sin motivo, Roma olida por el fúnebre hocico del cangrejo, Roma desmembrada diente a diente,
quién desde las grúas del entresueño, quién desde el gran miedo del forzoso mar,
todo se traiciona, todo lo que se ama alguna vez se pierde,
adiós estrella negra del pianista, adiós prisa de la tierra,
la alcoba está vacía, en vano la hipótesis del cisne junto a la carne muerta,
en vano ya la brizna, la nube en vano, el mapa de los vientos:
Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua.

 

POEMA UNO

  

le dije las sillas se hacen insoportables cuando están vacías sobre todo me dijo después de los entierros sobre todo después de los casamientos cuando  se van los invitados tienes razón le dije un martillo es un hermetismo en mangas de camisa que entra en la sala de lectura dando voces dispuesto a abrir lo que sea no es para tanto  dijo él ningún  libro abre lo suficiente la boca como para enredarse en una investigación policial no te creas le dije yo se han dado casos en Francia y al sur de la Polonia ocupada ya pero no aquí dijo él donde  la cobardía y las gabardinas abarrotan los percheros en cuanto caen dos gotas

los poemas dijo él se han convertido en escaparates de los almacenes de moda yo hice una mueca él me miró como quien no quiere la cosa pero pretende decir te he atrapado mangante creías que bastaba con quitarte la camisa de fuerza e irte a robar gallinas entre los escombros del público no le dije ni se me hubiera ocurrido las lágrimas me han  vuelto mediocre  y el prestigio de los textos dramáticos  han desencajado  la burla  de los autómatas  obligados  a trabajar  en  el elenco de los asuntos humanos

bueno me dijo él los sacos están ahí empieza a transportarlos cuando quieras no sé si podré le dije me respondió  eso es asunto tuyo ya pero cómo voy a poder hacerlo yo solo a mí no me vengas con esas me respondió huraño  qué iba a decirle no me tocaba más que callar el camino a la infancia era largo y cuanto  antes empezara mejor pensé para mis adentros ya la doctrina del academicismo había hecho en mí estragos mentales y las monjas  embarazadas  con la información  divina me ofrecían un puesto en su fábrica

me dijo las conveniencias están reñidas con  lo buenamente  así que  allá tú no entiendo  lo que quieres decirme no te lo voy a repetir para un actor fracasar es terminar  en el carromato de un circo junto a la jaula de cebras en el mejor de los casos ahora me entiendes no del todo le dije me siento un apóstata atravesando un paisaje de sillas vacías comienza  cuando  quieras dijo él bueno  dije yo en el circo no importa  tanto  el maquillaje exagerado haz lo que quieras me respondió careces de sentido común  y amor propio eso es verdad respondí

 

 

ELOGIO DE LA PALABRA

 

Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.

Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.

Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.

Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esa palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.

Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo trasmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.

La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.

 



HISTORIA SECRETA DE LA POESÍA

 

Al octavo día los poetas despreciaron la serpiente, Ilhan Berk añadió entonces una torre al Mar de Galilea, el ciervo fue al mercado, la luz afiló su noticia en las columnas. El viento todavía no inclinaba el humo, no había moscas en el matadero.  Al día siguiente el cuello de las floristas se alargó hasta el primer centenario, la tierra se desnudó, Ilhan pensó en todas las cosas que no había hecho.

 

Era el séptimo día, es decir, un huevo de alondra. Ilhan se avergonzaba ante su saber porque no llovía y la rama de olivo ya había sido cortada. Entonces llevó a sus hijos al cine, fue al taller del zapatero, compró panecillos. Cayó la noche como una pelota de goma en el patio de al lado. Ilhan la recogió y la puso en la puerta del sexto día para que jugaran Ivy, Leila y Ahmet.

 

Así fue, llegó el quinto día preguntando   dónde vendían pescado, la hija del afilador fue en bicicleta a llevarle pan a su erizo, las rosas salieron del aburrimiento, el amarillo eligió su oficio.

 

Deprisa se hizo la noche cuarta, salieron los rebaños sobre las chimeneas, la luna pacía con las gacelas y los membrillos olían como los bazares. Ilhan hizo café de higo, pensó en una llave y se acostó.

 

Al tercer día se oyó decir que alguien había inventado una silla, Ilhan miró al sol, se acordó del desierto y le envió una carta. Le había crecido la barba como un jardín y fue a dar una vuelta por Estambul.

 

Era ya la víspera del primer día cuando una mujer preguntó la hora en qué habría de nacer su hijo. Tenía la cara pálida como las manos de las lavanderas. Eso quiere decir que alguien podía hervir agua y regar los geranios al levantarse, también ir a una isla y regresar.  Ya casi era hoy.

 

 

Las gallinas cantaban, sus patas eran azules como la historia de un viaje contado en la cantina. “Puede oírse el cielo”, dijo.

 

Al día siguiente Ilhan se puso una camisa blanca y descansó.

 

 

 

ANTEPASADOS

 

¿Dónde comienza mi memoria?

Amos Oz

 

Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,

dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad, 

al hambre le llamaron muralla del hambre,

a la pobreza le pusieron el nombre de todo lo que no es extraño a la pobreza.

Poco es lo que puede hacer un hombre con el pensamiento del hambre,

apenas dibujar un pez en el polvo de los caminos,

apenas atravesar el mar en una cruz de palo.

 

Mis antepasados cruzaron el mar sobre una cruz de palo, pero no pidieron audiencia,

así que vagaron por los legajos

como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.

 

Y llegaron a los arenales,

en los arenales la tierra es brillante como escamas de pez,

la vida en los arenales sólo tiene largos días de lluvia y luego largos días de viento.

 

Poco es lo que puede hacer un hombre 

que sólo ha tenido en la vida estas cosas, 

apenas quedarse dormido recostado en el pensamiento del hambre

mientras oye la conversación de los gorriones en el granero, 

apenas sembrar leña de flor en la sábana de los huertos,

 

andar descalzo sobre la tierra brillante y no enterrar en ella a sus hijos.

 

Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,

dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad, atravesaron el mar sobre una cruz de palo.

Entonces pusieron nombre al hambre para que el amo del hambre se llamara dueño de la casa del hambre

y vagaron por los caminos

como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.

 

Poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad,

comer pan mojado los días de lluvia a los que luego seguirán largos días de viento y hablar de la necesidad,

hablar de la necesidad como se habla en las aldeas

de todas las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo.



 EL ANZUELO DE LA LIBÉLULA

 

 

Me has inventado.

Anna Ajmátova

Starki, 18 de agosto de 1956

 

 

 

Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patria a la que adulan con la semilla de los ojos. Verdaderamente

las especies de la verdad son cosas difíciles de creer,

extraños seres petrificados en la ternura como benignos nódulos en la perfección de los huesos. En aquel tiempo

yo tenía el sueño de una libélula entre los juncos de la razón. Cansadas como paraguas cerrados recogía las maderas auditivas

de un mar inexistente y con ellas construía algo parecido a una casa. En aquellos días algo parecido a una casa eran las conversaciones, palabras relacionadas con la pestaña premonitoria, gatos en los cerezos. Yo desconocía los vínculos y toda oscuridad era para mí un obsequio,

un rumor de la eternidad que se prestaba como cuerpo desnudo a mi mano. No era la boca del amor la que respiraba ese óxido, sino la imaginación

del amor como un sastre con pantalones verdes el día de la felicidad. Verdaderamente las especies de la verdad son cosas difíciles de creer, la ilusión del hombre es una luz que llega desde lo desconocido

mas no es él el dueño de esa invención sino el ruido de un rumor prestado, la cámara del que guarda su placer en ella.

Yo tenía la costura de una libélula en el corazón

pero las hojas cerebrales hacían crecer mis manos hacia dentro

en busca de una palanca con la que desalojar la piedra del miedo.

 

Sin esfuerzo comencé a llorar al revés, a confundir los sentidos que guían la gota gramática hacia una lengua extranjera.

Antes que me tomaran por un extraño ya que yo no era el dueño de esa invención me alejé del optimismo de ser entendido por más de dos

y comencé a oír mis propias palabras como martillazos retumbando en un espacio vacío.

Era como si el tiempo hubiera dejado de durar,

era como si todas las obras imaginadas por un ciego se derritiesen al tacto, como si la langosta hubiera descendido sobre los campos del espíritu.

Yo sólo tenía una libélula en el corazón como otros son hermanos del vértigo y llevan la aorta de las constelaciones acogida en sus sienes.

Está bien, las especies de la verdad son cosas difíciles de creer, es probable que la invisibilidad y estos hechos

sólo guarden relación con una libélula.

  

CAVALO MORTO

  

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas, posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo.  Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aun así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras para el timbre de las bicicletas.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo   a la coronita de luz de las empleadas domésticas.

 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.

 

  

ENIGMA

 

 Entró la cabeza sedienta en la casa de las putas, allí estaba Rimbaud

Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

Estaba Rimbaud, carcomido como una canoa y con la lengua blanca Nada le dije, qué cosa deshilachada le hubiera dicho yo a Rimbaud La verdad, pude haberme hecho pasar por ti, pero no lo hice

Pude hacerme pasar por él, te juro, me alcanzaba el talento Discreto, en un rinconcito, estaba el bicho de Rimbaud Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

No demasiado guapo, dispuesto, eso sí, a ponerse violento

Era como un santo enfermo estorbando en medio del altar

Como amante no creo que hubiera dado más juego que una monja Ceroso, con las uñas sucias y oliendo como una lata de petróleo Rimbaud en persona espantando las moscas de la rosa podrida

No tuve valor de pasarle el libro que acababa de presentar a un concurso Lo noté atemorizado con los turistas y con los hombres que nacen viejos No sé qué hacía toda esa gente lúgubre observando a Rimbaud

Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

Yo había perdido a mi amor y buscaba a la bella durmiente

Yo le rehusé la mirada no fuera a ser que me lanzase el machete

Con los ojos cerrados Rimbaud podía dar en el blanco a cinco kilómetros

Con los ojos abiertos te metía su espada de palo hasta la empuñadura

Yo era hijo de un padre alcohólico y de madre desconocida

Me sudaban las manos al verlo rodeado de delincuentes y saltimbanquis

No me atreví a pedirle un prólogo para el libro con el que acababa de perder un concurso

Respiraba fatigosamente como una cama arrugada tras las persianas bajadas Estaba sentado cerca del espejo donde las chicas amables se retocan los pómulos Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

Callar es bueno, pero una sola palabra suya bastó para enfermarme

 

 LA MEDIDA

 

En Jerusalén todo se regula según el ramaje, el ganado vivo según una viña de cuatro años, las cáscaras de nuez según una jarra de vino. En Jerusalén un ciervo ha de ser enterrado con su piel y un cesto de uvas puede ser llamado día festivo. En Jerusalén los frutos son conocidos por su causa, así el luto anda del brazo con el centeno y el pan con levadura va a la escuela con la avena nacida del Sacerdote de la Montaña.  Lo que está agarrado es libre, lo que no está sujeto también es libre como la aguja de un tejedor. En Jerusalén los escribas hablan con las nueces de Pérej y las granadas de Badán, y los que llevan una piedra sobre la espalda llevan su piedra sobre la espalda. En Jerusalén las mujeres se parecen a sus palabras. En Jerusalén, ya sea hoy ya fuese ayer, el que trae sal la trae también para ti.

 

 BERLÍN

 

Año tras año, cada domingo, hacia mediados de enero

la dialéctica de la espontaneidad se reúne en Berlín con Rosa Luxemburgo. Acuden los líderes de los pantanos, cantan el himno de los arillos

en las orejas. Han venido los pájaros de Walter Benjamín

a ser definitivamente entendidos este domingo de mediados de enero. Gloria a los escarnecidos, gloria a los elevados por las madres

que sostuvieron el sencillo universo de la lucha de clases.

Rosa Luxemburgo, vestida de negro y subida a un cajón de madera habla con vehemencia al cordero y al lobo: No más créditos a la guerra, no más hechicerías de patria al evangelio de los desesperados.

Año tras año, cada domingo, ángeles envejecidos caídos del infierno

Custodian a los inválidos y a los niños de las negaciones.

Han echado arenques envenenados en el asilo, el orden reina en Berlín.

¿Queda abolida la pena de muerte?

Dicen que hay cadáveres que hablan más alto que las trompetas.

Y los patinadores recogen su cerebro despedazado por un culatazo.

 

 POEMA DOCE

  

Qué les importa a los turistas Oliverio Girondo, andan alrededor de la Tierra como si la poesía no fuese con ellos, se miran en los espejos de Versalles, se presienten

ante la tumba de napoleón, se desean a treinta y seis mil pies por encima del oráculo de Delfos, su probabilidad es la misma frente al David de miguel ángel que ante las cataratas del Iguazú, aleatoriamente se acarician en machu picchu se besan

junto a la fontana di Trevi, visitan cementerios, se fotografían con cualquier bicho viviente, por lo general mandamases,

se atornillan a la torre Eiffel, van al zoológico, echan maní a la Gran Tristeza

 

 

 PÁGINA CON PERRO

 

Los carabineros detuvieron a mis amigos, les ataron las manos a los raíles,

me obligaron como se obliga a un extranjero a subir a un tren y abandonar la ciudad.

 

Mis amigos enfermaron en el silencio,

tuvieron visiones en las cercanías de lo sagrado.

 

No la herida del inocente,

no la cuerda del cazador de reptiles,

en mi pensamiento la crueldad tiene nombre.

 

Me llamaron judío, perro judío,

comunista judío hijo de perro.

 

Este no es un asunto que se pueda solucionar con tres palabras, porque para cada uno de nosotros

esas palabras tampoco significan lo mismo.

 

Yo he tenido un perro, he hablado con él,

le he dado comida.

 

Para alguien que ha tenido un perro

la palabra perro es fiel como la palabra amigo, hermosa como la palabra estrella,

necesaria como la palabra martillo.

 

 GIRASOLES DE SEPTIEMBRE

 

 Nada enferma buenamente y la hermana busca a su hermano.  Los desaparecidos siguen desaparecidos. En el club alemán los varones celebran ebrios sus estrellas al mérito mientras los amantes humildes buscan en el parque un lugar donde no los vean. El Bío-Bío baja hacia Concepción con las ideas revueltas y los dueños de fundo orinan en el cobertizo pensando en cómo proteger a sus hijas. Las botellas vacías se han ido llenando de estiércol y por fiestas patrias los liceanos regresan a sus comunas en micros destartaladas.  Llueve sobre las poblaciones y en el regimiento se enseña a los conscriptos a estrujar caracoles con la mano. Salvador Allende habla de las alamedas y los maestros primarios parten al exilio. Las pololas se pintan los ojos para que no se pudran las lágrimas y los soplones vuelven a sacar de las alcantarillas la lengua para congratularse con los milicos.  Nada enferma buenamente   y las madres llevan girasoles de septiembre a las tumbas sin nadie.

 

VENECIA

  

Fui a Venecia, infinita ciudad entre los hermosos canales del mundo

No sé si eran borrachos o apóstoles, pero anduve con gente inolvidable

Tanta obra maestra no había sido hecha para un descendiente de panaderos

Pero la Luna con toda certeza era la misma que había visto mi padre durante ochenta años

En Venecia si te llevas las manos a los bolsillos es que buscas una moneda

Las chicas llevan debajo de los tejanos una cajita de rapé pintada por Rosalba Carrera

Enseguida aparecen los extranjeros, las góndolas, ese cuento de nunca acabar

Bajo el puente de los suspiros los remos chapotean las lágrimas 

estancadas de los condenados a muerte

No hay caminos, hay que caminar detrás de Luigi Nono hasta llegar a Toledo

Al llegar a Toledo no sería extraño que el inquisidor te preguntase

¿Por qué habéis pintado a ese hombre vestido de bufón y con un loro en la mano? 

En la casa de Leví la gente se adorna cuando se sienta a la mesa a cortar el cordero

Fui a Venecia, necesitaría por lo menos las veinte palabras 

que necesitan el poeta y el loco para explicar por qué le sangra la nariz a un hombre

En verano los barcos parten desde Venecia con los secretos del arte de la memoria

En Venecia el agua es verde como las polainas de los heréticos 

que se pudren bajo el patíbulo con un pedrusco atado a los pies

Hijo de un picapedrero Paolo Veronese se paseaba por los tonos fríos 

con una fastuosa estola de armiño

La cara de la muerte, los dientes de la muerte, las patas de la muerte 

piden propina para el Dogo encuadernado en excrementos de paloma

Fui a Venecia, compré el brillante sol cargado de amor y una pluma del papagayo rojo 

que Isabel I de Rusia le había encargado a Tiepolo

Más hermosa en otoño vagué por el cementerio de agua 

que nubla la escombrera de ceniza de los enamorados

En los campaniles ladraban los adolescentes bajo la máscara de los viejos leones deseantes

Vagué bajo las nubes y las falsas trompetas de oro 

donde los gatos comen la espina de las serpientes

No vuelvas a Venecia, no lleves nunca a tus hijos, 

para que exista el Dueño de la Ciénaga primero ha de existir la Ciénaga

La garganta de las lámparas se ilumina de murciélagos 

y la noche anuncia la llegada del siguiente mecenas a la cama de la luz mojada

En Venecia los adolescentes quedan hechizados por la máscara de los deseantes 

ofrecida como dádiva a los penitentes

La nieve pasa de largo sobre las bandejas con babosas 

y los bailarines lamidos por la flor del castaño 

en el jardín de agua quedan petrificados en las cartas astrales

La vida va una sola vez a Venecia

El mercader va una sola vez a Venecia

La Tierra y los demás hombres que giran alrededor del Sol 

van una sola vez a Venecia

Las gaviotas se cuecen en los quemaderos

Los féretros flotan sin saber su oficio

De los 247 judíos venecianos deportados por los nazis regresaron ocho 

después de la guerra

Desaparecerá como desaparecen los poemas y se borran las fotografías

Venecia se hunde

Que se hunda



LOS POETAS

 

El poeta barba de maíz roedor de los sembrados,

el poeta bobina de hilo de las cometas.

El que bajo los párpados de lino del verano

es la voz ronca del vendedor ambulante,

la mirada del viento que seca la tierra mojada.

 

Lo que el poeta dice,

lo que dice el poeta a la adivina,

al solitario de boina gris,

al que oye sus palabras como relato de un robo.

 

El poeta vidrio de los cuatro colores de la atmósfera,

el poeta oscuro llave de las alacenas.

El que está sentado a la diestra del padre

junto al jugador de baraja que lee la fortuna,

el que le dice a la vida, oye vida,

y se acuesta con ella.

 

Lo que dice el poeta,

lo que el poeta dice

al que se cree dueño de algo,

propietario del reflejo de algo,

amo de la discordia de algo.

 

El que deambula de noche por los cercados,

el poeta amigo de las hormigas

que construye una casa de harina.

El que guarda en su artesa cuero de tambor

y pan nublado del sábado.

 

El poeta cera amarilla de las iglesias

que baila con el agua de las pecadoras,

el poeta barco de papel

que duerme con la muchacha sin labios.

 

Sus manos escriben el rótulo de las mercerías,

saludan en la iglesia al dueño del alambique.

El que se llama Niebla, Pelirrojo Crepúsculo,

el que no sabe a quién besarán ahora los ojos de Triste Boca de Nuez,

el que silba como el pájaro de las colinas,

el hijo del panadero que conversa con el martín pescador.

 

Lo que el poeta dice,

lo que dice el poeta a la muchacha con calcetines blancos

y pequeños ojos de colibrí.

El viejo pastor comensal del otoño,

el poeta ruido de las semillas, carpintero del Arca de los animales.

El delirante bajo el filamento de las bombillas

para el que aún tiene sentido seguir dándole vueltas.

El que vive en la patria de una mujer desnuda,

el hijo de la locura que llora médula de caballos

sumergido en el humo de su choza de adobe.

 

El que vino a barnizar con leche la jaula de los cantos,

aquel cuya cabeza ha rodado como una peonza

por la tarima de los burdeles

y ha recorrido todos los templos

pidiéndole favores al crucificado.

El consentido por el vínculo de las zurcidoras,

el que padece una enfermedad inmortal

y levita en los parques tumbado de espaldas.

 

El poeta que cruza en ambulancia los campos de girasoles,

el poeta ángel de los pesebres,

brizna de los acantilados.

El poeta reloj de lluvia de las epidemias,

vapor de los harapos hervidos contra la peste.

El que ha hipotecado la hacienda de varias generaciones

y ahora es el ánima de un bolchevique embriagado de vodka.

 

El patriarca que abrió una tienda de ultramarinos

y compra por cuatro centavos un ramito de sífilis,

el que conoce el comercio de especias y el tráfico de resinas,

el compadre de los anarquistas

con su escarabajo negro ante el eclipse de mar.

El que rodeado de profecías y pájaros

vive en las manos de una arpista,

el que tiene dedos de trébol y cerillas,

aquel cuyas cenizas alimentarán las carpas de los estanques.

 

Recorrimos los suburbios,

anduvimos juntos entre la maleza,

dormimos en los cobertizos.

 

Lo que el poeta dice,

lo que dice el poeta a la adivina,

al bisabuelo judío que dormía en la comuna

y aún vaga con su barba blanca por ahí

proclamando su consigna a las abejas:

Las estrellas para quien las trabaja.

 

 

ECLIPSE CON RIMBAUD

 

He pasado la mitad de mi vida en la oscuridad.

He descargado camiones de oscuridad.

He bebido toda la oscuridad.

He dormido con la oscuridad.

He amado la oscuridad y me he acostado con ella.

He tocado las piedras de la oscuridad hasta herirme las manos.

He repetido tu nombre en la oscuridad.

 

Los pescadores cantan en la niebla de la oscuridad.

Los jóvenes sin vida están despiertos en la oscuridad.

Los músicos y las rameras guardan su corazón en la oscuridad.

 

He soñado con la oscuridad la mitad de mi vida.

He hospedado mi juventud en el cáñamo de la oscuridad.

He desnudado a la oscuridad y gozado con ella.

He acariciado con dedos de pastor el sexo de la oscuridad.

 

La oscuridad es la oración de los acordeones nublados.

La oscuridad vive en las palabras que descifran la muerte.

La oscuridad habita los suburbios de la belleza.

 

Dad de ladrar al perro de la oscuridad.

Oíd la lepra sagrada de la oscuridad.

 



ASAMBLEA

 

Queridos compañeros carpinteros y ebanistas,

yo les traigo el saludo solidario de los metafísicos.

También para nosotros la situación se ha hecho insostenible,

los afiliados se niegan a seguir pagando cuotas.

A partir de este momento la lírica no existe,

con el permiso de ustedes la poesía

ha decidido dar por terminadas sus funciones este invierno.

No lo tomen a mal,

pero aún quisiéramos pedirles una cosa,

mis viejos camaradas amigos de los árboles

acuérdense de nosotros cuando canten La Internacional.

 



EL NIÑO JOHN

El niño John no es el niño Juan. Los ojos del niño John y los ojos del niño Juan no ven las mismas cosas en el fondo del lago. Bajo los párpados del niño John la sed es un caballito de mar que vale dos dólares.

Bajo los párpados del niño Juan aletean las mariposas negras del vendedor de sandías. El niño John tiene un martillo de cristal, el niño Juan tiene una nuez transparente. Las manos del niño John cuentan las semillas de las estrellas, los dedos del niño Juan juegan con la chapa de la luna nublada. Los ojos del niño John y los ojos del niño Juan no miran a los mismos pájaros que tiemblan en la oscuridad. El niño John trae a su madre el declive de la montaña, el ruido del río, la perla de granizo le trae el niño Juan. Cuando se hace de noche la sombra del niño John sueña que es la sombra del niño Juan cuando se ha hecho de día.

 

 

POEMA DEL LEJANO

 

El que desterrado por la pobreza

vive sin corazón en lo lejano,

y a nada atiende como suyo

y es lóbrego y cansado bajo el cielo.

El que sale vencido de su casa

y lo arrastra la gente en su murmullo

y transcurre vacío por la calle

y se sienta delante de una máquina.

El doloroso de razón frente a la vida

que muere en la esperanza y no regresa.

A este que nadie ha despedido

y toma el tren un día hacia la aurora.

Nadie lo sabrá, su historia es triste

como un mar que nadie ha descubierto.

No ha querido mirar la primavera,

trabaja por volver, brotar un día

como el árbol florecido que en su huerto

daba sombra y destino a la mañana.

Pensaréis que el cielo habrá de perdonarlo,

pensaréis que el amor,

ciudad y pájaros y torres

sonará de nuevo campanas en sus ojos.

Pero él, que perdido en lo lejano

fue escombro de alameda, ha muerto.

No lo lloréis,

junto a aquel leño oscuro

brotaba un manantial honrado.

 

PARMÉNIDES

 

La verdad es una diosa que enseña el camino a los errantes.

Si debe ser necesaria la luz antes ha de no ser la noche.

El olvido es la presencia aparente de lo que aún existe.

La diosa habita el círculo de la benevolencia, es piadosa.

Lo femenino es la rueda de un carro, lo masculino la otra.

Yo soy dos semejanzas paralelas de amor, dos infinitos.

No sé si las yeguas piensan o padecen, dudo entonces.

¿Es más justo el que nace o el que no pudo ser?

Cuando me muera regresaré al todo de la nada. Estoy contento.

 

 

HERÁCLITO

 

Mi padre dijo: Hoy es el día del fuego

en cuya destrucción todo es diferente.

Ancho era el mar y yo quería buscarme a mí mismo,

rodee su cuello con dulzura, sus extinguidos brazos,

aquellos que tensaban el arco y en la luz del día

caricia exacta de más y más amor hacían.

También el humo hace toser a los dioses,

por eso padre mi alma está llena de fuego.

Yo le decía, pero su sueño era hallar la orilla,

averiguar el inicio de la costa, botar naves.

No se da cuenta que el agua quemó ayer todas las playas.

  

TODOS LOS LIBROS LLENOS DE PALABRAS

 

Y todos los libros llenos de palabras

y todos los calendarios llenos de días

y todos los ojos llenos de lágrimas

y llena de nubes la cabeza de todos los mares

y llenos de coronas y puntapiés todos los relojes de arena

y de jirafas molidas todos los pechos condecorados

y todas las manos llenas de verano y caracoles marinos

y todos los dormitorios llenos de manojos de explicaciones

y de pantalones disecados las sillas en todos los prostíbulos

y todos los huecos llenos de público

y todas las camas llenas de electrocutados

y todos los animales llenos de espíritu y pánico

y de feroces gritos los árboles en todos los aserraderos

y todos los tribunales llenos de testimonios

y todos los sueños llenos de sacacorchos

y llenas de chicas todas las estrellas

y todos los libros llenos de palabras

y todos los calendarios llenos de días

y todos los ojos llenos de lágrimas

y todas las peceras y todos los pupitres y todas las cenas íntimas

y todos los razonamientos llenos de indudables edificios

y toda la primavera llena de moscas y crisantemos

y llenas todas las iglesias y todos los calcetines y todas las peluquerías

y todas las mujeres llenas de gloria

y llenos también de gloria todos los hombres

y todas las perreras llenas de ángeles

y todas las llaves llenas de puertas

y todos los bazares llenos de ratones

y llenos de barrenderos todos los cuadros

y llenas de estiércol todas las escobas de la patria

y todas las cabezas llenas de radiografías e intríngulis

y llenas de luz todas las subestaciones eléctricas

y llenos de amor todos los manicomios

y todos los cementerios llenos de salvavidas

 

 

 LO QUE SÉ DE MI


Yo he nacido aquí junto a las altas lilas del verano
y los verdes racimos amargos de la aurora.

Yo he nacido entre las rosas que han muerto
y el mustio follaje de los jardines de un sueño.

En las transparentes alamedas que canta el ruiseñor
y abre el rocío con su cuchillo de cristal en la mañana.

Como la hoja que cae sobre un sepulcro
yo he pisado al nacer esta piedra y su luz me ha salpicado.

Como el que nace para la música y talla la madera o la roca
y escucha su voz crujir bajo el cincel y no pregunta.

Yo he nacido duro de corazón y equivocado,
pero vosotros me habéis dado la tierna mano de la primavera.

El que sopla las estaciones y hace reverdecer al árbol muerto
ha mirado esta rama joven que no ardía.

Al consumido en su luz y al que el amor destierra
mis días por igual se han parecido.

Como aquel que al entrar en su casa se encuentra con la mar
y goza y es feliz y se queda con ella para siempre.

Yo he nacido aquí antes de que mi corazón se diera cuenta
y una dulce mujer se acercara a mi sombra como madre.

Desde entonces he sido melancólico y triste
porque he contado los astros y la lluvia y la arena.

De lo ajeno he tenido la bondad de la tierra
y de lo mío la nada en su infinita certeza.

He visto a los hombres mirar hacia el cielo
como buscando la vida que junto a ti se les niega.

Y he padecido con el dolor entre todos
y no he cerrado la puerta al florecido en su odio.

Al que marcado con saliva se esconde de los muchos
lo he elegido más cerca de mi corazón que a los otros.

Y he contemplado a los pájaros
resolver en el vuelo el misterio del aire.

Yo he nacido aquí junto a la piedra de Cluny
donde brota el mirto su tallo en la maleza.

Pero no he sido feliz,
mi memoria se ha cansado de llover y esperarte.

Nada pudo la abundante espiga del dolor contra nosotros,
cuanto más me iba, más tu amor me aprisionaba.

Y así he sido claro bajo el sol y también fuente
donde vienen a beber desde el fondo del mundo las estatuas.

Y un día, un día como hoy resplandeciente y puro
rozado tal vez por el deseo se acercó a la ventana mi figura.

Y al ver todo transido de pétalo aquel cuerpo
salí como siguiéndola y me perdí en su calle.

Yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos
donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras

 

«AGOSTO»



El verano

ha dejado solos

en la ciudad

a los muertos

y a los vendedores de helados

 


todos

se han ido

incluso los demás

 


en los andenes

vacíos del metro

permanece el lenguaje

visitado por el amor

 


la chica

mastica chicle

a la puerta del Centro

de Reclusión Penal

 


El gendarme

mira a su alrededor

quita la telaraña

seca la brocha

se encoge de hombros

 


se han ido

los fotógrafos

y los novios

pisan las colillas

olvidan sus nombres

 


personalmente

no tengo nada

contra agosto

las fresas

se pudren en los senderos

 


la noche desnuda

la Luna

un objeto perdido

 

 

LA CITRONETA AZUL

 

En una citroneta azul

haciendo sonar el claxon de la luna

voy de regreso al pueblo donde mis amigos

salen cada noche a esperar los ovnis.

 

Sueñan en el cielo las estrellas

y las fugaces sombras de las niñas muertas

elevan en los prados sus cometas

con recados para los platillos voladores.

 

Todo esto se podría decir de otra manera

si allá tras las cortinas del espacio

existiera el silabario, el colibrí, la esfera

del vagabundo aerolito de los pájaros.

 

Yo no espero otra luz que la tristeza

de quien regresa a una escuela abandonada

donde aletean todavía en la pizarra

las mariposas blancas de la melancolía.

 

  

«HABLO CONTIGO…»

Hablo contigo, ignoro dónde estás, hacia qué luz busca mi Ser el eco en que te escucho.

No hay usura en tu voz, yo sé que un aire limpio te respira, que algo redentor,

alguna claridad que arrastra el río lleva
el pensamiento tuyo.

Hablo contigo, una intacta pasión vive en tu fósforo,

 una única luz que no se apaga mientras la muerte fluye, mientras
la muerte sufre esta palabra.

Y hablo, hablo contigo alrededor de un hueco,

 alrededor de mí como el que gira mutuo, como aquel que dentro de nosotros
es próximo y se acerca con su haz luminoso de pureza.

Hablo ante el destino que imagina el hombre,

eso de desvalido, eso de delirante y turbio hablo contigo. Y es de noche,
es de noche en los dos como metal oscuro,

y vemos como largamente la verdad extiende su único hilo de saliva,
un único alfabeto en el rumor de todos.

Hablo contigo, oh bondad compartida de quien es silencioso,

sombra de esa sombra que aletea y es vuelo de semejante
elocuencia, el que escribe, el que escucha,

el que lámina a lámina va enhebrando en el eco una voz que responde,
esa voz en mí mismo, la que nos alumbra y persuade desde más allá de la muerte

 

  

… Cuán sigilosos son los pasos del que huye…»

JCM

 

«EL VALLE»

 

 

Nada es la belleza. Mirad el sol,

su lluvia luminosa de pedernal caliente

que humildes hace ser sobre la tierra

los serenos labios y bellos de lo joven.

 

Ahora sabrás por qué bajo la voz de la noche

mi país se oscurece, campo de tirsos

donde verdea el musgo triste de lo anciano.

 

No hay consolación, sobre esta piedra

se pudren los ojos del conde Luna

lamidos por la sombra gris del abandono.

 

Como la nieve que cae sobre los cedros,

como la noche lenta en que reside

y se hace blanca hacia nosotros

su condición tan leve de ceniza.

 

Toda la noche llamó la noche a los caballos,

toda la noche por un mar de estrellas apagadas

cruzaron mi corazón sus ojos puros.

 

Como astros sin luz bajo las piedras,

como espejos cansados que no fulgen,

como arenas del mar bajo la nieve.

 

Pasaron con su corazón tronchando ramas

cruzaron lentos relinchando la espesura

por los calveros súbitos del bosque.

 

Poderosa es la luz, el tacto de la lluvia

que cae sobre los valles del Seo y de Valcarce,

sobre las aldeas y la alta obsidiana de los montes

y los bosques de encinos y de rojos alerces.

 

Llueve, llueve en mi corazón y en los oteros de Cela,

llueve sin misericordia sobre los pastizales tiernos

donde plácidos rebaños pacen sumergidos

la hierba nueva del invierno.

 

Para la contemplación ha nacido la luz su deseo,

para la inmóvil tristeza de la paciencia extendida

que ha dictado la aurora sobre los fríos parajes.

 

Así la primavera, la tallada pasión de lo que crece 

como un ala de dolor sobre los campos se ha dormido,

fuente abandonada que cae sobre los pilos longevos de piedra.

 

Admítete conmigo, hemos nacido aquí, no moriremos

rebrotará el corazón del légamo sus címbalos

y el agua de apacible bondad al manantial sereno.

 

Oh flor de la gavanza, oloroso aire del romero

que al paso de las corzas aromas el camino.

 

Yo te desconozco, castaño donde hoy brujan los hielos

y el cálido soplo de la vida no ha existido.

 

Mi pueblo, el padre de mi padre,

el triste, el pueblo,

como una dulce bestia ha entrado en el otoño.

 

 

El tiempo estaba dentro de nosotros

como la muerte en el pensamiento de los ancianos,

pájaros azules sobre las zarzas de la sabiduría»

JCM

 

 

«NADA QUE VENDER»

 

 

Dicen que cuatro

metros

por debajo del oxígeno

están los azufres del encantamiento,

eso dicen de la metamorfosis del amor

los sepulcros con árboles blancos.

 

Eso mismo repiten los inexistentes

al abandonar el psiquiátrico

como príncipes muertos.

 

Difícilmente hermosa

se hizo para ellos la sal,

la sed del infierno.

 

Cruzan el azul pensativos,

apresuradamente se inclinan al íntimo bosque.

No tienen llave para los ramos

ni ojos nuevos para las lilas.

 

Sus manos colocan la última pieza del rompecabezas.

No tienen nada que vender,

viven del aire cuando les dicen

lárguese.

 

 

… En las altas tumbas de la nieve

posado está mi corazón junto a los pájaros…»

JCM

 

«LA HUELLA»

 

 

Pero tú qué sola estás, qué sola

José Carlón

 

Como la pena negra que vive junto al odio

yo he visto a esa mujer sentada en la puerta.

Puedo contemplarla generosamente inmóvil,

cautiva como un pájaro en la mitad del día,

pero mi voz no la ha tocado y para ella no existo.

Su corazón es triste,

su secreto es perfecto como la muerte de un niño,

su dolor tan bello e inocente

como el otoño en un país donde no hay árboles.

 

Yo la he escuchado gritar desde el brocal de un pozo

como el astro que mojado suspira bajo el agua

pero es aún luminoso

y goza en el poder de la belleza.

 

Yo me he detenido ante esa voz de mi origen

pero ella no me llamaba.

 

No la ha tallado el mar ni la dura gema del rocío,

su sombra, como la cal o la espuma, es nieve.

 

Esta soledad no ha cruzado jamás el horizonte,

su vida es un valle solitario

y cuando llueve cae sobre ella el agua del arrepentimiento.

 

En la voluntad del caminante que detiene su paso

y busca entre las rocas la vena de un milagro

y se baña en su luz y funda un río con sus manos,

así yo me he acercado,

reconocidamente triste el corazón,

a la esperanza.

 

He mirado la piedra, pero no he visto sus ojos,

he tocado el barro resplandeciente de la vida

con la bondad del que es ligero de corazón,

pero ella, que sentada a la puerta

es tallo de polvo, estatua o brote de amargura,

no me ha respondido.

 

Nunca se detendrá la primavera,

bajo la flor, el lodo o el pobre paso descalzo del que mira,

un pez encenderá la lámpara del sol.

 

Qué importa esta razón al vasto cielo,

la silenciosa piedra oscura

o el lejano guiño de los astros,

qué importa tu tristeza corazón con heridas y caballos

si la yacente en su música,

la arrecogida del aire,

la que como piedra o luna se abandona a la tierra

y es lóbrega en la raíz y la noche

no te ha respondido.

 

Oh puñal de la luz abre esta vida,

débil rama del mundo, árbol que palpita

hacia la sombra final de la madera.

 

Como esa mujer que sentada a la puerta

yo he visto transcurrir el desamparo,

silenciosamente humilde bajo el cielo

alada por los sueños de una tarde

pero pobre y sola y diminuta.

 

Oh palabra que es como tú eres

entre todas mis amadas, la frente,

la huella.

 

 

“La verdad es una diosa que enseña el camino a los errantes.

Si debe ser necesaria la luz antes ha de no ser la noche…»

JCM

 

 

«BALTHUS»

 

 Es imposible encerrarse con el Marido de la Noche

cuando la música de los pasatiempos abandona el cuento de Balthus

y el enfermero se encoge de hombros.

Difícilmente sentiré vergüenza:

He puesto mis manos sobre el consejo

y la amenaza de su justicia se ha convertido en mi compañera.

Un hombre venerable es un escarmiento que no se debería repetir.

Según los sacerdotes, herederos del somier y la medicina de la sal,

los rudimentos del jabalí evolucionan libremente

siguiendo un plan trazado por el infortunio del herrero

y el empañado cerebro de la golondrina marina.

La felicidad será el día siguiente:

Un coche con un domador esperando a la puerta.

Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Huele a espejo en lo que empieza a dormirse:

un púber, sinónimo de adolescente,

también pueden elegir entre núbil, joven o mozo,

que enfermo de malaria orina zafiro sobre un cuadro de Balthus,

ese lugar donde los fanfarrones sacan sus pies por debajo de la infancia

para congraciarse con los profesionales del contratiempo.

Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Suponiendo que lo que vemos en Balthus no sea el propio paisaje de Balthus,

sino una rodilla con forma de montaña a la que se acerca el animalito burgués,

cualquiera de las excusas de un gato que abandona el platillo de leche

para lamer las cerezas de la condesa Klossowska de Rola,

conocida como Setsuko entre los alpinistas que merodean el chalet,

ha de ser considerada una estratagema del carnicero de armiños

con destino al baile de los populares abrigos surrealistas.

Aunque de lo dicho se podrían deducir dos hipótesis,

una relacionada con las gardenias japonesas,

otra con el silencio anulado por la música de Mozart,

ninguna de las dos va más allá que un cangrejo con ojos azules.

Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

La ambigüedad de los exhaustos arriesga en cada visión

una vida destinada a las carnestolendas de los museos,

gente como Sharon Stone o el barón Philippe de Rothschild

jugando sobre las alfombras de genciana con el perro del collar rojo.

Un hombre impecablemente vestido entra en la casa de Giacometti,

lleva un tablón blanco y las mujercitas familiarizadas con la mortaja,

los ojos abiertos como medicinales quimonos,

cruzarán las piernas digamos que para rezar.

Y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

Nada se sabe y conviene no saberlo de cuánto ha de durar la vida,

los corazones rubios suben los peldaños de dos en dos,

las baronesas cargan los fusiles con mayonesa para defenderse de la guillotina

y mi noble amor habla con lo que empieza a dormirse.

 

«…Voz y compás de la voz en la construcción de las bóvedas, voz

cuya invocación es el aire…»

JCM

 

«NOCTURNO EN SILOS»

 

El horizonte es un caballo rojo que relincha en los labios de

la multitud enterrada.

 

Cuando el reloj de sol sangre siete escamas de pez vendrá el

abad con su báculo y una diadema de frascos vacíos.

 

Entonces nadie podrá mirar el relámpago inmóvil de las

veletas, ni el coral caliente de la miga del pan, ni la rosa de

mármol.

 

La madrugada pondrá una cigüeña verde sobre el ciprés de

los claustros y los linces huirán envenenados por el rígido

cristal de los cartabones de piedra.

 

Solo los cenobitas, solo los que duermen abrazados a la fría

columna de los pozos y han cerrado sus párpados

a la serpiente latina, beberán el vermú de los cálices.

 

El miércoles, el miércoles de ceniza los caballos sin ojos

pastarán entre las hojas de acanto el marfil de la muerte.

 

Pero nadie querrá acercarse a la jirafa ardiendo de los incensarios,

ni al ópalo de las sacristías, ni a las verjas de hierro.

 

Porque toda la noche en los anillos engarzados con gusanos

de seda las muchachas que aún no han nacido contemplarán

la perla de su corazón en un limbo de leche.

 

Cuando el perejil que crece debajo de las almohadas llegue

hasta el filamento de las bombillas, vendrá el silencio con su

mitra de plumas a llorar en la hierba.

 

Entonces los que gimen ante el hisopo y la gasolina, los

perros con cabeza de gallo y los que tienen dos sombras,

entrarán en la noche desnudos para siempre, como ángeles

puros en un hueco de estaño.

 

… En las altas tumbas de la nieve

posado está mi corazón junto a los pájaros…»

JCM

 

«VALLE DEL ALBA»

 

Al alba, a la adormidera pura de los geómetras del sueño, los

carboneros y los que transportan tinajas bajaban a las

calles desde las aldeas del bosque, repartían sustancias

como el calor y la leche, y yo los escuchaba, yo los

escuchaba pasar hasta perderse hasta olvidarse, más allá

de mí mismo, más allá de los trenes y las

montañas nevadas.

 

Aves del amanecer, potros del alba. Gente de la ciudad a cuyas

puertas, tirsos y vapor de caravanas, tañe su juventud la

primavera. Los que amansan caballos, hombres cuyo

oficio es la madrugada, pescadores de batracios en las

charcas umbrías de la aurora y los que curten blancas

pieles de cabra bajo la jauría de las estrellas.

 

Multitud de los valles sembrados de cilantro, multitud azul

de la tristeza, muchachas de las cabañas que recolectáis

especias, manos enternecidas por la siringa y los pájaros.

 

Vosotros cuyo silencio no conoce la duración del olvido,

timbradores de címbalos, carpinteros de cancelas para

los animales en celo, lejanas mujeres de los casares que

alimentáis ocas las tardes de lluvia

 

Esta es la hora de los ancianos alrededor de una fuente, losa

de la cavilación y la antigüedad del anochecer. Ciudad de

los que juegan a las tabas bajo los árboles, consentidos

aduladores del meteoro y la botánica, musicantes

silvestres.

 

Mi corazón os ha oído, mi corazón largamente ha escuchado

el silbo de los astros y al urogallo del bosque. Voces de

la diversidad y la astucia junto a la lonja reverdecida

por la albahaca de mayo. Voz de los gramáticos y voz

de las viudas ante las jaulas de mimbre, exclamación

del silencio en los atrios de la serenidad y exclamación de

las bestias bajo los puentes ante las herramientas de filo.

 

Día afligido por un pensamiento cuya sombra no existe. Día

nombrado por la prudencia de quien descifra el telégrafo,

de quien blanquea un asilo o azoga la soledad de la

muerte en la humedad de una fonda.

 

Concurrencia agreste que acude a mi alma, gente de la colina,

gente de las afueras que comerciáis en la plaza, el que

machaca romero sobre una piedra de sílice y el que

enjambra colmenas entre las matas de los urces. País de los

trenzadores de banastas, país de los melodistas de

armónicas y vendedores de cebos en la extensión de la

niebla.

 

Extranjeros guiados por el aliento de la muerte, constructores

de estatuas y maestros de esquila bajo la curva de los soportales.

 

Muchachos de aldea, muchachos cuya memoria es veloz

como el rayo y se desvanece y no alumbra. Jóvenes de una

orilla del río, cuerpos de la alameda con una hoz y una

azada bajo el aullido de las estrellas. Ebrios adolescentes

en el fervor del agua, los solitarios bajo la sombra de

los viejos puentes de madera y los que al atardecer

contempláis con delicia el jaspe mojado de la melancolía

y los sueños.

 

Hablad de este día, decid de qué perlada víspera de nieve

llegáis a mi boca, día de las mujeres fértiles junto a las

viñas, día de los dóciles, de los que tallan báculos y de

los tintoreros de género.

 

Gente del río, escamadores de peces, los que engarzan la pluma

vívida de los anzuelos y los que sois transparentes como

una boya de vidrio en la adivinación de los vientos, gente

del estero y los vados, aguadores del amanecer que

entonáis en el prado la romanza furtiva de los que saetean

alondras.

 

Tierra que cantas debajo de la tierra. Tierra elegida por los

bebedores de vino que trazaron la línea del horizonte

y los mapas. Los que encendieron hogueras, el pastor

de relámpagos y los acopiadores de bayas, tribu del

anochecer, resplandor de los dioses sobre las colinas

de hierba. Tierras del alba, frontera de los pulsadores de

cítara, pueblo cuya soledad es dulce en el sonido de mi

corazón.

 

País de la semilla, país de la ribera donde balan las corzas.

Habitantes del valle, gentes del oeste atravesando la

niebla. Este es el lugar donde la vida, este es el lugar

donde la muerte, ferreteros y sastres, bailinistas cuya

felicidad es útil en la celebración, el que construye un

palomar y quien se inclina ante el fuego.

 

Virtud de las básculas en los establecimientos del jueves,

virtud de las artesas con sal, aroma de las droguerías.

Gente que transcurre en la plaza, el señalado del alba, el

campanero, los que hornean hogazas y el linotipista de

esquelas.

 

Humo y silencio de los dialectos del monte. Esa mujer que

está sola. El estambre de lana y la parra del pozo. El

pensamiento de esa mujer que fue joven y soñó con

el mar y ha envejecido. La habitación de sombra, la oscura

que está ahí como leña cortada, como el agua profunda

mientras sufren las norias, mientras cruzan los pájaros

hacia las ínsulas ardientes del otoño, los pájaros morados

del olvido, las aves del ciprés, los mirlos muertos, los

pájaros egipcios de la noche, los pájaros sagrados del

incesto.

 

Hace ya mucho tiempo que han ardido los bosques, hace ya

mucho tiempo que en los establos de heno la soledad

aventa los vilanos del cardo.

 

Valle sin misericordia, lo palidecido en las hojas de los robledales

eternos y las voces heladas del druida.

  

… Detrás de mi memoria las páginas del fuego, la llaga del suicida envueltas entre cristales…»

JCM

 

«EL SUR, 11 DE SEPTIEMBRE»

 

Ayer he visto a Ángela escribir con los ojos en el aire una última proclama a la tristeza. Y era toda la ciudad como una lámpara que lentamente un pájaro encendía sobre el blanco silencio de los muros.

 Ayer he visto a Ángela cruzar la calle oscura al mediodía, silencio y multitud bajo la lluvia. La palabra era el mar, las soledades una tarde como hoy sin horizonte donde levanta vuelo la esperanza.

 Ayer he visto a Ángela en los altos corredores de las nubes saludar la libertad con un pañuelo. Veía pasar la vida despacio por el invierno, la lenta gota de arena de un corazón contra el miedo

 



«DAD A TRAJANO MIEL Y SANGRE …»

 

Dad a Trajano miel y sangre, dadle licor de abejas después de comer palomas,

poned a la oscuridad un arco, una vela de lino a la congoja,

devolvedle a la locura su talismán de oro,

su gramo de miseria al precio, su utilidad al polvo,

llamad por su nombre al ignorado, ganancia de maleza a la ignorancia,

se acerquen unas a otras las palabras, se amen y se huelan,

se masturben delante del burgués sus próceres antiguos,

venga el palpitante apócrifo y los montaraces bichos,

dúdese del monarca y su invisible dios de paja,

reconózcase al demente el derecho a tener tres lenguas,

permítase al perdido vagar hasta encontrarse,

y tú emperador vencido, tú indivisible pájaro del cielo,

idioma de la muchedumbre y de los salmos,

sé de nuevo asno y criatura, timón del fugitivo,

sé de nuevo la trompeta y su metal, sé la lumbre y su ceniza,

sé la pasión ansiosa y su encendida duda

   

LA CABEZA

 

Se me ha ido la cabeza

No soy el primero ni el último a quien de repente se le va la cabeza

Un día te levantas y no hay nadie sobre los hombros

 

La mayoría se aburren y marchan sin despedirse

No vuelven a acordarse de sus antiguos dueños

Las que regresan lo hacen a menudo desengañadas

Miran para otro lado como si aquí no hubiese pasado nada

 

Las oficinas de objetos perdidos están repletas de cabezas como la mía

Las guardan un tiempo, luego no se sabe qué hacen con ellas

 

No las iban a dejar allí para siempre

 peligro, uno, dos, tres salvavidas.

 



MEMORIA DE LA NOCHE

Esta noche y no en otra noche más cercana o desnuda
voy a empezar a vivir
es que ha pasado un hombre alto como un eucalipto
y no soy yo
cuando pregunta por el dueño de las carnicerías
y entonces entra y clausura todas las sangres
y los clamores del mundo mugen tan gozosos
ya de la vida toda y de la muerte ninguna.
Esta noche y no en otra noche más doliente o profunda
voy a empezar a nacer
es que ha pasado un niño con más fusiles que risas
y no soy yo
cuando pregunta por el dueño del hambre
y la esperanza general de la tierra se conmueve
ya de venganza o de ira.
Esta noche y no en otra noche más triste y obscura
voy a empezar a creer
es que ha pasado una mujer parecida a mi madre
y yo también soy
cuando pregunta por mí y yo me reconozco
ya de dolor o vergüenza.
Esta noche y no en otra noche más cruel o suicida
voy a empezar a morir
es que me ha saludado el que me odia
y no soy yo
cuando pregunta mi oficio terrible de dulzura
y ya una bala me sueña.

Esta noche y no en otra noche más deseada y querida
voy a empezar a cantar
es que el silencio recorre mis cosas
y no soy yo
cuando se callan en el miedo las estrellas
ya sentencia o castigo.
Esta noche y no en otra noche más ciega y oculta
voy a aparecer de repente
es que a tantos han ido reduciendo a la sombra
que ni soy yo
cuando estábamos todos y ahora no existes
ya desolación y miseria.
Esta noche y no en otra noche más bella y sentida
voy a preguntar por el pan
es que ha pasado la muerte toda encendida de trigo
y no soy yo
cuando responde la lluvia cayendo en la nada
ya paciencia o trabajo.
Esta noche y no en otra noche más incierta o mentira
voy a confesarme del miedo
es que han encendido una hoguera
y soy también en la llama
cuando arde el deseo prohibido
ya diferencia o pecado.
Esta noche y no en otra noche más confiada y amiga
voy a rendirme con pena
es que una caricia me acusa
y no soy yo
cuando apuntan mi nombre en el aire
ya condenado o alegre.
Esta noche y no en otra noche más fría o ajena
voy a marcharme hacia siempre
es que nunca la muerte termina
y no soy yo
cuando maltratan el beso con ira
ya religión o fracaso.

Esta noche y no en otra noche más noche y eterna
voy a pensar que respiro
es que una palabra se ahoga en un libro
y no soy yo
cuando aplauden lo horrible del mundo
ya consagración o veneno.
Esta noche y no en otra noche más desolada y perdida
voy a escribir al tirano
es que pasa mi abuela con flores, con vida
y no soy yo
cuando llora vacía ante el cielo
ya letanía o milagro.
Esta noche y no en otra noche más escondida y lejana
voy a quedarme contigo
es que ocurre un monstruo en las selvas del alma
y no soy yo
cuando claman heridas y heridas
ya gobiernos o leyes.
Esta noche y todas las noches del día
voy a decirte mi amiga culpable
es que está pasando la vida
y yo no soy
cuando un hombre se sienta y nos habla
ya destrucción o poesía.

 


«CASA DE LA ANTICIPACIÓN»


Es la hora en que todo va a ser perdonado
Las mujeres van a servir a la casa de la Anticipación
Y los poetas que se desprenden del mundo
Van hacia su última hoja en el árbol del Paraíso

Hay creencias que más valdría quemar
Antes de que se volvieran a repetir
Verdadero o falso el planeta Venus
Salta la tapia del cementerio
Y cuantos se desearon en vida
Se pertenecen durante la noche

Eso es todo lo que hay que saber
Cuando los cazadores parten a su gozo
La astrología de los adolescentes
Pasa un paño sobre las conversaciones
A un invierno sigue a otro invierno
Donde recogen níscalos el rey y la novia

Es la hora en la que todo va a ser bendecido
El albacea de las estrellas apaga el despertador
El panadero endereza el manillar de la bicicleta
La oscuridad de la noche queda sin resolver

Pasan los ríos desbordados de gracia


Los grajos anidan en la Edad Media
Las mercerías cierran para no abrir nunca
El ciprés de las monjas cumple 400 años
Sin saber por dónde llegará mañana el viento

Es la hora en que todo va a ser perdonado
Cuando regresan las dormidas lluvias
Y de la Casa de la Anticipación
Ya no queda en este mundo ningún testimonio




«… Hay tigres en los cerezos y un adiós con tres llaves en el confesionario…»
JCM



«CARPE DIEM»



Cuando el amor se termina no queda nadie que traiga flores los sábados
Las botellas de Lambrusco dejan de hacer ¡plop!
Las deliciosas películas de arte y ensayo se vuelven aburridas
Nadie te regala calcetines por Pascua, nadie te pone el termómetro
Cuando un amor se termina dan las diez un cuarto de hora antes
Las estrellas comienzan a acumular un retraso considerable
Las gatas dejan plantado al párroco en los tejados
Las luces indirectas enfocan directamente los portarretratos
Cambias los muebles de sitio, ordenas la biblioteca
Aparece la lupa, encuentras los comprobantes de la tintorería
Las cajeras del supermercado te empiezan a sonreír de otra manera
Los cuervos marinos se vuelven palomas mensajeras
Se acabó el azúcar, echas mano del edulcorante
Te paran todos los taxis, vas derecho al motel de las metáforas
Tocan el timbre, el cartero te deja un certificado para la vecina
Llaman por teléfono, otra vez la noche se ha equivocado de número.



Quizá solo hayan venido a recordarte que la dignidad
es el prójimo…»
JCM



«LA PREGONERA»



Se buscan desertores y en la coleta de los chinos
comienzan a ladrar los perros del escarmiento.
Hay actitudes incompatibles con el caracol descalzo
una platea de mujeres donde el herrerillo prepara la cena.
Por este orden se suceden los acontecimientos:
a / en la pradera las novias desentierran sus camas
b / lo que escuchas es cuanto nos llega desde fuera del mundo.
No haya allí piedras de las que sospechar ni hermanos mellizos
todos los pájaros ya han llegado a su destino
y la vida y la muerte entran en los ojos tal cual se escucha un grillo.
No exactamente igual pero en definitiva
de manera semejante a un clavo en la madera podrida
entra el por favor de la gramática en las lenguas muertas.
Los perros que comenzaron a ladrar en el verso segundo
reaparecerán miles de años después metamorfoseados en greda.
La luna pasa con su aro rayando la pizarra terrestre
y pequeña o no esa sigue siendo la causa de las motivaciones
cuando la pregonera sin nombre posa la delicadeza de su noche
en la vida.




«Bajo una piedra rozada por un ramo de lilas
las adolescentes entierran su deseo en el bosque…»
JCM



«LOS CUERPOS DEL PARAÍSO»



Yo he visto a las mujeres que lloran en los parques, las que
danzan en la noche y se evaporan de pronto ante la mirada
de un hombre,

las florecidas en el amor, las muchachas que vuelan a los
nidos más altos, las que me quieren sin saber si las amo y
tocan el arpa las tardes con niebla,

las que sufren en mi corazón, las aromadas en música y las
que sueñan con pájaros,

las que tienen pena, las desnudas a la orilla de un río, las
dormidas para siempre sobre una almohada de nieve,

y las que cantan, las apacibles con una alondra en el pecho,
las que están en mi alma melancólicas, tristes, refugiadas
en sombra, las intactas del aire, las silenciosas, las hermosas
muchachas meladas del otoño.

Yo he visto a las amargas que van cruzando un puente y
gritan y la muerte las reúne conmigo, las dulces abatidas
que debajo de un velo murmuran y son bellas como pálidas
vírgenes,

las sosegadas en gozo que son flor de un domingo cuando
todo oscurece y las arrecogidas de alcoba mientras pasa la
vida.

Yo he visto una mujer que tenía un relámpago y un frasco
de palabras amarillas escondido en su cómoda, la que roe
todo el día como polilla su ébano y reparte adormideras al
acercarse la noche,

la paloma de seda que ha bordado el olvido y es perenne en
su torre y se parece a la idea de pensar en la lluvia,

las solas, que contemplan un álbum con fotografías y hojas
del jardín de los Bóboli, las que guardan secretos y huyen
por la noche a los nidales de pluma de los contrabandistas
enfermos.

Yo he visto a las mujeres ahogarse con un hilo de saliva y
silencio, gacelas devoradas por el fauno de la Luna en las
ventanas de mayo,

mujeres que recogen granadas en la huerta y las tiran a un
pozo para no ser afligidas, para mirarse en los espejos y es-
cuchar la lisonja de su propia figura,

muchachas con la llama de un astro entre las piernas,

tumbadas en la hierba con el pubis mojado por la espuma

marina, por los labios del cielo que vigilan el alma




SIENTO QUE LO PEQUEÑO ES UN INVENTO

Siento que lo pequeño es un invento
me lo susurró un día en mi adolescencia una
prostituta en un burdel llamado mon-petit

Ahora su susurro se pierde
es un vacío que se desvanece.

Siento el paso sigiloso de lo pequeño
su sombra diminuta casi inexistente
su aflicción como una vaga congoja
apenas la tristeza lerda que produce
el suicidio de una mosca.

Lo pequeño nos inventa a todos sin percatarnos
viene de no se sabe donde y se sienta
al frente, como un largo y fatigoso lamento
se traga inclemente nuestra vida.

Tiene ecos infinitos que resuenan como sombras
cuando te miras en el espejo lo pequeño esta ahí
recordándote tus deberes impostergables, tu ración
de sensatez fingida, tu sueño lacerado

Lo pequeño es el invento que te inventa
y tu eres mon petit lo único pequeño detrás de ti
mismo y un día te desvanecerás al ritmo pequeño
de tu diminuta vida.

Siento que lo pequeño es un invento me lo susurró
un día en mi adolescencia una prostituta en un
burdel llamado mon-petit

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