Era una noche loca
y me hizo olvidar hasta de mi propia locura
Estos cinco dedos
le entregaron un rey a la muerte
No entres
dócilmente en esa noche callada
Y tú, mi padre,
allí estás, en tu triste apogeo. Maldice, bendice, mientras yo ahora imploro
con la vehemencia de tus lágrimas
La oscuridad es un
camino y la luz un lugar
Mis hombres
radiantes no están solos y sus ojos son entonces más santo mientras yo navego
hacia la muerte
Rezo, aunque en
verdad no pertenezca a esa llorosa cofradía
Avanzo, como quien
avanza para siempre.
El cielo que no
existe ni existirá jamás es siempre cierto.
La mitad del mundo
es del demonio, la otra mitad es mía.
Soñé mi génesis en
sudores de muerte.
Dentro del pan hay
un campo en llamas.
Esa noche del
tiempo al abrigo del Cristo.
En errante
palabra.
Es la mujer de
herida interminable.
¿Quién eres tú que
naces en el cuarto vecino que alcanzo a oír el vientre cuando se abre, la
sombra que avanza sobre los fantasmas y el hijo que desciende tras la pared
delgada como un hueso de jilguero?
Alguien me
encuentra. Oh! Dejadlo que me abrase y me ahogue!
Ahora estoy
perdido en Aquel que me enceguece.
Construyo mi barca
que desciende hasta lo más alto de mi amor.
Levantemos al
bullicioso mar y arrojemos sus pájaros.
Todo surgió armado
de la tumba.
Hay mundos que
cuelgan de los árboles.
Un cambio en los
climas del corazón.
La bala de oro
sobre la tumba helada.
Antes que llamara
y entrara hacia la carne.
Antes que me
engendraran supe del día y de la noche.
Yo estoy mudo para
decirle al ahorcado que el limo del verdugo está hecho con mi barro.
Resopla tu áspero
fantasma y los muertos alzan la mirada.
¿Y qué es el roce?
¿Es tu boca, amor mío?
No puedo hacer
surgir la medianoche de una risa ahogada.
Nocturnas roldanas
vacían las tumbas.
- ¿Cuál es el
mundo?
- Este es el
mundo. Tened fe.
¿Cuál de nuestros
dos modos de dormir despertará cuando el bálsamo y su sarna levanten esta
tierra?
Gloria a nuestros
errantes corazones.
Cuando el tiempo
te alcance como una tumba veloz.
Cuando tu calma y
tu ternura sean una guadaña de cabellos.
Me hallo más
desnudo de amor que la trampa del Cadáver.
No, no tú,
Calavera Amante.
El goce es el
llamado del polvo.
El amor es una
patria con luces de crepúsculo.
Aprendí los verbos
de la voluntad y supe mi secreto.
Vinieron después
las huellas sobre el agua.
El sello en el
rostro, la sangre que tocaba el árbol, la cruz y el cáliz, tocó la primera nube
y en ella dejó un signo.
La palabra quede
las sólidas bases de la luz sustrajo todas sus letras del vacío.
Como un fantasma
roto con velos de luciérnagas, las cosas de la luz desfilan por la carne.
Es el fantasma de
mi padre que trepa por la lluvia.
Son sólo hombres
que sueñan. Ellos aún duermen sin conocer a los fantasmas.
El que me busca
lejos.
La tumba salvaje
donde ríe el vampiro; donde nacen los cuervos.
Las sombras
bifurcadas por el hueso del trueno.
¿Quién sopla la
pluma de la muerte.
Tú, mi mortal, no
temas al mundo laborioso.
El oleaje de
aceite.
Y como una montaña
surge el hombre.
Sufrid, sufrid mis
humillados, que un ángel doble surge de las cárceles pétreas.
Que el polvo sea
vuestro salvador bajo el suelo conjurado.
Negra como la
bestia y más pálida que la cruz.
El infierno es un
cuerno de azufre.
Una serpiente
tocaba el violín cuando creaba al mundo.
Tomo del tiempo
una mitad para empujar con ella la oración.
Mi amor por los
locos es un amor sin fin.
Sé traspasado por
tu propio espectro y anhelado por tu propio fantasma.
Sed partidos por
los barcos marinos anclados en el cordón del hombre a la orilla de las
catedrales.
Durante el día el
hombre y por la noche el viento.
Esta carne que
partes, esta sangre que dejas...
El vino que bebes,
el pan que me arrebatas...
Este fue el dios
del Comienzo en los remolinos intrincados del mar.
¿Puede un ala
reprenderla y una alta esfera sostenerla?
Deja que hablen
las piedras.
La casa del amor,
la torre de la muerte.
Nada conoce la
tumba que devora el pecado.
Lo más seguro de
esta vida es lo que nunca se conoce.
Ahora di que no,
para que el astro caiga, para que el globo falle, para que el sol místico se
suelte.
¿Por qué la seda
es suave y la piedra es hiriente?
Todas las cosas se
conocen.
Y no hay respuesta
alguna. Y yo no tengo respuesta para el llanto de los niños.
Y la noche está
cerca.
Un capítulo más
allá del jardín.
Ella, que es mi
pena. Una crisálida abriéndose en el hierro.
Entonces ¿quién es
ella, ella la que me abraza?
Los doce
triángulos del viento cincelaban sus pasos.
La niebla tiene un
hueso que a golpes de trompeta se investirá de carne.
¿Cuando podré,
Señor, elevar una lámpara?
Llenar un sudario
con una forma viva.
¿Debo abrir o
quedarme solo hasta el día en que muera?
Una mano rige la
piedad como otra rige el cielo.
Estos cinco dedos
dieron un rey a la muerte.
Grande es la mano
que domina al hombre.
Las manos no
tienen lágrimas para derramar.
Me han dicho que
piense con el corazón pero el corazón, como el cerebro, conduce al desamparo.
He oído el contar
de muchos años, y muchos años tendrían que atestiguar un cambio.
La pelota que
arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo.
Cuando las damas
se vuelvan frías cuelga de sus andrajos una rosa con cuernos.
No turbes, hijo
mío, las mortajas.
Una muchacha me
tomó por un hombre, yo hice que se tendiera para contarle su pecado.
Porque hay un
fantasma en el aire y en la página sonidos fantasmales.
El mar me habla
con voz de rey.
No hay silbato de
plata que pueda perseguir al mar/ al dolor.
Las burbujas
robadas llevan consigo mordeduras de serpiente.
El caracol del
hombre en su nave de fuegos.
Un mar poderoso
rompió los huesos de mi corazón.
¿Quién, con
proféticos ojos, podría arrancar esa huella sin forma de los pasos futuros de
tu sombra?
¿Quién podría
arrancarte el corazón, Oh tú que no has nacido y que no has muerto?
Este Señor de la
heridas.
Deja al jardín que
se hunde trepar con sus dos torres de cáscara hasta el Día en que el gusano
construya con las pajas doradas del veneno mi nido de clemencia.
Ella crea para mí
una inocencia de ortiga.
¡Mirad –repetían
las viejas máscaras– como suben los muertos!
Hasta que la
atmósfera dorada se rompa, oh sangre de mi corazón, como el corazón y la
colina.
Es la campana de
lengua polvorienta de los pecadores las que me ciñe a los templos.
El tiempo, con su
antorcha y su clepsidra, como un cura de azufre, con su talón de bestia hundido
en la sandalia, marca una nave negra que se enciende desde una tea de cenizas
con desgreñadas manos de dolor rasga el espectro del altar y un viento de fuego
asesina una vela.
El santo coral del
tiempo y el salobre dolor se ahogan en un fétido sepulcro.
La caída de la
luna y el emperador navegante, pálidos como sus huellas en la marea.
Oyen el reloj del
campanario derribado que bate la hora del mar a través del bronce.
Hay una catedral
serena, oscura y resonante.
El dolor, con un
libro empapado y una vela bautiza al tiempo arcángel.
Hay un niño blanco
que escala eternamente el muro azul de los espíritus.
Todos los
pecadores del amor se arrodillan sobre una tela suave ante la imagen de un
punto zodiacal.
Con su pecho
salvaje, la gigante y bendita calavera.
Hasta que el
pulmón del cuervo se contraiga y grite “amor”.
...Tras el espejo
que arde a lo largo de mis ojos.
Tu, cuya forma
embrujada yo dibujo en el cráneo cavernoso.
Soportaré el
entierro bajo un muro de hechizos.
Ebrio como un
pulpo azotado, rugiendo, arrastrándose con los climas de los cielos desnudos.
Oh, bestia
luminosa te han echado a puntapiés de una caverna oscura....
La herradura del
corazón, para trotar con una hembra ruidosa por los lechos del heno.
Oh Criatura
inmensa, te has cavado la tumba en mi pecho!
Amar, trabajar y
asesinar, en una luz ligera, dulce y cruel, hasta que brote la tierra
aprisionada.
Oh mujer piadosa,
cercada por los templos.
Y dibujo un
tentáculo clavado con un ojo abierto, en un cuenco de heridas y maleza para
abrochar mi furia contra el suelo y abatir la grandeza de su sangre.
Largo suspiro
aturdido en las agallas de la piedra.
El amor labrado
cae con el ave tallada, con el santo y el sol.
La boca de la
doncella náufraga entre espinas, cuelga como un arbusto brotado de llamas.
Muere entre plumas
rojas y rueda con la tierra golpeada.
Hasta llegar al
cuarto de algún hijo secreto.
Elevarse, alejarse
de la riqueza humana, es gustar a la muerte
Bosques antiguos
de mi sangre, precipitáos a la cuenca de los mares.
Mirad como la
calavera de la tierra se arma con una guerra de cabellos y cerebros ardientes.
Las dulces barcas
que acarreaban su sangre.
Entonó himnos a
sus rebaños que se marchitaban.
Una campana
exhausta golpeó en el aire abandonado.
La silenciosa
campana de esmeralda.
La tumba y mi
pecho están cerrados como una piedra.
Todos los coros
caben en tu anillo.
Ni por un sueño,
amor mío, yo cambiaría mis lágrimas o tu cabeza de hierro.
La semilla que se
asoma al borde de la tumba.
Eres la semilla
destinada al polvo.
Enterrad a los
muertos para que no marchen penosamente hacia la tumba.
Ese sonido a punto
de decirse.
Los hombres
hicieron de la bestia el pájaro y la flor.
Semejaba un
castillo con sus cuernos a través de la niebla.
Todo se ha unido y
disgregado en la oscuridad como el polvo de los muertos.
Una extraña ha
venido.
Una muchacha loca
como los pájaros.
Ha llegado poseída
por los cielos.
Santas cincelada y
sensual entre los muertos que escapan.
Sobre la frente
sellada por el fuego.
Bendita, en cada
palmo de ti y en cada mirada hay una especie de dios y se celebra allí la
ceremonia de almas.
Veo a mi criatura
llorando en la oscuridad.
Orlada de crines
marcha hacia el holocausto.
Todo amor es
monstruosos e inmortal.
Camino en el frío
de tu jardín mortal con la inmortalidad a mi costado como un Cristo en el
cielo.
Oh es ella la que
yace solitaria e inmóvil.
No entres
dócilmente en esa noche callada.
Y tú mi padre,
allí, en tu triste apogeo, maldice, que yo ahora imploro con la vehemencia de
tus lágrimas.
Penetró en el
hogar de los rezos y el fuego.
El tiempo canta a
través de los muertos.
Un pájaro hembra
se alzó radiante como una novia en llamas.
Bajo los árboles
de una sola hoja corría un espantapájaros de nieve.
Oh tú, que no
pudiste llorar!
Ahora estamos tú y
yo en la oscuridad.
En la tierra
lejana la puerta de su muerte se abrió de par en par.
El pájaro hembra
se acostaba en un coro de asas.
Un hombre duerme
donde cayó el fuego.
Penad entre calles
quemadas por la muerte.
Comencemos
cantando hasta que brote la sangre y el polvo cante como un pájaro.
Cantemos al mar
que huye.
Las misas del mar
que engendra niños.
La elegida virgen
tendida en la nieve.
Ahora, mientras me
muestro casi desnudo me tendería a vivir callado como un hueso.
Cuando desperté,
la ciudad habló.
Su lengua
deshollada en la piel de una hoja.
El fósil que
vacila en la muerte y dispersa su aliento.
Ninguno de mis
proféticos linajes me anunció a gritos que mi ciudad marina se quebraba.
Tú que sufres la
herida que arde y se agita en tu garganta.
Hemos temblado al
escuchar el sonido del mar flotando como la sangre.
Las voces de todos
los ahogados nadaron sobre el viento.
Cabalgaré contigo
por entre los ahogados.
Yo me perdí en el
espumosos ciclón de sus alas.
Yo estoy aquí
llorando junto al trono del hombre.
Y ha de trepar la
nube por el vaho de la tumba y el polvo sometido izará con sus llamas los
velámenes de todas las semillas.
Bajo el fúnebre
canto de pájaros vencidos.
Deja descansar a
los muertos aunque giman.
El jardín de la
gota de sangre.
Baja la noche que
va cayendo para siempre.
La noche que va
cayendo para siempre es una estrella.
El país de la
muerte es la medida del corazón.
Nunca te
despiertes y te eches a andar,oh Lázaro de las plegarias que trazan los
durmientes.
La estrella de los
perdidos es la forma de los ojos, es el nombre de los huérfanos.
En nombre de los
que no han nacido, en nombre de los que rechazan, oh en nombre de nadie, ahora
ruego al sol que hile una tumba gris en la oscuridad de la tierra de Adán.
La ciudad
transitada agitó sus guijarros para desearle suerte.
Como un pájaro que
hurga sobre el mar.
Ve a navegar por
mí y nunca mires hacia atrás.
El pecador estaba
ciego para los ojos de los cirios.
Ella suspira entre
caballos y ángeles.
Hasta que cada
bestia se aparte rugiendo, hasta que cada tortuga se quiebre en su coraza,
hasta que se levante cada hueso en la tumba violenta.
Es vieja como el
agua.
Cantad como la
loca que ha besado a la muerte.
Los pobres deseos
de un fantasma.
Uno por uno en el
manto y el polvo.
Esa mano muerta me
conduce al pasado.
Los siglos arrojan
hacia atrás sus cabelleras.
Encadenadas por la
luna y heridas por el agua.
Un jardín de
pájaros y bestias.
Nada queda del
mar.
El mar ruidoso
marcha bajo la tierra.
Tierra, tierra,
nada queda del andariego mar, y entre sus siete tumbas se hunde el ancla en los
suelos de una iglesia.
Me descubro tan
solitario como un hacedor de milagros.
Con su temblor
lleno de niños.
El tiempo me
dejaba jugar.
No me importaba
que el tiempo me llevara tomándome por la sombra de mi mano.
Ese país sin
niños.
Veía caballos como
relámpagos en la oscuridad.
Mi muchacha
andariega, te amparan los hechizos.
De la espuma que
levanta la bruja te amparan los hechizos.
Ampárate en el
canto y en la flor.
Duerme hechizada,
abrigada y bendita.
Llora en una jaula
ciega, que el terror derribará con furia.
Con tal quietud
podría el cielo cruzar por sus planetas, la campana llorar, la noche recoger
sus ojos , el ladrón caer sobre los muertos como el rocío, sólo por el grito de
la tierra en su bendito corazón.
Antes que las cadenas
rompan en martillos de fuego y el amor libere/ de paso a las tinieblas.
La oscuridad es un
largo camino.
Y sus ojos son
entonces más santos mientras yo navego hacia la muerte.
Las almas se
vuelven salvajes como caballos en la espuma.
Oh dejadme este luto.
Una bestia negra
con un cuerno arrugado.
Aunque fuera
inocente, él temía morir.
Que no encuentre
otro descanso que ser hallado y protegido.
El eterno oficio
curvo de la noche.
Bajo la luna
fecundada sobre la alta colina de yeso.
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