viernes, 28 de enero de 2011

FEDERICO GARCÍA LORCA


Entre las formas que van desde la sierpe y las formas que buscan el cristal, dejaré crecer mis cabellos.
He visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran el vacío.
Y tu máscara pura de otro signo.
Te he de buscar pequeña y sin raíces.
Y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas.
Las rosas huían por los filos de las últimas curvas del aire.
Celeste luna del Cáncer.
Ellos son los que beben junto a los volcanes.
La sangre no tiene puertas.
No busquéis su grieta para hallar la máscara infinita.
En las anémonas del ofertorio te encontraré ¡corazón mío!
Los muertos son más fuertes y saben devorar pedazos de cielo
Era la gran reunión de los animales muertos.
La mitad del mundo era de arena.
Son los muertos que arañan con sus manos la tierra.
Es inútil buscar el recodo cuando la noche olvida su viaje.
Hay muerto que se queja en el cementerio más lejano.
Y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto que hubo que llamar a los perros para que se calmara.
El que teme a la muerte la llevará sobre los hombres.
Si alguien cierra los ojos ¡azotadlo, hijos míos! ¡ azotadlo !
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas es una pequeña quemadura infinita.
Un traje abandonado pesa tanto en los hombros.
Todo rumor será piedra y toda huella latido.
¡Estás aquí, bebiendo mi sangre!
Yo no pregunto, yo deseo.
¡Oh voz antigua, quema con tu lengua esta voz de hojalata!
Yo amé mucho tiempo a un niño que tenía una pumilla en la lengua y vivimos cien años dentro de un cuchillo.
Prepara tu esqueleto para el aire.
La luna era una calavera de caballo y el aire una manzana oscura.
Para resistir este nombre necesito contener el dolor de mis recuerdos.
Me puse a mirar el mar y lo comprendí todo.
¿Y usted cree que aquella pequeña dentadura y esa mano de niño que se han dejado olvidada dentro de la ola, me pueden consolar de esta tristeza?
Se amaban por encima de todos los museos.
La noche es interminable cuando se apoya en los enfermos.
Hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos.
Es la luna con un guante de humo sentada en la puerta derribada.
La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban.
Un sastre especialista en púrpura había encerrado a las tres santas mujeres y les enseñaba una calavera a través de los vidrios de la ventana.
Mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos caerán sobre ti.
Donde gritan las oscuras ninfas de la cólera.
Debajo de las estatuas no hay amor.
Ha de gritar loca de fuego. Ha de gritar loca de nieve.
Ha de gritar frente a las cúpulas.
Queremos que se cumpla la voluntad de la tierra.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
Tu voz como una columna de ceniza.
Ese pantano oscurísimo donde sumergen a los niños.
Padre de tu agonía, camelia de tu muerte.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo una brisa que viene subiendo por las ramas.
La muerte mana de vuestros ojos y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
Con las barbas al polo y las manos abiertas.
Duerme: no queda nada.
La llegada del reino de la espiga.
En Viena bailaré contigo con un disfraz que tenga cabeza de río.
¿Qué culpa tiene mi corazón si la niebla se esfuma?
Yo pronuncio tu nombre en esta noche oscura y tu nombre suena más lejano que nunca.
Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre.
Tu vientre es una lucha de raíces.
Tus labios son un alba sin contorno.
Mil violines caben en mi mano.
El llanto es un perro inmenso, un ángel inmenso, un violín inmenso.
Bajo las rosas tibias de tu lecho los muertos gimen esperando turno.
Yo no quiero más que esa mano para tener un ala de mi muerte.
Es la aurora del fruto la que nos unge de espíritu santo de los mares, la que derrama vida sobre las sementeras.
Es la aurora la que vuelca en el alma la inexorable tristeza de lo que no sabe.
EL fatal sentimiento de haber nacido tarde.
La gran tumba de la noche levanta su velo negro.
Y se abrió mi corazón como una flor bajo el cielo, los pétalos de la lujuria y los estambres de sueño.
No sé como sin tus labios, tus manos ni tus cabellos.
En su cabeza se enrosca una serpiente amarilla.
Andaba perdida sobre las tinieblas.
Que brillen los dientes de la calavera.
Ni la mano más pequeña quiebra la puerta del agua.
Es un tulipán enfermo la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños me separa de los muertos.
Nadie sabe que martirizabas un colibrí de amor entre los dientes.
Siete niñas de largas manos me llevaron en sus espejos.
He cantado por el mundo con mi boca de siete pétalos.
¡Qué gran romántica eras! Bebías vinagre a escondidas de tu abuela.
En la punta de una aguja está mi amor girando.
Naces para vivir unos minutos en el frágil castillo.
Se secan los lirios al contacto con mi voz.
El alma superior es de las flores.
¡Qué dolor el dolor antiguo de la poesía!
Todo lo vivo que pasa por las puertas de la muerte con la cabeza gacha.
El río las trae, pero nadie puede verlas.
Caballo negro ¿dónde llevas tu jinete muerto?
No mires la clepsidra con alas membranosas.
El niño estaba solo con la ciudad girando en la garganta.
Las rosas buscan en la frente un duro paisaje de hueso y las manos del hombre no tienen más sentido que imitar a las raíces bajo la tierra.
El horizonte de pañuelos heridos.
Un viejo dios silvestre da frutos a los niños.
Ángeles y serafines dicen: “Santo, Santo, Santo”
Por el suelo brincan sus manos cortadas que aún pueden cruzarse en una oración decapitada.
Por las calles empinadas suben las capas siniestras.
¿Quién te vio y no te recuerda?
Remolino de tijeras.
Un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
Ángeles de largas trenzas y corazones de aceite.
Un corazón diminuto me va brotando en los dedos.
Hay una niña con una rosa encarnada dentro de la cabellera.
Amigo Mío: Levántate para que oigas aullar al perro asirio.




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