SEBASTIÁN
SALAZAR BONDY
Dejo
mi sombra, una afilada aguja que hiere la calle.
Cuervo
de ociosas neblinas entre cuyas largas plumas los amantes se deslíen como
una inscripción de pañuelo.
Firmo
con mi rápido nombre de cuchillo.
Ella
nunca supo que el portón de su casa resplandecía como un altar.
Un
polvo de iris lloviendo sabiamente.
Me
acerco a tu oráculo.
La
memoria es un oro impotente que nadie nos envidia.
Hay
ciertas personas agazapadas en la sala de mi corazón que se ponen de pie,
sonríen y me tienden la mano.
JORGE
EDUARDO EIELSON
Fantasma
que estás en el arpa y la hiedra.
Entre
cuerdas doradas el fauno sonoro te sopla los ojos en globo a la luna.
Nadie
sabe quién es el caballo que a diario solloza en tu lápida oscura.
Pastor
subterráneo del sol.
Hiciste
tu tumba en un piano, Fantasma.
Señor
de las cenizas ¿eres tú el que golpea?
¿Es
este vuestro río agonizante?
Cuan
tarde he de morir con mi vestido augusto...
...cuando
ella esté hundida y sus palomas de pobreza hayan volado hacia una calle negra
Tras
las ciudades que un ángel diluye en el cielo.
Guiad
la nube esmeralda y sonora del mar.
Arcaico
Señor de los Cedros que reinas furtivo en tus velos
Rayo
muy suave de santa o paloma.
Manzanas
de amor en la yedra de la muerte.
Cerebro
de la noche, ojo dorado.
Yo
soy el que llora y escribe en el invierno.
El
poema rueda entre los muertos y, encendido, los corona.
La
eternidad es el mismo hombre de mármol que vela en una estatua o que se tiende
oscuro y sin amor sobre la hierba.
¿Eres
tú la que arrastra la cabellera incesante como una botella rota por entre mi
sangre?
Yo
no sé, Señora Mía, Luto de mi amor, si eres tú la que reinas sobre tanta ceniza
o si es sólo tu sombra o tu velo de novia en el aire el que inunda mi alcoba
igual que un océano.
Aura
suprema, besa mi garganta helada.
El
sol del caos es grato a la serpiente y al poeta.
Nada
impide ahora que reviente el seno de la diosa en algún bosque negro.
Nada
favorece la entrada lila de las bestias y el otoño.
La
alta puerta que me aguarda tras el humo como un esqueleto deslumbrado.
Mil
años dormida junto a un cráneo, un candelabro de oro y un pañuelo.
La
corriente de mil años destruidos por un beso.
No
importa ya su lámpara encendida bajo la tierra.
Asistió
como una sombra a la caída de la ----- sobre el mundo.
Yo
sólo sé, reina mía enterrada, cuál es mi trono, mi corona y mi dolor.
Luciérnaga
entre muros de papiro.
Mis
dedos alhajados buscan el Arbol de la Noche y clavan sus uñas en los racimos de
la Vida y de la Muerte.
El
invierno lava tumbas de monarcas y mendigos.
Con
un rayo de ceniza en la cabeza.
Su
cetro de rocío en las tinieblas.
Respetad
los rostros eternos de los árboles y el viento.
Una
mano azul que vuelve sus páginas de odio y avienta sus escamas a la Muerte.
¿Me
permitiréis, Señor, morir entre estas páginas cuyo seno cubierto de aroma mana
el negro aceite de la sabiduría?
Amo
cierta sombra y cierta luz que, muy juntas azulan las casas profundas.
Amo
la llama y el cabo de la sangre porque juntas son el mundo y hacen de mí un
muro que separa el día de la noche.
Debajo
de todo siempre despierta un agua pura
...y
las cosas cuya última luciérnaga ha volado
El
gran consuelo del polvo donde nada ni nadie ha osado penetrar sino los muertos.
Amo
aquello que habla lejos.
Amo
todo aquello que transcurre entre los hombres y agita su plumaje.
Esmeralda
de las tumbas.
Ojos
del bosque ¿qué buscáis en mis ojos?
Poblado
por la mano de fuego de los dioses.
Ogro
dorado
Naipe
dorado que asoma en la noche.
Detrás
de la luna sus dedos abriendo otro cielo dormido.
LEOPOLDO
CHARIARSE
Escucha
sus palabras apenas como el aire moviendo los cabellos de un niño.
Los
ocultos testigos que mi lámpara conoce.
Los
ojos inmóviles del tiempo, su fondo brumoso, por donde van los barcos con la
certeza frágil del sueño.
Todo
madura en su noche como un germen o un canto.
Me
consume una fiebre antigua.
Nocturno
como un rojo olivar en cuyos bordes nace el miedo.
Siento
crecer la sombra.
En
qué celda? bajo qué truncas espadas está tendida mi memoria?
Hace
siglos que acecho en los arcos y dormito entre la hiedra.
Hace
siglos que el viento hincha mis ojos y dispersa las escamas.
La
hora profunda en que el Universo silenciosamente se delata.
La
noche te conserva escondida en el hálito antiguo.
Danzando
en torno a ti una torva de niños que te invaden te arrancará los ojos.
Ellos
rasgan lo que está oculto detrás de las paredes.
Queda
su única huella temblando entre las rotas telarañas.
En
medio del bosque, tus entrañas se levantan y la tierra se cubre de un antiguo
terror.
En
tu seno marchito los muertos se levantan y son niños que, sin maldad, te
desgarran y te absorben.
Tú
amas aquello que te cubre de guirnaldas y perece.
Mis
párpados me robarán al mundo.
La
luna brotaba bajo claustros de hierba.
La
arena, las sucias paredes donde tu cabellera respira y se ahoga.
¿De
quién son esos pasos que van siempre contigo?
¿Por
qué te detienes como al borde de un sueño sin comprender?
Lenta,
muy lentamente, su corriente marina me cubre de espanto.
¿Cómo
podré darte aquello que te envuelve y te ciega?
Ah
los dioses son justos: de nuestros propios e insensatos deseos hacen nuestro
castigo.
Lágrima
sepultada al borde de un estanque.
Ávida
pupila de sangre o musgo.
Húmeda,
silenciosa como un huerto en la noche.
Tu
voz a lo lejos estremece a los muertos.
La
luna se agita entre tus telarañas para que extiendas los brazos.
¿No
oyes cómo se acercan ansiosos mis pasos en las noches de lluvia /cuando la luna
se agita entre tus telarañas?
El
mar al detener su curso los torna libres para siempre.
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