BETANIA
He tocado esta carne y no he hallado otra resurrección
que el olvido ni otra vehemencia
que aquella de los labios pegados a la noche,
a la oscuridad besada de los cuerpos,
a las palabras dichas para que las bocas resistan el hierro nocturno. La sangre también recuerda sus hechos de tierra
como un navío que cabecea en los muelles.
El cielo de este día es otra vaga historia,
el anochecer va posando sus alas sobre los nombres escritos.
¿Dónde está lo que resplandece cuando el fuego retrocede?
¿Dónde está aquello que no es vencido por el poderío de lo que
[ duerme?
Llovizna sobre la tierra como un arrepentimiento tardío,
como una voluntad de lavar en voz baja.
La magia ha arrojado sus armas en el centro de la habitación,
la historia de Lázaro se ha convertido en pasto de charlatanes de
[ buena y mala voluntad,
y la consecuencia es este legado de carne envanecida de su morir,
aquello a lo que llaman primer paso hacia la inmortalidad.
Todos los ríos levantan su copa hacia las nubes
pidiendo que se las llenen de infinito para beber lentamente otra
[ sombra,
todos los ríos esperan la alfombra de la luna, el cuarto cerrado donde al amanecer se desvisten los que se ahogaron de niños.
Pero no es en la fruta acostada en su madurez
ni bajo el árbol donde el cielo detiene sus dioses ausentes,
donde los ojos se abren de nuevo.
Es en la impiedad de las estatuas, en las sordas lecturas del azufre, en la verdad del salitre, en el herbazal de la sangre.
La mirada entonces no yerra como no yerra el amor,
las mujeres danzan alrededor de su propio desnudo
y nos invitan a llorar por la muerte de sus astros.
Estos ojos de amor que me llevan se han abierto también en los ríos, en las arenas lavadas como alguien que pone en orden sus recuerdos
[ y luego se marcha.
Ríos que se levantan en silencio para abrirle la puerta al océano,
al océano que entra sacudiendo los retratos y las apariciones,
los lechos y sus consecuencias de sangre o de nieve.
Creo en lo oscuro de la materia pero su renombre no es oscuro; Dios ha entrado en su tumba tranquilamente
porque cree en el poder de los hombres para despertarlo,
porque los hombres se anuncian los unos a los otros
con una luz escarlata y colérica.
He respirado la indiferencia que me atañe,
el olvido que alguna vez tenemos en las manos como una bella flor
[ de papel.
Le he dado un nombre amoroso a mis culpas
y he temblado al creer en lo que me vencía.
He pasado tardes en silencio, mirando mi fraudulenta resurrección
esperando un gesto revelador
para tomar la noche como un incendio.
La primavera ha pasado con sus voces de fruta,
con su tropel de sol en las mejillas,
el sudor ha sido hermoso como la espuma en las adolescentes el corazón ha dejado en la playa otra carta sin firma.
También la rabia espera ahora su reinado, el sol camina sobre los ataúdes abiertos,
pero los muertos no han podido siquiera ofrecemos una disculpa por su ausencia,
por eso la melancolía es más hermosa que una columna griega.
He aquí esta mirada,
esta mirada nuevamente en las postrimerías de sí misma,
desplegada como un pabellón de guerra, como una lúcida avanzada
[ invernal.
He aquí que mi mano no tiembla al levantar la lámpara. Hay espejos rotos semienterrados en la arena de la playa,
están las escamas de los días de verano;
y en la tarde plomiza el mar golpea con todo su cuerpo
como si quisiera despertar a la tierra hacia una luz más honda…
Y hemos llorado, nos hemos visto correr en nuestras lágrimas,
hemos alabado nuestras mejillas,
hemos palpado a ciegas otro cuerpo que no venía en las lágrimas;
entonces la tarde
parecía esperar en nuestros ojos.
Pero yo quiero ahora la otra mejilla del amor,
el lado no abofeteado aún por su propio silencio;
porque me he convencido de la soledad sin tregua del mar y lo
[ señalo
y me agobia ese resplandor de la luna en los cabellos de los muertos.
Ahora veo lo que tarda en llegar y escucho el sonido de los cuernos
anunciando la partida de caza.
ADIESTRAMIENTO
La voz de aquellos que asumen la noche, marinería de labios oscuros;
la voz de aquellos cuyas palabras corresponden a esa luz donde el
[ amanecer levanta
la primera imagen vencida de la noche.
Ahora, cuando la memoria es una calle de mercaderes y héroes
[ muertos,
cuando la noche corta espigas en los cabellos de la joven difunta,
y en las playas el mar se arranca sus dolorosas historias para
[ encender las manos
de las mujeres de los marinos muertos.
Hacia el chillido o espuela de la gaviota,
hacia el color azul que despiden los senos ahogados, hacia las cuevas
que el demente visita,
hacia las mujeres cuya humedad sólo conoce el alba,
va la frase de amor, la mano electrizada que se convierte en sollozo,
van los desprendimientos de la lluvia.
La voz de aquellos que llegan a la oscura verdad de las últimas aguas,
la voz de aquellos que han besado el candor que en los labios deja
[ la muerte,
esa niñez del mundo que recobran los que cierran los ojos,
del mundo y no de ellos, esa niñez atroz y salvaje.
La voz de aquellos donde la madrugada se desprende como una piel
[ hechizada,
la voz de aquellos donde el mar narra la infancia del terror, los
[ primeros palacios de la noche,
los fuegos que el artificio de la imaginación encendió en los
[ primeros náufragos,
la voz de aquellos desesperados y sonrientes.
Ahora esta palabra,
esta palabra inclinada a la noche como un cuerpo desnudo a su alma
a la desnudez del otro cuerpo.
Ahora esta palabra, esta diferencia casual de la palabra ante sí misma,
esta marca, esta cicatriz en la forma del amor,
en el hueso del sueño, en las frases trazadas al mismo ritmo
con que los hombres antiguos levantaban sus templos y elegían sus
[ armas.
Ahora esta palabra,
cuando la ciudad llena de humo y polvo en el poniente se levanta de los parques con su aliento de enferma,
cuando las calles abandonadas comen sentadas sus propias yerbas
[ igual que ancianas en aptitud de olvido,
cuando el tranvía del anochecer se detiene atestado en una esquina
y sólo baja una muchacha triste.
Ahora esta palabra,
este juego, esta cresta de gallo, esta respiración inconfundible.
Ahora esta palabra con su resorte de niebla.
DECLARACIÓN DE OTOÑO
He venido.
El otoño nos revelará el hueso del mundo,
en sus hojas el color amarillo no será solamente un aria triste,
será también la verdad de la tierra,
el paso de esa luna donde han dejado de temblar las doncellas,
la historia que los niños no pulirán con sus manos.
Conozco la mirada del sedicente,
la ciudad ha sido conquistada por el heliotropo nocturno;
dadme mis huesos y los huesos de mis muertos
y los pondré a florecer en la noche.
Porque yo veo la miel sombría donde los rostros perdidos intentan
[ acercársenos,
ponernos el vaho de su corazón en el cristal de esa ventana que sin
[ darnos cuenta
hemos dejado encendida esta noche.
Porque yo veo los amaneceres socavados en octubre por la garra del
[ relámpago
que saca del fondo a las doncellas muertas,
a los niños que no han podido pulir ninguna historia con sus manos.
He venido.
Aquí se reúnen las leyendas de piel titilante,
las miradas donde aparece la arena movediza que está a la mitad de
[ todo recuerdo;
porque ahora miro las extensiones del mito
y no encuentro otra respuesta ni otra distancia que el llanto,
la piel desalojada en el mar, la risa de la hiena detrás de los espejos.
Voy por esta ciudad; yo no camino sobre las aguas, camino sobre las hojas secas que caen de mis hombros,
miro a los muertos en brazos de sus retratos, miro a los vivos en
[ brazos de sus desiertos,
a las prostitutas vírgenes embalsamadas dentro de su sonrisa.
Conozco esta ciudad, estos orines de perra, esta piel acechante de
[ gato,
estas calles que he recorrido mirando en silencio lo que me devora. He visto el latigazo de la ceniza en los cuerpos dormidos,
el miedo lustrado por unas manos silenciosas,
la luz enhebrada por lo más lejano de los ojos,
el oro con su infancia en la primera gota de sangre.
He aquí la historia,
he aquí este delirio que la luna ha tenido en sus brazos,
esta yerba arrancada al corazón, este rumor de hojas.
¿En qué sitio ríe la vejez de los muros?
¿Dónde comulga el horror con la supervivencia?
Ésta es la estación armada como un guerrero,
ésta es la estación desnuda como una mujer invencible,
ésta es la estación cuya historia tiene mucho que ver con la lluvia.
He venido.
He visto la servidumbre de los parques a la crueldad del poniente, he visto abandonados a su luz, llagados en su luz,
he visto en las cocinas el hollín de las lágrimas,
la grasa quemada de un cielo prohibido,
he visto las madrigueras
donde la luna se limpia la sangre como un amor proscrito.
He venido cuando el otoño le da a la ciudad una carta del mar.
He venido a decirlo.
ESPACIO VIRTUAL
Escribir un nombre sobre un rostro, escribir un rostro sobre una
[ mirada,
esperar la señal de la noche en el color blanco de unas manos, retener la respiración como si fuera un secreto respirar;
no basta.
Un hombre no es un rostro,
un rostro no es la superficie de una mirada,
el dolor no es la piedra de toque del infinito, la argucia de vivir,
la belleza de unas manos es como un tránsito de guantes,
la belleza de unas manos es como un tránsito de guantes,
doloroso camino de la memoria a la verdad, del deseo a los labios.
Cada ruido proyecta en sí mismo su lado silencioso, su semejanza
con una frente inclinada, miradas que no aparentan ríos…
con una frente inclinada, miradas que no aparentan ríos…
He aquí este ejercicio alrededor de la vehemencia,
la obstinación inconfundible de los primeros temblores,
la obstinación inconfundible de los primeros temblores,
soñando un rostro, soñando un rostro
como una bella anticipación de la noche,
como una bella anticipación de la noche,
como una descarga del abismo de la belleza,
tal vez como símbolo de un mundo que busca el amor,
la apariencia intermedia de lo humano y lo espejo.
la apariencia intermedia de lo humano y lo espejo.
Soñar así, mirar, sentir el paso de las aguas por los espejos,
por las palabras que vamos diciendo,
por las palabras que vamos diciendo,
por la caricia,
cuando a las manos les nacen alas con forma de preguntas;
cuando a las manos les nacen alas con forma de preguntas;
soñar así, por las bocas buscándose,
¿acao eres tú esta mujer que beso? ¿Acaso eres tú?
Voz que está esperando a la noche en la puerta remota de la luna,
voz con fisonomía de viaje;
voz con fisonomía de viaje;
las palabras se cansan de volar y se posan jadeantes
en aquello que solamente nombran.
en aquello que solamente nombran.
¿Eres tú? ¿Eres tú? Pero no basta,
no basta saberlo,
ensayar un rostro en una palabra, buscar un rostro en una mirada,
intentar detener un río en la mitad de un abrazo, en la ola de una caricia,
intentar detener un río en la mitad de un abrazo, en la ola de una caricia,
acariciar un cuerpo en cuya blancura la noche nos sea concedida.
No basta, no basta saberlo,
respirar como si fuera cierto que así respiramos,
como si el aire tuviera la forma de nuestro sueño.
como si el aire tuviera la forma de nuestro sueño.
No basta.
Y el silencio levanta la cabeza y me mira.
NO HA SIDO EL RUIDO DE LA NOCHE
No, no era ese ruido,
era la respiración como una historia de hojas pisadas,
el recuerdo del viento
que movía el recuerdo de unos cabellos largos,
que movía el recuerdo de unos cabellos largos,
el chillido de un pájaro, el animal manchado por su muerte futura.
No, no era ese ruido;
al menos no lo era cuando la esperanza levantaba sus cabezas
[ todavía sin cortar, todavía sin que fueran cabezas,
y se quejaba dulcemente, y fraguaba pequeños arrebatos,
exclamaciones líricas,
y una niña secreta hacía de nuestras manos cosas abandonadas.
Entonces no era el ruido de la noche,
el crecimiento de la yerba en los ojos dormidos.
El otoño no descuidaba su tarea,
las hojas secas comían por última vez
en las manos del sol de la tarde;
en las manos del sol de la tarde;
pero no era el otoño el que movía las alas,
era el rumor de ese pájaro cuyas alas había crecido tanto
hasta enredarse con el azul del cielo,
hasta enredarse con el azul del cielo,
y uno ya no sabía si era el pájaro o el cielo el que volaba
oscureciéndonos el rostro.
No, no era el esfuerzo con que el amanecer desarma los astros,
la noche vestida por la transpiración de los que duermen,
la noche vestida por la transpiración de los que duermen,
o sentada junto a aquellos que buscan en su corazón
hasta el alba sinuosidades y escorpiones de astros.
hasta el alba sinuosidades y escorpiones de astros.
Y era también la sangre abriendo y cerrando puertas,
la tarde que escurría del cielo desmintiendo lo azul, diciendo sí a lo blanco.
la tarde que escurría del cielo desmintiendo lo azul, diciendo sí a lo blanco.
El sol retiraba sus urnas abiertas,
los pájaros metían el pico en el infinito y quedaban insensibles,
la primavera me salpicaba un hombro de polen
la primavera me salpicaba un hombro de polen
y alguien reía con fuerza en los espejos rotos.
LA OTRA ORILLA
I
He querido recordar aquella canción,
aquella que no pude escuchar dentro de mí, aquella que no supe
[ extraerle al mundo;
operación dolorosa: aquella canción que estoy tratando de escuchar,
aquella cuya ausencia reconozco en la brisa que apenas
aquella cuya ausencia reconozco en la brisa que apenas
inquieta a los almendros,
en la tranquilidad de esa brisa en estas hojas donde también yo
[ habré de morir,
y esa calma acaricia en algún sitio de mí
la forma de esa primera mano que alargamos hacia la vida
y luego retiramos mojada y oscura.
y luego retiramos mojada y oscura.
Aquella primera canción, aquella primera canción
que tal vez no vino nunca,
que tal vez no vino nunca,
aquella cuyo silencio ahora se refleja
en el rumor de esa brisa en los almendros,
en el rumor de esa brisa en los almendros,
tal vez su silencio, quiero decir el rumor de estas hojas,
es el único espejo
es el único espejo
donde yo me reconozco, donde yo me miro con atención,
subordinado a lo fatal de esa imagen.
subordinado a lo fatal de esa imagen.
O tal vez esa brisa en las hojas
es la ausencia de toda canción,
el rostro silenciosos de todos los nombres,
el rostro silenciosos de todos los nombres,
el rostro de espuma disuelto por el mar,
el rostro de mis hijos aún sin ellos
en el esqueleto atroz de mi abuelo después de él.
en el esqueleto atroz de mi abuelo después de él.
Ahora recuerdo todo sin pasión, sin armas obsesivas,
sin recuerdos, y ese viaje que la mirada todavía sostiene
sin recuerdos, y ese viaje que la mirada todavía sostiene
abandona el umbral de una tarde de lluvia en la infancia.
Y es aquella costumbre de sonreír involuntariamente,
Y es aquella costumbre de sonreír involuntariamente,
de sentir esa brisa en los almendros que están dentro de mí,
complicados con mi alma,
complicados con mi alma,
y soñar una canción donde tal vez ya no habré de escucharme;
sí, aquella vieja costumbre de vivir…
Y yo extiendo palabras sobre mis propias yerbas,
yo extiendo palabras sobre el mundo
para irles dando poco a poco historia,
para irles dando poco a poco historia,
sonidos arrancados a ellas mismas como confesiones brutales.
Por la torre de la iglesia
pasa el sol y se muerde los labios, ¿o soy yo quien me los muerdo?
¿O son el sol y la iglesia los que muerden mis labios?
¿O es el deseo de sol y de iglesia lo que muerde mis labios?
Sí, he perdido aquella canción, aquella canción,
aquel tierno desastre, aquel artificio
donde mi voluntad se hacía pequeñas heridas,
aquel tierno desastre, aquel artificio
donde mi voluntad se hacía pequeñas heridas,
[ pequeñas preguntas que nunca supieron cortarse la cabeza,
y ahora estoy aquí de vuelta,
y ahora estoy aquí de vuelta,
mirando estas calles, mirando este río,
estas aguas cobrizas y doradas bajo la luz del sol,
estas aguas cobrizas y doradas bajo la luz del sol,
y esta ciudad no es distinta a otras ciudades, es distinta a sí misma.
Y estoy en esta ciudad como en otra canción
que tampoco recuerdo,
que tal vez nunca estuvo en mis labios,
que tampoco recuerdo,
que tal vez nunca estuvo en mis labios,
como en otra palabra que me ocupa gran parte del día
y luego en la noche es mi primera muerta.
y luego en la noche es mi primera muerta.
Estoy en este parque donde los almendros apenas sugieren la brisa,
el tiempo de las hojas,
el tiempo de las hojas,
bajo este cielo encallado en la mañana
como una inmensa nave antigua —recuerdo de otros dioses, de otros
[ hombres
y de otras batallas—
y mi mirada abre de par en par los brazos para recibir al paisaje,
pero es inútil, en el paisaje hay algo de mirada,
pero es inútil, en el paisaje hay algo de mirada,
algo también con los brazos abiertos…
Una brisa muy joven sopla entre los almendros, una brisa lejana
[ sopla entre mis labios, y es el silencio,
el silencio de la torre de la iglesia bajo la luz del sol,
el silencio de la palabra iglesia, de la palabra almendro, de la
[ palabra brisa.
Hay un radio encendido en un estanquillo cercano, pasan unos novios
—casi niños— cogidos de la mano,
—casi niños— cogidos de la mano,
el sol empuja la torre de la iglesia hacia otro mediodía…
Yo iba a decir algo; cogí la pluma para eso, cogí mi alma para eso;
¿qué iba a decir?
Así pasó ese día caluroso y nublado,
así la torre de la iglesia empujada por el sol como un barco llevado
[ por el viento,
cruzó por mi pecho, y luego la noche se cerró sobre las casas,
sobre las aguas del río,
sobre la historia de aquella mañana,
y fue como si una mano enguantada tuviera todas las cosas en el
[ puño.
Yo iba a decir algo, yo tenía esta pluma en la mano…
II
Amanece en medio de mí
y yo me quedo mirando del lado en que no estoy,
y yo me quedo mirando del lado en que no estoy,
en la otra orilla se quedan el parque y los almendros, el río,
la torre de la iglesia.
la torre de la iglesia.
Porque esta mañana todo parece abrir los ojos en otra parte,
en otra historia,
en otra historia,
en otros ojos parece que yo he abierto los ojos,
y miro la luz cedida a los árboles con la misma naturalidad
con que espero sentado a la mesa, el primer alimento.
con que espero sentado a la mesa, el primer alimento.
Y tal vez esta luz es también una sombra de aquella canción;
estos árboles, esta mesa, la mañana, el sabor de este pan,
¿son acaso las formas devueltas? Y la canción mueve las alas,
¿son acaso las formas devueltas? Y la canción mueve las alas,
se sacude su forma de canción, se sacude su forma de alas,
algunas plumas caen, muy lejos de mis labios,
muy lejos de esta luz, muy lejos de este silencio,
de esta posible música, en otra historia más remota aún que la mía.
muy lejos de esta luz, muy lejos de este silencio,
de esta posible música, en otra historia más remota aún que la mía.
Amanece en medio de mí; en un lado
se quedan el parque y los almendros,
se quedan el parque y los almendros,
el río, la torre de la iglesia, la ciudad de mi infancia,
los juegos olvidados;
los juegos olvidados;
¿en qué orilla me quedo mirándolos?
Es todo,
yo iba a decir algo, yo iba a inventar algo.
APARICIONES
Aquel árbol, al atardecer,
el aleteo apresurado de un pájaro, el crujido de una rama,
la luz sobre la yerba como una obsesión sagrada,
la penumbra del cuarto,
la luz sobre la yerba como una obsesión sagrada,
la penumbra del cuarto,
la ventana entreabierta,
sobre la mesa un rayo del poniente
como la mano de una niña inmóvil,
como la mano de una niña inmóvil,
nuestras voces y nuestros rumores
como saliendo de un pozo profundo
o de un gran ademán de la muerte.
como saliendo de un pozo profundo
o de un gran ademán de la muerte.
Todo aquello respiraba en nosotros,
todo aquello ponía su peso en nuestro corazón,
su luminosa y quieta avalancha,
su luminosa y quieta avalancha,
su pesada gota de vida humedeciendo ciertas entradas del alma,
ciertas cavidades donde el deseo y el recuerdo
comparten sus talleres.
ciertas cavidades donde el deseo y el recuerdo
comparten sus talleres.
Todo aquello ponía por un momento su otra parte en nosotros;
la blancura de tu cuerpo parecía un hermoso deshielo, un río
[ atormentado por sus inclinaciones al mar,
la luz del sol posada en lo que sentíamos al otro lado del beso;
y todo aquello nos pertenecía de la misma manera que nos alejaba,
de la misma manera que el tiempo introducía en nosotros aquello
de la misma manera que el tiempo introducía en nosotros aquello
[ que éramos,
mientras el atardecer se iba volviendo hermoso y antiguo
como la nave mayor de un gran templo .
como la nave mayor de un gran templo .
¿De quién son ahora estas palabras?
¿Qué movimiento realizan en la conclusión de mis actos?
¿Qué apariciones y qué ausencias las hacen posibles?
¿Quién las está escuchando? ¿Quién las dirá de nuevo?
He aquí la vocación de recordarlo,
he aquí el instante en que es necesario que el sueño
saque de su interior sus vestiduras
con un movimiento de prestidigitación;
es necesaria esta invocación,
este derrame de aguas y signos y
[ transcripciones nocturnas:
tus ojos eran más bellos que las grutas donde el mar es,
al fin, la oscuridad de lo azul,
todo tu cuerpo me convencía de esas aguas
donde la profundidad desequilibra toda actitud de vida
sin compartirla con el abismo,
sin compartirla con el abismo,
y las espumas de esas olas se detenían y se quedaban inmóviles en
[ tu cintura y en tu cuello, en el temblor de tus senos,
como esperando playas más allá de sí mismas,
como esperando playas más allá de sí mismas,
y esas espumas organizaban el mar en tu cuerpo
y yo sentía la forma disuelta de tus cabellos sobre tus hombros,
tus cabellos que parecían caer de entre las manos del poniente,
y en tanta luz era la oscuridad la que guiaba mis pasos.
tus cabellos que parecían caer de entre las manos del poniente,
y en tanta luz era la oscuridad la que guiaba mis pasos.
Oh imágenes, descubrimientos reservados a la pasión:
entonces la volcadura, el cuerpo
donde comienza la exploración del mundo,
donde comienza la exploración del mundo,
la invención de los mares donde el viaje sostiene
los antiguos caminos de los hombres,
los antiguos caminos de los hombres,
aguas donde los navegantes abandonan la brújula y el portulano
y la orientación, a partir de entonces,
y la orientación, a partir de entonces,
será confiada a lo que diga el viento.
Oh imágenes, mediaciones entre el hombre y su sueño;
una tarde, el campo, los cerros esbozados por una luz última que
[ casi los hacía de nuevo,
el crepúsculo sobre las pequeñas casas,
las mujeres sentadas a sus puertas,
los niños jugando, los pirules pasándose la brisa los unos a los otros;
lo recuerdo muy bien, lo establezco, lo invento dentro de mí,
me cercioro de estas ausencias, me hundo en esas ausencias, en el
[ ritmo que el anochecer iba cediéndole al campo.
Ahora lo busco en mi imaginación;
la casa en el valle, el olor del jardín,
el sabor un tanto amargo de aquellas yerbas que distraídamente
[ mordíamos mientras hablábamos,
la penumbra del cuarto, el rumor de tus pies descalzos por el piso de
[ barro,
los gritos de los niños allá afuera, la alta ventana por donde
[ mirábamos desde la cama
el vuelo de aquel pájaro donde la tarde cubría sus últimos tramos.
Dame ahora otros instrumentos para llamarte,
la posesión de un lenguaje donde pueda escucharse el ruido de
[ puertas y ventanas
golpeadas por el viento que corre por estas imágenes, por estos sitios
[ de representaciones equívocas.
Dame ahora otras palabras para reconocerte, dame ahora otros
[ signos para destruirte;
que la imagen proceda a la deformación de aquella belleza para
[ encontrar su propia belleza;
la belleza irrescatable a la sombra imposible de nuestros actos
(todavía contemplo —no sé si recuerdo— tu vestido verde caído en
[ mitad del cuarto).
Todo es vano, por lo menos ahora en que tú, detenida al borde de
[ otros acontecimientos,
tal vez también vacilas ante el rápido vuelo, ante el breve aleteo de
[ ciertas imágenes.
Oh tardes de entonces, reflejos que se deslizaban por el
[ descubrimiento de una presencia, por el canto de una libertad,
que iluminaba sus centros de azar y exploración con juveniles umbrales.
Oh tardes de entonces,
enciendo estas palabras para iluminar los angostos pasillos de estas
[ escasas descripciones,
enciendo estas palabras para quemar las últimas hojas,
las consecuencias de esta obstinada página en blanco.
las consecuencias de esta obstinada página en blanco.
RELACIÓN DE LOS HECHOS
Esta vez volvíamos de noche,
los horarios del mar habían guardado sus pájaros
y sus anuncios de vidrio,
las estaciones cerradas por día libre o día de silencio,
los colores que aún pudimos llamar humanos oficiaban en el amanecer
como banderas borrosas.
Esta vez el barco navegaba en silencio,
las espumas parecían orillar a un corazón desgarrado por los hábitos
[ de la noche.
Algo teníamos en el tumbo lejano de las olas,
en la vaga mención de la tierra que en la forma de un ave el cielo retuvo
un momento en la tarde contra su pecho,
algo teníamos en el empuje ahora sosegado; fresco y oscuro de las
[ mareas.
Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados,
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las
[ aglomeraciones solitarias,
del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá,
el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo
[ en el poniente,
la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer
el hombre que juega distraído con el amanecer
como con un cuchillo filoso y deslumbrante.
Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran
[ sobre el mar,
sino a la sombra del hogar terrestre.
Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.
Así nos tendíamos en el túnel secreto del amanecer,
alcobas que nos asumían fuera de horarios,
alcobas que nos asumían fuera de horarios,
hoteles señalados para dormir bajo el ala del invierno,
en el recuerdo contradictorio que se establece en nuestro corazón
[ como un depósito de estatuas.
Sólo hablábamos debajo de la sal,
en las últimas consideraciones de la estación lluviosa, en la espesa
[ humedad de la madera.
Sólo hablábamos en la boca de la noche,
allí escuchábamos los nombres que las aguas deshacían olvidando.
Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,
Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,
y la Palabra, la misma, devorando mi boca,
comiendo como un animal hambriento en el corazón de aquel que
[ la padece y la dice.
Yo miraba igual que los ríos,
verificaba las rotas murallas, los andrajos humanos que la eternidad
[ retiraba de la muerte
igual que retiran el vendaje de la herida curada.
Yo descubría pasos en el amanecer
y me cegaba aquel silencio que como mano oscura
parecía cubrir la vida de todo lo dormido.
También el mar volvía, volvía el amanecer con su cabeza
[ incendiada.
y yo reconocía en el olor de la brisa la cercanía de las estaciones,
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
como un enjambre de insectos húmedos y brillantes.
Y tú también volvías,
volvías de alguna forma de mirar, de algún desenlace;
vana donde tu cuerpo carecía de espacio,
en tu propio centro de navegación,
en ese espacio que tu tristeza concedía al rumor de las aguas.
Incorporabas tus ojos al desenlace nocturno,
Incorporabas tus ojos al desenlace nocturno,
meditabas tu sangre
en todos los espejos penetrados por el animal de la niebla.
Y eras tú, de pie en tus ojos, como aquella
que alimenta su desnudo con viento,
tú como la inminencia del amanecer que rodea con un corazón
[ amarillo a los labios.
tú escuchando tu nombre en mi voz como si un pájaro
escapado de tus hombros
se sacudiera las plumas en mi garganta;
desenvuelta y solitaria, con entrecerrada melancolía, mirándome.
Y éramos los dos asiduos a las lluvias que desentierran en esa
[ pregunta que pesa tanto en los labios, el otoño al abismo,
que cae al fondo de nuestra voz sin remedio
que cae al fondo de nuestra voz sin remedio
o se agazapa en un rincón oscuro como un perro asustado
al que es inútil llamar dulcemente.
Y sin embargo, allí estábamos,
allí estábamos cuando las manos se enlazan y rozan al corazón
[ soñoliento
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los labios.
Cuerpo de viaje cuya mejor señal es una cicatriz de nube,
tú también habías escuchado en quién sabe qué momento del
[ sosiego nocturno,
ese rumor de tela que va enlazando al océano cuando amanece,
esa primera tibieza destinada sólo para los cuerpos enlazados.
esa primera tibieza destinada sólo para los cuerpos enlazados.
El primer rayo de sol ya ponía su adelfa en el agua,
y un roce de astros, de manos más pálidas que el esfuerzo de
[ atardecer,
aún tocó el horizonte que el mar retiraba.
Esta vez volvíamos,
el amanecer te daba en la cara como la expresión más viva de ti misma,
tus cabellos llevaban la brisa,
el puerto era una flor cortada en nuestras manos.
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