viernes, 28 de enero de 2011

NOCTURNOS DE Xavier Villaurrutia


NOCTURNO

Todo en la noche vive una duda secreta:

el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.

Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos

nada podemos contra la secreta ansiedad.

Y no basta cerrar los ojos en la sombra

ni hundirlos en el sueño para ya no mirar,

porque en la dura sombra y en la gruta del sueño

la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar.

Entonces, con el paso de un dormido despierto,

sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.

La noche vierte sobre nosotros su misterio,

y algo nos dice que morir es despertar.

¿Y quién, entre las sombras de una calle desierta,

en el muro, lívido espejo de soledad,

no se ha visto pasar o venir a su encuentro

y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?

El miedo de no ser sino un cuerpo vacío

que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar,

y la angustia de verse fuera de sí, viviendo,

y la duda de ser o no ser realidad.

NOCTURNO ETERNO

Cuando los hombres alzan los hombros y pasan

o cuando dejar caer sus nombres

hasta que la sombra se asombra

cuando un polvo más fino aún que el humo

se adhiere a los cristales de la voz

y a la piel de los rostros y las cosas

cuando los ojos cierran sus ventanas

al rayo del sol pródigo y prefieren

la ceguera al perdón y el silencio al sollozo

cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente

y que no llega sino con un nombre innombrable

se desnuda para saltar al lecho

y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve

cuando la vi cuando la vid cuando la vida

quiere entregarse cobardemente y a oscuras

sin decirnos siquiera el precio de su nombre

cuando en la soledad de un cielo muerto

brillan unas estrellas olvidadas

y es tan grande el silencio del silencio

que de pronto quisiéramos que hablara

o cuando de una boca que no existe

sale un grito inaudito

que nos echa a la cara su luz viva

y se apaga y nos deja una ciega sordera

o cuando todo ha muerto

tan dura y lentamente que da miedo

alzar la voz y preguntar „quién vive‰

dudo si responder

a la muda pregunta con un grito

por temor de saber que ya no existo

porque acaso la voz tampoco vive

sino como un recuerdo en la garganta

y no es la noche sino la ceguera

lo que llena de sombra nuestros ojos

y porque acaso el grito es la presencia

de una palabra antigua

opaca y muda que de pronto grita

porque vida silencio piel y boca

y soledad recuerdo cielo y humo

nada son sino sombras de palabras

que nos salen al paso de la noche

Nocturno mar

Ni tu silencio duro cristal de dura roca,

ni el frío de la mano que me tiendes, ni tus palabras secas, sin tiempo ni color,

ni mi nombre, ni siquiera mi nombre que dictas como cifra desnuda de sentido;

ni la herida profunda, ni la sangre

que mana de sus labios, palpitante, ni la distancia cada vez más fría

sábana nieve de hospital invierno tendida entre los dos como la duda;

nada, nada podrá ser más amargo

que el mar que llevo dentro, solo y ciego, el mar antiguo edipo que me recorre a tientas

desde todos los siglos, cuando mi sangre
aún no era mi sangre,

cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo, cuando alguien respiraba por mí que
aún no nacía.

El mar que sube mudo hasta mis labios,

el mar que me satura con el mortal veneno que no mata

pues prolonga la vida y duele más que el dolor. El mar que hace un trabajo lento y lento

forjando en la caverna de mi pecho el puño airado de mi corazón.

Mar sin viento ni cielo,

sin olas, desolado, nocturno mar sin espuma en los labios,

nocturno mar sin cólera, conforme

con lamer las paredes que lo mantienen preso y esclavo que no rompe sus riberas

y ciego que no busca la luz que le robaron y amante que no quiere sino su desamor.

Mar que arrastra despojos silenciosos,

olvidos olvidados y deseos, sílabas de recuerdos y rencores,

ahogados sueños de recién nacidos, perfiles
y perfumes mutilados,

fibras de luz y náufragos cabellos.

Nocturno mar amargo que circula en estrechos corredores

de corales arterias y raíces y venas y medusas capilares.

Mar que teje en la sombra su tejido flotante,

con azules agujas ensartadas con hilos nervios y tensos cordones.

Nocturno mar amargo

que humedece mi lengua con su lenta saliva, que hace crecer mis uñas con la fuerza

de su marea oscura.

Mi oreja sigue su rumor secreto, oigo crecer sus rocas y sus plantas

que alargan más y más sus labios dedos.

Lo llevo en mí como un remordimiento, pecado ajeno y sueño misterioso,

y lo arrullo y lo duermo y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.

Nocturno miedo

Todo en la noche vive una duda secreta:
el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.
Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos
nada podemos contra la secreta ansiedad.

Y no basta cerrar los ojos en la sombra
ni hundirlos en el sueño para ya no mirar,
porque en la dura sombra y en la gruta del sueño la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar.

Entonces, con el paso de un dormido despierto,
sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.
La noche vierte sobre nosotros su misterio,
y algo nos dice que morir es despertar.

¿Y quién entre las sombras de una calle desierta, en el muro, lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?

El miedo de no ser sino un cuerpo vacío
que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar,

y la angustia de verse fuera de sí, viviendo, y la duda de ser o no ser realidad.

Nocturno de la estatua

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera

y el grito de la estatua desdoblando la esquina. Correr hacia la estatua y encontrar
sólo el grito,

querer tocar el grito y sólo hallar el eco, querer asir el eco y encontrar sólo el muro

y correr hacia el muro y tocar un espejo. Hallar en el espejo la estatua asesinada,

sacarla de la sangre de su sombra, vestirla
en un cerrar de ojos,

acariciarla como a una hermana imprevista y jugar con las fichas de sus dedos

y contar a su oreja cien veces cien cien veces hasta oírla decir: "estoy muerta de sueño".

Nocturno en que nada se oye

En medio de un silencio desierto como la calle antesdel crimen
sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y labios ¿qué son labios?

¿qué son miradas que son labios?
y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente
a otro cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.

Nocturno sueño

Abría las salas

profundas el sueño y voces delgadas

corrientes de aire entraban

Del barco del cielo

del papel pautado caía la escala

por donde mi cuerpo bajaba

El cielo en el suelo

como en un espejo la calle azogada

dobló mis palabras

Me robó mi sombra la sombra cerrada

Quieto de silencio oí que mis pasos pasaban

El frío de acero a mi mano ciega

armó con su daga Para darme muerte

la muerte esperaba

Y al doblar la esquina un segundo largo

mi mano acerada encontró mi espalda

Sin gota de sangre

sin ruido ni peso a mis pies clavados

vino a dar mi cuerpo

Lo tomé en los brazos lo llevé a mi lecho

Cerraba las alas profundas el sueño

Nocturno amor

El que nada se oye en esta alberca de sombra
no sé cómo mis brazos no se hieren
en tu respiración sigo la angustia del crimen
y caes en la red que tiende el sueño
Guardas el nombre de tu cómplice en los ojos
pero encuentro tus párpados más duros que el silencio
y antes que compartirlo matarías el goce
de entregarte en el sueño con los ojos cerrados sufro al sentir la dicha

con que tu cuerpo busca
el cuerpo que te vence más que el sueño
y comparo la fiebre de tus manos
con mis manos de hielo
y el temblor de tus sienes con mi pulso perdido
y el yeso de mis muslos con la piel de los tuyos
que la sombra corroe con su lepra incurable
Ya sé cuál es el sexo de tu boca
y lo que guarda la avaricia de tu axila
y maldigo el rumor que inunda el laberinto de tu oreja
sobre la almohada de espuma
sobre la dura página de nieve
No la sangre que huyó de mí como del arco huye la flecha
sino la cólera circula por mis arterias
amarilla de incendio en mitad de la noche
y todas las palabras en la prisión de la boca
y una sed que en el agua del espejo
sacia su sed con una sed idéntica
De qué noche despierto a esta desnuda
noche larga y cruel noche que ya no es noche junto a tu cuerpo más muerto que muerto
que no es tu cuerpo ya sino su hueco
porque la ausencia de tu sueño ha matado a lamuerte

y es tan grande mi frío que con un calor nuevo abre mis ojos donde la sombra es más dura

y más clara y más luz que la luz misma y resucita en mí lo que no ha sido

y es un dolor inesperado y aún más frío y más fuego no ser sino la estatua que despierta

en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto

Nocturno muerto

Primero un aire tibio y lento que me ciña
como la venda al brazo enfermo de un enfermo
y que me invada luego como el silencio frío
al cuerpo desvalido y muerto de algún muerto.

Después un ruido sordo, azul y numeroso,
preso en el caracol de mi oreja dormida
y mi voz que se ahogue en ese mar de miedo
cada vez más delgada y más enardecida.

¿Quién medirá el espacio, quién me dirá elmomento

en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma el corazón inmóvil como la llama fría?

La tierra hecha impalpable silencioso silencio,

la soledad opaca y la sombra ceniza caerán sobre mis ojos y afrentarán mi frente

Nocturno en que habla la muerte

Si la muerte hubiera venido aquí, conmigo, a New Haven,
escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,
en el bolsillo de uno de mis trajes,
entre las páginas de un libro
como la señal que ya no me recuerda nada;
si mi muerte particular estuviera esperando
una fecha, un instante que sólo ella conoce
para decirme: "Aquí estoy.
Te he seguido como la sombra
que no es posible dejar así nomás en casa;
como un poco de aire cálido e invisible
mezclado al aire duro y frío que respiras;
como el recuerdo de lo que más quieres;
como el olvido, sí, como el olvido
que has dejado caer sobre las cosas
que no quisieras recordar ahora.
Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:
estoy tan cerca que no puedes verme,
estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.
Nada es el mar que como un dios quisiste
poner entre los dos;
nada es la tierra que los hombres miden
y por la que matan y mueren;
ni el sueño en que quisieras creer que vives
sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;
ni los días que cuentas
una vez y otra vez a todas horas,
ni las horas que matas con orgullo
sin pensar que renacen fuera de ti.
Nada son estas cosas ni los innumerables
lazos que me tendiste,
ni las infantiles argucias con que has querido dejarme
engañada, olvidada.
Aquí estoy, ¿no me sientes?
Abre los ojos; ciérralos, si quieres."

Y me pregunto ahora,
si nadie entró en la pieza contigua,
¿quién cerró cautelosamente la puerta?
¿Qué misteriosa fuerza de gravedad
hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?
¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

Y al oprimir la pluma, algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles, ya no son de mi mano solamente.

Nocturno de los ángeles

Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.

Si cada uno dijera en un momento dado,
en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del deseo formarían una enorme
cicatriz luminosa,
una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya
para siempre.

De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas ...

Hay recodos y bancos de sombra,
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz que ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.

El río de la calle queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón entre dos espasmos.

Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no caminan.

¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus cuerposfebrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hastaencontrarlos
como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.

Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos. Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.

Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.

Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.

Nocturna rosa

Yo también hablo de la rosa.

Pero mi rosa no es la rosa fría ni la de piel de niño,

ni la rosa que gira tan lentamente que su movimiento

es una misteriosa forma de la quietud.

No es la rosa sedienta, ni la sangrante llaga,

ni la rosa coronada de espinas, ni la rosa de la resurrección.

No es la rosa de pétalos desnudos,

ni la rosa encerada, ni la llama de seda,

ni tampoco la rosa llamarada.

No es la rosa veleta, ni la úlcera secreta,

ni la rosa puntual que da la hora, ni la brújula rosa marinera.

No, no es la rosa rosa

sino la rosa increada, la sumergida rosa,

la nocturna, la rosa inmaterial,

la rosa hueca.

Es la rosa del tacto en las tinieblas, es la rosa que avanza enardecida,

la rosa de rosadas uñas, la rosa yema de los dedos ávidos,

la rosa digital, la rosa ciega.

Es la rosa moldura del oído,

la rosa oreja, la espiral del ruido,

la rosa concha siempre abandonada en la más alta espuma de la almohada.

Es la rosa encarnada de la boca,

la rosa que habla despierta como si estuviera dormida.

Es la rosa entreabierta de la que mana sombra,

la rosa entraña que se pliega y expande

evocada, invocada, abocada, es la rosa labial,

la rosa herida.

Es la rosa que abre los párpados, la rosa vigilante, desvelada,

la rosa del insomnio desojada.

Es la rosa del humo, la rosa de ceniza,

la negra rosa de carbón diamante que silenciosa horada las tinieblas

y no ocupa lugar en el espacio.

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