MEMORIA
He vuelto al sitio señalado, a tu rastro de aguas amargas;
el atardecer ha caído al fondo del mar como un pecho muerto
y una campana da la hora cubriéndome de espuma.
y una campana da la hora cubriéndome de espuma.
Vuelvo a ti,
el otoño y el grillo se unen en la victoria del polvo.
Vuelvo a ti, vuelves a la’ caída, al primer acto.
Te levantaste de tus ojos con un golpe de amor en la frente,
con una piel de yerba que la mañana quería.
con una piel de yerba que la mañana quería.
Te levantaste envuelta en tu tiempo,
todavía no arrollada por tu desnudez,
por tu boca que se convierte en una caída de hojas
que el bosque padecerá oscureciéndose.
que el bosque padecerá oscureciéndose.
Te levantaste de lo que sabías,
de lo que olvidabas como se olvida la lanzada del mar
y un día n despierta su ruido profético.
Te levantaste de tu frente
que era el horizonte elegido por la noche para su desembarco.
Yo esperaba, la noche se abría
como un abanico de humo yconjuraciones,
como un abanico de humo yconjuraciones,
el rey muerto que llevamos dentro
se rio en el fondo de su ataúd de lodo.
Yo esperaba. Oía el retroceso, lo repentino del avance.
Nombraste mi pecho con un esguince nocturno,
la luz hacía en tus ojos su tarea oscura,
de pronto me miraste, ¿desde dónde?
¿Desde tus ojos que me veían o desde tus ojos que no me veían?
Y naciste bajo tu desnudez con un movimiento de agua y recuerdos.
A la hora del enlace de cuerpos, a la hora del brindis,
a la hora de la lágrima plantada en el jardín prohibido,
en la nada promiscua de las historias olvidadas,
en una brusca pregunta, en las conversaciones fatigadas,
en el modo como te quitaste los guantes:
en el modo como te quitaste los guantes:
—¿Te acuerdas? —dijiste avanzando.
Ese obsequioso silencio, esa pausa levanta polvo en tu corazón.
El tiempo reunido en una mano, en un guante que cae haciendo
[ señas
por una ladera de palabras dormidas.
—¿Te acuerdas? —dijiste.
La palabra, el movimiento de carne sobre el pecho de la tierra,
el idioma que la noche deja caer en los ojos
como un puñado de piedras preciosas,
como un puñado de piedras preciosas,
piedras que se convierten en guantes que caen.
Fruto prohibido y dieta recomendada por hábitos nuevos.
La mentira bosteza engordando,
el cansancio estira su lengua para cantamos al oído.
La noche despierta en el muladar que los locos heredan,
la luz de mercurio petrifica en las calles gestos odiados;
yo miro la ciudad desde la terraza,
la luz de los autos hundiéndose en el irremisible momento,
en el tiempo que aún sostengo con un vaso en la mano,
en el tiempo que despide tu rostro naciendo,
en el tiempo que hace del movimiento y la caída el sólo momento.
—¿Te acuerdas? —dijiste.
Respiraste tendida, tus ojos se cerraron en la llegada del mundo.
La noche llegó en tu corazón, tú regresaste.
Rastro de alas dolorosas, de límites caídos al agua.
—¿Te acuerdas? —dijiste quitándote los guantes.
—¿Te acuerdas? —dijiste abriendo los ojos.
LA MUJER DEL CUADRO
Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de guardar,
sus cenas sin nadie;
sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”,
“que no entiende nada”.
“que no entiende nada”.
Ya cruzas la puerta,
ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en tus ojos aquello que miras despierta en ti misma
como pequeños niños
como pequeños niños
que se sientan al borde de sus camas esperando que vengan a vestirlos.
Ya asumes tu cuerpo, ya viajas en todo lo que te rodea,
a veces en tu sonrisa todavía aparece
aquella niña larguirucha “tan bien educada”,
pero tu esperanza
enflaquece llamándote con voz cada vez más débil
cuando ya no te dignas escucharla.
Extrañamente hermosa eres ahora tu propio fantasma,
en tu alma han entrado la carne del mundo y la tuya confundidas,
apiñadas por el mismo placer, revueltas por el mismo dolor.
Desnuda, la ropa que te acabas de quitar
ya no reaparece en tus ojos,
tu mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas, te quedas desnuda,
y por tu desnudez pasan los templos antiguos, las oraciones,
los heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los mares lejanos y también la vida posible en otros planetas.
Ya tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo que significa que tú seas él;
tu cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de tu alma,
y todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las luces apagadas.
Ya te has probado en ti
y un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el esposo prudente,
el hombrecito que cariñosamente te mataba un momento
el hombrecito que cariñosamente te mataba un momento
por unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.
Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,
por eso en tu mirada puede oírse
el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.
Ven aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos juguetes
que ya no existen
que ya no existen
y que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,
ven aquí con tus segmentos de niña asombrada.
Ven a mirar mis osos polares.
Ven, ahora que sabes que también en los labios aparece
—sin que nos demos cuenta—
el beso monstruoso y bello
de aquello que todavía llamamos el alma.
CAUSAS NOCTURNAS
Sí, muchas veces hablé de ti,
acerqué pequeñas formas de arena a tu imagen,
contraje con tu ausencia pactos de alianza.
contraje con tu ausencia pactos de alianza.
Muchas veces, en sitios olvidados, en sitios de paso,
en la alcoba que nos abandona cuando nos creíamos en ella,
hablé de ti o pude hablar de ti,
le di a mi corazón el movimiento que podía reconstruirte,
creí mirar tus ojos como razones de actos nocturnos
como fuerzas empleadas para encender la oscuridad y señalarme los
[ sitios donde debía tomarte.
¿En qué rumor de hoteles, en qué rumor de voces por los pasillos y
[ silbidos de canciones de moda,
se perdían los pasos de tu corazón, el instante probable,
aquello que los cuerpos memorizan
cuando la sangre intenta el ritmo del infinito?
cuando la sangre intenta el ritmo del infinito?
Luego vinieron los actos de otoño
el viento frío y la lluvia me encerraron en la habitación solitaria,
sin cartas ni noticias, el ruido del agua se hizo poco a poco
el ruido de mi alma y de mis huesos.
Y después, muchas veces, volví a pensar en ti,
oí tu risa en el mismo sitio en que mis palabras luchaban
por decir cómo era tu modo de reírte,
en el mismo espacio —escuchado al azar—
en que se abría tu nombre como una flor inmensa
en que se abría tu nombre como una flor inmensa
bajo el resplandor de las luces, sobre la charla y el humo
de los convidados —tintineo de vasos, risitas,
monólogos dulces y aterradores.
monólogos dulces y aterradores.
Muchas veces pensé en ti así y de otras maneras,
muchas veces rocé esa aciaga marisma de renovarte
en lo más profundo de mí,
en lo más profundo de mí,
en lo más imaginario y en lo más doloroso,
y también en conversaciones no buscadas,
en lo imprevisto de unos ojos,
en lo imprevisto de unos ojos,
en labios extraños que de pronto nos acorralan
en los espejos de otras palabras,
en los espejos de otras palabras,
en el espacio de otros sentimientos, de otros cuerpos,
donde el mar y la niebla nos ofrecen sus oscuras referencias,
sus buques fantasmas.
sus buques fantasmas.
Muchas veces así, al azar, en reuniones,
con muchachas que como tú me escuchaban, que como tú parecía
que iban a existir o a ser menos reales de un momento a otro,
que iban a existir o a ser menos reales de un momento a otro,
de una mirada a otra,
y yo iniciaba ese gesto que las palabras perdían siempre,
ese ademán antiguo que busca los dones nocturnos,
y te recordaba y te inventaba de prisa o lentamente
o asaltándote en aquella muchacha
o asaltándote en aquella muchacha
aplastándote bajo su risa y sus palabras
en aquellas aguas que tú no hacías correr.
Pero yo hablaba de ti, y te recordaba sabiendo lo inútil
de poner una palabra y otra
en las formas que tú ocupaste,
de poner una palabra y otra
en las formas que tú ocupaste,
en todos los sitios que te correspondieron.
Pero yo hablaba, pero yo buscaba tus gestos, pero yo te inventaba,
esperaba un lugar en mis palabras o en una caricia
donde pudiera tomar algo tuyo;
y me
detenía, como si tuviera que esperarte, como si debiera seguirte;
pero todas las cosas tenían ahora otro secreto,
nacían de otra apariencia,
nacían de otra apariencia,
y sospechaba que el ruido de esa puerta,
el teléfono que a veces parecía sonar como entonces,
no eran sino recuerdos de recuerdos,
movimientos imprecisos de vida
que te mataban más de mí aquella noche.
que te mataban más de mí aquella noche.
FORMA ÚLTIMA
El sueño, esa historia sin armas,
esa voluntad que es parte de los labios,
ese pacto con el corazón más breve de la locura.
El sueño, eso que ya no puede ser sagrado,
porque no hay nada sagrado en la noche,
porque en el mar el cadáver de Odiseo navega a la deriva,
los cabellos revueltos, la mirada usurpada por el agua.
Porque no hay nada sagrado en el regreso, porque sólo una vez
[ despertamos temblando para mirar el mundo;
y tú lo sabes, pero tu mirada sólo es exacta en la noche.
Y yo te acaricio, yo aumento en tu cuerpo la sombra del viaje,
tu cabeza echada hacia atrás entra en la órbita fugaz de la sangre,
en el espejo rojo de sí misma, en su semejanza subterránea
con el conocimiento de Dios.
La noche colinda con todo lo que tiene fuego,
con aquello que besamos con apasionada destrucción,
con oscura grandeza.
con oscura grandeza.
En tu cuerpo hay cal viva, hay seda que no quiere dormirse,
hay cosas valuadas por el mar,
y en tu corazón es más poderoso el otoño.
Pero no hay nada sagrado en esta noche,
en este sueño, en esta última forma de hacerse a la mar.
Saldré a la calle, visitaré la locura que ama el azufre,
escribiré tu nombre en las plazas vacías,
en los púlpitos de las mujeres desnudas.
Adivina el retrato, desvanécete bajo los arcos triunfales,
incorpora escaleras a tu sapiencia.
Ésta ha sido la historia de nuestro regreso.
EL REPOSO DEL GUERRERO
Pero mi amor no era un lujo de fuerza, una catedral arrojada al pasado
a ustedes les parecería más hermosa, mejor construida,
mejor adivinada por su muerte.
Navegación de los días otoñales,
oráculos, señales a cubierto,
mensajes caídos en el plato de la imaginación,
en la balanza de los recuerdos,
como un ruido de autos
cruzando las calles de un pueblo abandonado
mensajes caídos en el plato de la imaginación,
en la balanza de los recuerdos,
como un ruido de autos
cruzando las calles de un pueblo abandonado
como soñar que vadeamos un río
perseguidos por una patrulla policiaca.
perseguidos por una patrulla policiaca.
Pero mi amor no era un lujo de fuerza, tal vez era mi vergüenza de morir,
no estaban en mí los paseos de aquellos fantasmas
cuando la luna le entrega al amanecer los restos de la noche,
cuando la luna le entrega al amanecer los restos de la noche,
no estaban en mí aquellos signos que el hechicero maya
conjuraba en su elevación nocturna,
conjuraba en su elevación nocturna,
no estaban en mí aquellos secretos coleccionados
durante los días de lluvia por los niños enfermos,
durante los días de lluvia por los niños enfermos,
imágenes donde una delicada tortura de vivir pone pequeñas llamas
en los ojos de esos cansados niños.
La soledad mira por las rendijas de sí misma hacia la construcción
[ del ansiado palacio;
cierta sequía en el corazón que una vez se nutrió
con el vuelo de un pájaro que parecía rasgar el poniente,
con el vuelo de un pájaro que parecía rasgar el poniente,
con la música de un radio vecino, o con la imagen de aquella
[ muchacha que nunca bailó con nosotros;
sí, cierta sequía en los movimientos de ese corazón
que un día se alimentó con el aullido de los gatos, en la noche
[ penosa del primer amor.
Presentaré estos recuerdos en la alianza
de una mujer lejana con su espejo,
de una mujer lejana con su espejo,
presentaré estas deudas al pagador de los cielos que vive en el
[ zoológico en su jaula de plata comprada en abonos,
me sentaré a la mesa de aquellos
que se esconden de su hambre verdadera,
que se esconden de su hambre verdadera,
los haré que mastiquen despacio su alma, escuchando el crujido de
[ sus recuerdos,
haré que sientan en su saliva el desgarrón de una vida improbable
y de un alimento improbable.
y de un alimento improbable.
Pero mi amor, repito, pero la naturaleza de mi disfraz,
pero mi ser de lluvia,
pero mi ser de lluvia,
padeció el cuentagotas de los arrebatos más sórdidos,
más cobardes y bellos,
más cobardes y bellos,
y mis dolencias y mis bienes,
las deudas de mi sangre y mis últimas rosas;
las deudas de mi sangre y mis últimas rosas;
padecieron y cumplieron esa cadena que la Razón y la Ley han
[ forrado de terciopelo y de Ciencia.
Pero mi amor, pueden estar seguros, no era un lujo de fuerza, no
[ contaba con ninguna clase de ejércitos en formación,
con banderas flameando, con pactos ventajosos;
con banderas flameando, con pactos ventajosos;
nunca tuve valor para arrebatar la historia que me pertenecía,
no he sabido llorar al ritmo de mi vida ni al ritmo de mi muerte
no he llorado sabiamente de parte de nadie,
y esta fiereza que ahora finjo complacido al escribir estas frases
este sol negro que sale de mis manos,
este depósito verbal alumbrado por el poniente,
no estuvo en mí cuando padecí la cosecha de mi triunfo,
la cola melosa de la Victoria.
No tengo de qué arrepentirme,
pero tampoco tengo por qué decirles
pero tampoco tengo por qué decirles
[ la otra versión de mi Verdad;
la Belleza ha sido cortada de las ramas de mi amor
y la mentira vuela sobre todas las cabezas
aromando el amor que vendrá.
aromando el amor que vendrá.
Ahora observemos sin muchos aspavientos a nuestra Victoria,
llenémosle su plato de leche y de carne,
y si tiene ganas de desalojar el vientre
y si tiene ganas de desalojar el vientre
saquémosla prudentemente al jardín. Después
con un moño azul alrededor de su cuello, la dejaremos echada sobre
[ un cojín del sofá
para diversión de las visitas que vendrán esta tarde.
LA CORONA DE HIERRO
Yo podría también en este umbral,
junto a la precaria armadura de tu olvido,
junto a la precaria armadura de tu olvido,
enumerar los hechos construidos y destruidos por el amor;
yo podría si alguno de los dos lo quisiera,
si alguno de los dos mirara hacia ese sitio,
si alguno de los dos mirara hacia ese sitio,
en el remoto estallido de algún verano,
en el arco de un día de serpientes,
en la claridad de una convalecencia gozosa
en la claridad de una convalecencia gozosa
en el reflejo de una tarde abandonada
en el túnel de lo que no pude decir,
en el túnel de lo que no pude decir,
y esta enumeración inventora de frutos y luces de guerra,
donde el corazón ennegrecido chisporrotea
donde el corazón ennegrecido chisporrotea
igual que una hoguera que el invierno
luce en el pecho como un coral amargo.
luce en el pecho como un coral amargo.
Yo podría tal vez en otros vestigios,
en otros vendajes donde la herida haya sido apagada,
en la otra historia de tus ojos donde el abismo
vuelve a ser la florecilla silvestre de los días de la infancia;
vuelve a ser la florecilla silvestre de los días de la infancia;
yo podría, te digo, enumerar aquí esos hechos
y también aquellas tardanzas que las lluvias de octubre
practicaron en mi pecho,
practicaron en mi pecho,
esa humedad de lo muerto que a veces no comprendemos
y cuyo olor impregna nuestra alma de sumisa nostalgia.
Podría entonces con mis carencias de mar,
y cuyo olor impregna nuestra alma de sumisa nostalgia.
Podría entonces con mis carencias de mar,
con mi máscara
que no fue tallada en ningún taller audaz del alma,
que no fue tallada en ningún taller audaz del alma,
caminar por esos actos que tú y yo transcurrimos,
que tú y yo hicimos pasar.
que tú y yo hicimos pasar.
Ninguna otra fuerza entonces,
ninguna otra religión que alimentar
[ con esa cierta placidez del desamparo
por esa libertad congénita ante la enfermedad de los dioses;
sólo esas palabras con su aire de carne,
con su bosque de sangre,
con sus extrañas colindancias con el hierro,
con su bosque de sangre,
con sus extrañas colindancias con el hierro,
enumeradas al borde del mundo
por aquellos que deciden partir
y extraviar la semejanza de su lenguaje
con el lenguaje de los poseedores de su ciudad.
por aquellos que deciden partir
y extraviar la semejanza de su lenguaje
con el lenguaje de los poseedores de su ciudad.
Aún entonces tal vez, y siendo así no lo supimos,
cuando la noche, ella misma,
cuando la noche, ella misma,
puso en las sienes de la ciudad la antigua corona
y la soledad era un perrillo faldero
que lamía las manos de sus dueños,
que lamía las manos de sus dueños,
y los astros, más acá de su lejanía,
retocaban el olvido de los hombres
retocaban el olvido de los hombres
y todos se acomodaban en sus propias estatuas
para describirse a sí mismos
aquello que llamaban sus incertidumbres.
para describirse a sí mismos
aquello que llamaban sus incertidumbres.
Ésa sería la súplica y el desdén, tu tierno ademán,
el autobús donde no consigues escaparte,
el autobús donde no consigues escaparte,
la habitación donde no consigues la paz,
el libro que no te regresa la antigua pasión,
el rojo descubrimiento;
el rojo descubrimiento;
ése sería el nuevo encuentro,
la antigua manera de comenzar, de devolvernos;
la antigua manera de comenzar, de devolvernos;
tu cuerpo desnudo envuelto por la penumbra de la cortina como por
una desnudez más amorosa aún y más imposible,
una desnudez más amorosa aún y más imposible,
la aparición del mar en la mano
que lleva la caricia como una lámpara,
que lleva la caricia como una lámpara,
todo lo que al besar un cuerpo nos incumbe;
tus senos donde la blancura enciende sus primeras señales,
tu vientre donde la oscuridad alumbra mis manos,
tu vientre donde la oscuridad alumbra mis manos,
tus cabellos de día de lluvia, tus ojos de anochecer sobre los
[ edificios y sobre las cúpulas,
mientras bajamos los escalones del deseo escuchando el golpe del
[ viento en las más altas ventanas,
y en todos los sitios donde la noche enciende los cuerpos enlazados
como antiguos y eternos sistemas de navegación.
Y toda tú caída de tus ojos, parte de ti caída de tu alma,
sin súplica elocuente,
sin súplica elocuente,
herida por el beso que te reconoce y te alza,
te desordena y te copia
te desordena y te copia
[ en todos los modos del amanecer,
entraste en ese rumor, en esa sombra que me envolvía
lejos de aquellas costas donde el olvido y el mar alzan la noche
y la palidez de las manos da a lo acariciado
un atavío remoto que no alcanzamos nunca.
un atavío remoto que no alcanzamos nunca.
Vasto conocimiento y vasta ignorancia;
en la noche de esa mirada, en la ciudad.oculta
por las uñas de sus habitantes,
por las uñas de sus habitantes,
por el cansancio de sus desórdenes
y la prisa de sus incertidumbres,
¿qué otra palabra, qué otra caricia
donde el coro de las antiguas sirenas saque a relucir los gestos de
[ nuestra infancia caída,
de nuestra anciana infancia a la sombra implacable del mar?
Sí, yo tal vez pude decírtelo, tú pudiste tal vez escuchado,
tal vez soltando la cortina que te envolvía,
alzando los hombros tarareando
una canción que no recordabas bien,
caminaste,
cruzaste frente a mí
o hablaste mientras te vestías en la otra habitación,
diciéndome: “Está bien, está bien, ¿pero estamos seguros de algo?”
Y esa seguridad que me hubiera gustado invocar,
esas constancias de las que tu cuerpo quizá guarda memoria,
o esos momentos en que yo despertaba y aún con los ojos cerrados,
[ heridos por el sol,
repetía como tú: “¿Pero era seguro? ¿Pero era verdad?”
Y recordaba tu sonrisa que mezclaba la noche con el alma más
[ íntimamente que lo oscuro,
y combatía con ese ademán estricto del vacío,
con la pereza del desconsuelo que casi era el alivio, la sordera final,
la calle en silencio.
Y fue así como todo fue cumplido, como no debiste preguntarme;
fue así como se hizo innecesario responderte
cuando ya no queda otra alabanza, ningún otro sonrojo, ninguna
[ otra adversidad, ningún otro olvido,
que aquellos que establecen nuestros propios silencios.
Así se ha cumplido todo, y ahora en este sitio
somos discípulos de esta noche milenaria y confusa,
de esta música atroz, de esta ciudad, de estas palabras donde es
[ necesario dejarte y dejarme.
Alimentados por el pan cautivo y la leche cautiva
aquí recordamos y olvidamos, aquí nuestros ojos cambian de ojos,
aquí entregamos el sueño.
…y por las calles de la ciudad el invierno se yergue como un guerrero blanco.
LA BELLA DURMIENTE
Aunque vengas mañana
en tu ausencia de hoy perdí algún reino.
CarloS PelliCer
Tal vez retornan aquellas imágenes,
abrimos la caja de cristal y tomamos nuestra antigua cabeza,
[ nuestros primeros espejos ocultos allí,
y acariciamos temblando los labios de esa boca, que parece
[ atrapada por aquel irresistible deseo de morder el infinito,
pasamos los dedos por el suelo de esa frente, por la apariencia de las
[ mejillas que se resisten a la revelación,
y ya para entonces, otra vez, nos hemos olvidado de la forma de
[ nuestra antigua cabeza,
del deseo de esta mano con que aún acariciamos,
hemos perdido para entonces la cuenta
hemos perdido para entonces la cuenta
de nuestras estrellas y de nuestras hormigas.
Tal vez retornan aquellas imágenes,
tal vez aparece lo que quisimos que fuera el amor,
la costumbre de acariciamos desde lejos, las señales de espejo
[ aprovechando cierto rayo de sol,
la clave Morse de los ahogados aprovechando la migración de
[ ciertos peces,
los días de la convalecencia y el olor de la sal en los buques
[ abandonados.
Tal vez sólo fue esa costumbre de acariciarnos así, de imaginarnos así,
en secreto,
en aire no compartido,
en respiración por separado,
pasando lentamente la mano por la sospecha de una caricia, como
[ alguien que mira hacia el mar
viendo desde su cama la pared de su cuarto.
Tal vez aparece nuestra pequeña y antigua ropa,
nuestro antiguo descaro y nuestro antiguo pudor,
nuestro crecimiento por separado y nuestro amor por separado,
el delicioso escondite al que no hemos podido regresar
porque extraviamos el plano
o porque la imaginación lo ha cubiertode arena,
o porque la imaginación lo ha cubiertode arena,
de blancas y suaves colinas parecidas al desencanto.
Entonces la caja de cristal donde reposa nuestra cabeza de antaño
puede caer de nuestras manos,
entonces nuestros rostros pueden embellecerse con el desamparo de
[ nuestra primera boca,
aquella con la que imaginábamos el mundo y el beso del mundo
y la piel que se resiste a la caricia, como una virgen atrapada por el
[ invierno,
y ahora nuestras bocas se iluminan
con aquello que entonces no supimos besar.
con aquello que entonces no supimos besar.
Y nos vemos desde aquí, nos tocamos y nos esperamos, fluimos en
[ nuestras distancias,
en las palabras donde las bocas quieren fundar breves puertos,
referencias de un mundo asediado por su invención,
y nos tocamos y nos esperamos,
sonriendo sin remedio, vacilando sin remedio, la boca casi seca por
[ el sabor de lo irreal,
aplastados por una lucidez en la cual tampoco creemos.
(Alguien acaba de encender la noche en nuestros ojos, alguien acaba
[ de asistir a una ejecución en nuestra mirada),
y nos preguntamos por dónde, a qué hora, en qué sucesión de
[ imágenes vamos a reconocernos.
Nos entregamos por un instante al instante,
por un momento dejamos de existir en todos los sitios donde nos
[ recuerdan o donde nos olvidan,
las leyes de la ciudad no nos tocan,
las leyes de la ciudad no nos tocan,
por un instante somos los otros, aquellos dos en los que tanto soñamos.
Y nos reímos un poco torpes,
un poco avergonzados de nuestra creación,
un poco avergonzados de nuestra creación,
como los niños que habíamos matado,
aquellos dos por donde pasamos
aquellos dos por donde pasamos
para llegar hasta esta mirada hermosa y vacilante de ahora.
Y nos herimos con cuidado, sin evitar nuestras marcas de viaje;
hay cierta paciencia en esa sonrisa
que no se resuelve como un animalillo cansado,
que no se resuelve como un animalillo cansado,
y nos miramos, penetramos en esas zonas
donde los ojos se construyen a sí mismos, dejándose llevar por las
[ alianzas de sus imágenes.
Y me hablas de esa niña de trenzas,
aplastada por sus catorce años, confundida
por la belleza de sus piernas,
por la belleza de sus piernas,
avergonzada y perdida, vengándose de algo
con cada muchacho que salía,
con cada muchacho que salía,
sabiendo oscuramente que estaba perdida desde entonces,
acobardada sin remedio desde entonces,
buscando la justificación, el sollozo que no estaba presente;
y yo te hablo de aquel niño que no tenía dónde esconderse
porque la casa era demasiado grande, porque ya era demasiado tarde,
y el cadáver de su infancia se pudría entre sus manos,
te hablo de aquel niño devorando lentamente
con sus nuevos colmillos
con sus nuevos colmillos
su antiguo corazón.
Y no hay amargura en nosotros,
tampoco le ponemos un gran lazo azul a nuestra resignación,
porque esos niños se han ido igual que nosotros nos iremos un día,
y es inútil que asomen sus pequeñas bocas en nuestros besos,
no importa que sean sus pequeñas manos las que se toquen en
[ nuestras manos,
esos niños se van siempre, y el rastro que dejan es inútil;
esos niños han muerto, nuestras manos
deberán separarse para seguir siendo reales.
esos niños han muerto, nuestras manos
deberán separarse para seguir siendo reales.
Mujer, mujer,
mirándome, ¿viste algo? ¿Pensaste que podías ver algo?
¿Alguna pequeña señal? ¿La viste. la viste?
Mujer, “niña extraviada”, “bella muchacha sin libertad”,
frases manoseadas,
frases manoseadas,
¿te sentiste conmigo la “niña extraviada”? ¿La “bella muchaha sin
[ libertad”?
Trazando la tortura, fingiendo la tortura, ¿te torturabas más?
¿Te sentiste la chamaca pálida que caminaba a mi lado haciendo
[ muecas, y de la cual no te hablé?
¿Quién creíste que eras? ¿Quién creí que era yo?
Tomados de la mano por las calles de un pueblo irreal,
tomados de la mano por las calles de una historia irreal, de una
[ inútil alusión al pasado,
mirábamos la luz del atardecer en las viejas fachadas,
tomados de la mano como si fuera verdad, juntos como si fuera
[ posible,
mirábamos los pinos al otro lado del atrio.
“En el patio de mi casa —dijiste— había unos pinos como éstos…”
Y no agregaste: “Ahora toma una hacha, córtalos de mi corazón
y plántalos en este anochecer…”
No, no pudiste agregarlo y yo no pude tomar el hacha que no existía.
Sí, juntos mirábamos esos pinos;
sí, juntos mirábamos esos pinos cada vez más oscuros
al otro lado del atrio,
al otro lado del atrio,
cada vez más al otro lado de algo, en otra parte, en otro sitio que
[ posiblemente no mirábamos,
tal vez en el lado de los leñadores de pinos, de los que manejan el
[ hacha con la misma belleza del amor,
en las montañas que sólo tú conocías,
en las montañas que sólo tú conocías,
en el país de donde el anochecer parecía llegarnos.
Sí, juntos escuchábamos aquel rumor del viento entre las ramas cada
[ vez más oscuras, cada vez más lejanas,
y la noche caía, igual que una túnica
que resbala de los hombros de una mujer
que resbala de los hombros de una mujer
que al quedarse desnuda se quedará invisible. Juntos los dos,
a punto de tomar el misterio,
a punto de tomar el misterio,
a punto de que la desnudez nos invadiera
con toda la fuerza de sus extensiones,
con toda la fuerza de sus extensiones,
a punto de que la princesa dormida por siglos abriera los ojos,
a punto de que el joven viajero encontrara
la entrada al castillo encantado,
la entrada al castillo encantado,
a punto de que hubiera una posibilidad de existencia
para ese castillo,
para ese castillo,
a punto de darle vida al maleficio, y por esta medida conjurarlo,
a punto de que hubiera una capa, una espada
y una posibilidad de principado…
y una posibilidad de principado…
a punto solamente, a punto de algo.
Y ya no recuerdo exactamente a punto de qué,
ya no recuerdo quienes éramos,
ya no recuerdo quienes éramos,
algo he sabido de aquellos dos,
vagamente lo he oído en algún sitio de mis palabras,
en algún laberinto de mi creación.
en algún laberinto de mi creación.
He sacudido antiguas imágenes, he destapado botellas no sé si vacías,
he empañado con ansiedad el antiguo juego de espejos.
En mi voluntad arde un pájaro oscuro,
las palabras de pronto han adquirido el peso de los hechos desconocidos,
han tomado el aire verduzco de las estatuas, de las vagas y dudosas
realizaciones de que habla la Historia, y esta frase se siente perdida…
Ya no sé quiénes somos;
en un acantilado el mar bruñe la roca
con la lechosa luz de un movimiento crepuscular y vacío,
la primavera retoca sus retratos canturreando en voz baja,
pasan las aves que le faltaban a la noche…
Ya no sé quiénes somos;
el mar no está aquí, la roca no está aquí,
la primavera no tiene retratos,
la primavera no tiene retratos,
no vuelan los pájaros que necesita la noche. Ya no sé quiénes somos;
tal vez mañana alguno de los dos lo sepa,
y tal vez entonces sea necesario sonreír, fingir que recordamos,
fingir que somos nosotros,
y ese anochecer en el atrio, mirando los pinos,
escuchando el rumor del viento en sus ramas,
escuchando el rumor del viento en sus ramas,
escuchando el rumor del viento en la manera
como mirábamos los pinos;
como mirábamos los pinos;
ese anochecer cerrará las ventanas de sus propias imágenes
y será el dato falseado de su propia memoria.
Y ahora estos elementos, estas formas de decimos adiós con
[ imaginarias preguntas,
con fuegos de artificio, con imposibles pinos plantados en un patio,
con nuestra leyenda más verdadera que nosotros, más hermosa y
[ más arbitraria.
Después, tal vez sepamos que nuestros actos de entonces
no fueron de nuestra codicia en el mundo,
y que tampoco lo fue ese vago sentimiento
de este lado del atrio mientras mirábamos anochecer en los pinos,
o tal vez no sepamos nada, no inventemos nada,
tal vez no sepamos con exactitud si fuimos palpados por una vida
[ que no acertamos a conocer, y que tal vez, quién sabe,
fuimos por un instante
aquellos dos “que reinaron y vivieron muy felices”
según terminaba el libro de cuentos.
LAS REGLAS DEL JUEGO
Cada uno debe entrar en su propio degüello, cada uno retocando su
[ respiración,
cultivando sus excepciones a la regla, sus moluscos solares,
haciendo sus abstinencias más inclementes
y más diáfanas porque la luz debe romperse allí,
la eternidad debe dejar caer un
[ guijarro en ese gemido.
Recuerden la niñez de vuestra madre, la niñez de vuestra muerte;
solitarios del mundo y de todos los deseos,
inoculados por el lagarto y el pájaro
que se enfrentan en todas las intenciones de la sangre.
que se enfrentan en todas las intenciones de la sangre.
Ustedes han sentido la máscara
y la falsificación de la máscara: el rostro
y la falsificación de la máscara: el rostro
en los invernaderos de las pequeñas, inútiles ceremonias que todavía
[ nos conmueven.
Bajo la luz de una luna parecida a la desnudez de las antiguas
[ palabras,
escuchen este ritmo, esta vacilación de las aguas,
la noche está moviendo sus ruedas oscuras, estas palabras llevan ese
[ significado,
y yo me dejo arrastrar por aquello que quiero decir:
aquello que ignoro,
aquello que ignoro,
y he aquí que la frase delibera su propio silencio.
Oh noche casual de estas palabras,
oh azar donde la frase regresa a su silencio
y el silencio retorna a la primera frase,
y el silencio retorna a la primera frase,
en el lenguaje aparecen de nuevo los primeros caracoles,
las primeras estrellas de mar,
las primeras estrellas de mar,
y las bestias de la niebla ponen su vaho en los nuevos espejos.
Aquel que diga la primera palabra dejará caer el primer vaso,
aquel que golpee su asombro con violencia
verá aparecer el fuego en sus cabellos,
verá aparecer el fuego en sus cabellos,
aquel que ría en voz alta será el primero en guardar silencio aquel
que despierte antes de tiempo sorprenderá a su esqueleto
[ haciéndole señas extrañas a los árboles;
y el mar, como un síntoma interrumpido,
vuelve de nuevo a oírse a lo lejos
vuelve de nuevo a oírse a lo lejos
y en su respiración otra vez escuchamos el ruido de esa puerta
que bate azotada por el viento del infinito.
Nace la luna sobre el mar como una antigua mirada del hombre.
En el puerto
se van encendiendo las primeras luces.
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