martes, 10 de diciembre de 2019

JOSE CARLOS BECERRA - SELECCION 5

Ya cruzas la puerta

Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño,
sus fiestas de guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”,
“que no entiende nada”.
Ya cruzas la puerta,
ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en tus ojos aquello que miras despierta en ti misma
como pequeños niños
que se sientan al borde de sus camas
esperando que vengan a vestirlos.
Ya asumes tu cuerpo, ya viajas en todo lo que te rodea,
a veces en tu sonrisa todavía aparece
aquella niña larguirucha “tan bien educada”,
pero tu esperanza enflaquece llamándote con voz cada vez más débil
cuando ya no te dignas escucharla.

Extrañamente hermosa eres ahora tu propio fantasma,
en tu alma han entrado la carne del mundo y la tuya
confundidas,
apiñadas por el mismo placer, revueltas por el mismo dolor.
Desnuda, la ropa que te acabas de quitar
ya no reaparece en tus ojos,
tu mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas,
te quedas desnuda,
y por tu desnudez pasan los templos antiguos, las oraciones,
los heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los mares lejanos y también la vida posible en otros planetas.
Ya tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo que significa que tú seas él;
tu cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de tu alma,
y todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las luces apagadas.

Ya te has probado en ti
y un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el esposo prudente, el hombrecito que cariñosamente
te mataba un momento
por unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.

Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,
por eso en tu mirada puede oírse
el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.
Ven aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos
juguetes que ya no existen
y que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,
ven aquí con tus segmentos de niña asombrada.

Ven a mirar mis osos polares.
Ven, ahora que sabes que también en los labios aparece
—sin que nos demos cuenta—
el beso monstruoso y bello
de aquello que todavía llamamos el alma.


Piel y Mundo

Tu piel es partidaria del mar
del mar que sacude sus ramas en la playa
para aligerarse de espumas y adioses.

Tu piel es el mar que transparenta,
es el mundo que suena en los labios igual que la lluvia.
Tu piel es partidaria de la espuma
donde el amor encuentra demolida la tarde.

Tu piel es lo que se reúne para volar
cuando la luna es la piedra de toque del alba
y la caricia se oscurece por lo fatal del océano,
por la profundidad de las aguas besadas.

Tú eres la que se desnuda para que el verano tenga vientos propicios,
la que canta amartillando su corazón como el cielo que piensa la tormenta,
y en ti el trópico guarda lluvia y pantanos,
panteras que me acechan tras la liana de un gesto.

Eres el ademán de una selva con luna,
calor cuyos acordes de brillo me salpican,
soltura de una nube que casi dice al viento que la sueñe,
que le bese su forma de ángel que no nace.

Y yo he descubierto la espada que tu indolencia emplea,
esa mirada súbita que recuerda a los puertos,
esa sonrisa que de pronto se oscurece por el peso de un animal poderoso,
ese corazón arreglando sus nubes.

¿Qué locura detiene su estribillo de astros en la mirada triste?
Sólo tu cuerpo puede iluminar la noche,
sangrar por los cuatro costados de la oscuridad que pregunta,
sólo tu piel con intención de océano.

Eres la que se tiende en el mediodía silbante del bosque,
eres la que empuña los remos del poniente,
eres el corazón que devoran los puertos.

Es tu piel donde la noche viene a extender sus mapas,
es tu piel donde el mar brilla como unos labios.



Esa Mano

"Juntaba el cristal líquido al humano"
por el arcaduz bello de una mano. Góngora.

Era una mano allí, con la misma postura
de la palabra amor escrita con letras antiguas.
A veces se movía como un horizonte de olvidos,
como un cuerpo no asido por la tierra
que por la mar aleja su presencia.
Azul como palabra levantada de una lágrima
o acaso de una sonrisa.
Sí, yo veía esa mano, clara jerarquía
de unos dedos testigos de la seda.
Superficie de ausencias, extensión de algún vuelo dormido,
patrimonio de un contacto, de una piel,
de un cuerpo engrandecido que la toma con furia
cuando a los cuerpos llega
la posición de amor y se entrelazan.
Sí, yo la miraba; blanca, casi inútil, delgada
no avanzante, no tímida ni herida,
en sí misma posada; embellecida como el rastro de una caricia,
ajena a mi vida, a mi piel y a mi mano.
Un anillo floreaba su meñique,
ruta azul de dos venas,
insinuaba de pronto un horizonte
o huella de dos lunas.
Su dueña alzó los ojos un momento
vuelto hacia mí su rostro.
Y vi sus ojos sin calor,
como llegados de algún vuelo nocturno,
ya con alas plegadas, sin dolor, descansando.
Y vi esa sombra – de un olvido, tal vez -
que velaba en sus labios
como guardían de un jardín en otoño.
Frente a ella su compañero
contemplaba la indiferencia mecánica de meseros y clientes.
Todo el café, insinuaciones de un lujo breve y triste,
habitación ambulante, a la deriva

de alguna tarde más; en un humo de rostros,
de manos y palabras, de monólogos breves y eternos,
parecía llevarlos y dejarlos perdidos
uno de otro en un mundo sin piedad ni recuerdos.
Allí sobre la mesa vi su seno inclinado.
Su seno como un ártico viviendo bajo estrellas,
surcado por la música tenaz de un silencio,
sobre alguna pantera engañada o dormida.
Sí, allí sobre la mesa aquel seno inclinado
como bebiendo el blanco del mantel;
ya todo él muerto en blancos, descotado
sin prisa, en su tamaño.
Y aquella mano allí,
ya tal vez con memoria de carne masculina,
afinada en caricias, sobre el mantel  como una vida dulce,
olvidada en sí, sin un gesto de carne,
ajena al cuerpo que la engrandencía.
¿Acaso vio en mi rostro que veía su tristeza
mirar con angustia su mano en el momento
que ajena la sentí, acariciando ya profundamente?
De esta vida no vale sino el sueño,
la voz que sangra de sus estrellas,
la piel que estira su color de mundo,
y esa mano que va como sonrisa,
que como boca de cinco labios
por la tierra anhelante de la sangre,
por el lomo atigrado del deseo, por el dolor,
por los anillos que le hincan recuerdos;
aprendiendo que el llanto no es espina
y que la piel el mar la pone arena.



Llámame por teléfono


Llámame por teléfono a la tarde.
Marca ese número que se parece tanto a un corazón.
Marca el número de lo que has olvidado,
marca la suma de lo que se ha ido;
y llámame como si pudieras llamarme,
como si yo pudiera contestarte desde un teléfono cualquiera,
como si te comunicaras con tu infancia.
Un número donde puedas oír que ha habido tardes destinadas
que mi tristeza aún te quiere a veces.
Sabrás entonces lo que me gustaban tus senos pequeños,
tus caderas un tanto estrechas
y tus piernas que caminaban de prisa
como si presintieras que habías llegado tarde…
Llámame a la tarde por teléfono,
a cualquier número cuyas cifras sumen un corazón.
Llámame como cuando tu madre
no te dejaba ir al cine conmigo.
Con las canciones entonces de moda,
con tu pañuelo que se sudaba entre tus manos,
con el terror a no hacer “cosas malas”, llámame.
Un recuerdo tuyo puede ser ese número olvidado,
la llamada de esa desconocida, que ahora necesito.
Llámame por teléfono a la tarde,
a la calle donde vivías entonces.
Muchacha tonta, chiquilla flaca,
llámame a tu corazón esta tarde.


La hora y el sitio

Las palabras, esas distancias de algo,
esta mirada que vamos entregando
y que sin embargo no ha estado con nosotros,
está súbita prisa, esta forma de ojos,
palabras, manos que quieren sujetar un tiempo
que es un rostro
o el sonido de otra palabra.
Ya no sé nada,
no estoy con ustedes si acaso me leen,
por la ventana entra el sol, entra la noche
como una mujer sin alas,
entro yo, entra mi voz y aún no estoy con ustedes,
las palabras levantándose, hacinándose,
en el rostro del anochecer
hay rasgos de piedra que el viento abrillanta y apaga,
entreabre tu perdición y mira bien adentro,
otra palabra allí vuelve del humo.
Las palabras como sospechas de carne, como viento de carne,
palabras dichas por piedad, palabras que no pudimos decir,
palabras que no debieron decirse o que dijimos demasiado tarde,
el mundo cabe en una palabra porque el mundo no es una palabra,
ninguna mirada está consigo misma,
ninguna palabra volverá sobre sí misma,
palabras, palabras, palabras,
yo las reúno al azar, las disperso,
las tengo un rato en las manos
como objetos tortuosos o puros,
los miro más de cerca, ya no las veo
o veo a través de ellas y entonces ya no hay palabras.
Hay mundo no sé dónde, hay una mujer, estoy cerca de ella,
pero estamos en las palabras, en las afueras de otra vida
de reflejo en reflejo, de alusión en alusión, de río en río.
El sol sentado en el horizonte se quita las sandalias,
se quita el sol,
la tarde es una mano posada en mi hombro,
alguien espera la luna,
esa claridad en movimiento,
recuerdos de uno cuerpo que sólo son palabras,
sagrados instrumentos de precisión e imprecisión,
siempre hay una palabra después de
otra palabra, en vez de otra palabra,
siempre es otra ciudad, otro rostro,
otra cosa lo que yo iba a decir,
siempre queda una frase que no hemos dicho,
un centinela que en mitad de la noche grita ¡quién vive!
Después de haber enumerado las
diversas formas, de muerte violenta o pacífica. 
Sube la noche desde el mar como un ave impasible y extraña
que viene a posarse en mi corazón
con un crujido de ramas y de hojas,
no estoy de mi parte, no estoy con ustedes,
ningún recuerdo es mío, ningún recuerdo es cierto,
soy un hombre mirando, alzando la noche como un viejo hábito,
como otra manera de
hablar,
de soltar en los signos cuerpos ya sin vida,
y aquí estamos o no estamos nunca,
tomándonos de la voz, tomándonos de la mano
como para una danza en honor de nuestros dioses ajenos,
por la calle de la primavera, por el invierno del invierno,
palabras mías que no son mías,
siempre hay una palabra, esa puerta que busca ser la puerta,
ese sonido a fuego de los labios,
ese amanecer tatuado de nombres antiguos,
un relámpago culebrea de pronto como un ojo que se abre y se cierra,
como un cuerpo que entra y sale de su nombre.
Miramos la lluvia y esto es hablar,
porque miramos la lluvia en los hombros de una mujer
como sus posibles cabellos,
y adelantamos una mano y sólo acariciamos el agua que escurre,
sólo acariciamos lo que iba pasando.
Palabras idas de mí, de mí de vuelta,
hermosa usanza mágica,
palabras, si son ustedes la belleza, ¿por qué no son la desnudez?
¿o acaso la desnudez es el viento?
Palabras, ustedes son la prueba humana, la sorda revuelta,
los ángeles malditos arrojados de los labios de Dios,
¿qué decimos que decimos?, ¿acaso aquello que no decimos
porque no lo sabemos o porque lo sabemos demasiado?
Palabras, ojos con los que tal vez no debimos mirar
a pesar nuestro o a pesar de otro
O a pesar de las mismas palabras,
entra la noche y entra el día por la ventana
y entro yo por la ventana y entra la ventana por la ventana,
como bocas que pasan en lo que dicen,
como bocas que sueñan lo que dicen.


Me acordaré de tí


Por el camino de todos mis términos,
será de ti que me acuerde.
Por el viento solano, por la lengua extranjera,
por la pestilencia en la cueva del lobo,
por los altavoces en la sala de un gran aeropuerto,
por las cestas de higos a la hora en que se vuelve del campo,
por el olor a comida que sube por los cubos de los patios en el viejo París,
por la joven de minifalda y pequeñas caderas que sale fumando de las discotecas,
por las uvas agraces y por el ruido que sólo yo puedo escuchar
en las épocas en que el silencio logra la perfección del idioma;
me acordaré de ti,
me acordaré de ti,
en vino corriente, en silbidos, en ascensores

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