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Llamó a una muchacha que sueña en una casita dorada se
une a mí sobre el montón de musgo negro y me ofrece sus las piedras al fondo de
un río presuroso
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Acróbatas trágicos aferrados al hilo de la virgen del
deseo
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Tus brazos en cuyo centro gira el cristal de la rosa
de los vientos
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Acaricio todo lo que fue tuyo en todo lo que debe
serlo aún
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Tu aliento y tu sangre salvados de la loca juglaría
del aire
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Ante tu sexo alado como una flor de las catacumbas
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Nunca el cielo siempre el silencio
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Toma estas rosas que trepan en el pozo de los espejos
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Estoy en la ventana muy lejos de una ciudad llena de
terror
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Tengo ante mí el hada de sal cuya túnica bordada de
corderos desciende hasta el mar
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¿ella es el doble corazón de la muralla a la que se le
arrancan las langostas de la sangre?
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