Mis actitudes
quijotescas no las adquirí en el mercado.
No me parece
pintoresca la situación de un ahorcado.
Anoche Dios
lloraba entre mundos que van solos.
El hombre y la
mujer tienen olor a tumba.
Dialoga, Satanás,
con la ciencia tremenda de los muertos.
Un jardín con
flores de hierro.
El amor es como un
nido lleno de víboras de plata.
Látigo y flor:
sangre en mi verbo y tragedia mi vida obscura.
Vierto un hechizo
errante o una hediondez de sepultura.
Ay el tiempo se ha
parado como un águila en tu memoria.
Siento que se ha
trizado la curva de la tierra al peso colosal de tu tristeza.
Y tu actitud de
pájaro haciendo puntería a tu corazón.
Tu ilusión se
parece a una ciudad antigua a las piedras eternas, a las niñas heridas.
Táctica azul de la
danza horrenda.
A tu gran flor
herida la acuestas en mi angustia, debajo de mis sienes aradas de silencio.
Te veo mordida de
aceites.
Tu corazón tiene
las formas de una lágrima.
...arrastrando la
cola inmensa y turbia de lo desconocido.
Soy el hombre de
la danza oscura/ el tallador en piedra de catedral hundidas/el bailarín
coronado de rosas de equilibrio.
Soy el vendedor de
abismos.
Ay cómo aullan en
la tierra mis leones muertos.
Mi rueda de
espanto.
La campana negra
del sexo.
Una mujer de
muchos claveles.
Se desnuda
multiplicando mis heridas.
Un ladrido de
océano quemado.
Ceñido de
fantasmas y cadenas
Soy religión
podrida y rey tronchado.
Soy un castillo
feudal cuyas almenas alzan tu nombre como un pan dorado.
Pueblo de trueno
irreal atravesado de arañas.
Un dios roñoso y
fiel está parado sobre la dimensión terrible.
Gran herida hecha
de un tajo en medio de lo eterno.
Calla con un
lenguaje de volcanes.
Un estruendo de
batalla sale de adentro de una tumba.
Mil años hace que
no duermo.
Mi actitud
continúa encendiendo las lámparas.
Papiroteo en las
tumbas usadas la canción obscura de aquel que tiene obligaciones con lo
infinito.
Con frecuencia voy
de compras al cementerio.
Soy como un
fabricante de enfermedades que se hiciese vendedor de rosas.
A veces encuentro
a la muerte meando sobre las tumbas y a una estrella virgen con los pechos
desnudos.
Un pájaro de
pólvora canta en mis manos lo mismo que el veneno.
Una gran palmera
de volcanes.
Dominar la
tiniebla endurecida.
Como perro loco
aúllo a orillas de las noches peludas.
Ah! Querría todos
los pecados del sol, la nave inmóvil anclada encima de los sepulcros y el timón
de las estrellas oceánicas para tocar la campanas del genio.
Soy quién define
las madreselvas.
Pero yo no
comprendo, yo no comprendo.
El minuto del
hueso inútil y abandonado.
Digo Canto, digo
Tiempo, digo Mundo y la verdad colosal levanta la cabeza desde los sepulcros.
Mi tranco talla la
estatua innominada.
No comprendo y sé
todas las cosas.
Oscilo a una
altura subterránea y muy difícil.
Mi corazón se
parece a un antiguo Dios abandonado.
El umbral
invisible e inminente en donde nos partiremos la cabeza.
El ciego que
intuye las formas eternas.
El acordeón de la
muerte sonando.
La bella niñita
que pisa alfombras de ternura derrumbada y dolorosa.
Y uno lo encuentra
todo bueno y nuevo como en los Evangelios.
Un Dios miserable
la seguía desde lo infinito.
La lámpara negra
de las intuiciones.
Ahora la niña,
sola con los muertos, llena de mundos en desorden.
Es difícil ser
indispensables como el alma.
Oh ultramarina! La
bestia quemada.
Los cielos
demuestran la permanencia del ahorcado.
El sol partido de
locura, apareciendo de noche, en lo espantoso.
Soy un anunciador
de túneles.
Aquí concluyen los
caminos.
Cultivos de
espadas en terrenos de piedra.
Yo iba adentro de
la noche.
Yo encuentro su
actitud de polluelo acurrucado en todas las cosas.
Un pájaro
estrellándose, volaba contra la tiniebla.
Conozco la muerte
y la muerte con los pelos crecidos e infinitos.
Golpeo las
ventanas de la muerte con un ramo de la muerte.
La ceniza
encantada.
Estrellas negras
del murciélago. Arañando la luna.
La altura:
voluntad del abismo.
Que nunca el canto
se parezca a nada, ni aun hombre, ni a un alma, ni a un canto.
Es menester fundar
la ciudad imperial.
Ahora la ronca
noche, galopando entre laureles de fuego.
Entra pisando
niebla, golpeando tambores de piel de fantasma.
El dios podrido le
envuelve en humaredas de difuntos.
La muñeca muerta
de los manicomios.
Viejos gansos
rojos echan a volar desde la cruz.
Oh niebla inmensa
que aumentas las sementeras del crepúsculos.
Quiero que
reviente el hueco negro de la noche.
Gran cabeza de
tribu restallada de imperios.
Desde los charcos
podridos avanzan la ranas heladas y macabras dando terribles saltos de cadáver.
El santo fue a
platicar con Dios en las tinieblas.
Brillaba cuando
bajaba con las escrituras de Dios como un diamante rojo.
El animal colosal
echando espada y sangre.
Señor, líbrame de
mí mismo y de la sociedad acumulada en mis instintos.
Gritando y
corriendo hacia las tumbas: así partimos.
Botella azul,
ladrando hacia los álamos abandonados.
Un sol helado
asoma su aureola de esqueleto.
Aullamos por el
sol que se derrumba.
Llueve y cantan
las muchachas en los cementerios.
Chiquilla de las
cosechas ultramarinas.
Carcajadas de
amapola ya dormida entre sus pájaros.
Canasto de sombras
a la lámpara.
Así moriremos al
bramar contra la montaña.
En lo hondo del
hombre se deshojan las violetas.
Se apagaron todas
las lámparas.
Nos invaden las
poderosas arenas.
Escorpión sobre
muchachas en violeta.
Inicia la agonía
su invasión de naufragio.
La espantosa
necesidad de aferrarse a los propios suspiros
Yo doy la forma
épica al pantano de sangre.
Como una sepultura
viuda, o un antiguo difunto herido que se pusiera a llorar a gritos.
Oscuramente
aceitada de flor.
Ruge la muerte con
la cabeza ensangrentada.
Ahora no caemos
porque no podemos y como no caemos a la misma altura, morimos.
El hombre es el
eslabón perdido de una gran cadena de miserias.
Todo lo mío ya es
irreparable.
Una gran lámina
enfurecida derrama sueño y águilas tristes.
No hicimos lo que
pudimos cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo.
El aventurero de
los océanos deshabitados.
Escucho la muerte
roncando por debajo del mundo.
A la manera de las
culebras, a la manera de Dios.
Hueso de estatua
gritando en antiguos pantanos.
Oh! naufragado
corazón.
Este montón de
terror en el que nos morimos..
Brama el vino de
los antepasados.
En canción nos
definimos, desnudos de huesos y de actos.
Todas las cosas
van siguiendo mis pisadas, ladrando desesperadamente como un acompañamiento
fúnebre mordiendo el siniestro funeral del mundo.
País de soledad
adentro del cual golpea y revienta el océano.
Retornan las
viejas lámparas.
Un ataúd de fuego
grita desde el Oriente.
Todas las máscaras
de Dios se despluman.
Qué corazón! Qué
buitre enorme vestido de piedra.
Gran cuchilla de
laureles: milenaria tiniebla!
El dedo inmóvil
del caballo de Atila.
Todo lo eterno me
rodea gritándome y amenazándome desde la otra orilla.
Busco, únicamente
aquello que se está cayendo.
Ha llegado la hora
vestida de pánico.
Sentado a la
sombra de un sepulcro.
Te buscaré
inútilmente en aquella noche inmensa de la flor oceánica, como quien busca a
Dios entre los hombres
Estás sobre mi
vida de piedra y hierro ardiente como la eternidad encima de los muertos
No parezco, soy un
campo de batalla
Señor, aquí está
Judas, el huésped de la noche
La soledad
oceánica y sus siete columnas
El sollozo de las
templos y los tronos que quedan vacíos
Aúlla la lluvia
como una bestia preñada a la cual le partieron el vientre
El asno en celo
del ventarrón le responde con rebuznos tenebrosos.....
Dios le ardía
traspasándolo.
Es menester hacer
océanos.
El canto canta, no
como el pájaro sino como el canto del pájaro
La voz de Dios es
un ataúd degollado
Pellejo de
fantasma, campana de oro, catafalco, te culpo de existir como un ataúd a su
madre
El sol es un joven
idiota guiado por un anciano
La atracción del
trascendental precipicio que comienza en lo infinito y termina en
los ojos de los
muertos
En tí se levanta
el clamor de los muertos
El tiempo está
parado frente a nosotros leyendo un libro cerrado
En tí se levanta
el clamor de los muertos
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