martes, 10 de diciembre de 2019

NAZIM HIKMET

Las mujeres que amo ríen y lloran en dos lenguas.

N. HIKMET



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Las seis de la mañana...

Las seis de la mañana.

He abierto la puerta del día y he entrado,

el sabor de un azul reciente en la ventana ha venido a mi encuentro,

en el espejo las arrugas de ayer en la frente

y en la nuca la voz de una mujer, suave como la pelusa del membrillo,

y en la radio las noticias del país

y ya mi glotonería se desborda

correría de un árbol a otro por el huerto de las horas

y el sol, mi niña, se pondrá

y espero que más allá de la noche

el sabor de un nuevo azul me aguarde, espero...





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La separación se balancea en el aire

como una barra de hierro...



La separación se balancea en el aire como una barra de hierro

que golpea mi rostro mi rostro

estoy aturdido

huyo la separación me persigue

no puedo escapar

me fallan las piernas me derrumbaré

la separación no es tiempo ni camino

la separación es un puente entre nosotros

más fino que un cabello más cortante que una espada



más fino que un cabello más cortante que una espada

la separación es un puente entre nosotros

incluso cuando sentados nuestras rodillas se tocan



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No veré tus ojos, tus puros ojos negros

ni tampoco el resplandor fuera del portón

las piedras, los árboles, las ventanas

el rostro de la gente.

Todo se apagará

tus ojos se habrán llevado bajo tierra

la luz de la ciudad



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 Mi mujer me acompañó a Brest...



Mi mujer me acompañó hasta Brest,

bajó del tren y permaneció en el andén,

fue haciéndose cada vez más pequeña

hasta que se convirtió en un grano de trigo

en el azul infinito,

después ya no pude ver nada más que los raíles.



Luego, cuando llamó desde Polonia, no pude responder.

No pude preguntar: «¿Dónde estás, amada mía, dónde?»

«¡Ven conmigo!», dijo, pero no pude ir junto a ella,

el tren circulaba como si nunca fuera a detenerse

y me ahogaba la tristeza.



Luego, la nieve comenzó a disolverse

sobre la tierra arenosa

y de repente me di cuenta de que mi mujer

estaba mirándome

y me preguntaba: «¿me has olvidado?, ¿me has olvidado?»,

la primavera caminaba por el cielo

con los pies descalzos y embarrados.



Luego, las estrellas bajaron a posarse

en los postes de telégrafo,

la oscuridad se abatió sobre el tren

como si fuera lluvia,

mi mujer permanecía al pie

de los postes de telégrafo,

su corazón latía tac tac

como si estuviese en mis brazos,

los postes se acercaban y pasaban,

pero ella no se movía del sitio,

el tren circulaba como si nunca fuera a detenerse

y me ahogaba la tristeza.



Luego, de repente, me di cuenta de que hace años, hace muchos años  que vivo en este tren

-pero todavía no sé cómo y por qué lo he comprendido-

y cantando con la misma fuerza

y con la misma esperanza

sigo alejándome de la ciudad

y de las mujeres amadas

y su nostalgia es como una herida abierta,

mientras me acerco a algún lugar, a algún lugar.



Mar Mediterráneo, marzo de 1960



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Pienso en ti...



Pienso en ti

me llega hasta la nariz el olor de mi madre

de mi preciosa madre.

Montada en un carrusel, eres la belleza

que llevo dentro

vuela tu cabello y gira tu ropa a toda velocidad

tu rostro ruboroso aparece y desaparece.

¿Cuál es el motivo

 para que tu recuerdo sea como una puñalada

cuál es el motivo de que estando tan lejos

oiga tu voz

y de un salto me levante?

Arrodillado contemplo tus manos

quisiera acariciarlas

pero no puedo

estás tras un cristal.

Rosa mía, soy un confundido espectador

del drama que represento en mi crepúsculo.



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Rosa mía, tu alma es un río...



Rosa mía, tu alma es un río

que corre entre altas montañas,

y desde las montañas hacia el valle,

hacia el valle, sin conseguir llegar hasta él,

sin conseguir llegar hasta el sueño de los sauces,

hasta el remanso bajo los grandes ojos del puente,

hasta los cañaverales y los patos de verde cabeza,

sin conseguir llegar hasta la blanda tristeza de la llanura

ni hasta los campos de trigo al claro de luna,

corre hacia el valle,

corre entre altas montañas,

arrastrando las nubes que se amontonan y dispersan,

las grandes estrellas y las noches,

las estrellas de las montañas

y los azules soles de las nevadas cumbres,

corre levantando espuma,

revolviendo en el fondo las piedras negras con las blancas,

corre con los peces que nadan contra corriente,

inquieto en los meandros,

cae encabritado en los precipicios

espantado del propio fragor,

corre entre altas montañas

y desde las montañas hacia el valle,

hacia el valle, persiguiéndolo,

sin conseguir llegar hasta él.



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Todo lo que he escrito sobre nosotros es verdad

tu belleza

     o sea una cesta de frutas una mesa en el campo

cuando me faltas tú

     o sea cuando me convierto en la última farola de la calle

del último rincón de la ciudad

cuando tengo celos de ti

     o sea cuando corro de noche entre los trenes con los ojos vendados

mi felicidad

     o sea río soleado que rompe sus diques



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Graves como las piedras,

Tristes como canciones de presidio,

Pesadas y macizas como bestias de carga,

Tus manos se parecen al rostro endurecido de los niños hambrientos.



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Gracias a ti todos los frutos se ofrecen a mi mano

como si yo fuera el sol.

Gracias a ti sólo pruebo la miel de la esperanza.

Gracias a ti late mi corazón.






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